lunes, 30 de octubre de 2017

Annabelle: Creation, la casa de las mil muñecas



Título Original Annabelle: Creation (2017)
Director David F. Sandberg
Guión Gary Dauberman
Reparto Stephanie Sigman, Talitha Bateman, Lulu Wilson, Anthony LaPaglia, Miranda Otto, Grace Fulton, Lou Lou Safran, Samara Lee, Tayler Buck, Mark Bramhall, Javier Botet, Brad Greenquist




El cineasta australiano de origen malayo James Wan es uno de los tipos más inteligentes de Hollywood dentro del género de terror. Después de explotar durante siete entregas la saga Saw que él ayudó a construir (recordemos que dirigió el primer, y mejor, film de la franquicia basándose en un cortometraje previo nacido de su impronta) se implicó en otras dos más, pero esta vez adheridas al cine de casas encantadas y posesiones demoníacas. Mientras Insidious ya va por su cuarto capítulo, que llegará a pantallas de todo el mundo en enero de 2018, The Conjuring (Expediente Warren en España y algunos países de latinoamérica) cuenta con dos excelentes films y un spin off protagonizado por la célebre muñeca maldita Annabelle. Este siniestro juguete se ganó el corazón de los fans del género con su aparición en la primera cinta que narraba las correrías sobrenaturales del matrimonio Warren y debido a la buena recepción el mismo James Wan decidió producir una pieza centrada en dicha muñeca solicitando los servicios como realizador de John R. Leonetti, su director de fotografía en la primera película de esta saga protagonizada por Vera Farmiga y Patrick Wilson. El resultado fue una pieza muy inferior a las dos partes de The Conjuring, pero con los suficientes alicientes conceptuales como para convertirse en un considerable éxito de taquilla, recibiendo una sobresaliente recepción por parte de los espectadores que dejó la puerta abierta a una continuación que ha llegado finalmente a las pantallas españolas en forma de precuela y con un más que considerable retraso con respecto a su estreno estadounidense.




Como ya hemos mencionado, y su propio título indica, Annabelle: Creation es una precuela del largometraje de 2014 en el que pudimos asistir a la primera incursión cinematográfica en solitario de la famosa muñeca. La trama comienza en 1946 cuando el fabricante de muñecas Samuel Mullins (Anthony LaPlagia) construye una a la que pondrá de nombre Annabelle, el mismo que tiene su hija. Durante ese día y volviendo de la iglesia Samuel, su mujer Esther (Miranda Otto) y Annabelle (Samara Lee) se paran para cambiar la rueda pinchada del coche y en un descuido la niña es atropellada de muerte por otro vehículo. Tras el prólogo nos situamos doce años después, en 1958, siguiendo los pasos de una monja, la hermana Charlotte (Stephanie Sigman), y las seis huérfanas con las que se instalará en la casa de los Mullins donde siguen viviendo Samuel y su esposa Esther, que se encuentra recluida en una de las habitaciones del inmueble. Poco después de instalarse en la casa una de las niñas, Janice (Talitha Bateman), que padece poliomelitis se siente impulsada por una fuerza desconocida a entrar en la antigua habitación de Annabelle, cerrada con llave y con el paso prohibido a su interior por parte de Samuel, y allí encontrar a la famosa muñeca. Desde ese mismo momento en la casa de los Mullins comenzarán a sucederse hechos inexplicables con Annabelle como centro de los mismos.




Annabelle: Creation, incluso más que la primera entrega, es completamente fiel a la “fórmula James Wan” o lo que es lo mismo, utilizar todos los tópicos adscritos a este tipo de cine de terror, pero con la suficiente soltura como para que los mismos funcionen a nivel narrativo y estilístico. El director elegido para rodar Annabelle: Creation fue David F. Sanberg, realizador sueco que se hizo famoso gracias a la humilde y exitosa Nunca Apagues la Luz (Lights Out) y que en 2019 se ocupará de traernos la versión en celuloide de Shazam. Aunque evidentemente carece del poderoso timing de James Wan a la hora de crear atmósferas inquietantes o secuencias de terror ejecutadas con una pericia carente de efectismos gratuitos, Sandberg sabe insuflar al producto un tono y unas resoluciones visuales que lo hacen considerablemente superior a su predecesor y muy atractivo gracias a lo bien aprovechadas que están las exiguas localizaciones en las que discurre la trama del largometraje o un elaborado diseño de producción tan modesto como bien resuelto. De esta manera esta precuela de Annabelle consigue cubrir, y en cierta manera rebasar, las exigencias mínimas para que se muestre de cara al público como un buen producto de género dentro de su naturaleza comercial y liviana.




Con una trama muy parecida a la de la irregular La Mujer de Negro: El Ángel de la Muerte, secuela del excelente film de James Watkins que adaptaba la novela de Susan Hill, y por efecto dominó con no pocas reminiscencias a esa obra maestra de Dario Argento llamada Suspiria (el uso del cromatismo por medio de la fotografía en algunos pasajes, el personaje de Esther Mullins recluido en una habitación y sin que podamos verle explícitamente el rostro) el guión de Gary Dauberman recorre uno a uno todos los clichés del subgénero, pero encadenando sabiamente una secuencia de sobresalto tras otra y perfilando adecuadamente unos personajes que, nunca adentrándose en la tridimensionalidad, están lo suficientemente bien elaborados como para que empaticemos con ellos y temamos por su integridad física y psicológica. De este modo Annabelle: Creation se aleja un poco del tono más neutral de su predecesora y al igual que las dos entregas de The Conjuring bebe de piezas clásicas del género, en este caso el de casas encantadas o posesiones diabólicas, como Pesadilla Diabólica (Burnt Offerings) o El Exorcista inyectando a su propuesta cinematográfica un sabor más añejo que la hace posicionarse unos peldaños por encima de la primera entrega de 2014 gracias la eficacia de su guión, que sin ser una pieza brillante consigue mantener la tensión a lo largo de todo el metraje.




Aunque David F. Sandberg ya ofreció una considerable soltura para infundir terror con mínimos recursos en Lights Out haciendo uso recurrente de algo tan sencillo y mundano como bombillas e interruptores de la luz en Annabelle: Creation demuestra con su profesionalidad que se necesita muy poco para asustar con elegancia y pericia narrativa a diferentes tipos de espectadores. Una sábana sobre una muñeca sentada en una mecedora, unos ojos brillantes al fondo de un pasillo devorado por la oscuridad, una niña cuyo cuerpo muta en una criatura espigada y aterradora a la que nunca le vemos el rostro (nuestro Javier Botet, siempre brillante con su peculiar fisiónomía y lenguaje corporal) o una brutal vuelta de tuerca a la clásica secuencia del protagonista portando una cruz a la hora de enfrentarse con una entidad diabólica son pasajes que nos demuestran que menos es más y que en Annabelle: Creation funcionan mejor los momentos en los que se sugiere la presencia de los seres sobrenaturales que moran en la casa de los Mullins que en los que Sandberg decide, por suerte en muy contadas ocasiones, mostrar en primer plano el rostro de sus monstruos, lección bien aprendida por el sueco de su mecenas, James Wan, que ha hecho de la sugestión y la sutilidad su mejor arma como cineasta dentro de este tipo de celuloide.




Annabelle: Creation no es una gran película, es una competente cinta de terror que supera a la primera entrega centrada en la supuesta muñeca maldita custodiada por el matrimonio Warren, cuenta con un muy competente reparto en el que destaca la veteranía de Anthony LaPlagia y el prometedor futuro de las resueltas Talitha Bateman y Lulu Wilson, un guión de manual que se hace fuerte a la hora de aprovechar la icónica figura de Annabelle y un artesano detrás de las cámaras que cumple su cometido como realizador curtido en este género. La cinta ha funcionado bien en taquilla y ha sido mejor recibida que su predecesora, de modo que todo apunta a que tendremos Annabelle para rato, pero antes de una tercera parte James Wan y su equipo están preparando la tercera parte de The Conjuring y una cinta en solitario protagonizada por “The Nun”, la aterradora monja de Expediente Warren: El Caso Enfield, con cameo en la obra que nos ocupa, y que extenderá un poco más el microcosmos ideado por el director de Silencio Desde el Mal (Dead Silence) y los guionistas Chad y Carey Heys basándose en los múltiples casos de Ed y Lorraine Warren, dos de los parapsicólogos más importantes de Estados Unidos o unos charlatanes que marcaron época con sus juegos de trileros, dependiendo a quién preguntemos por ellos y su peculiar carrera profesional.


viernes, 27 de octubre de 2017

Mindhunter: Temporada 1, el elemento del crimen



"¿Cómo te adelantas a lo que piensan los locos si no sabes cómo actúan?"




A finales de los años 70 los agentes del FBI John E. Douglas y Robert K. Ressler se entrevistaron con algunos de los asesinos en serie más peligrosos de la historia de Estados Unidos mientras estos cumplían sus respectivas condenas en prisión. Con el fin de crear perfiles de personalidad que en un futuro les permitieran prevenir nuevos homicidios Douglas y Ressler recorrieron todo el país para mantener conversaciones grabadas con criminales como Edmund Kemper, Jerry Brudos o Richard Speck con las que mantener a flote su revolucionario experimento que en un principio no fue visto con buenos ojos por el FBI. Toda este proceso fue recopilado en un libro llamado Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit escrito por el mismo Douglas con la ayuda del novelista y cineasta Mark Olshaker que con el paso de los años se convirtió en la piedra angular de la criminología moderna. El dramaturgo y guionista Joe Penhall (La Carretera) con el respaldo en la producción de la actriz Charlize Theron y el cineasta David Fincher, que se ocupa de la dirección de cuatro episodios, propusieron a Netflix sacar adelante una serie basada en el libro de Douglas y Olshaker consiguiendo una respuesta positiva por parte de la plataforma de streaming. El resultado hasta el momento es una primera temporada de diez episodios que se ha convertido en una de las propuestas televisivas más interesantes y atípicas del 2017, sobre todo si tenemos en cuenta su inusual propuesta dentro de un subgénero como el policíaco o el de asesinos seriales.




Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) son dos agentes del FBI pertenecientes a la Unidad de Análisis de Conducta que durante 1979 recorren Estados Unidos para entrevistar a los asesinos en serie más sanguinarios de América con el fin de crear perfiles psicológicos que les ayuden a resolver casos criminales presentes y futuros. Al poco tiempo de poner en marcha su proyecto, con considerables reticencias a manos de su superior, el Jefe de Unidad Shepard (Cotter Smith), Ford y Tench recibirán la ayuda, y supervisión, de la psicóloga Wendy Carr (Anna Torv), que se convertirá en colaboradora activa de la pareja de crimonólogos. En el proceso Ford y Tench intercambiaran impresiones con homicidas como Edmund Kemper (Cameron Britton), Jerry Brudos (Happy Anderson), Richard Speck (Jack Erdie) o Monte Rissell (Sam Strike) y descubrirán que cada uno de ellos asimila su intervención en el experimento de manera diametralmente opuesta a los demás, en ocasiones poniéndole las cosas muy complicadas a la pareja de agentes. Los problemas comenzarán cuando esta interacción con todo tipo de asesinos sin escrúpulos influya en la vida personal de Ford y Tench, originando problemas entre el primero y su novia Deborah Mitford (Hannah Gross) y repercutiendo la vida familiar del segundo con su esposa Nancy (Stacy Roca) y su hijo Brian (Zachary Scott Ross) viéndose todos arrastrados por las consecuencias del trabajo de los protagonistas.




Aunque se adscribe a un subgénero reconocible para el gran público como el de asesinos en serie Joe Penhall y sus colaboradores deciden abordar Mindhunter casi como un drama, no como un thriller, centrándose principalmente en sus personajes y dejando de lado la acción típica de esta clase de producciones. La serie de Netflix viene a ser la versión realista de Mentes Criminales, la longeva serie estadounidense creada por Jeff Davis para la cadena generalista CBS, pero mientras el programa estrenado en 2005 deposita sus intenciones en el ritmo frenético, tratamientos argumentales procedimentales (los mismos que ya estaban quemados en la segunda temporada, la mejor junto a la primera con el Jason Gideon de Mandy Patinkin como protagonista) episodios normalmente autoconclusivos, una continua sobreexplicación bastante molesta (no hay un sólo episodio en el que no se incluya un diálogo colectivo en el que los personajes principales pormenoricen, casi mirando a cámara, el perfil del criminal de turno) para dar todo masticado al espectador y un sensacionalismo innecesario a la hora de mostrar los actos de los homicidas en pantalla, Mindhunter decide ir a contracorriente de esta y otras muestras del género aún sabiendo que en el proceso puede sacrificar a un gran número de espectadores.




Joe Penhall lo tiene claro desde el principio, y después de la escena del prólogo del episodio piloto no sólo no volvemos a ver un disparo, sino que no hace acto de presencia una sola arma de fuego en toda la temporada. Porque Mindhunter se centra en el tratamiento de sus personajes, de la interacción que estos experimentan con sus superiores o familiares y sobre todo con los presos a los que van entrevistando en su recorrido por la cárceles de Estados Unidos. De hecho de manera paralela a dichos encuentros se desarrollan subtramas con distintos casos en los que los agentes Ford y Tench investigan algunos asesinatos con los que aplicar los conocimientos que van adquiriendo con las entrevistas que realizan y ni en ese sentido los creadores de la obra se entregan a lo fácil con tiroteos, persecuciones o una sordidez gratuita, apelando a un hiperrealismo que nos demuestra que la búsqueda de pistas o sospechosos de homicidios no es algo que unos agentes del FBI de perspicacia sobrehumana puedan resolver en un sólo episodio. En ese sentido, el de ofrecer la cara más burocrática y cercana de la criminología estadoundiense, Mindhunter se refleja en la mítica The Wire, aquella obra maestra ideada por David Simon y Ed Burns para HBO que ofrecía un retrato naturalista y derrotista del género policíaco, con representantes de la ley que tardaban años en resolver casos o que incluso intentaban no verse implicados en los mismos.





Para que este peculiar y arriesgado tratamiento tenga éxito Mindhunter ha contado con la inestimable ayuda de un jefe de ceremonias a la altura como David Fincher, uno de los directores más talentosos del panorama cinematográfico de los últimos 20 años al que debemos obras como El Club de la Lucha, Millenium: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, Perdida o The Game. Curiosamente podemos considerar a David Fincher, junto al Jonathan Demme de El Silencio de los Corderos, el precursor de la resurección de los thrillers sórdidos con criminales de contrastada imaginación a la hora de cometer sus asesinatos con Seven, aquella genialidad protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman de 1995 que a día de hoy sigue siendo una de las mejores cintas de género de los 90. Pero en vez de ir a lo fácil, que sería tomar como inspiración dicho film, Fincher acomete en Mindhunter una puesta en escena contenida y clasicista que recuerda a su otro celebrado largometraje sobre asesinos en serie, Zodiac, aquel trabajo en el que lo más importante eran la atmósfera y el tratamiento de personajes, dejando la identidad del asesino y la investigación para dar con su paradero en un segundo plano. De esta manera Fincher pone su talento a disposición de cuatro episodios, los dos primeros y los dos últimos de la temporada (los mejores y los que marcan el look visual del producto) para ofrecer algunos de los pasajes más potentes de la ficción televisiva del 2017.




Los papeles de Holden Ford y Bill Tench están interpretados por Jonathan Groff y Holt McCallany dos actores antagónicos que dan vida a una pareja de agentes del FBI que no lo son menos, aunque sin llegar a adentrarse en la tónica habitual de las buddy movies. El primero es un joven e impetuoso agente decidido a revolucionar la criminología de finales de los años 70 aunque en el proceso ponga en entredicho su prestigio de cara al resto del FBI y el segundo es un profesional veterano de vuelta de todo que se debate entre apoyar las ideas progresistas de su compañero o seguir las reglas impuestas por sus superiores. El tour de force se antoja ejemplar porque mientras Gorff es contención, inteligencia y elegancia McCallany es carisma, cercanía e inesperados ramalazos de humor, y la dupla se verá potenciada cuando en el tercer episodio entre en escena la Wendy Carr de Anna Torv con un ambiguo personaje, en todos los sentidos, que poco tardará en comerle terreno a sus dos compañeros de reparto. Pero con respecto al casting donde Mindhunter triunfa es a la hora de elegir a los intérpretes que dan vida a los asesinos en serie, algunos de ellos interpretados por humoristas o profesionales vinculados a la comedia como Happy Anderson o Cameron Britton, siendo este último el que mejores momentos ofrece a la temporada en la piel de Ed Kemper, ejecutando una labor digna del Emmy o el Globo de Oro con una interpretación profundamente introspectiva protagonizando en el segundo episodio una conversación que marcará a fuego el tono y el discurso de la serie gracias a su enorme labor, el guión y el pulso de un David Fincher en estado de gracia con la cámara.




En resumidas cuentas esta primera temporada de Mindhunter es un producto televisivo de alta calidad en el que todos su apartados convergen magistralmente sin dejar aspecto alguno al azar en una decena de episodios en los que no sobra o falta nada. El resultado dejó tan satisfechos a los jefazos de Netflix que la segunda temporada ya estaba confirmada antes del estreno de la que nos ocupa, y según declaraciones del mismo David Fincher (que seguirá como productor ejecutivo y esperemos que también como director) ya están trazadas las tramas de la segunda temporada y se conoce la identidad de varios de los asesinos a los que Ford y Tench entrevistarán en esta nueva tanda de episodios. La serie de Joe Penhall no sólo es una de las mejores producciones del 2017, también puede ser pionera en cuanto a tratar subgéneros con señas de identidad preestablecidas y asentadas desde hace décadas desde puntos de vista más ricos en cuanto al retrato de personajes y los dilemas morales a los que se enfrentan sus protagonistas al encontrarse compartiendo diálogo y confidencias con individuos que están lejos de ser los monstruos que venden los medios sensacionalistas y con los que se puede llegar a empatizar hasta el límite de que un agente del FBI vea todo su sistema de valores destruido y pisoteado al sentir atracción por la mística detrás de un metódico asesino que practicó sexo oral con la cabeza decapitada de su madre muerta.


miércoles, 25 de octubre de 2017

La Llamada



Título Original La Llamada (2017)
Director Javier Ambrossi y Javier Calvo
Guión Javier Ambrossi y Javier Calvo, basado en su obra de teatro
Reparto Macarena García, Anna Castillo, Belén Cuesta, Gracia Olayo, Richard Collins-Moore, María Isabel Díaz, Secun De La Rosa, Víctor Elías, Esti Quesada




El génesis de un proyecto como La Llamada es bastante particular. Los actores Javier Ambrossi (Cuéntame Cómo Pasó) y Javier Calvo (Física o Química) trabajaban como camareros en un bar del barrio madrileño de Chueca llamado Válgame Dios y allí mientras servían copas y se lamentaban por no encontrar trabajo como intérpretes decidieron, con la complicidad de las actrices Belén Cuesta y Macarena García (esta última hermana de Ambrossi), escribir una obra de teatro musical sobre fe, amor y amistad que tenía lugar en un campamento llamado “La Brújula” regido por un convento de variopintas monjas. Lo que nació en 2013 como una pequeña obra de teatro de humildes aspiraciones se convirtió al poco tiempo en un éxito que incluso rebasó las barreras españolas atrayendo a todo tipo de espectadores que se quedaron enamorados con la peculiar historia narrada entre canciones Whitney Houston y loas al altísimo a ritmo de reggaeton. El triunfo fue tal que Enrique López Lavigne, máximo responsable detrás de la productora Apache Films, propuso a Ambrossi y Calvo realizar una versión cinematográfica de La Llamada con el mismo reparto de la pieza teatral y el resultado es una de las mejores películas patrias del 2017 que extiende al mundo del séptimo arte la originalidad de la propuesta nacida en las tablas por parte de la pareja de jóvenes guionistas y directores.



De este modo la versión cinematográfica de La Llamada está protagonizada por María (Macarena Gómez) y Susana (Anna Castillo) dos amigas aficionadas a la fiesta y el desfase que están pasando el verano en el campamento segoviano La Brújula bajo la supervisión de un grupo de monjas comandado por la hermana Bernarda (Gracia Olayo) y la hermana Milagros (Belén Cuesta) mano derecha de la primera y consentidora de los excesos de los dos personajes principales. Después de escaparse de madrugada para asistir a un concierto de “electrolatino” y despertarse tarde al día siguiente María y Susana son castigadas por la hermana Bernarda a quedarse solas en el campamento con ella y con Milagros mientras el resto de sus compañeras se van de excursión. Lo que apuntaba a ser un fin de semana aburrido comienza a tornar en un par de jornadas surrealistas cuando a María comience a aparecérsele por las noches un señor vestido con un traje de lentejuelas que le canta canciones de Whitney Houston. Todo apunta a que este individuo es el mismo Dios que ha elegido a María para que cumpla una misión divina que ella no consigue descifrar, pero que trastocará para siempre la apacible y rutinaria vida del campamento La Brújula y sus moradores.




Hacía años que un servidor no encontraba una propuesta tan original, divertida y vitalista dentro del cine español reciente. Todo parte, evidentemente, del guión de Javier Calvo y Javier Ambrossi que nació en las tablas y ha sido adaptado al medio cinematográfico de manera ejemplar. Ambos autores consiguen algo inusual en los tiempos que corren, transmitir un mensaje en favor de la fe y la religiosidad con el que las nuevas generaciones puedan indentificarse eludiendo todo lo de adoctrinador y dogmático que pueda haber en el cristianismo. Los escritores y realizadores afirman que la método más efectivo para que los creyentes puedan llegar a Dios no es por medio del rezo, el recogimiento o el celibato, sino dando rienda suelta al amor, la amistad, el talento y sobre todo la música, sin importar que esta este representada por temas de una diva como Whitney Huston o un corte reaggetonero de Henry Méndez. Sirva como declaración de intenciones la imagen que los guionistas y cineastas dan de Dios con ese Richard Collins Moore (El Segundo Nombre) de potente voz que parece una mezcla de cantante de góspel y decadente showman de Las Vegas que encandila a la platea desde su primera aparición en pantalla.




Pero más allá de que el guión esté perfectamente estructurado, respete la esencia de la obra teatral y ejecute en sesión continua diálogos chispeantes, son las cuatro actrices protagonistas, y el resto de secundarios, las que dan alma y corazón a La Llamada. Desde una Mácarena García de mirada brutalmente sincera a una Anna Castillo alejadísima del papel que le dio la fama (El Olivo) pasando por una deliciosamente llorosa Belén Cuesta y llegando a una pletórica Gracia Olayo en el papel de su vida, todo el peso recae sobre este cuarteto en estado de gracia que después de cuatro años dando vida a sus papeles en las tablas los conocen al milímetro y saben exprimirlos hasta lo indecente com un dechado de naturalidad, carisma, entrañabilidad y magia que les permite cantar, bailar, llorar, reír y que todo se transmita con apabullante facilidad a una patio de butacas que desde el minuto uno de metraje cae rendido ante los encantos de estas mujeres que demuestran que Javier Ambrossi y Javier Calvo poco tienen que envidiar a Pedro Almodóvar (fan declarado de la película, por cierto) como director de actrices a las que explotan al máximo para que ofrezcan su mejor cara a la hora de hacer su labor delante de las cámaras.




Con unos directores debutantes que demuestran una inusual soltura como jefes de orquesta y una labor como guionistas muy remarcable trabajando para crear la sólida estructura en la que sus enormes actrices protagonistas puedan sustentar su excelente trabajo interpretativo La Llamada es una de las propuestas patrias más interesantes y atípicas del 2017. Una pieza recomendable para espectadores de cualquier edad, condición sexual, creencia (e incluso ateos, como el que esto firma) que se revela finalmente como una oda a las ganas de vivir, al carpe diem, a la fe en todas sus formas (no sólo la religiosa) transmitiendo una luminosidad que atraviesa la pantalla gracias a su naturaleza sincera, humilde y cercana como producto de ficción que sin pretensiones ni aspiraciones que fueran más allá de entretener al público desde el teatro o las salas de proyección ha conseguido convertirse en un pequeño fenómeno tan efectivo que ha superado el trasvase de un medio a otro, no sólo manteniéndose fiel a sí mismo, sino también alcanzando nuevas cotas de calidad y magia en su triunfal salto a la pantalla grande con un lema, “lo hacemos y luego ya vemos”, que sintetiza magistralmente el mensaje de una pieza que confirma la buena salud de las nuevas generaciones de cineastas españoles que regularmente se dejan caer por nuestras carteleras.



lunes, 23 de octubre de 2017

Fe de Etarras, días contados



Título Original Fe de Etarras (2017)
Director Borja Cobeaga
Guión Diego San José y Borja Cobeaga
Reparto Javier Cámara, Julián López, Miren Ibarguren, Gorka Otxoa, Ramón Barea, Luis Bermejo, Tina Sáinz, Bárbara Santa-Cruz, Josean Bengoetxea




Desde que se curtiera en las trincheras del mítico programa Vaya Semanita el guionista y director donostiarra Borja Cobeaga se ha convertido en uno de los nombres más representativos de la comedia española. Tras su ópera prima Pagafantas, y su segundo trabajo, No Controles, Cobeaga y su colaborador Diego San José conocieron la fama y el éxito de un día para otro por ser los guionistas detrás de los dos enormes pelotazos que supusieron Ocho Apellidos Vascos y su secuela, Ocho Apellidos Catalanes, la primera de ellas todavía hoy la película más taquillera de la historia del cine español. Con respecto a Cobeaga mientras ofrecía sus servicios como escritor para los films de Emilio Martínez Lázaro paralelamente se dedicaba a sacar adelante sus proyectos como cineasta, mucho más personales y menos comerciales. Su tercer film, la excelente Negociador, era una comedia melancólica, elegante y muy efectiva inspirada en las negociaciones que Jesús Eguigurén, presidente del PSE (Partido Socialista de Euskadi) durante doce años, mantuvo con la banda terrorista ETA entre 2005 y 2006 y poseía un trazo minimalista, unos actores magníficos encabezados por un enrome Ramón Barea y abordaba el tema con humor pero siempre incidiendo en el respeto y el buen gusto por parte de su máximo responsable suponiendo un antes y un después en su carrera detrás de las cámaras.




Aunque Fe de Etarras nació como idea en los tiempos en los que Borja Cobeaga y Diego San José colaboraban juntos en el ya mencionado programa de ETB 2, como proyecto cinematográfico se ha pasado dando vueltas sin rumbo fijo una década durante la que nunca encontró un valedor que decidiera financiar la idea de ambos guionistas. A mediados del mes de Mayo del presente año saltaba la noticia, la plataforma streaming Netflix se ocuparía de financiar y estrenar una Fe de Etarras que, en palabras de sus creadores, poco tenía que ver ya con aquel argumento nacido en el seno del célebre programa televisivo vasco. Después de una estúpida polémica relacionada con la publicidad para promocionar el film, y que se hubiera zanjado rápidamente si muchos de los “afectados” por ella hubieran visto el trailer para comprender el contexto del chiste, y tras haber pasado con bastante buen recibimiento por el último Festival de San Sebastián el pasado 12 de Octubre el largometraje se estrenó en Netflix. Nosotros ya hemos podido ver la obra y tanto la espera como el resultado han merecido considerablemente la pena.




Vaya por delante, para que quede claro desde un principio, que Fe de Etarras en ningún momento hace mofa con las victimas del terrorismo de ETA, todo lo contrario, a quien ridiculiza es al cuarteto de miembros de la banda que forman el comando que comparten piso franco en Madrid esperando la llamada de la cúpula que les dé la orden de cometer el atentado que les permita demostrar que la facción del grupo que quiera abandonar la lucha armada está equivocada. Todo esto localizado en el contexto del verano del 2010 en el que se celebró el mundial de Sudáfrica del 2010 que la selección española acabaría, contra todo pronóstico, ganando para regocijo de (casi) todo el país. De este modo Martín (Javier Cámara), Ainara (Mirem Ibargurén), Álex (Gorka Otxoa) y Fernando (Julián González) se encontrarán en la tesitura de pasar desapercibidos en lo que ellos consideran un “entorno hostil” (encontrarse rodeados de banderas de España y enaltecidos seguidores de “La Roja”) haciendo tiempo hasta que su superior Artexte (Ramó Barea) les dé el aviso para ponerse en acción mientras tratan de pasar el tiempo como buenamente pueden.




Fe de Etarras es la evolución lógica de Negociador, algo que se deja notar desde el mismo arranque del largometraje con la magnífica primera escena que marcará el tono de lo que posteriormente nos ofrecerá la obra a manos de Borja Cobeaga y Diego San José. Pero también es cierto que en cierta manera es más dada al humor absurdo y hasta algo vitriólico que aquella, heredando mucho el espíritu de la ya mencionada Vaya Semanita o la webserie reconvertida en producto catódico ¡Qué Vida Más Triste! (en la que también colaboró como guionista San José) y mezclándolo con otras influencias como los inevitables Luis García Berlanga y Rafael Azcona más satíricos, salvando las evidentes distancias, con todo lo relacionado con la “identidad nacional” tanto de españoles como vascos, pero sin caer en el costumbrismo de brocha gorda de Ocho Apellidos Vascos y su secuela. Este piso franco es casi la única localización en la que se mueve el cuarteto protagonista y es el exiguo terreno donde los guionistas deberán trabajar, pero gracias a un continuo encadenado de gags se harán fuertes a la hora de retratar la lucha clandestina, sobre todo en los últimos años de ETA, como un disparate llevado a cabo por cachorros de la kale borroka que no saben ni fabricar un artefacto explosivo.




En esa visión absurda de utilizar la violencia por ideas sectarias arraigadas en un antiespañolismo crónico que en no pocas ocasiones promulga lo que supuestamente están criticando como independentistas vascos y la infelicidad de las personas que estuvieron vinculados a ETA viéndose recluidos en pisos francos de los que no podían salir por miedo a ser descubiertos por las fuerzas de la ley del estado español es donde Diego San José y Borja Cobeaga crean el caldo de cultivo de Fe de Etarras y el resultado ofrece pasajes sencillamente descacharrantes. Martín como etarra cobarde y nacido en la Rioja, Ainara y Álex como amantes dentro del seno de una banda terrorista dando sus estertores de muerte y “Pernando” un albaceteño que quiere ser miembro por pleno derecho del grupo (con apodo incluido) porque defiende la causa y “odia España” son los personajes que protagonizan gags memorables como el del trivial, el primer encuentro con los personajes de Luis Bermejo (Magical Girl) y Tina Sáinz (Barcelona, Noche de Invierno) las obras relacionadas con el plato de ducha y el tabique del piso o la de la gigantesca bandera de España dan buena muestra del control del timing que los dos guionistas y el director tienen del material con el que están trabajando.




Con un cuarteto de protagonistas en estado de gracia, pero comandados por un Javier Cámara que devora el encuadre cada vez que la cámara repara en su presencia, un guión que sin explotar al 100% el potencial que tienen en su poder consigue estructurarse de manera adecuada y sacar momentos de comedia potente en no pocas ocasiones y una dirección muy profesional por parte de Borja Cobeaga Fe de Etarras es no sólo un proyecto muy competente que da muestras del buen gusto de los responsables de Netflix España a la hora de producir cine patrio, sino también una amalgama de vanguardia y clasicismo en la que se aunan por un lado las ganas de intentar mirar atrás sin ira con respecto a algo tan terrible como el terrorismo de ETA, que es parte de la historia reciente de nuestro país, ridiculizando a aquellos que la construyeron y perpetuaron y por otro el legado del cine de maestros como los anteriormente citados, Berlanga y Azcona, que nos demostraron que se podía utilizar un género como la comedia para hablar de temas que no tenían ninguna gracia y que eran indivisibles de la personalidad de este país repleto de claroscuros y tragicomedia que responde al rimbombante nombre de España.



jueves, 19 de octubre de 2017

Blade Runner 2049



Título Original Blade Runner 2049 (2017)
Director Denis Villeneuve
Guión Hampton Fancher y Michael Green, basado en personajed de Philip K. Dick
Reparto Ryan Gosling,  Harrison Ford,  Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Mackenzie Davis, Carla Juri, Lennie James, Dave Bautista, Barkhad Abdi, David Dastmalchian, Hiam Abbass, Edward James Olmos





Tres décadas y media tuvieron que pasar para que Warner Bros y Ridley Scott pudieran sacar adelante una secuela de Blade Runner, la mítica cinta de 1982 inspirada en la novela ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? de Philip K. Dick que pasó sin pena ni gloria por las carteleras de todo el mundo para, con el paso de los años, convertirse en un clásico de la ciencia ficción y la prematura cumbre de la carrera del director de Alien: El Octavo Pasajero o Gladiator. Blade Runner es una pieza vital para entender la posterior evolución del género al que se adscribió y lo consiguió gracias a la alquímica conjunción de un grupo de profesionales que consiguieron crear algo genuino y rompedor, una mezcla de cine negro y distopía adscrita al cyberpunk que detrás de su mezcolanza de géneros planteaba dilemas morales y metafísicos sobre la identidad, la muerte, la libertad o qué nos hace humanos, casi imposibles de descifrar al primer visionado de la obra, pero que se iban detectando con las revisiones y los análisis de la misma.




Hace un par de años saltaba la noticia. Ridley Scott, continuando esa fiebre revival con la que quiere explotar grandes éxitos de su filmografía previa sin saber o querer admitir que son piezas que nunca le han pertenecido en exclusividad, definitivamente se lanzaba con su productora Scott Free y el respaldo de Warner Bros a realizar la secuela de su tercer largometraje. Suponemos que en un momento de lucidez, y después de ver el pobre recibimiento que tuvo Prometheus como precuela de Alien, Scott decidió ceder la silla del director y ofrecérsela al quebequés Denis Villeneuve, uno de los cineastas más talentosos del panorama cinematográfico internacional que ha demostrado sobradamente su valía con piezas tan remarcables como IncendiesPrisioneros, Enemy, Sicario o La Llegada, destilando soltura tanto al abordar piezas más íntimas y personales como producciones más  adscritas a la idiosincrasia hollywoodiense, siempre tratando de imprimir su huella en unos y otros trabajos independientemente sus presupuestos o aspiraciones artísticas.




También fue, en principio, una acertada elección que se recuperara a Hampton Fancher (guionista del  film original junto a David Webb Peoples) que colaborando con Michael Green (Logan, Alien Covenant, Green Lantern) se ocuparía de dar forma al libreto de esta secuela. Por último no sólo se recuperó a Harrison Ford para volver a dar vida a Rick Deckard, también se le dio el papel protagonista a un Ryan Gosling que saboreaba las mieles del éxito y al que escoltaron un excelente grupo de secundarios formado por Ana de Armas (Juego de Armas), Robin Wright (Forrest Gump), Jared Leto (Escuadrón Suicida), Sylvia Hoeks (La Mejor Oferta), Mackenzie Davis (Marte) o Dave Batista (Guardianes de la Galaxia) entre otros. Si todo esto lo rematamos con la dirección de fotografía de una maestro de maestros como Roger Deakins, que ha trabajado con los más grandes, Blade Runner 2049 lo tenía todo para ser, como mínimo, una digna secuela de la cinta original. Por desgracia no ha sido así y el resultado se antoja escandalosamente decepcionante.




En 2049, treinta años después de los hechos acontecidos en la cinta original, el agente K (Ryan Gosling), un replicante Nexus 8 que ejerce como blade runner dedicándose a cazar a otros replicantes, descubre durante una de sus misiones algunos datos relacionados con hechos del pasado que pueden suponer una revolución dentro de la bioingeniería. Con la ayuda de Joi (Ana de Armas) su amante holográfica y siendo asediado por miembros de la organización Wallace Corporation, heredera de la Tyrell Corporation de la cinta de 1982, comandada por el diseñador y fabricante de replicantes Niander Wallace (Jared Leto) K se verá en la obligación de dar con el paradero de la única persona que puede resolver sus dudas, Ricke Deckard, el blade runner retirado que conoce las respuestas que dan sentido a toda una trama conspirativa relacionada con los replicantes y el lugar que ocupan en el planeta Tierra.




Vaya por delante que un servidor es un espectador y cinéfilo con la mente abierta a todo tipo de experiencias cinematográficas independiemente de su origen, naturaleza o género. Durante meses he esperado con una considerable ilusión el estreno de Blade Runner 2049, de la que demendaba al menos una secuela que honrara el legado de la película primigenia, y a la que me he enfrentado haciendo oídos sordos a las voces que la tildaban de obra maestra superior a la cinta de 1982 o las que proclamaban que era una mala película cuya simple exsistencia era un insulto, a lo que habría que sumar la poca importancia que he dado a su poco remarcable recaudación en taquilla. Pero aún habiéndome adentrado en la sala totalmente libre de prejuicios y con la esperanza de que un proyecto innecesario acabara convirtiéndose en un largometraje que mereciera la pena la cruda realidad me ha demostrado cuan equivocado estaba.




Sería una necedad afirmar que en Blade Runner 2049 no hay buenas intenciones por mucho que no deje de ser un proyecto perpetrado por simple interés monetario y que en ciertos aspectos los responsables detrás de ella han puesto todos los medios y no han escatimado en gastos para que esta secuela mantuviera la atmósfera y la fidelidad necesarias para ser una digna heredera de su hermana mayor, pero el resultado sólo se cumple a medias en este sentido. Dejaremos de lado el hecho ineludible de que los efectos especiales artesanales de Douglas Trumbull lucen a día de hoy mucho más espectaculares y trabajados que las ingentes cantidades de CGI utilizadas para dar vida por medio del pixel en 2017 lo que en 1982 quedaba mucho mejor con superposiciones de imágenes y maquetas y trataremos de no hacer sangre con la competente banda sonora de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch que palidece ante la de Vangelis, pero aún así encontraremos deficiencias que hacen que el film de Villenueve quede lejos del espíritu del rodado hace 35 años por Ridley Scott.




Denis Villeneuve trata en Blade Runner 2049 de repetir, sin éxito, la fórmula que le funcionó magistralmente en La Llegada, conseguir una perfecta comunión entre imagen y sonido que conviertan su puesta en escena en una experiencia sensorial que epate al espectador por medio de la pantalla y los equipos de altavoces de los multicines El problema es que en la cinta que nos ocupa se excede brutalmente en su cometido e inyecta a este nuevo experimento de armonía cinematográfica una forzada grandilocuencia arquitectónica en lo visual y uno desorbitados y sobredimensionados efectos de sonido en la banda sonora, repleta de sintetizadores, que llegan a saturar a la platea hasta resultar alarmantemente molesta. Por lo demás poco más negativo se le puede poner a la labor del canadiense detrás de las cámaras, ya que gracias a su talento y entereza como realizador es el que mejor parado sale del largometraje mientras intenta sacar oro de un guión que no contiene en su interior más que hojalata.




Porque si hay algo que hiere de muerte a Blade Runner 2049 es un paupérrimo guión indigno de 35 años de espera. Hampter Fancher y Michael Green plantean por medio de la escritura temas que ya estaban en la película de Ridley Scott como la esclavitud, la posibilidad de la existencia del alma  o el hecho de que seres artificiales puedan experimentar sentimientos humanos, pero están planteados de manera tan plumbea, se abordan tan superficialmente y cuando los tratan de exponer en pantalla el resultado se antoja tan innecesariamente sobreexplicado en boca de los protagonistas (el de Jared Leto es un tutorial con patas) que cualquier parecido con el enorme trabajo previo del mismo Fancher y David Web Peoples sea pura coincidencia. Sirva como síntesis de esto que afirmamos el hecho de que cinco minutos de soliloquio farragoso y retórico por parte del Niander Wallace de Jared Leto no contiene ni un 25% de las reflexiones filosóficas y existenciales que atesoraban dos líneas de diálogo salidas de la boca del Roy Batty de Rutger Hauer.




Más allá de que el guión de Blade Runner 2049 no sepa captar casi nada del inabarcable subtexto y trasfondo humanista de la anterior entrega también nos encontramos en el mismo subtramas que no aportan nada a núcleo narrativo de la obra. El personaje de una esforzada y encantadora Ana de Armasm, que no deja de ser un fallido rol femenino cuya única intención es potenciar emocionalmente al masculino, no aporta absolutamente nada al personaje de K, de hecho si su historia de amor (cuyo planteamiento lo abordó con mucho más acierto Spike Jonze en la muy recuperable Her) se viera extirpada de la trama central el film no cambiaría un ápice, ya que la evolución, más bien pobre, que experimenta el personaje de Ryan Gosling no tiene nada que ver con su relación con su amante holográfica y sí mucho con el "viaje del héroe" que protagoniza hasta llegar a Rick Deckard. Estas carencias argumentales dan claros síntomas de que el guión necesitaba unas cuantas vueltas más para ser todo lo consistente que debiera y tiempo sus autores han tenido de sobra.




Algo parecido, pero de manera menos grave, sucede con el Rick Deckard de Harrison Ford y esta vez más por la poca implicación del actor de la saga Indiana Jones con el proyecto que por la escritura . No sé si el intérprete estadounidense se llevó al set de rodaje el poco apego que siempre ha tenido por su personaje en la cinta original, por mucho que desde hace años lo niegue, pero el rol al que da vida en Blade Runner 2049 poco o nada tiene que ver con el Rick Deckard que todos conocemos, y no vale la excusa de que han pasado tres décadas, el ex blade runner ha pasado considerables penurias o que ahora es un anciano, porque si no contamos la pelea en el bar con K y algunos momentos de su conversación con el personaje de un esforzado Jared Leto, que hace lo que puede con el material que han puesto en sus manos, podríamos afirmar que el marido de Calista Flockhart participó en el film para llevarse su correspondiente cheque bien abultado y de paso darle alguna que otra hostia real al protagonista de La La Land.




Por último debemos reparar en Ryan Gosling y su personaje protagonista. Era lógico que el canadiense, al interpretar a un replicante, recurriera a una cierta inexpresividad y contención para dar vida, artifical, a su rol, pero lo de que nos cuele la enésima repetición de su papel en Drive, de Nicolas Winding Refn, es agotador. Parece como si el  actor de The Believer sólo estuviera un poco más implicado en la causa que Harrison Ford, y no vamos a negar que hay un notable esfuerzo físico por su parte para estar a la altura de una superproducción como la que nos ocupa, pero el escaso desarrollo de su personaje, los vanos intentos por parte del guión por darle algo de profundidad a su personalidad poniendo en duda sus orígenes como producto fabricado en un laboratorio y su paupérrima relación de amor, que sólo ofrece de interés una atípica y destacable secuencia de sexo, confirman que Gosling no era la mejor elección de casting para dar vida a K, convirtiéndose en otro de los muchos fallos que comete Blade Runner 2049 como obra cinematográfica.




Con un protagonista que no conecta totalmente con la trama, unos secundarios que deben luchar por ser convincentes dando vida a personajes planos y esterotipados (las frases lapidarias de Sylvia Hoeks como Loev son penosas y la escena de la manicura es de un trazo grueso imperdonable) un excesivo metraje que mantiene el tipo gracias a la muy convincente labor conjunta de Denis Villeneuve y Roger Deakins detrás de las cámaras y algunos pasajes que faltan el respeto y manchan el buen nombre de la obra de 1982 (vergonzoso utilizar en la escena de las escaleras el tema de Vangelis que sonaba durante la muerte de Roy Batty) Blade Runner 2049 confirma lo que no queríamos admitir, que si teniéndolo todo para ser una pieza digna, gracias a la implicación de un grupo de profesionales intachables, este es el resultado, lo mejor hubiese sido que nos ahorraran esta innecesaria secuela que, a diferencia de su predecesora, sí se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia.


viernes, 13 de octubre de 2017

Kingsman: El Círculo de Oro



Título Original Kingsman: The Golden Circle (2017)
Director Matthew Vaughn
Guión Jane Goldman y Matthew Vaughn basado en el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons
Reparto Taron Egerton, Colin Firth, Julianne Moore, Mark Strong,  Halle Berry, Pedro Pascal, Channing Tatum, Jeff Bridges, Elton John, Bruce Greenwood, Emily Watson, Edward Holcroft, Hanna Alström, Sophie Cookson, Michael Gambon, Poppy Delevingne, Björn Granath, Samantha Womack,  Matt Letscher, Tom Benedict Knight, Alessandro De Marco





Además de uno de los guionistas más prolíficos del mundo del cómic el escocés Mark Millar es un tipo muy inteligente. Después de haber pasado por las dos editoriales más importantes de Estados Unidos dejando su impronta en obras tan conocidas como Superman: Hijo Rojo en DC o Civil War en Marvel decidió en 2013 crear su propia compañía, Millarworld, con la que realizar sus propias creaciones siempre acompañado de ilustradores de primera línea como John Romita Jr (Kick-Ass), Steve McNiven (Nemesis) o Frank Quitely (Jupiter's Legacy) y con la mirada continuamente puesta en un Hollywood que cada vez se interesaba más por adaptar su obra al celuloide. Uno de los directores que más veces ha llevado a la pantalla grande el trabajo de Millar es el británico Matthew Vaughn que ya lo hizo con Kick-Ass y Kingsman: Servicio Secreto, film de 2014 inspirado en el cómic que el autor de The Authority ideó junto al dibujante Dave Gibbons (Watchmen).




La cinta protagonizada por Colin Firth, Taron Egerton, Samuel L. Jackson, Michael Caine o Mark Strong no sólo superaba considerablemente a la obra original en viñetas que no pasaba de entretenimiento cumplidor, también se reveló como una pieza demencialmente divertida con la que el autor de Stardust o Layer Cake se mostraba como uno de los directores de cine de acción más resueltos del panorama cinematográfico actual, algo de lo que previamente ya había dado buenas muestras en Kick-Ass y X-Men: Primera Generación. La prensa especializada recibió considerablemente bien Kingsman: Servicio Secreto y la taquilla respondió en consecuencia ante la propuesta ideada por Vaughn y su habitual colaboradora, Jane Goldman, de modo que la idea de una secuela empezó a gestarse en las oficinas de 20th Century Fox y Marv Films, productora propiedad del mismo Vaughn, poco después del éxito a nivel mundial de la primera entrega.




Kingsman: El Circulo de Oro es la demostración y confirmación de que la obra secuencial de Mark Millar ha cobrado una dimensión tran grande que, al igual que le ha sucedido a otros autores como Frank Miller o George R.R. Martin ya dentro de la literatura, Hollywood ha llegado a fagocitarla. Esta secuela de 2017 no está basada en ningún cómic del guionista escocés, porque nunca llegó a publicar una secuela de Kingsman: Servicio Secreto en la que Matthew Vaughn y Jane Goldman pudieran inspirarse. Evidentemente esto no resultó un impedimento para que la maquinaria se pusiera en funcionamiento, con el beneplácito del mismo Millar, y la secuela fuera tomando forma con el reparto de la primera parte casi al completo y algunos nuevos fichajes como los de  Julianne Moore, Halle Berry, Pedro Pascal, Channing Tatum, Jeff Bridges o el cantante Elton John.




Los hechos de Kingsman: Golden Circle acontecen un año después de los del primer largometraje y estos toman como inicio la destrucción de la sede central de la agencia secreta Kingsman por parte de Poppy Adams, una perturbada empresaria que es la cabeza visible de una organización terrorista llamada Círculo de Oro que se dedica a distribuir a nivel global narcóticos adulterados cuyos efectos son letales para aquellos que los consumen. Eggsy y Merlín, que son los únicos supervivientes de los Kigsman, deberán viajar a Estados Unidos y hacer parada en Kentucky para asociarse allí con los Stateman, otra organización norteamericana dedicada al espionaje que usa como tapadera una destileria de whisky y que pondrá a disposición de los dos agentes británicos algunos de sus mejores hombres para encontrar a Poppy y desarticular su imperio del crimen.




Matthew Vaughn y Jane Goldman juegan la carta de la sinceridad desde el primer momento en Kingsman: El Círculo Dorado. La secuencia del taxi que abre el largometraje es toda una declaración de principios por parte de la obra ya que en esos poco más de diez minutos se condensa toda la esencia de esta secuela que hace suya la ley del "más y mejor" pero con unos resultados considerablemente meritorios. Escenas de acción física imposibles, persecuciones automovilísticas inverosímiles (con el derrape más largo de la historia del cine), una resistencia a los golpes fuera de lo común por parte de los dos implicados y brazos mecánicos controlados a distancia que son capaces de hackear los sistemas de seguridad de la agencia secreta más poderosa de Gran Bretaña. Llegados a este punto sólo queda tomarlo o dejarlo y si el espectador decide dejarse llevar por la propuesta de los autores la recompensa merece la pena.




Esta secuela de Kingsman: Servicio Secreto es nuevamente una parodia hiperbólica y exagerada de las películas de James Bond, sobre todo de las más vitriólicas que podrían fácilmente ser las protagonizados por Roger Moore a lo largo de la segunda mitad de los 70 y la primera de los 80, tomando de ellas no pocas ideas narrativas, estilísticas y conceptuales. Esta seña de identidad que nacía en el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons y de la que se alimentaba el primer film es aquí llevada a un nuevo nivel con un encadenado continuo de secuencias de acción frenética que aún llegando e ocasiones a adentrarse en el complicado e inestable terreno de lo granguiñolesco siempre salen airosas gracias a la excelente labor detrás de las cámaras de un Matthew Vaughn que hasta del exceso de CGI sabe sacar partido a lo largo de su último proyecto como realizador.




En este contexto volvemos a encontrarnos agentes secretos de una condición física sobrehumana, villanos casi indestructibles y carismáticamente unidimensionales, persecuciones, tiroteos, hemoglobina salpicando a la cámara, atronadora música pop acompañando las coreografías de destrucción y muerte protagonizadas por los personajes y situaciones tan disparatadas que sólo podrán ser disfrutadas si nos entregamos sin miramientos una suspensión de la credibilidad que nos permita meternos de lleno en la montaña rusa que nos propone Matthew Vaughn. En el proceso, y al igual que sucedía con la película primigenia Kingsman: El Círculo Dorado contiene no pocos pasajes memorables en los que la violencia explícita, la bravuconería, el potente acabado técnico y la estupidez se dan la mano para ofrecer algunos de los momentos más divertidos vistos delante de una pantalla este 2017.




Al bastante convincente trío de protagonistas de la primera entrega, Taron Egerton, Mark Strong y Colin Firth se unen nuevos fichajes como unos episódicos Channing Tatum y Jeff Bridges, una encantadora Halle Berry y unos divertidos Bruce Greenwood y Emily Watson. Pero son Juliane Moore y sobre todo Pedro Pascal los mejores fichajes de Kingsman: El Círculo de Oro. La primera por abordar desde la contención y una sempiterna sonrisa su deliciosa villana de opereta y el segundo por convertir a su agente Whiskey en el mejor personaje de todo el largometraje siendo el protagonista de algunas de las mejores secuencias de acción del film. Por último especial mención a Elton John cuyas penosas dotes interpretativas son proporcionales a su impagable sentido del humor y la autoparodía que le permiten formar parte de los mejores gags cómicos de la película, como el de la patada voladora o el del perro robot en la bolera.




Más alocada y divertida que su predecesora, también menos consistente narratívamente y algo pasada de rosca que aquella, Kingsman: El Círculo Dorado no sólo es consecuente con lo que pudimos ver en la primera película, también respeta la esencia del cómic de Mark Millar y Dave Gibbons, Matthew Vaughn, Jane Goldman y el resto de colaboradores implicados en el largometraje ofrecen ingentes cantidades de fruición, salvajismo, falsa incorrección política (su mensaje en contra del consumo de drogas es tan simplista como inesperado) y humor negro o escatológico (el impagable comentario del anciano del asilo después de la situación con el teleférico) son suficientes ingredientes agradables para que los 141 minutos que dura la cinta pasen en un suspiro, la propuesta haga disfrutar a los espectadores y estos la olviden inmediatamente después de salir de los multicines en los que la proyecten. Nadie le ha pedido más al director británico ni él se ha visto en la necesidad de ofrecerlo.


jueves, 12 de octubre de 2017

El Juego de Gerald, sola en la oscuridad



Título Original Gerald's Game (2017)
Director Mike Flanagan
Guión Jeff Howard y Mike Flanagan, basado en la novela de Stephen King
Reparto Carla Gugino, Bruce Greenwood, Henry Thomas, Kate Siegel, Carel Struycken, Chiara Aurelia




La Torre Oscura, It, próximamente 1922 y a modo de series televisivas La Niebla y Castle Rock. Este año 2017 las adaptaciones a la pantalla grande y pequeña de novelas de Stephen King están de enhorabuena y no porque todas ellas estén siendo un éxito (mientras el film de Andrés Muschietti se ha convertido en la película de terror más taquillera de la historia la traslación a imágenes en movimiento de las aventuras del pistolero Roland Gilead ha sido un considerable batacazo de taquilla) sino porque no se recuerda a corto plazo una temporada con tanta y tan variopinta propuesta centrada en trasladar la palabra del autor de Maine a los medios audiovisuales. Netflix también se ha subido el carro y el pasado 29 de septiembre estrenó dentro de su catalogo El Juego de Gerald, versión cinematográfica de la novela homónima de King editada en 1992 que la plataforma streaming se ocupa de distribuir estando protagonizada por Carla Gugino (Sin City) y Bruce Greenwood (Kingsman: El Círculo de Oro) entre otros. El encargado de dirigir y co escribir, junto a Jeff Howard, el largometraje es el cineasta Mike Flanagan, conocido dentro de los círculos del cine de terror por algunas de sus obras previas como Ouija: El Origen del Mal, Hush, Somnia: Dentro de tus Sueños (Before I Wake) o la saga Oculus.




Como novela El Juego de Gerald se alejaba un poco del terror más ortodoxo cultivado por Stephen King en obras como El Resplandor, El Misterio de Salem’s Lot o Cementerio de Animales y se acercaba más a relatos de suspense como Misery, Ojos de Fuego, La Zona Muerta o algunas de las piezas que escribió bajo el pseudónimo Richard Bachman como Carretera Maldita (Roadwork). La historia narra cómo un matrimonio de mediana edad formado por Gerlad (Bruce Greenwood) y Jessica (Carla Gugino) decide pasar un fin de semana en una casa a las afueras de la ciudad para intentar despertar su algo aletargada vida sexual. Justo cuando empiezan a realizar lo que pareja llamaba el “Juego de Gerald”, consistente en esposar a la mujer al cabecero de la cama, este sufre un infarto de miocardio fulminante que lo mata en acto dejando a Jessica maniatada, alejada de la civilización y a merced de un perro hambriento y un extraño individuo al que ella llama “Luz de Luna. La mujer tratará de salir viva de esta situación límite sirviéndose sólo de su ingenio e instinto de supervivencia, aunque no sin antes enfrentarse en el proceso a muchos de los fantasmas de su pasado que harán acto de presencia cuando su sus facultades mentales comiencen a mermar.




Vaya por delante que la versión cinematográfica de El Juego de Gerald es considerablemente fiel a la novela en la que se basa, tanto que hace unos días hubo cierta polémica cuando el largometraje se estrenó por el hecho de que Mike Flanagan y sus colaboradores han querido ser tan respetuosos con el material original que han incluido tal cual el prólogo del libro que en su momento fue acusado de romper el tono del trabajo de Stephen King, pero de eso puntualizaremos algún detalle más adelante. Lo cierto es que sin ser una obra brillante la película de Mike Flanagan tiene algunos alicientes y aciertos que la convierten en una pieza meritoria, tan sencilla como bien ejecutada y con varios pasajes memorables. Vaya por delante que trasladar al medio audiovisual un trabajo literario que ocurre casi en su totalidad en la mente de su personaje protagonista es de un mérito para quitarse el sombrero y tanto Flanagan como Jeff Howard consiguen mantener el interés del espectador gracias a una escritura sólida y bien estructurada que alterna el tour de force entre sus dos actores principales con los flashbacks de la infancia del personaje de Jessica que se suceden a lo largo de casi todo el metraje.




En cuanto a la dirección del autor de Absentia podemos hablar de tres grandes virtudes a la hora de abordar un producto como el que nos ocupa. En primer lugar consigue adaptar su puesta en escena a una casi única localización que es la habitación de matrimonio donde sucede el grueso del relato, consiguiendo transmitir por medio de las cuidadas angulaciones, sutiles movimientos de cámara y la colocación de los encuadres una continua y creciente sensación de claustrofobia y amenaza que recae completamente en el personaje de Carla Gugino. En segundo lugar consigue ejecutar un puñado de escenas considerablemente efectivas relacionadas con el “Moonlight Man” que eludiendo jump scares de baratillo y efectismos innecesarios llegan a transmitir una perversa inquietud que dan muestra clara de que el cineasta estadounidense lleva años curtiéndose dentro del género de terror. Por úlitmo, y aunque es algo que cualquier cineasta con un mínimo de inteligencia haría, Flanagan se dedica a dar cancha a su pareja de protagonistas para que puedan deslumbrar con un trabajo que es casi una obra de teatro en la que ambos aprovechan al máximo el entorno perfecto en el que se encuentran para explotar concienzudamente sus capacidades interpretativas.




Porque si algo destaca en un proyecto como El Juego de Gerald es su pareja de protagonistas. El canadiense Bruce Greenwood aborda con soltura un papel que parece hecho a su medida, el de hombre y marido ejemplar que esconde ciertas conductas oscuras en su psique que irán saliendo a la luz poco a poco aunque la mayor parte de ellas sean puestas en tela de juicio desde la personal visión de su esposa. En cambio Carla Gugino realiza el mejor trabajo de toda su carrera con un rol complicado tanto física como psicológicamente, teniendo que que realizar la mayor parte de su trabajo sentada y atada a una cama y recibiendo por fin un reto interpretativo en el que su belleza o físico no tienen por qué determinar la personalidad del personaje. Entregada a la causa, recibiendo inestimable ayuda de unos magníficos efectos de maquillaje y protagonizando uno de las escenas mejor realizadas en cuanto a violencia explícita de lo que llevamos de año (la demostración de que no son necesarios litros de hemoglobina y cantidades industriales de vísceras para realizar una escena impactante que transmita malestar al espectador) la actriz de Watchmen resuelve con nota la difícil tarea de dar vida a un personaje tan interesante y poliédrico como el de Jessica.




Con varios puntos en común con otras de las mejores, y menos conocidas, adaptaciones de novelas de Stephen King al celuloide como Eclipse Total (Dolores Claiborne) o Cujo, un epílogo que sin ser desdeñable sí se asemeja al del libro en que rompe en cierta manera la atmósfera onírica de gran parte del relato (aunque siempre es un placer ver a Carel Struycken en pantalla sea dentro o fuera de Twin Peaks) y hasta unos secundarios que con su breve aparición demuestran veteranía (Henry Thomas) y un prometedor futuro (Chiara Aurelia) El Juego de Gerald no será recordada en un futuro como una gran película o una pieza que marque un antes y un después dentro de las traslaciones cinematográficas, o televisivas, de relatos del autor de Maine. Pero gracias a la meritoria labor de sus equipos técnico y artístico y a la inteligencia demostrada por sus principales responsables a la hora de mantener el subtexto perverso y nada complaciente del autor de Christine o Los Chicos del Maiz, que no siempre es respetado cuando la letra se extrapola al celuloide, nos encontramos con un producto que merece la pena el visionado dejando claro con su eficiencia que la obra literaria del padre de Joe Hill sigue siendo una efectiva fuente de inspiración para Hollywood.