jueves, 30 de junio de 2016

Buscando a Dory



Título Original Finding Nemo (2016)
Director Andrew Stanton y Angus MacLane
Guión Victoria Strouse y Andrew Stanton




Si el pasado 2015 tuvimos doble ración de Pixar (ya que en 2014 la productora estuvo en barbecho) con la ingeniosa y celebrada Del Revés (Inside Out) y la entrañable e infravalorada El Viaje de Arlo (The Good Dinosaur) el presente 2016 no se libra de su habitual estreno cinematográfico nacido en el seno de la productora comandada por John Lasseter, siempre al servicio de una Disney que compró los derechos de la misma en 2006. Al igual que con aquella Monstruos University que hacía de precuela de Monstruos S.A o Toy Story 3 que culminaba una trilogía brillante protagonizada por los muñecos de juguete Buzz Lightyear y el vaquero Woody en esta ocasión las cabezas pensantes de la casa del flexo Luxo vuelven a recurrir a extender el microcosmos de uno de sus mayores éxitos. Buscando a Nemo se estrenó hace ya la friloera de trece años y como suele pasar casi siempre con los proyectos de Pixar fue todo un éxito de crítica y público. La búsqueda por parte del pez payaso Marlin, aunando fuerzas con la pez cirujano Dory, de su pequeño hijo Nemo se convirtió en otra de esas obras maestras con vocación de clásico que los ideólogos de la productora norteamericana saben regalarnos de vez en cuando. Aunque no podemos considerarlo uno de los mejores films de Pixar (un servidor afirma sentir más admiración por joyas como Wall-E o Los Increíbles) aquella historia dirigida por Lee Unkrich y Andrew Stanton y escrita por este último junto a Bob Peterson y David Reynolds se revelaba como una cinta de animación ejemplar con una mezcla potentísima de drama, humor, amor y aventura, admitiendo un servidor que nunca se ha reído tanto con una cinta de animación como cuando fue a ver en pantalla grande esta enésima muestra del talento y la destreza del los muchachos de John Lasseter.




En esta ocasión el protagonismo recae sobre Dory, aquella entrañable pez cirujano con perdidas de memoria a corto plazo que se robaba todas las escenas de Buscando a Nemo, permitiendo por primera vez Pixar que uno de esos secundarios inolvidables a los que saben dar forma en prácticamente todas sus producciones pueda ser el núcleo central por primera vez su propia aventura en la que esta vez los protagonistas de la cinta primigenia de 2003 serán sus acompañantes. Buscando a Dory (el título del film da pie a engaño, ya que esa búsqueda a la que el mismo hace referencia es de carácter existencial, no físico) tiene lugar un año después de lo acontecido en su predecesora y narra la historia sobre la búsqueda por parte de esta, junto a sus amigos Nemo y Marlin, de sus padres. Este sencillo y manoseado punto de partida sirve no sólo para que Andrew Stanton, Angus MacLane y Victoria Strouse hilen una aventura de proporciones épicas protagonizada por los tres pequeños peces, sino también para reafirmar la personalidad de un personaje tan entrañable como Dory del que conoceremos su infancia, los motivos por los que se separó de sus padres y todo ello con el único fin de encontrar a sus ya mencionados progenitores y mediante ello también a sí misma. Todas estas ideas hacen de Buscando a Dory uno de los mejores productos cinematográficos del año 2016, otro triunfo de Pixar, pero está vez más adscrito a su rama más autocomplaciente y menos arriesgada.




Finding Dory posee muchísimos aciertos y a continuación enumeraremos algunos de los que ayudan a revelar su naturaleza de cinta brillante y perfectamente escrita o realizada. Por un lado y aunque el salto evolutivo de la animación por ordenador de 2003 a la actualidad es más que notable los autores del film no dudan en utilizar una estética idéntica a la de Buscando a Nemo, al menos en lo que a retratar a los personajes principales se refiere, todo para mantener el tono de aquella primera entrega y así afianzar ese afán que tienen los trabajadores de Pixar por dejarse imbuir en un clasicismo cinematográfico que hunde sus raíces más allá del género animado. Otro de los hallazgos del film es, paradójicamente, su tono cercano al thriller, no en un sentido genérico pero sí en esa estructura narrativa en la que gracias a los recuerdos que Dory va recibiendo a modo flashbacks (el uso de los mismos a lo largo de la película es sencillamente ejemplar y con ellos conocemos a la entrañable Dory pequeñita) y que le sirven como pistas para dar con el paradero de Jenny y Charlie, sus padres, incluyendo referencias que nos recuerdan incluso a Memento, de Christopher Nolan. Este discurrir de la trama en el que el espectador debe estar atento a todo lo que acontece en pantalla se auna con el ya mencionado legado de lo clásico que es marca de la casa dentro de la factoría y permite a Buscando a Dory tomar una personalidad bicéfala como producto cinematográfico que se puede inclinar tan pronto por homenajear a autores como Charles Chaplin o Jacques Tati como a jugar con texturas y o resoluciones visuales como ese pasaje subjetivo desde el punto de vista de Dory que se antoja un dechado de virtudes narrativas y conceptuales.




La última producción de Pixar también recurre a otras de sus señas de identida como es la creación de personajes secundarios sencillamente brillantes que en no pocas ocasiones consiguen que estemos más pendientes de ellos, sus hazañas y sus ocurrencias que de la trama principal en la que los tres protagonistas están implicados. Dentro de estos nuevos personajes debemos destacar a Hank el pulpo, un descacharrante octópodo experto en camuflarse con su entorno y al que los directores del film recurren cuando quieren hacer uso del slapstick y el humor físico propio del ya mencionado Chaplin y Buster Keaton o los diálogos llenos de ironía y mal humor. Por otro lado tenemos la divertida pareja formada por el tiburón ballena Destiny y la beluga Bailey que ayudarán a los protagonistas a encontrar a los padres de Dory, el trío de leones marinos y ese desquiciado colimbo llamado Becky que tiene momentos remarcables cuando comparte pantalla com Marlin. Todos estos personajes de reparto se suman a los tres principales y dan pie a momentos que muestran la mejor cara cómica de una obra como la última producción de Pixar. Becky ayudando a Nemo y Marlin a encontrar a Dory con el uso del cubo o los tres leones marinos haciendo lo propio, la enorme química de Dory con Hank que comparten secuencias para quitarse el sombrero (como la del carricoche que a un servidor casi hizo llorar por culpa de la risa continuada) y que tienen su clímax en la caída al vació del camión por el terraplén al ritmo de What a Wonderful World de Louis Armstrong, un gag totalmente antológico.




Pixar lo ha vuelto a hacer, Buscando a Dory no sólo es una secuela a la altura de su hermana mayor, también es un producto que mantiene el tipo con respecto al resto de producciones de la casa que fundaron Edwin Catmull y Alvy Ray Smith y que llevaron a lo más alto John Lasseter o Steve Jobs entre otros. Evidentemente podemos achacarle que al igual que las secuelas de Toy Story o la precuela de Monstruos S.A peca de conservadora con respecto a ofrecer algo nuevo como continuación de un film que marcó unas pautas que aquí de manera un tanto cobarde son copiadas de manera extrema para no arriesgar innecesariamente, pero más allá de eso poco más le podemos reprochar. Evidentemente la apuesta a Disney y Pixar les ha salido bien, ya que Finding Dory ha marcado un hito convirtiéndose, gracias a sus 136,1 millones de dólares, en el mejor estreno de una película animada de la historia en Estados Unidos. Como ya hemos comentado en otras ocasiones la influencia del director de Toy Story o Cars como director creativo en la rama cinematográfica animada de Disney está dando unos grandiosos frutos ya que no sólo Pixar ofrece sus ya conocidos productos de calidad a la casa del ratón Mickey, sino que producciones como Enredados (Tangled), Frozen, Big Hero 6 o la reciente Zootrópolis son muestras cristalinas de que el hogar del tío Walt está en uno de sus mejores momentos después del bajón que sufrió durante la segunda mitad de los 90 y la primera de los 2000, de modo que esperemos que esta racha dure mucho tiempo. Por último mencionar que el cortometraje Piper es una obra maestra y habrá que seguir muy de cerca a su director Alan Barillaro, que posiblemente en un futuro no muy lejano nos de más de una alegría en formato largo dentro de la misma Pixar.


lunes, 27 de junio de 2016

Ninja Turtles: Fuera de las Sombras



Título Original Ninja Turtles: Out of Shadows (2016)
Director Dave Green
Guión Joseph Applebaum y Andrew Nemec basado en los personajes de Kevin Eastman y Peter Laird
Actores Megan Fox, Will Arnett, Laura Linney, Tyler Perry, Alan Ritchson, Jeremy Howard, Pete Ploszek, Noel Fisher, Brian Tee, Tony Shalhoub, Stephen Amell, Brittany Ishibashi, Stephen Farrelly, Gary Anthony Williams





Dos años después de su predecesora llega a las pantallas españolas, y a las del resto del planeta, la segunda entrega de la visión que el director Michael Bay, esta vez en su faceta como productor, y sus socios están dando de las Tortugas Mutantes Ninja adolescentes, el cómic que los autores Kevn Esatman y Peter Laird crearan en 1984 para la editorial independiente Mirage Studios que supo sacar partido a las correrías en viñeta de los quelonios Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello para convertir su marca en una descomunal franquicia a nivel global que invadió el mundo (como recordamos hace poco en el artículo que le dedicamos al fenómeno de la “Tortugamania”) y en la que tenían cabida cómics, videojuegos, series animadas, figuras de acción y una trilogía cinematográfica que hizo las delicias de millones de espectadores durante la primera mitad de la década de los 90. Durante el año 2013 fuimos asistiendo a cómo Paramount Pictures y Nickelodeon Movies iba mostrando con cuentagotas material relacionado con esta nueva versión cinematográfica de las Tortugas Ninja auspiciada por el realizador de la saga Transformers con la ayuda de los guionistas Josh Appellbaum, Andrew Nemec y Evan Daugherty al guión a los que se sumaba el sudafricano Jonathan Liebesman ocupando la silla del director del proyecto. Aunque gran parte del material que fuimos viendo a la largo del proceso de producción del film no puntaba buenas maneras (desde el tosco diseño de las tortugas hasta los innecesarios cambios con respecto a su génesis como mutantes) Ninja Turtles supuso una agradable sorpresa por el simple hecho de que bajo su caparazón digital, su sobreproducción y su afán por el “cuanto más mejor” anidaba un certero y cariñoso retrato de los personajes originales, así como verdadero cariño por la esencia de los mismos.




Con esta segunda entrega Michael Bay y sus socios no han querido jugársela y han decidido repetir paso por paso lo que llevaron a cabo con la primera entrega multiplicándolo por dos y con la única peculiaridad que esta vez el guión está escrito sólo por Josh Appelbaum y Andrew Nemec en solitario y que el director mercenario de turno ya no es el de La Matanza de Texas: El Origen o Ira de Titanes, sino Dave Green el creador de la muy ochentera y spielbergiana cinta Tierra a Eco, de 2014. El resultado como era de esperar es idéntico al de la primera entrega pero con más ruido, más exceso visual y más efectos digitales, algo que atraerá a los que disfrutaron con la primera cinta y que repelará a los que aquella no les dijo nada o acabó disgustándoles. Si en el film anterior, que sirvió como tanteo para su autores a la hora de primera toma de contacto con el universo de las tortugas, no encontramos muchos personajes de los creados por Eastman y Laird en esta Ninja Turtles: Fuera de las Sombras tenemos un gran desfile de ellos copando protagonismo en pantalla aunque, como pasaremos algunos utilizados de manera más acertada que otros. Esta idea de saturar la pantalla con nuevos personajes es utilizada no sólo para que los protagonistas tengan más enemigos a los que enfrentarse sino también para apelar al fanservice con el que atraer la atención de aquellos que nos criamos disfrutando las aventuras en papel o pantallas de diferente tamaño de nuestros queridos quelonios.




Vaya por delante que el guion que Josh Applebaum y Andrew Nemec han ideado para Ninja Turtles: Fuera de las Sombras es un completo desastre, de hecho ha sido uno de esos no pocos libretos de Hollywood que este año han sido utilizados en producciones que comenzaban sus rodajes antes de que hubieran sido escritos en su totalidad. Esta realidad irrefutable se constata en pantalla cuando nos damos cuenta de que estamos asistiendo más a una serie de secuencias independientes expuestas de manera encadenada para tomar algo de lógica más allá de lo espectacularmente ejecutadas que están en el plano técnico. Todos los planes de los villanos, la presencia de Casey Jones, Krang, el Tecnódromo y el vórtice dimensional o la de Bebop y Rocksteady (mucho más justificada está la del científico Baxter Stockman) son simples apuntes de guión que se mueven entre lo caprichoso y lo peregrino, excusas narrativas de barraca de feria que, eso sí, tienen como única e irreprochable misión que podamos disfrutar en pantalla grande de tan icónicos personajes combatiendo con las Tortugas Ninja como lo han hecho cientos de veces en las distintas colecciones de cómics y en las varias series animadas que durante años han protagonizado. De hecho el uso que se hace de los personajes satélite que orbitan alrededor de las tortugas es muy irregular, ya que si la presencia del jabalí y el rinoceronte mutantes es de lo mejor del largometraje la presencia inane de Shredder o un Casey Jones que no lo parece confirman la naturaleza chapucera del guión de Applebaum y Nemec.




Pero en lo que no falla un producto como Teenage Mutant Ninja Turtles: Out of Shadows es en continuar el acertado retrato que hacía su predecesora no sólo de los cuatro protagonistas sino también de la relación paternal que estos tienen con un Splinter que de todas formas esta vez tiene un rol considerablemente más secundario. Aquí es donde el producto se hace fuerte al incidir en las inquietudes de los protagonistas, como los deseos de Michelangelo por integrarse en una sociedad que lo considera un monstruo o las dudas de Leonardo para ser un líder adecuado y así convertir a sus hermanos en un verdadero grupo que trabaje como una sola arma potente y letal, ideas que se potenciarán cuando entre en juego el mutagénico que puede cambiarles la vida y que los hará enfrentarse los unos a los otros. Por suerte aquí una vez más vemos al íntegro Leonardo, al orgulloso Raphael, al avispado Donatello y al entrañable Michelangelo, personalidades que amalagaman las señas de identidad de sus distintas contrapartidas en ficción (cómics, series animada, films en imagen real) y que respetan completamente la indiosincrasia que los convirtió en iconos de la cultura popular. Por descontado que los roles principales están envueltos por una parafernalia brutalmente exagerada, un barroquismo visual que parece no tener fin con un acabado tan meritorio como apabullante y un clímax bien resuelto pero que se antoja agotador de cara a la platea por ser una orgía digital estruendosa y espídica muy similar a las rectas finales de los cuatro films sobre Transformers que Michael Bay ha rodado hasta ahora, ya que su sello se deja ver a lo largo de todo el metraje (tanto aquí como en la primera entrega de 2014) aunque por suerte el humor y el perfil de los personajes que podemos disfrutar aquí son muchos más efectivos que los que imprime el director de Dolor y Dinero a las correrías encabezadas por Optimus Prime.




Ninja Turtles: Fuera de las Sombras, no engaña a nadie, de hecho incluso menos de lo que pudiera haberlo hecho su predecesora porque ahora “sabemos lo que hay”. Se trata de un producto de consumo rápido, que supera levemente el nivel de los blockbuster con los que nos suele asediar Hollywood actualmente (y es de un metraje agradecidamente más corto que el de aquellos) pero que no ofrece nada más que entretenimiento vacuo y fanservice (genial la referencia/puya a Vanilla Ice en el bar) bien dosificado. Aunque podemos achacar fallos como un Casey Jones pobrísimo al que a Stephen Amell no dejan sacar provecho (al igual que el protagonista de Arrow Elias Koteas también usaba la famosa máscara del personaje en una sola escena en el film de 1990, pero era mucho más creible dándole vida que su compatriota canadiense) un Shredder que no lo parece, que palidece ante el del primer film y del que se podía haber prescindido sin mayor problema y una Megan Fox en modo florero (más que que en la primera entrega si cabe) que se dedica casi en exclusividad a lucir palmito la última producción de Michael Bay basada en los personajes creados por Kevin Eastman y Peter Laird hace más de treinta años dejará, como ya hemos afirmado previamente, un buen sabor de boca a aquellos que disfrutaron con la primera parte que se estrenó en pantalla grande hace dos años y no será plato del gusto de aquellos que no sintieron simpatía alguna por ella. Esta secuela ha respondido bien en taquilla (copó el puesto número uno en la taquilla americana en su estreno) y la continuación está casi asegurada, la pregunta ahora es cuánto podrán seguir explotando sus ideólogos la tortuga de los huevos de oro antes de que un público algo cansado de superproducciones de esta índole (como apuntan los resultados de recaudación de este año en USA) acabe optando por otro tipo de celuloide más personal y menos superficial. Sólo el tiempo lo dirá.




lunes, 20 de junio de 2016

Expediente Warren: El Caso Enfield



Título Original The Conjuring 2 (2016)
Director James Wan
Guión Carey Hayes, Chad Hayes, David Leslie Johnson, James Wan
Actores Vera Farmiga, Patrick Wilson, Frances O’Connor, Madison Wolfe, Lauren Esposito, Patrick McAuley, Benjamin Haigh, Maria Doyle Kennedy, Simon Delaney, Franka Potente, Simon McBurney, Javier Botet





Desde que en el año 2004 adaptara al largo un cortometraje de su propiedad con Saw el cineasta australiano de origen malayo James Wan se ha autoimpuesto reinventar distintas ramas del cine de terror. La primera entrega de la saga del sádico Jigsaw y sus retorcidos juegos mortales adscritos al torture porn fue el primer paso, pero el coqueteo con los films protagonizados por “muñecos diabólicos” de Dead Silence (Silencio Desde el Mal) y su punto de vista sobre cine de casas encantadas y posesiones demoníacas con la franquicia Insidious demostraron que su intención era experimentar con una vertiente del género más adscrita a lo sobrenatural. Ya en 2013 estrenó su, hasta el momento, opus magna, aquella The Conjuring (Expediente Warren en España) protagonizada por Vera Farmiga y Patrick Wilson que se metían en la piel del matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren, una pareja de investigadores de lo paranormal (demonólogo él, clarividente ella) que en esa ocasión investigaban un caso relacionada con una familia numerosa, los Perron, que se habían mudado a una solitaria casa en Rhode Island. Con la ayuda Chad y Carey Hayes al guión y la supervisión de personas relacionadas con los casos supuestamente reales de los Warren James Wan puso todo su talento como narrador, su maestria con la puesta en escena, su inteligencia para transmitir desasosiego al espectador por medio de la atmósfera o el uso de la imagen y el sonido para ofrecer una obra que sin inventar absolutamente nada utilizaba todas las virtudes de las horror movies para potenciarlas exponencialmente y conseguir, no sólo ejecutar una obra cinematográfica brillante en varios aspectos, sino también transmitir en no pocas ocasiones verdadero y puro miedo a la platea, algo poco común en los tiempos que corren. Como era de esperar la cinta fue todo un éxito a nivel internacional, tanto como para dar pie un año después a un competente, pero menor, largometraje a modo de spin off llamado Annabelle protagonizado por la ya icónica muñeca maldita y rodado por John R. Leonetti, director de fotografía de The Cojuring.




Después de su exitoso coqueteo con la saga Fast & Furious de la que rodó su accidentada séptima entrega y de ceder la batuta de director de Insidious: Capítulo 3 a su amigo y colaborador Leigh Whannell (manteniendo este muy bien el tipo como comentamos en la reseña que le dedicamos en su momento al film) James Wan vuelve al género que mejor controla con la segunda entrega de The Conjuring, que en nuestro país se conoce como Expediente Warren: El Caso Enfield. Esta vez el director de Sentencia de Muerte y su grupo de guionistas se han basado en otro de las casos más famosos con los que el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren tuvieron relación. En el año 1977 en una casa del municipio londinense de Einfield, la familia Hodgson requirió los servicios de la pareja de parapsicólogos cuando Peggy, la madre soltera de cuatro vástagos, descubrió que una presencia sobrenatural estaba acosando a su familia y poniendo sus ojos concretamente en Janet, una de sus dos hijas. Curiosamente antes de que Ed y Lorraine decidieran cruzar el Océano Atlántico para investigar tan peliagudo caso los Hodgson y sus problemas con el “más allá” se convirtieron en la comidilla de los programas, periódicos y revistas sensacionalistas británicos de la época. De aquellos hechos se hicieron fotos y grabaron programas, de hecho no es difícil encontrar en la red material relacionado con lo a acontecido en Enfield y los supuestos poltergeist que habitaron en aquel inmueble. Como comentamos esta es la base sobre la que bascula la trama de The Conjuring 2 y con ella James Wan ha vuelto a dar en el centro de la diana con la que es desde ya una de las mejores películas de lo que llevamos de 2016.




Desde el primer plano el cineasta australiano lo deja claro, estamos en su terreno, nada ha cambiado en los tres años que separan la primera The Conjuring y esta segunda parte y para ello inicia su largometraje con un poderoso prólogo centrado en el famoso caso de Amityville anclando de esta manera las dos vertientes que ya son señas de identidad de la saga. Por un lado una remarcable intención por ceñirse si no a la realidad (permitid a este escéptico redactor seguir creyendo en la no existencia de entidades sobrenaturales o fantasmas de distinto pelaje) sí a unos hechos muy bien documentados para ser fieles al material supuestamente verídico que toma como base narrativa y por otro homenajear a otros films o franquicias (en esta caso la de Terror en Amityville que vio la luz en 1979 alargándose con un buen puñado de secuelas y hasta un remake o algunos proyectos de factura más reciente como Babadook) que sirven como inspiración al director para dar forma a su criatura. Pero lo que también llama la atención en esta ocasión es que The Conjuring 2 deja un poco de lado el tono más clásico de su predecesora, no sólo para entregarse a una puesta en escena más dinámica e inquieta formalmente, sino también para tender en más de una ocasión puentes con su saga hermana Insidious, de hecho en no pocas ocasiones esta Expediente Warren: El Caso Enfield parece tener más hallazgos visuales y resoluciones formales en común con la otra gallina de los huevos de oro de James Wan que con su hermana mayor estrenada en 2013.




Independientemente de este pequeño cambio de tono que le acerca más (puede que de manera intencionada) al cine de terror de los ochenta que al de los setenta del que se alimentaba la primera entrega el trabajo de James Wan en esta secuela vuelve a alcanzar niveles altísimos de calidad. El futuro director de Aquaman se encuentra en pleno uso de sus facultades como narrador y eso se nota tanto en el plano técnico como el artístico a lo hora de guiar adecuadamente a un reparto al que exprime al máximo. The Conjuring 2 una vez más se revela como una producción realizada con un minimalismo desarmante por parte de un autor que ya tiene una impronta reconocible y que sabe hacer uso de la misma para ofrecer momentos que dejan al espectador agarrado a la butaca o soltando las ya clásicas risas nerviosas tras uno de los múltiples sustos que pueblan el metraje. Wan nuevamente se muestra como un maestro a la hora de controlar el timing, con una pericia fuera de lo normal a la hora de sustentar su trabajo en la dirección de fotografía y el estilismo visual de su obra para crear una atmósfera opresiva que crispa los nervios de una platea que siente más miedo cuando imagina lo que va a suceder en pantalla que cuando finalmente ve cuál es el hecho sobrenatural que el director y sus guionistas han pensado para ponernos contra las cuerdas. Al igual que en la primera película las secuencias de terror que pueblan la cinta que nos ocupa no recurren al golpe de banda sonora, no buscan el salto impulsivo del espectador de su asiento, sino por medio del “menos es más”, la sugestión visual y auditiva (una vez más los efectos de sonido son brillantes y ayudan mucho a crear la sensación de amenaza que sobrevuela todo el relato) transmitir una sensación de malestar al que visiona que apele a sus miedos intrínsecos, aquellos que forman parte de la cultura popular y las leyendas urbanas y que aquí Wan vuelve a utilizar con un pulso sencillamente apabullante.




Los pasajes en los que James Wan sabe sacar oro de localizaciones exiguas (la casa de Enfield en la que tiene lugar esta secuela es mucho más pequeña que la de los Perron del primer film y aquí también es expuesta casi en su totalidad por medio de un travelling trucado que contextualiza espacialmente el tablero con el que jugaran los responsables del largometraje) o actores que prefieren abordar sus roles por medio de la sutilidad eludiendo todo tipo de exageración o sobreactuación para con ello mostrar verdadero terror cuando se enfrentan a los entes extraterrenos que les amenazan son continuos a lo largo del metraje, aunque en número no son tantos como los de la primera película que he revisado hoy en pantalla grande junto a la secuela y no daba un minuto de respiro al espectador. Como previamente hemos comentado Wan prefiere recurrir al “sugerir más que mostrar” para construir los momentos más brutales de su último trabajo. Desde ya situaciones como la del sueño de Lorraine, la entrevista con Janet delante de las cámaras, la habitación con las cruces invertidas o la del “Hombre Torcido” (al que da vida nuestro Javier Botet) entre otras, se encuentran entre lo mejor jamás rodado por su realizador. Pero es de recibo destacar dos momentos del metraje que son desde este mismo momento muestras impecables del mejor terror contemporáneo como son todo lo acontecido con el cuadro que pinta Ed y sobre todo el interrogatorio de este último a Janet con la imagen de la niña desenfocada a las espaldas del personaje de Patrick Wilson, un tour de force interpretativo, estético y conceptual que confirma a James Wan como uno de los mejores autores de cine de género del panorama fílmico actual, dos momentos ejecutados con una pericia digna de los más grandes que se quedan grabados en la retina del espectador largo tiempo después de que las luces de la sala se enciendan al finalizar la película.




Un dúo de actores totalmente compenetrados como Patrick Wilson y Vera Farmiga, que en todo momento parecen un matrimonio real, apoyados por un grupo de secundarios que cumplen su cometido de permitirnos empatizar con sus desgracias (enorme trabajo de Madison Wolfe como la sufrida Janet) un guión perfectamente escrito que sabe medir los tiempos y ofrecer una galería de situaciones extremas con las que el espectador nunca baje la guardia y un director fuera de serie que es capaz de transmitir miedo con una tienda de campaña al fondo de un pasillo en penumbras o con un plano subjetivo que nos muestra la miopia momentánea de un personaje que de esta manera no puede percibir la presencia que se encuentra junto a él en ese mismo instante son muchos de los hallazgos de esta Expediente Warren: El Caso Enfield que nos hacen pasar por alto ciertos lugares comunes con respecto al cine de terror como retratar a los “escépticos” como personajes estúpidos, engreídos y unidimensionales (aunque Franka Potente lo haga tan bien como siempre con su breve papel) algún pasaje de terror no del todo bien rematado (la mayoría de los relacionados con Bill Wilkins son geniales, pero un par de ellos no están todo lo bien ejecutados que debieran) o contados momentos renqueantes que lastran la narración cuando hacemos la transición de Estados Unidos a Inglaterra, todos ellos errores nimios que no pueden ensuciar el buen hacer de una producción casi intachable. Aunque queda un peldaño por debajo de la primera entrega The Conjuring 2 es una de las mejores obras cinematográficas de la temporada, la muestra clara de que no hace falta inventar nada para sorprender al espectador mientras el jefe de ceremonias tenga el suficiente talento y el necesario conocimiento con respecto al material de partida con el que va a construir su historia, en este caso una de las más terroríficas de los últimos años.

sábado, 18 de junio de 2016

Dos Buenos Tipos



Título Original The Nice Guys (2016)
Director Shane Black
Guión Anthony Bagarozzi y Shane Black
Actores Ryan Gosling, Russell Crowe, Matt Bomer, Kim Basinger, Yvonne Zima, Keith David, Margaret Qualley, Beau Knapp, Angourie Rice, Daisy Tahan, Abbie Dunn, Michael Beasley, Joanne Spracklen, Dale Ritchey, Terence Rosemore, Chace Beck, Kahallyn Summer Cain, Cayla Brady, Murielle Telio, Lexi Johnson, Gary Wolf, Maddie Compton, Michelle Rivera, Joshua Hoover, Charles Green, Scott Ledbetter, Amy Goddard, Brian Gonzalez, Ty Simpkins




John Milius, Oliver Stone, Lawrence Kasdan o Paul Schrader son casos de guionistas que pusieron sus trabajos a disposición de otros directores y que más tarde decidieron pasarse (unos con más éxito que otros) al campo de la realización para llevar a imágenes sus propios libretos. Shane Black pertenece a este tipo de profesionales, siempre dentro del celuloide de acción del Hollywood de los 80 y 90, pero hasta hace poco no recibió todo el reconocimiento que merecía. Arma Letal, El Último Boy Scout o Memoria Letal (The Long Kiss Goodnight) son buena muestra de que Black entendía profundamente los resortes de las buddy movies (films de acción protagonizados por personajes antagónicos en personalidad, normalmente policías) y gracias a ello podía incluso reírse de su labor como escritor en ellas con aquella incomprendida joya adelantada a su época llamada El Último Gran Héroe (Last Action Hero) que dirigió el gran John McTiernan en 1993 y en la que la parodia, el homenaje, la coña continua y la metarreferencia campaban a sus anchas junto a un desdoblado Arnold Schwarzenegger. Esos apuntes sobre metetextualidad, sobre jugar con los resortes de las películas de acción americanas eclosionó al 100% cuando en el año 2005 se puso por primera vez detrás de las cámaras con Kiss Kiss Bang Bang, un film protagonizado por unos inolvidables Robert Downey Jr y Val Kilmer que llevó hasta el extremo deconstruir las señas de identidad de esas ya mencionadas buddy movies que él ayudó a hacer famosas. 




Contra todo pronóstico esa inclinación por diseccionar por medio de la sorna y la sátira un subgénero es la que utilizó en su única incursión en Marvel Studios en la polémica Iron Man 3 que escribió y dirigió sustituyendo a Jon Favreau. Un controvertido acercamiento a las aventuras de Tony Stark con un giro argumental relacionado con el villano, el Mandarín, que desagradó a muchos (sobre todo a los fans del personaje en los cómics) pero que era brutalmente coherente con lo que planteaba la cinta con respecto a los medios de comunicación y su uso como arma para transmitir miedo a a una sociedad que se cree todo lo que ve en una pantalla, buscando en el extranjero a un enemigo que siempre ha vivido en casa y tiene sus mismos rasgos. Tras el estreno de esta tercera parte de las correrías del Hombre de Hierro Black se tomó un respiro como director, saltó la noticia de su implicación en The Predator, la nueva entrega de la saga de los extraterrestres cazadores que él estuvo a punto de escribir en su origen (aunque al final sólo participó como actor en dicho film) y ya en el presente 2016 estrenó su nueva película como director, esta The Nice Guys que nos ocupa.




Te Nice Guys (titulada Dos Buenos Tipos en España) se estrenó en el pasado festival de Cannes recibiendo unas críticas aceptables pero no excesivamente elogiosas y esta vez un servidor está de acuerdo con nuestros vecinos franceses a la hora de evaluar el último largometraje de Shane Black. Por desgracia el tercer film como director del guionista de Una Pandilla Alucinante (The Monster Squad) no está a la altura de lo que se esperaba de él y más si tenemos en cuenta lo alto que dejó el listón con su ópera prima, la ya apuntada, Kiss Kiss Bang Bang que también abordaba este tipo de celuloide. Lo curioso es que Black pone en la coctelera de su último trabajo todos los ingredientes que él conoce y le pueden ofrecer un triunfo sin reservas como localizar y ambientar su historia e 1977, un dúo de actores entregados a la causa y unos secundarios que cumplen su cometido profesionalmente, acción, humor negro, algo de romance e incorrección política. El mayor problema con The Nice Guys es que a la hora de mezclar todos sus ingredientes Black prefiere dar más consistencia a la acción o la trama policíaca que al tono de comedia que en los diez primeros minutos de metraje prometen mucho para diluirse al poco tiempo y sólo mostrar la cara en momentos puntuales, varios, pero no los suficientes. Esta idea de estar más pendiente de construir una intrincada trama que interese al espectador con respecto a todo lo que oculta el caso de Amelia Kutter es la que sacrifica el lado sarcástico y vitriólico que por desgracia se ve muy escamoteado en pantalla.




Aquí Shane Black peca de confiado y deposita la mayor parte de su talento en uno de los dos géneros a los que recurre para dar forma a su proyecto, tomando la mala elección de dar menos peso al que le permite mostrarse como un narrador potente y con mucho gancho a la hora de encadenar gags y díalogos a velocidad luz y dándole más relevancia al más vistoso pero escasamente agradecido en cuanto a la escritura y el lucimiento de los actores se refiere. Dos Buenos Tipos exige mucho más humor, una cascada de situaciones tronchantes sin tregua como las que pudimos ver en Espías de Paul Feig o Deadpool de Tim Miller, films que aunaban el tono dinámico de tiroteos y persecuciones pero mayormente al servicio de la risa continuada que apele al desenfado y la carcajada cómplice del espectador casual. Por desgracia los momentos humorísticos de la película se espacian demasiado en el tiempo y no tienen toda la presencia que debieran. Por eso situaciones como la del coche del prólogo, la presentación de los dos personajes principales, la secuencia en la fiesta, la del retrete o varios de los gags de la recta final sólo son muestras fugaces de lo que podría haber sido el trabajo de Shane Black y su co guionista Anthony Bagarozzi si realmente se hubieran entregado sin reservas a la comedia desenfrenada, la sesión continua de situaciones pasadas de rosca que hicieran de los 119 minutos de metraje una experiencia de cine comercial frenético y alocado cuya única misión fuera desencajar la mandíbula del espectador.




Lo que más llama la atención es que Shane Black lo tiene todo para que ese humor explote y salpique de pintura azul a la platea desde el mismo arranque del metraje, no ya sólo porque al igual que suceddía con Kiss Kiss Bang Bang la trama sobre el matón a sueldo de buen corazón y el detective torpe que deben resolver un caso que mezcla pornografía con corruptelas políticas sea un terreno perfecto para parodiar las buddy movies con tanta mala baba como cariño por el subgénero sino porque sus dos actores principales son el perfecto catalizador para ofrecer gags de alto nivel. Russell Crowe se ocupa de ser el músculo (bueno, viendo su orondez en la película nadie lo diría), una mezcla entre Lino Ventura y Charles Bronson que se ocupa del rol de “tipo duro” de la velada a base de disparos, patadas y puñetazos dando perfectamente la réplica a un superlativo Ryan Gosling que devora la pantalla con su interpretación a lo Peter Sellers, con un uso impagable de la expresión facial (cuando encuentra un cadáver, pierde el habla, y sólo se expresa señalando el cuerpo inerte) y el humor físico que muestran una vis cómic hasta ahora desconocida en el actor de The Believer, Drive o Sólo Dios Perdona. Por ello se antoja más doloroso si cabe que Black no haya depositado más confianza en ese dúo de actores con una química intachable a los que se suma una entrañable Angourie Rice como la avispada Holly que comparte con ellos momentos tronchantes como ayudante más espabilada en lides detectivescas que la pareja de protagonistas.




De lo que no podemos acusar a Shane Black es de no ser consecuente con su estilo y su particular visión de ver el cine de acción. The Nice Guys es una socarrona carta de amor a las buddy movies con una trama que muestra deudas con films como El Gran Lebowski de los hermanos Coen, El Guateque (The Party) de Blake Edwards, la muy reivindicable Cosas que Hacer en Denver Cuando Estás Muerto de Gary Fleder o el cine exploit de los años setenta al que hace referencia paródica en todo momento lanzando dardos contra políticos, hippies o agentes de la ley. Tenemos ecos intertextuales que nos recuerdan a otros films escritos por él como Arma Letal o El Último Boy Scout (imposible no pensar en la deslenguada Danielle Harris de la cinta dirigida por Tony Scott y protagonizada por Bruce Willis al ver el descaro de Holly de Angourie Rice) y las secuencias de acción, como era de esperar viniendo de quien vienen, están bien rodadas y son vistosas en pantalla gracias a las dosis de humor incorrecto que tienen algunas de ellas (vecinas a las que vuelan la cabeza accidentalmente durante un tiroteo por estar mirando por la ventana, niñas arrojadas a través de cristaleras o mafiosos reventando contra el bordillo de una piscina tras improvisar un balconing) y cuando no le da por excederse con lo expositivo de su guión a la hora de dar pistas sobre la trama el ritmo es adecuado y certero, siempre que no volvamos a incidir en el tema de que el grandguiñol y la sana mala intención debería haber estado más presente a la largo del metraje.




Por desgracia Dos Buenos Tipos no ofrece todo lo que prometía y de hecho la desazón se hace notable cuando descubrimos que en sus trailers están prácticamente todos los gags potentes de su vertiente más cómica como producto de entretenimiento, transmitiendo cierta sensación de oportunidad perdida cuando termina su visionado. Como ya hemos comentado y al igual que otros cineastas duchos en cine de acción como Joss Whedon o el mismo Jon Favreau el punto fuerte de Shane Black es el humor, el mismo que siempre ha usado para reírse con cariño pero sin reservas de un subgénero que él ayudó a construir y al que en Kiss Kiss Bang Bang rindió mucho mejor tributo que en este, su último trabajo detrás de las cámaras. Ese no aprovechamiento de un género en favor del otro es el que desequilibra el conjunto de un producto como The Nice Guys, que ofrece mucho menos de lo que su interesante punto de partida y esperanzador arranque prometían en un principio. Incluso podríamos afirmar que Iron Man 3 era más agradecida en cuanto al humor que la cinta que nos ocupa, por mucho que con ello encendiera la ira de muchos fans de Marvel (los espectadores profanos no se tomaron tan mal ideas como la del Mandarín por el simple hecho de que no sabían quien era antes del ver la cinta) que no vieron con buenos ojos esa entrega a la mofa y la befa que destilaba su tono. Tras esta pequeña decepción sólo nos queda esperar a ver qué hace Black con esa The Predator con la que tratará de reverdecer los laureles de la saga ideada por John McTiernan y los hermanos Jim y Jon Thomas con el posible regreso de Arnold Schwarzenegger a la jungla para verse de nuevo las caras con los cazadores espaciales diseñados por Stan Winston y que posiblemente llegue a las carteleras de todo el mundo en el año 2018.



martes, 7 de junio de 2016

Ali, cuando éramos reyes



Título Original Ali (2001)
Director Michael Mann
Guión  Gregory Allen Howard, Stephen J. Rivele, Christopher Wilkinson, Eric Roth, Michael Mann
Actores Will Smith, Jon Voight, Jamie Foxx, Jada Pinkett Smith, Mario Van Peebles, Ron Silver, Giancarlo Esposito, Jeffrey Wright, Mykelti Williamson, Nona Gaye, Michael Michele, Joe Morton, Alexandra Bokyun Chun, Barry Shabaka Henley, Ted Levine





El pasado día 4 de Junio fallecía a los 74 años de edad por problemas respiratorios y después de décadas luchando contra el mal de parkinson Muhammad Ali, uno de los deportistas más grandes de la historia a nivel mundial y el boxeador más icónico del siglo XX. Nacido el 1942 en Louisville (Kentucky) con el nombre de Cassius Clay llegó a ser tres veces campeón del mundo de los pesos pesados, pero como muchos saben su vida era interesante más allá de los cuadriláteros, los rounds y los títulos, ya que a un nivel social y cultural se convirtió en uno de los personajes más relevantes de la historia reciente de Estados Unidos, como comentamos, no sólo por su aportación como profesional al mundo pugilístico, sino también por haber sido testigo de primera mano de varios hechos que cambiaron el devenir de su país de origen y que le curtieron o hicieron evolucionar como persona, para lo bueno y para lo malo, a un nivel que trascendió el mundo deportivo.




El cineasta estadounidense Michael Mann y su compatriota el actor Will Smith hicieron dupla en el año 2001 para llevar a la ficción la vida de Alí (recordemos que sus hazañas se han abordado en varios documentales, siendo el más famoso de ellos ese When We Where Kings de 1996 rodado por Leon Gast y cuyo título he elegido para esta entrada) en un biopic que hiciera justicia a la figura de Cassius Marcellus Clay Jr. El guión, que estaba basado en una historia de Gregory Allen Howard, lo reescribieron Stephen J. Rivele, Christophr Wilkinson y Eric Roth, pasó por las manos de directores como Ron Howard o Barry Sonnefield que finalmente no consiguieron sacar adelante el proyecto hasta que finalmente recayó en las manos de un Michael Man recién salido de la multinominada y muy reivindicable El Dilema (The Insider) protagonizada por unos pletóricos Al Pacino y Russell Crowe y con el tema de las corruptelas de las empresas tabacaleras americanas como telón de fondo.




Con un presupuesto de 107 millones de dólares, un reparto de campanillas en el que podemos encontrar junto a Will Smit a actores y actrices como Jamie Foxx, Jon Voight, Jada Pinkett Smith, Giancarlo Esposito, Ron Silver, Jeffrey Wright o Mario Van Peebles, el oscarizado mexicano Emanuel Lubezki en la dirección de fotografía, Lissa Gerrard y Pieter Bourke componiendo la soberbia banda sonora y un Michael Mann a la máxima potencia como cineasta controlando los mandos Alí lo tenía todo para convertirse en uno de los mejores films de aquel 2001, pero esto sólo sucedió a medias. El largometraje no tuvo el recibimiento esperado y fue tildado de tibio y distante por cierta parte de la prensa especializada. En esta reseña vamos a tratar de defender lo contrario, que el noveno trabajo del realizador de Heat es un magnífico biopic que elude muchos lugares comunes de este subgénero y consigue hacer honor a Muhammad Alí como icono y ser humano sin obviar algunos de los pasajes más reprobables de su vida.




Alí arranca en 1964 con el combate en el que el protagonista le arrebató el título de campeón de los pesos pesados a Sonny Liston y acaba diez años después haciendo lo propio en el mítico enfrentamiento con George Foreman que tuvo lugar en Kinshasa, Zaire. En este trayecto de diez años seguiremos al joven Cassius Clay consiguiendo sus primeros triunfos como boxeador, manteniendo relaciones sentimentales con hasta tres mujeres a las que no dio un trato digno, convirtiéndose al islam tomando el nombre de Muhammad Ali y trabando gracias a ello amistad con Malcolm X, perdiendo su licencia de boxeador al dar una rotunda negativa a alistarse en el ejército para combatir en la guerra de Vietnam por convicciones morales y descubriendo en su viaje a África que su peso como icono atravesaba las barreras de su país de nacimiento. Todo un trayecto vital que el film abarca en unos agradecidos, pero nunca aburridos, 150 minutos de metraje que Michael Mann y sus guionistas abordan con total profesionalidad y rigor narrativo.




Ese equilibrio entre la faceta profesional y privada del personaje protagonista es el que permite construir una historia sólida con la que abordar las distintas caras de la personalidad de Muhammad Alí, de hecho podríamos decir que su vida sentimental tiene más peso en la trama que su trayecto como deportista mostrándose este en ocasiones como la excusa, el McGuffin, para que el largometraje nos introduzca en lo que fue los días más importantes del homenajeado. Su origen humilde, su conversión al islam con todo lo bueno y malo que ello aportó a su vida, su relación y posterior distanciamento con Malcolm X (su asesinato y la posterior reacción del personaje de Will Smith es uno de los mejores pasajes del film) su fama de mujeriego o mal padre ese egocentrismo del que hacía gala dentro (en no pocas ocasiones humillaba innecesariamente a sus rivales) y fuera del cuadrilátero en algunos momentos nos parecen hechos y situaciones más importantes de su vida que los distintos y legendarios combates que llevó a cabo como boxeador.




Pero como es lógico los combates de boxeo son una pieza clave en el devenir de la cinta y los que ayudan a impulsar la trama del largometraje. Un servidor lo tiene claro, jamás se volverán a rodar escenas de boxeo como las de aquella obra maestra dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Robert De Niro emulando a Jake La Motta llamada Toro Salvaje (Raging Bull), films como Million Dollar Baby, The Fighter, las distintas entregas de Rocky o su reciente, y muy reivindicable, spin off Creed (de la que hablaremos a no mucho tardar en el blog) han dado muestras de cómo ejecutar excelentes secuencias pugilísticas, pero es de necios negar que el director de Al Límite (Bringing Out the Dead) o Kundun sentó cátedra en 1980. Michael Mann sabe esto y no quiere rizar el rizo en este apartado, pero eso no es óbice para que nos prive de su perspectiva de este deporte y de dar su visión de lo que debió ser estar dentro del cuadrilátero cuando el mejor boxeador de la historia se enfundaba los guantes. 




Ese nervio, esa precisión, esa fuerza en lo visual y narrativo que el director de El Último Mohicano siempre ha mostrado a la hora de rodar acción y que pudimos ver en films como la resultona Miami Vice o la soberbia Collateral es extrapolado aquí a unas peleas que hacen que la cámara, literalmente, vibre, con vigor y realismo epidérmico, encuadrando con fiereza los cuerpos moldeados en acero de sus personajes y que sólo se resienten (mínimamente) cuando añade breves planos rodados en ese formato digital con el que por aquel entonces comenzaba a coquetear y que hoy es el que siempre utiliza para sus trabajos, hasta en un género tan ajeno a estas vanguardias como el cine de mafiosos como pudimos ver en aquella Enemigos Públicos del año 2009 con Johnny Depp y Christian Bale viéndose las caras en las pieles de John Dillinger y Melvin Purvis respectivamente.




En no pocas ocasiones y por varios motivos me vino a la cabeza Oliver Stone visionando Alí. Por un lado ese enorme reparto de actores (no voy a destacar a nadie porque todos ellos hacen un enorme trabajo) congraciados con la mano de su director me recordaban a producciones del veterano de Vietnam como JFK: Caso Abierto, Nixon, Alejandro Magno o W, que estaban repletas de estrellas, también porque si el director de Platoon o El Cielo de la Tierra hubiera tomado las riendas de esta cinta lo que hubiera ganado en implicación moral también lo habría hecho en sensacionalismo y sobre todo porque al igual que la impagable Nacido el 4 de Julio con Alí nos encontramos con una película que salió adelante por la total implicación de su actor principal a la hora de dar vida a la personal real que protagoniza la obra, allí era el Ron Kovic al que interpretaba el mejor Tom Cruise de la historia y aquí el Muhammad Alí al que entrega todo lo que tiene dentro un Will Simith superlativo.




A nadie se le escapa que el subgénero biopic en la mayoría de las ocasiones tiene la misión de convertirse en vehículo de lucimiento del poderío dramático de sus actores protagonistas. Ahí tenemos ejemplos como la impúdica y llena de melaza Lincoln, con Daniel Day Lewis en la piel del decimosexto presidente de Estados Unidos a las órdenes de Steven Speileberg, la previsible Ray con Jamie Foxx bordando al cantante y músico Ray Charles para Taylor Hackford, La Dama de Hierro con una mimética Meryl Streep trabajando codo con codo con Phyllida Lloyd y hasta las vertientes en las que estas hagiografías no lo son tanto, por no escatimar los pasajes oscuros de las vidas de sus personajes principales, como la The Doors de, una vez más, Oliver Stone con Val Kilmer como Jim Morrison o Bird de Clint Eastwood (¿el mejor biopic de la historia del cine?) en la que Forest Whitaker hizó el papel de su vida como el saxofonista Charlie Parker sirven para que sus estrellas se cubran de gloria de cara a una platea y unos académicos que normalmente siempre premian con reconocimiento y galardones sus labores.




Will smith se une a esta galería de actores que aprovechan un biopic, la adaptación a la pantalla grande de la vida de una persona real, para ofrecer el mejor trabajo de su carrera. El intérprete de la saga Men in Black o la próxima Escuadrón Suicida consigue lo más elogioso que se puede decir de un actor que participa en una película biográfica, que el protagonista de El Príncipe de Bel Air desaparece desde el minuto uno de la pantalla y sólo queda Muhammad Alí. No sólo por haber curtido su cuerpo para emular al boxeador o por la caracterización que le permite mimetizarse con el tres veces campeón del mundo, también por la modulación de voz, la manera de andar, el estilo campechano de espetar sus bravatas, su carácter tierno a la par que irritante y que dan muestra del enorme trabajo de composición que Smith ofreció para el film de Michael Mann. En ese sentido y gracias a su trabajo queda grabado en la retina ese poderosísimo pasaje en el que en su carrera por las calles de un barrio marginal africano Alí va descubriendo que en ese continente es un icono que trasciende el deporte para convertirse en un ídolo a nivel social y cultural, todo esto acariciado por la maravillosa música de Salife Keita que con temas como Papa o Tomorrow hace el resto.




Seamos sinceros la mejor manera de homenajear a Muhammad Alí es ver sus combates, las entrevistas que ofreció (qué bien llevada está su relación con el periodista Howard Cossell interpretado por un irreconocible Jon Voight) o algunas de sus declaraciones (especialmente con las que argumentaba su negativa a ir a Vietnam) y para ello hay kilómetros de material de archivo. Pero sería de necios no reconocer el valor de esta Alí de Michael Mann y Will Smith que mereció en su época de estreno más reconocimiento del que recibió. Moviéndose entre el biopic políticamente correcto y el que trata de dar una visión políedrica de su protagonista pero funcionando al 100% en todos sus apartados y transmitiendo una emotividad a flor de piel que siempre ha estado ahí y en el 2001 de su estreno le fue negada la novena película del cineasta norteamericano puede considerarse una excelente homenaje a la vida y milagros, las luces y sombras, de una leyenda, la figura de una de las personalidades más importantes e inspiradoras de nuestra historia reciente.


lunes, 6 de junio de 2016

Alicia a Través del Espejo



Título Original Alice Trough the Looking Glass (2016)
Director James Bobin
Guión Linda Woolverton basado en la novela de Lewis Carroll
Actores Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Sacha Baron Cohen, Michael Sheen, Alan Rickman, Stephen Fry, Timothy Spall, Rhys Ifans, Ed Speleers, Barbara Windsor, John Sessions, Paul Whitehouse, Karol Steele




La relación de Disney y el cineasta Tim Burton viene de lejos. Durante la primera mitad de los 80 la casa del ratón Mickey contrató sus servicios, pero su peculiar visión entre oscura y gótica de la animación y el fracaso que supuso el hoy cortometraje de culto Frankenweenie (el de imagen real que serviría como base para la versión en stop motion a manos del mismo cineasta en 2012) fueron motivos suficientes para que la afamada productora diera la patada al futuro director de Batman o Mars Attacks!. Tras el descomunal éxito de su adaptación a la pantalla grande de las aventuras del personaje de DC creado por Bob Kane y Bill Finger Burton se labró una carrera llena de éxitos de crítica y público como Eduardo Manostijeras o Ed Wood y en el hogar del tío Walt volvieron a solicitar sus servicios como productor e ideólogo, de manera ocasional, para films de stop motion como la ya clásica Pesadilla Antes de Navidad o la infravalorada James y el Melocotón Gigante que adaptaba un relato de Roal Dhal. Pero en el año 2001 la suerte de Tim Burton cambió radicalmente cuando decidió embarcarse en la ardua tarea de rodar el remake del clásico de la ciencia ficción El Planeta de los Simios con el que el Franklin J. Schaffner llevaba a imagen la palabra del novelista Pierre Boulle en 1968. Tras este batacazo la carrera del norteamericano cayó en picado embarcándose en productos acomodaticios e indignos de su talento que mostraban a un autor anclado en una autocomplacencia artística que se alargó durante más de una década y aunque puntualmente seguía ofreciendo piezas memorables como La Novia Cadáver o Sweeney Todd: El Barbero Diabólico de la Calle Fleet e incluso obras maestras como Big Fish o la ya mencionada versión en largometraje de Frankenweenie la sensación de que su etapa dorada como cineasta había pasado era un secreto a voces.




A este grueso de su filmografía en el que producciones inocuas, irregulares o fallidas como Charlie y la Fábrica de Chocolate, Big Eyes o Sombras Tenebrosas se sucedían las unas a las otras pertenece Alicia en el País de la Maravillas, una especie de secuela en imagen real del clásico animado de la Disney que se inspiraba en las novelas Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí salidas de la mano del escritor británico Lewis Carroll. El largometraje una vez más mostraba a un Tim Burton autoindulgente que prefería que su sello y personalidad autoral quedara plasmada más por el enorme diseño de producción que Disney ponía a su disposición que haciendo suyas y utilizando sabiamente las señas de identidad que le habían convertido en uno de los cineastas más originales del panorama cinematográfico contemporáneo. En la cinta se alternaban fallos y virtudes, unos actores entregados a la causa con unos enormes Johnny Depp como el Sombrero Loco o Helena Bonham Carter como la Reina de Corazones se anteponían un guión deslavazado, una sobreproducción cargante que abusaba hasta lo extenuante de unos efectos digitales tan efectivos como excesivos y la desidia que transmitía un director al que en todo momento se le percibía haciendo su labor como jefe de ceremonias con el piloto automático accionado de principio a fin.




Aunque la prensa especializada no fue muy benévola con la película la taquilla respondió sobradamente, Disney tomó nota de tal hecho y sin prisa pero sin pausa se puso en marcha para ir dando forma a una secuela. De este modo la cinta que sirvió de inicio a la nueva ola de versiones en imagen real con la que Disney adapta sus clásicos animados (hace poco hablamos aquí de la magnífica El Libro de la Selva rodada por Jon Favreau) tendría una continuación en la que Tim Burton cedería la butaca del director a otro realizador y el tomaría el rol de productor dedicándose como autor a otros films como esa El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares que verá la luz próximamente, pero supervisando personalmente esta segunda parte con la que las aventuras de Alicia Kingsleigh volverían a la pantalla grande. El encargado de rodar esta continuación es el británico James Bobin, curtido como cineasta en los últimos films de los Teleñecos (los Muppet en su nombre original) el reparto está formado por prácticamente los mismos actores que el primer largometraje, la novela A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí volvería a ser el punto de partida argumental (con las licencias esperadas con respecto al escrito) y el resultado es nada más y nada menos que el esperado. Alicia a Través del Espejo es una cinta rudimentaria, impersonal y totalmente supeditada a lo que Tim Burton ya había llevado a cabo en la versión del año 2010.




Nada nuevo en el horizonte con esta Alicia a Través del Espejo, nos encontramos ante una nueva chuchería con una en casi todo momento artificiosa parafernalia visual sin fin que envuelve una historia del montón que se sostiene en pie a duras penas en un punto de partida en el que Alicia (Mia Wasikowska) vuelve a el País de las Maravillas para ayudar a su amigo el Sombrerero Loco (Johnny Depp) robando la poderosa Cronosfera a el Tiempo (Sacha Baron Cohen) y teniendo que enfrentarse en el proceso a su letal enemiga la Reina de Corazones (Helena Bonham Carter). Aunque la producción mantiene absolútamente toda la imagineria visual y el bestiario de personajes que Tim Burton adaptó, a su manera, de los escritos de Lewis Carroll esta nueva entrega se aferra desde su mismo arranque a la más notoria de las autocomplacencias, tejiendo un producto sin personalidad, que comienza de manera alarmantemente desangelada (la primera mitad del film parece en ocasiones un episodio de Érase Una vez con exceso de esteroides) para coger mejor ritmo conforme la trama va desarrollándose de manera irregular e impulsada por ideas argumentales que en no pocas ocasiones se muestran ante el espectador como incompletas o inviables en un plano narrativo. De este modo el film revela su naturaleza de consumo rápido a las órdenes de una Disney cuya autoría en la obra es incluso mayor que la del director de Beetlejuice o Sleepy Hollow.




Por desgracia no sólo en el apartado técnico se nota el tono desanimado de una producción en la que pocos de sus implicados han depositado verdaderas muestras de su talento, ya que el equipo artístico también deja notar en algunos aspectos que estaban allí para cobrar el abultado cheque y poco más. De la misma manera que Johnny Depp parece no estar ya verdaderamente a gusto en la piel del Sombrerero Loco y Anne Hathaway comienza a dar muestras de que no saber qué hacer a estas alturas con su Reina Blanca es esta vez Mia Wasikowska la que ha dado un enorme paso adelante con respecto a su insípida primera interpretación de Alicia (de hecho a un servidor le ha llamado siempre la atención que cineastas importantes como David Cronenberg, Gus Van Sant o Park Chan-Wook se fijaran en ella tras su tibio debut) llenando su personaje de vitalidad, simpatía y la expresividad que en 2010 brilló por su ausencia. Lo mejor de la velada es por un lado la revelación de Sacha Baron Cohen como Tiempo (no es de extrañar su presencia en el film si tenemos en cuenta que ya había trabajado previamente tanto con Tim Burton como con James Bobin) el villano de la velada que sabe sacar partido a su peculiar rol y sobre todo una Helena Bonham Carter que vuelve a devorar todos y cada uno de los encuadres que la cámara del director de El Tour de los Muppets le dedica a lo largo del metraje con esa Reina de Corazones que se mueve a placer entre lo irritante, la simpatía y la ternura.



Recomendada para aquellos que disfrutaron con la primera entrega de Tim Burton estrenada hace seis años y especialmente evitable para los espectadores que al verla salieron sobresaturados de CGI, extravagancias visuales y personajes chillones Alicia a Través del Espejo sólo es disfrutable como explotación de una gallina que más que de oro ponía los huevos de bronce. Aquí siguen todas las criaturas, localizaciones y paisajes del imaginario carrolliano pasados por el filtro Burton pero manejadas por un cineasta que parece no sentirse del todo a gusto jugando con los muñecos de otra persona. James Bobin cumple como artesano que oye, ve y calla mientras los productores son los que tienen la última palabra a la hora de positivar todos y cada uno de los fotogramas que pueblan la cinta. Con todo aquí podemos disfrutar de 113 minutos de moderado entretenimiento que va cogiendo fuerza poco a poco y que ofrece, de manera bastante inesperada, algunos pasajes bastante logrados en su clímax final como esas estampas de parajes devorados por la putrefacción que muestran un acabado pictórico elegante y agradable para la vista del espectador. El último film en imagen real de Disney nos confirma que hasta un Tim Burton a medio gas es preferible al pobre cineasta mercenario de turno que toma material ajeno para hacer lo que buenamente puede con él sin que la maquinaría hollywoodiense lo estigmatice por querer aportar alguna idea propia que pueda desestabilizar tanto su statu quo cinemático como sus abultadas y siempre crecientes cuentas corrientes.


viernes, 3 de junio de 2016

Christine, forever my darling, my love will be true



Título Original Christine (1983)
Director John Carpenter
Guión Bill Phillips basado en la novela de Stephen King
Actores Keith Gordon, John Stockwell, Alexandra Paul, Harry Dean Stanton, Robert Prosky, Christine Belford, Roberts Blossom, William Ostrander, David Spielberg, Malcolm Danare, Steven Tash, Stuart Charno, Kelly Preston, Marc Poppel, Robert Darnell




En 1983 no eran ya pocas las obras audiovisuales que adaptaban novelas de Stephen King. Brian de Palma con Carrie, Tobe Hooper con Salem's Lot, Stanley Kubrick con El Resplandor y ese mismo año llegarían también Cujo, de Lewis Teague y La Zona Muerta, de David Cronenberg. Era un hecho que trasladar al celuloide las obras del autor de It (Eso) o Apocalipsis (The Stand) estaba de moda en los años 80 y era sinónimo de éxito A esta lista de directores de renombre decididos a convertir en imagen la letra de King se unió por aquel entonces un John Carpenter venido de fracasar estrepitósamente con su remake de La Cosa, desagradando a público y prensa especalizada incapaces de ver la revolución que supuso, años después debidamente reconocida, dentro del género de terror y el  uso de efectos de maquillaje o animatrónicos en este tipo de largometrajes. Por ello el autor de Starman y Golpe en la Pequeña China decidió desintoxicarse con un proyecto mucho más modesto. El centrado en esta Christine que nos ocupa.




Christine se publicó como novela el mismo año en que vio la luz su versión cinematográfica. El libro sin ser de los mejores de Stephen King contiene algunas de sus más destacadas virtudes como narrador ya sea un análisis de personajes muy cuidado, un control del tempo capaz de agudizar la sensación de desasosiego y atmósfera opresiva o una fluidez en el desarrollo de los capítulos digna de elogio. La adaptación cinematográfica, que se sustenta en el guión de Bill Phllips, es escrupulósamente fiel, no sólo a lo acontecido en la novela, sino también a la hora de captar el tono, su localización espaciotemporal y sobre todo una estética que saltaba de las páginas para hacer viajar al lector a aquellos años setenta en los que tenía lugar la historia de amor entre Arnie Cunningham y Christine, el Plymouth Fury del 58 que cambió radicalmente su vida, en el peor sentido de la palabra.




Porque si la adaptación de Christine tiene una virtud es que al igual que la novela de Stephen King es una historia de amor extremo, un romance terrorífico a ritmo de rock and roll de los 50 y 60. La relación enfermiza compartida por el apocado estudiante de instituto, Arnold Cunningham, con su recién adquirido coche, una máquina viviente e inestable que reacciona de manera violenta cuando alguien se interpone en su camino y el de su nuevo dueño. Esta equivalencia en la que el terror debe alternarse con el inusual, hasta esperpéntico podríamos afirmar, relato sentimental entre un adolescente y un automóvil es creíble, terrenal y está perfectamente ejecutada gracias al talento de un autor con mayúsculas como John Carpenter. Un cineasta que hasta en un producto menor como el que nos ocupa es capaz de dar lo mejor de sí mismo como narrador.




Ese Plymouth Fury 58 es el epicentro de todo el largometraje, la razón de ser de la producción. John Carpenter lo sabe y en todo momento lo encuadra con delectación, un cuidado meticuloso cuando su misión es hacernos enamorar por el diseño de su carrocería o el sonido de su motor y como una bestia animal en los momentos en los que lleva a cabo sus actos homicidas, retorciéndose como una informe masa de metal o recorriendo, envuelta en llamas, autopistas nocturnas como si saliera de la misma boca del infierno, Una vez más el director de En la Boca del Miedo o 1997: Rescate en New York bascula su relato entre el romance antinatural, Arnie enamorándose poco a poco de Christine, y el terror que supone una máquina convirtiéndose en el más original asesino en serie que jamás haya poblado un slasher. Subgénero al que esta producción también pertenece y al cual el mismo Carpenter dio fama en Estados Unidos en 1979 con la seminal La Noche de Halloween.




Pero el norteamericano no sólo se centra en que su "criatura" se convierta en la reina del baile. Su por aquel entonces más que demostrada destreza con la puesta en escena, su elegancia para ejecutar escenas de acción dinámicas y su talento para tensar las escenas de terror como un cable de acero por medio de l sugestión se dejan notar hasta en un producto tan humilde como Christine. Pasajes como en los que Christine va eliminando uno a uno a "sus enemigos", en el que intenta asesinar a Leigh en el autocine, el de su reconstrucción tras ser destrozado por la banda de Buddy Repperton ante la mirada cómplice de Arnie o la recta final dan buena muestra de lo implicado que estaba Carpenter en el proyecto, sacando oro del guión que pusieron a su disposición y, como ya hemos mencionado previamente, explotando adecuadamente la mayoría de hallazgos de la novela de Stephen King. 




El reparto es cumplidor y Carpenter sabe sacar partido del mismo. A los veteranos reputados como Robert Prosky o Harry Dean Stanton, los mejores del casting con amplia diferencia, se suman los por aquel entonces debutantes Keith Gordon, John Stockwell y Alexandra Paul. Mientras esta última dejaba patentes sus todavía escasas dotes para el dramatismo (que tampoco aumentaron mucho con el paso de los años, todo hay que decirlo) Stockwell daba bien el perfil de mejor amigo o chico popular del instituto. Gordon por otro lado ofrecía algunos momentos intensos muy conseguidos cuando la historia se centraba en la relación de su personaje con Christine. Sirva como ejemplo esa última caricia manchando de sangre el radiador del Plymouth Fury finiquitando así el mutuo "romance". Con el paso de los años Gordon y Stockwell acabaron dejando la interpretación para pasarse a la dirección con, generalmente, productos de no mucho renombre y Paul languidece en tv movies después de volverse notoriamente conocida como una de las protagonistas de Los Vigilantes de la Playa.




Mi relación con Christine es bastante especial. La descubrí a mediados de los 90 cuando devoraba todo tipo de material literario o audiovisual relacionado con Stephen King. Las películas basadas en sus escritos las solía ver en VHS y en la compañía de mi progenitora que todavía guarda un grato recuerdo de este film de 1983 y de otros cuantos del mismo pelaje. Como previamente hemos mencionado es un John Carpenter menor, de hecho pasó sin pena ni gloria por la cartelera internacional, pero a día de hoy se la puede considerar sin mucha controversia una de las mejores y más impecables traslaciones de una novela de Stephen King al celuloide y una interesante muestra de mixtura de géneros perfectamente realizada y acariciada por una maravillosa banda sonora con temas de Buddy Holly, The Rolling Stones o esa preciosa Pledging My Love de Johnny Ace que sirve de leitmotiv a una de las más atípicas y originales historias de amor tóxico del séptimo arte.