viernes, 31 de julio de 2015

Ant-Man



Título Original Ant-Man (2015)
Director Peyton Reed
Guión Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y Paul Rudd basado en el cómic de Stan Lee, Jack Kirby y Larry Lieber
Actores Paul Rudd, Michael Douglas, Evangeline Lilly, Corey Stoll, Bobby Cannavale, Anthony Mackie, Matt Gerald, Judy Greer, Abby Ryder Fortson, Michael Peña, David Dastmalchian, John Slattery, Hayley Atwell, Wood Harris, T.I., Martin Donovan, Rod Hallett





En Marvel Studios están envalentonados y no hay quien los pare. Después del enorme éxito que supuso el estreno de los Guardianes de la Galaxia de James Gunn el año pasado Kevin Feige y sus muchachos se han dado cuenta de que poco importa si los protagonistas de una cinta de la productora cinematográfica de la Casa de las Ideas son, de cara al espectador neófito, personajes nacidos en las viñetas que fuera del medio pocos conocen mientras sean adaptados con acierto al celuloide. Porque una cosa es rodar films de Iron Man, Capitán América, Thor, Hulk o los Vengadores y otra dar todo el peso de un largometraje a Star-Lord, Rocket, Groot y compañía, roles cuyas aventuras sólo los aficionados a las viñetas llevamos años leyendo. El soberbio recibimiento por parte de crítica y público del film realizado por el autor de Slither o Super abrió la puerta para que los "secundarios de lujo" de Marvel pudieran campar a sus anchas en las pantallas de todo el mundo.





De modo que el siguiente paso lógico era ofrecer por fin una película propia a Ant-Man, uno de los miembros fundadores de los Vengadores creado por Stan Lee, Jack Kirby y Larry Lieber en 1962 para la colección Tales of Astonish que hasta ahora no había hecho acto de presencia en ninguna de las dos Fases desarrolladas por la productora. No son pocos los que conocen la polémica detrás de la gestación del último proyecto de Marvel Studios cuando los dos ideológos asignados para dar forma al largometraje (los británicos Joe Cornish y Edgar Wright, artífices de la inolvidable trilogía del Cornetto formada por Zombies Party, Hot Fuzz y Bienvenidos al Fin del Mundo) abandonaron la escritura y dirección del largometraje por diferencias creativas con los productores. Dicho abandono y el sutil apoyo de Joss Whedon a los dos autores vía Twitter posiblemente también influirían en el fin de las relaciones del creador de Buffy y Firefly con el equipo de Kevin Feige tras Los Vengadores: La Era de Ultrón, pero no nos vayamos por las ramas.




Tras la marcha del tándem británico el elegido para tomar el timón del film fue el cineasta norteamericano Peyton Reed del que sólo conocíamos sus incursiones en el género de la comedia con obras como A Por Todas, Separados, o Di Que Sí. Tomando como punto de partida la historia desarrollada por Cornish y Wright e interviniendo en el guión Adam McKay y el mismo Paul Rudd, protagonista de la cinta, Ant-Man adapta, libremente, los números  47 y 48 de la colección Marvel Premiere en los que se presenta al personaje de Scott Lang, el ladrón profesional que heredará el traje y los poderes de miniaturización creados por Hank Pym, el Hombre Hormiga original que encontrará en este delincuente común experto en robos a su más digno sucesor. El resultado nunca sabremos si está a la altura de lo que tenían ideado los guionistas de Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio, pero en manos de Peyton Reed se revela como una simpática cinta de acción y aventuras que despide con un tono bastante más desenfadado que Los Vengadores: La Era de Ultrón la Fase 2 del universo cinemático creado por Marvel Studios para la pantalla grande.




Ant-Man apela a un tono más ligero que el resto de films de Marvel Studios, más incluso que Guardianes de la Galaxia y en esta elección radica su mayor virtud. Peyton Reed y su equipo de guionistas afrontan la dificil empresa de llenar de epicidad la historia de un superhéroe minúsculo realizando una amalgama entre el inevitable clásico El Increible Hombre Menguante con Ocean's Eleven y la primera entrega de Iron Man dirigida en 2008 por Jon Favreau. El resultado es una cinta de robos de guante blanco puesta hasta el culo de particulas reducidas, científicos, criminales tan eficaces como entrañables y un apartado técnico en el que la floritura visual está a la orden del día para exponer en imágenes las minúsculas vivencias del protagonista imprimiendo al metraje un ritmo endiablado repleto de acción, humor, referencialidad al resto de las producciones de Marvel Studios y comandada por un reparto muy competente con un memorable Paul Rudd a la cabeza.




De manera totalmente acertada las cabezas pensantes detrás de Ant-Man recurren a la ironía y hasta la autoparodia a la hora de abordar los peculiares poderes del superhéroe protagonista, pero sin abusar en demasía del recurso. De este modo el film a lo largo de sus adecuados 117 minutos de metraje bascula entre el tono de humor que insufla un Paul Rudd pletórico que explota al máximo su vis cómica y carisma que ya conocíamos por su intervención en las producciones de Judd Apatow o la inolvidable sitcom televisiva Friends con el matiz más serio y hasta de corte dramático que tiene su principal valedor en el de un magnífico Michael Douglas al que le queda que ni pintado un personaje que aún siendo el Hombre Hormiga original ha sido adecuadamente puesto por Marvel en un segundo plano para no tener que driblar con un rol tan polémico como el del científico que creó a Ultrón en los cómics y que cuenta hasta con episodios de violencia de género en su historial si hablamos de su versión para las viñetas.




Pero la cinta da lo mejor de sí misma cuando esas dos visiones antagónicas del personaje creado por Lee, Kirby y Lieber colisionan y Hank Pym toma a Scott Lang como su pupilo para entrenarlo a la hora de recoger el relevo como Ant-Man. Porque si en los pasajes en los que nuestro protagonista se encoje (la primera vez con la caída libre desde la bañera hasta la discoteca es de una ejecución técnica y ritmo narrativo envidiable, alternando comicidad con intriga) el proyecto encuentra su razón de ser y mayor virtud, es en el periodo de entrenamiento al que los personajes de Michael Douglas y Evangeline Lilly someten al de Paul Rudd cuando esas dos miradas antagónicas acometen una relación de reciprocidad en la que la tragicomedia toma forma y ofrece pasajes tanto dramáticos (el descubrimiento del verdadero motivo e la muerte de la mujer de Pym, la Avispa original) como humorísticos (todo lo relacionado con el trío de amigos delincuentes amigos de Lang que se revelan como unos robaescenas natos y que están interpretados por Michael Peña, David Dastmalchian y el rapero T.I) dando una textura tonal al producto que le permite satisfacer a todo tipo de espectadores.




El hecho de que Scott Lang tenga más que asumido que no es un shuperhéroe y que un traje como el de Ant-Man le venga (paradojicamente) grande es otro de los recursos más acertados con respecto a dar a la cinta de Peyton Reed un tono menos grave que a las últimas cintas de el Capitán América o los Vengadores, por poner dos ejemplos claros. Por ello el espectador recibe con los brazos abiertos situaciones como en las que el personaje principal hace uso y abuso de su torpeza a la hora de tomar el control de sus habilidades recién heredadas (el momento cerradura de la puerta es de los más destacables del largometraje) o recurrir a un personaje de los vengadores para acentuar ese aire de humildad mal entendida y peor asimilada que tiene el personaje de Paul Rudd a la hora de aceptar su nuevo rol como justiciero enmascarado, sirviéndole este reto de acicate para intentar ganarse la confianza de una hija que bebe los vientos por él y que sirve como núcleo central a una subtrama típica del cine de perdedores que no lo son tanto.




Pero como previamente hemos comentado Ant-Man encuentra en su realización su mejor arma con secuencias de acción que nada tienen que envidiar a las de otros largometrajes de Marvel Studios. Peyton Reed ofrece, al igual que la mayoría de artesanos al servicio de la productora, un trabajo tan profesional y cumplidor como impersonal y autocomplaciente, pero lo suficientemente resultón y visualmente original como para que sobre él se puedan sustentar momentos que rememoran a las aventuras prototípicas del personaje ya sea en solitario o acompañado de Capitán América y sus colaboradores, como las protagonizadas por las hormigas comandadas por Scott Lang como si de un ejército se tratara en el asalto a las instalaciones de Pym Tech o ese clímax final, de los mejores jamás vistos en una cinta del estudio, con una batalla campal entre Ant-Man y Chaqueta Amarilla en el dormitorio de la hija del primero entre juguetes, mobiliario y objetos de decoración que, pareciendo descomunales, en tamaño real se muestran para el ojo el ojo humano casi imperceptibles, una vez más la ironía y la autoparodía marcando el terreno a seguir por el film.




A pesar de su sana intención de ser "más pequeña" que sus hermanas Ant-Man no desentona en absoluto con el resto de producciones de Marvel Studios. Se le pueden achacar fallos (algunos de ellos habituales en las producciones de Kevin Feige) como un villano al que le faltaba un repaso en la escritura (por muy buen trabajo que haga Corey Stoll su Darren Cross no deja de ser una revisión bastante descarada del Obadiah Stane de Jeff Bridges en Iron Man) algunos personajes que de puro estúpidos no son creíbles (los de Bobby Cannavale y Wood Harris deben ser los policías más torpes de San Francisco) y una relación de amor demasiado previsible y esteriotipada (Evangeline Lilly se esfuerza, pero a un servidor sigue sin convencerle como actriz y llora fatal) pero sus muchos aciertos no solapan su naturaleza de producto de entretenimiento bien desarrollado y mejor ejecutado.




Por el camino nos quedamos con un Paul Rudd memorable que espero no tarde mucho en codearse con personajes como Tony Stark o Thor, un Michael Douglas que al igual que otros veteranos actores como Anthony Hopkins, Robert Redford o el ya mencionado Jeff Bridges no temen codearse con tíos embutidos en pijamas, un apartado técnico a la altura, una fidelidad encomiable hacia los cómics, referencias al universo compartido de Marvel en pantalla grande (la Agente Carter, Howard Stark, esas interesantes escenas post créditos, sobre todo la segunda) y la sensación agridulce de que aunque la cinta cumple su cometido sobradamente su rocambolesca gestación nos confirma que los jefazos de la Casa de las Ideas tienen en su podor más una maquina de entretenimiento millonario bien engrasada que una verdadera factoria de proyectos fílmicos con auténticas aspiraciones artísticas, algo que, para que negarlo, no chirría con la tónica habitual del Hollywood de los últimos 20 años.



martes, 28 de julio de 2015

Inside Out (Del Revés)



Título Original Inside Out (2015)
Director Pete Docter y Ronnie Del Carmen
Guión Michael Arndt y Pete Docter




Después de un año de barbecho y habiendo ofrecido como última obra aquella entrañable pero acomodaticia precuela llamada Monstruos University de 2013 la factoría Pixar comandada por John Lasseter (uno de sus fundadores junto al fallecido Steve Jobs o Ed Catmull entre otros) vuelve este 2015 con dos estrenos. El segundo se llama The Good Dinosaur, lo dirige el animador, doblador y cineasta Peter Sohn y verá la luz en el mes de Noviembre en Estados Unidos. El primero, Inside Out (titulada Del Revés en España) es el que nos ocupa, fue presentado fuera de concurso con un rotundo éxito en el pasado Festival de Cannes y está realizado al alimón por el habitual de la casa Pete Docter (Up, Monstruos S.A) y el debutante Ronnie del Carmen, ilustrador y guionista filipino también colaborador en la casa del flexo Luxo. Aquel recibimiento cálido en el festival francés se ha extendido a lo largo de todo el globo tras la puesta internacional del largometraje recibiendo incontables alabanzas que aseguraban que nos encontrábamos no sólo ante una obra maestra incontestable sino también con la mejor película salida de la productora que ha salvado en un par de ocasiones la vida a la Disney. El que suscribe ha encontrado en Inside Out un proyecto delicioso, una producción muy del estilo Pixar con la siempre sana intención de contentar a grandes y pequeños, ofreciendo reflexiones adultas a los primeros y humor, amor, drama, un mensaje bienintencionado y personajes carsimáticos a los segundos. Una pieza que no desentona en absoluto con sus hermanas mayores protagonizadas por juguetes, insectos, ancianos, monstruos o superhéroes, pero que no se revela como la impresionante cinta de animación que la mayoría del público y la crítica ha elevado a los altares de manera demasiado inmediata.




Inside Out nace de una experiencia personal del director Pete Docter cuando vio como su habitualmente feliz hija se volvió una persona melancólica y algo triste en la adolescencia e interesándose él como padre sobre qué es lo que pasaba por la cabeza de la niña para así poder actuar en consecuencia. Con este punto de partida el realizador junto a sus colaboradores Ronnie Del Carmen en la dirección y Michael Arndt en el guión tejen una trama en la que el núcleo central de la historia son los sentimientos que pueblan la mente de la pequeña Riley desde su mismo nacimiento. Alegría, Tristeza, Miedo, Asco e Ira se ocupan de los estados de ánimo de la niña ya adentrada en su adolescencia, almacenando todos los recuerdos que estos le producen y dando un lugar de honor a los llamados “recuerdos elementales” que son por los que Riley siente más cariño y que son en su mayoría felices. Tras una serie de malas noticias la familia de Riley se muda de Minnesota a San Francisco y la chica comenzará a experimentar una sensación de tristeza debida a ciertos “actos irregulares” por parte del sentimiento homónimo dando pie a sembrar cierto caos en la mente de su anfitriona que deparará más de un quebradero de cabeza y algún momento de peligroso desbarajuste. Hasta aquí lo que tenemos es la idea más original salida de una producción de la Pixar, una excusa narrativa que nos retrotrae a productos tan dispares como la serie animada Érase Una Vez la Vida (todo lo que acontece en la mente de la protagonista representado por medio de simpáticas criaturas) Minority Report (esos recuerdos en forma de esferas de cristal coloreado que nos recuerdan a las que daban nombre a los futuros asesinos por medio de los Precogs en la brillante adaptación que Steven Spielberg hizo del relato corto de Philip K. Dick) o el serial catódico Fraggle Rock (con los obreros que trabajan en las distintas islas y que se diferencian poco de los Curris de aquel programa nacido de la factoria Henson) alumbrando el producto estilístico y visual más arriesgado de la productora absorbida por Disney hace ocho años.




Lo más curioso es que el guión de Inside Out recurre a toda esta idea argumental de corporeizar los sentimientos para magnificar y mejorar una trama de telefilme de sobremesa típico en el que la chica o chico estadounidense tiene que enfrentarse a los cambios que suponen empezar una nueva vida en otra ciudad con todo lo que ello implica con respecto a crear nuevas amistades o mantener las antiguas en la distancia, comenzar clases en un colegio extraño y encajar allí o buscar cómplices para ejercer sus aficiones favoritas, hockey en el caso que nos ocupa. Por suerte Docter, Del Carmen y Arndt se entregan a una imaginería infinita en la que los sentimientos que habitan en Riley se sustentan para presentar al espectador un microcosmos riquísimo llevado a la pantalla por medio de una plasticidad notable con una minuciosidad técnica y artística que va desde la textura del diseño de los personajes principales hasta el barroquismo desatado al que podemos asistir en las distintas islas (la de la Familia, la de las Payasadas, la de la Amistad…) que edifican la mente de la protagonista o ese laberíntico almacén en el que se encuentran todos los recuerdos de Riley desde su nacimiento. Por descontado que también todos esos sentimientos están perfilados de manera que sus propios nombres definan sus actos y personalidades, pero todos ellos destilan carisma y simpatía y están tan sabiamente abordados por medio de la escritura y la realización como para que varios de sus actos, errores o comportamientos impulsivos tengan su representación en la realidad de Riley con sensaciones que van desde la melancolia, la ironía, el sonrojo o finalmente la nostalgia. Con este tablero en el que la alegoría, la simbología y los juegos de espejos se convierten en las fichas de juego de la producción sus autores pueden permitirse momentos brillantes como aquel en el que Ira, Asco o Miedo deben hacerse pasar por Alegría dando lugar a momentos descacharrantes en la tensa cena familiar en la que por un momento también nos metemos en la mente de los progenitores de Riley.




El problema es que las cabezas pensantes detrás de Inside Out son conscientes del potencial sentimental (nunca mejor dicho) del producto que tienen en sus manos y al centrarse en ofrecer profundidad a la historia por medio de los personajes principales (los humanos y los que habitan en la mente de Riley) que la pueblan para dar forma a algunos pasajes de un dramatismo más que notable (la presentación de la protagonista en su nueva clase, la última escena protagonizada por el entrañable aunque algo cargante Bing Bong, la confesión final) olvidan aumentar las dosis de humor, gags y situaciones humorísticas del producto, como los que sí aparecen en los títulos de crédito finales del film. Porque para el que suscribe una de las señas de identidad de las producciones Pixar, más allá de su innegable calidad en todos sus apartados, es una comicidad desatada que en ocasiones incitaba a la más estruendosa carcajada (recuerdo llorar de la risa viendo a Dory hablar balleno en Buscando a Nemo o a la madre de Scott escuchando Island del grupo de metal progresivo Mastodon en la radio de su coche en un pasaje de Monstruos University, por poner dos ejemplos al azar) algo que evidentemente no escasea en el último proyecto de Pixar, nada más lejos de eso, pero que sí se ha dosificado en demasía. Aunque hay momentos divertidos y pasajes que bordean lo descacharrante (un servidor siente predilección por la negatividad de Tristeza) a Inside Out le hacen falta situaciones de humor más primario, aquel deudor del slapstick, de Tex Avery, Buster Keaton o Charles Chaplin, el que hace reír tanto al niño como al adulto y que ha sido siempre habitual en las cintas ideadas por John Lasseter y sus muchachos. Este fallo, importante pero que evidentemente no hiere de gravedad al largometraje que mantienen un nivel muy alto durante sus 94 minutos de duración, es el que incita a un servidor a no darle una nota tan alta como a los que considero las obras maestras de la casa como Wall-E, la trilogía Toy Story o Los Increíbles.




No considerar a Inside Out ese clásico instantaneo que gran parte del público y la prensa especializada aventuró que era tras degustarla por primera vez no es óbice para afirmar que es una de las películas del año y no sólo de animación. Un producto que al igual que la mayoría de los nacidos en el seno de la casa Pixar (lo siento, las dos entregas de Cars se me siguen atragantando) está hecho por un equipo de profesionales intachables que han puesto todo el cariño del mundo para insuflar vida en millones de fríos pixels para que estos personajes una vez más se conviertan en entrañables compañeros de un viaje que merece totalmente la pena ser realizado y más de una vez. Pero a un servidor no le queda más remedio que admitir que, aún siendo una de las producciónes más valientes en el plano estético (esa habitación del “Pensamiento Abstracto” con las figuras cubistas propias de la célebre etapa de Pablo Picasso) y de las más ricas en lo argumental de la factoría, se ha revelado como la que menos me ha divertido, al menos sin llegar al altísimo nivel de otros productos de la casa como los previamente mencionados u otros como Bichos: Una Aventura en Miniatura, Up o Ratatouille. Del Revés es una de las propuestas más aconsejables e interesantes de una cartelera actual en la que imperan dinosaurios, superhéroes diminutos y simpáticos bichos amarillos en busca de villanos a los que ofrecer sus desinteresados servicios. Un proyecto para disfrutar en familia, con un mensaje inusualmente agridulce, personajes inolvidables y los suficientes aciertos como para considerarla una excelente película en líneas generales, pero no así la mejor de las obras salidas de Pixar o de las más destacadas de una filmografía que, después de todo, no es moco de pavo precisamente.


sábado, 25 de julio de 2015

Whiplash, searching for Charlie Parker



Título Original Whiplash (2014)
Director Damien Chazelle
Guión Damien Chazelle basado en su propio  cortometraje
Actores Miles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil, Kofi Siriboe, Jesse Mitchell, Michael D. Cohen, Tian Wang, Jocelyn Ayanna, Tarik Lowe, Marcus Henderson, Keenan Henson




En el año 2013 el director debutante Damien Chazelle ganó el premio al mejor cortometraje en el festival de Sundance con Whiplash, la historia de la llegada a un elitista conservatorio de música de un joven baterista de jazz y su nuevo y brutal profesor que hará de su primer día un infierno. El trabajo era un tour de force entre un enorme J.K. Simmons y un magnífico  Johnny Simmons con una elegante dirección y un destacable montaje. Dicho galardón en el festival creado por el actor y director Robert Redford le proporcionó al Chazelle financiación para llevarlo al largometraje un año después con el mismo título. La versión de 103 minutos de Whiplash se convirtió el pasado 2014 en uno de los grandes éxitos de la temporada, llevándose incontables galardones y nominaciones (de nuevo triunfó en Sundance) que culminaron el pasado mes de Febrero cuando el film se alzó con tres estatuillas en la última ceremonia de los Oscars, mejor actor secundario, mejor montaje y mejor sonido, todos merecidísimos.




Whiplash toma como punto de partida los diecisiete minutos del cortometraje de 2013 (si obviamos el prólogo que sí tiene el largo en el que los dos personajes se cruzan el uno con el otro por primera vez ya con Damien Chazelle marcando a fuego, pero con elegancia, la personalidad de los dos roles principales) y tiene como único cambio notable la sustitución de Johnny Simmons por el joven Miles Teller al que hemos visto en trabajos como Project X, Divergente, el remake de la ochentera Footloose y que interpreta a Reed Richards en la muy polémica e inminente nueva versión de Los 4 Fantásticos de Marvel a manos de la Twentieth Century Fox con Josh Trank (Chronicle) de director. Dicha nueva elección de casting se revela como un acierto mayúsculo, porque si Simmons aguantaba magníficamente el envite del J.J Jameson de la primera trilogía de Spiderman, Teller le da la réplica con una profesionalidad impropia de un actor tan joven como él.




Parte de la prensa especializada y el público ha tildado a Whiplash de ser una cinta deleznable en el plano moral. Parece que no pocos espectadores han visto en el debut en el largometraje de Damien Chazelle una apología de aquello tan americano del "éxito por el éxito" de hacer lo que sea con tal de llegar a lo más alto y dejarse imbuir por esa enfermiza delectación puramente estadounidense por el triunfo y llegar a la cumbre pisoteando a quien haga falta en el arduo proceso. Ese ambiguo final posiblemente es el que incita a a depende qué espectadores a pensar que nos encontramos ante una oda a la tortura física y psicológica de una persona si con ello se consigue alcanzar un plano superior dentro de la autorrealización profesional y personal justificando todas las barbaridades a las que el brutal profesor de música Terence Fletcher somete a su nuevo alumno Andrew Neyman para convertirlo en un virtuoso de la batería.




Un servidor no es partidario de esta teoría o lectura de la película. Cuando vi por primera vez Wihplash hace unas semanas me encontré con la historia de un hijo de puta desalmado, genial en lo profesional y aberrante en lo personal, que moldeando a un apocado muchacho apasionado del jazz y los bateristas clásicos del género hasta lo enfermizo como si de una versión pervertida y malsana de Pigmalion se tratara, acaba encontrando la horma de su zapato, otro cabrón con cuernos que saca el salvaje que lleva dentro cuando este déspota profesor lo exprime hasta la enfermedad física y psicológica. En un momento dado los dos personajes llegan a un punto de no retorno en el que el sadomasoquismo y la crueldad recíproca convierten al largometraje de Damien Chazelle en un cruce entre Encontré al Diablo del cineasta coreano Kim Jee-Woon y la primera mitad de La Chaqueta Metálica, la adaptación que realizó Stanley Kubrick del libro The Short-Timers de Gustav Hasford complementada con apuntes de El Luchador y Cisne Negro, los dos alabados films de Darren Aronofsky.




Estos dos personajes que el guión perfila con milimétrica perfección están abordados por una pareja de actores que dan todo lo que tienen y más para devorar cada encuadre que comparten. Lo de J.K. Simmons es sobrehumano ya que habituado el espectador a verlo haciendo papeles campechanos y cómicos como los de la trilogía de Spiderman, Juno o Ladykillers aquí consigue que su figura espigada, su boca torcida y prominente calva no ejerzan de obstáculos para intimidar al espectador tanto como a sus alumnos en cuanto aparece por primera vez en pantalla. El actor de Terminator Génesis da voz y cuerpo a uno de los "villanos" más detestables y a la vez fascinantes del cine americano reciente, un hombre que aunque recurre en no pocas ocasiones a la violencia física contra sus pupilos consigue amedentrar más con dos palabras susurradas al oído que agrediendo con una sesión continua de bofetadas a su nuevo alumno como hace en la esclarecedora y virtuosa secuencia de la llegada de Neyman a su nueva clase.




Pero lo de Miles Teller es más meritorio todavía. El joven actor consigue cambiar gradualmente su personaje pasando de ser un chico callado, tímido (le cuesta considerable trabajo invitar a la dependienta  del cine al que habitualmente asiste para tomar algo) que ve con su padre películas clásicas europeas en pantalla grande y que vive para tocar la batería inspirándose en los más grandes del jazz a una bestia parda que llega a obsesionarse a hasta lo enfermizo con ser el baterista perfecto, ese diamante en bruto que su profesor lleva años buscando, su nuevo Charlie Parker, dejando de lado de este modo a su padre y a la chica con la que está comenzando una más que prometedora relación sentimental. Neyman es el reflejo rejuvenecido de Fletcher, un chico que aún sabiendo que una simbiosis de tan contrastada toxicidad como la que comparte con su maestro convierte su vida en un infierno, adimte y asume que ese camino hacia la perfección es el precio que hay que pagar para ser el mejor aunque lo único que encuentra en su interior es el lado más oscuro y egoista de su propia personalidad.




Por suerte no sólo es en sus intachables y superlativos actores principales recaen todos los aciertos de una producción como Whiplash. Damien Chazelle lleva hasta el paroxismo su delectación minimalista con los instrumentos musicales, con el ritual que supone utilizarlos para la creación de música en directo y destila una pasión sincera por el jazz y su naturaleza virtuosa e improvisatoria, aunque varios entendidos en el género afirman que se ha tomado ciertas licencias narrativas que se alejan en cierta manera de la realidad. A que esa virtuosa puesta en escena tome forma ayudan sobremanera un sonido exquisito que capta todos y cada uno de los matices auditivos de manera epidérmica y visceral y sobre todo un montaje vibrante, impoluto, arrollador, que imprime a la historia un tempo narrativo propio de un thriller de suspense magnificando cada plano detalle, cada breve toma como si cada una de ellas fueran las notas musicales que dan forma a una enorme sinfonía en la que todo funciona, nada falla y no desafina ninguno de los músicos de la banda.




Whiplash es una de las mejores cintas de pasado 2014, un trabajo merecedor de todo el reconocimiento que recibió durante su carrera comercial gracias a una labor soberbia de su guionista y director, unos protagonistas tan avasalladores que con su inolvidable tête à tête eclipsan hasta a unos secundarios (Melissa Benoist, Paul Reiser, Chris Mulkey) que tiran de profesionalidad para abordar sus roles y un equipo técnico (montaje, sonido, fotografía, diseño de producción) al que con palabras no se puede hacer justicia. Porque el debut del prometedor Damien Chazelle finalmente sí hace un retrato de la América del siglo XXI, pero no por medio de la justificación del todo por el todo en pos de los falsos oropeles de la fama, sino con el retraro de dos caras de la misma moneda que son capaces de destruir todo lo que encentran en su camino con tal de solapar por medio de talento todo aquello de lo que carecen como personas y seres humanos.



miércoles, 22 de julio de 2015

Parque Jurásico



Título Original Jurassic Park (1993)
Director Steven Spielberg
Guión David Koepp y Michael Crichton basado en la novela de este último
Actores Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldblum, Richard Attenborough, Ariana Richards, Joseph Mazzello, Wayne Knight, Samuel L. Jackson, Bob Peck, Martin Ferrero, BD Wong, Miguel Sandoval, Gerald R. Molen




El año 1993 fue posiblemente el más importante en la carrera del cineasta estadounidense Steven Spielberg. Durante aquella temporada por fin se confirmó como un verdadero autor gracias a la que supone su obra de madurez (aunque con El Color Púrpura, la adaptación que realizó de la novela homónima de Alice Walker, ya apuntó maneras en este sentido) y una de las más logradas de su ya extensa carrera, La Lista de Schindler. Traslación a imágenes en blanco y negro del libro El Arca de Schindler escrito por el australiano Thomas Keneally que narraba la odisea del empresario alemán Oskar Schindler para salvar un gran número de judíos de manos del ejército nazi de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial con la que ganó siete Óscars de la academia, entre ellos mejor película, dirección y guión adaptado. Pero otra producción salida de su mano ganó también tres estatuillas técnicas aquel 1993 y la misma supuso la confirmación de la dualidad como cineasta del creador de Tiburón o Encuentros en la Tercera Fase, esas dos personalidades que le permiten hacer cine autoral por un lado y blockbusters ejemplares por otro. Cuando Parque Jurásico se estrenó su éxito a nivel mundial fue totalmente descomunal, no sólo como producto cinematográfico revientaquillas o cinta clave para entender a evolución de los efectos digitales en el mundo del celuloide contemporáneo. También como maquina productora de todo tipo de merchandising que los niños de la época devoraron como si de un grupo de ávidos velociraptores se trataran.




Fue en 1990 cuando el escritor y cineasta norteamericano Michael Crichton editó su novela más famosa, Parque Jurásico. La misma narraba cómo por medio de la ingeniería genética John Hammond, un filantropo multimillonario, conseguía resucitar a distintas especies de dinosaurios para que formaran parte de un gigantesco parque temático localizado en Costa Rica. Allí viajaban los paleontólogos Alan Grant y Ellie Sattler y el matemático Ian Malcom para valorar el increíble y peligroso logro científico e histórico. La novela fue una de las más vendidas de la década de los 90 y en ella no tardó Spielberg en ver material potencialmente trasladable al séptimo arte. Para llevar a buen puerto tan complicada empresa se rodeó de unos equipos técnico y artístico intachables. En el reparto reconocíamos a Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldbulm y Richard Atthenboroug entre otros; al guión al mismo Michael Crichton acompañado de David Koepp, en la fotografía a Dean Cundey (ocupando el puesto del habitual Janusz Kaminski), en la banda sonora el indispensable John Williams, en los efectos especiales mecánicos el gran Stan Winston y en los digitales Phil Tippet acompañado de la Industrial Light & Magic de George Lucas, apartado este último en el que Jurassick Park marcó época dentro del cine noventero como comentaremos más adelante. Con esta lista de profesionales en nómina era imposible que el film del director de Loca Evasión (The Sugarland Express, 1974) fuera un fracaso, pero que su éxito fuera tan descomunal pocos lo supieron predecir.




Adaptando fielmente la novela de Michael Crichton, pero atenuando el tono más oscuro y crudo del relato para adaptarlo a una cinta para toda la familia, Parque Jurásico se reveló como una de las muestras quintaesenciales a la hora de hacer cine comercial de calidad en Estados Unidos. Steven Spielberg puso sus dotes como narrador al servicio de un espectáculo mastodóntico al que él mismo y sus guionistas supieron dar verdadero corazón. Sirva como ejemplo de esto que comentamos el primer encuentro de los dos paleóntologos protagonistas con el Braquiosaurio, el primer contacto de estos dos expertos en la historia de los dinosaurios con el descomunal animal acaba con el personaje de Sam Neill rompiendo a llorar por la emoción, como si toda a una vida de estudio y dedicación culminara en ese momento, un síndrome de Stendhal en el que el espectador también ve por primera vez una de esas criaturas prehistóricas con la que Phil Tippet y su equipo dejaron al mundo boquiabierto gracias a unos efectos digitales de los que hablaremos más adelante. Con la confirmación de que Spielberg y sus guionistas eran capaces de dar forma a unos personajes con cierta profundidad, a los que habría que sumar a dos niños repelentes muy del estilo del director de Lincoln, al producto ya sólo le quedaba entregarse al fuego de artificio bien entendido, a los buenos muy buenos que tratan de sobrevivir en un entorno hostil rodeados de criaturas gigantescas y a los malos muy malos que conspiran en las sombras para hacerse con el ADN de dichos dinosaurios para sacar tajada económica con ello. El tablero y las fichas están sobre la mesa, a Spielberg sólo le queda alardear con su apartado técnico para convertir a Parque Jurásico en un verdadero parque de atracciones audiovisual.




Parque Jurásico es lo más parecido un episodio alargado de la mítica serie estadounidense La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) en el que se dan la mano la acción, la intriga, el terror, el humor y la ciencia ficción, hundiendo sus raíces en la literatura de autores como Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle o Julio Verne para dar a luz una aventura en la que los dinosaurios son los protagonistas, porque por muy bien que estén perfilados los personajes humanos que protagonizan la cinta y por mucho que lleguemos a preocuparnos por su integridad física o psicológica son los velociraptors, dilophosaurios, Gallimimus y Tiranosaurus Rex que pueblan el metraje los que captaron la atención de unos espectadores que desde los tiempos de Ray Harryhausen nunca habían visto en pantalla unos reptiles nacidos en el triásico tan realistas y aterradores. Amalgamando el uso de los efectos animatrónicos del mítico Stan Winston que brillan momentos como el del triceratop enfermo, la cabeza del Braquiosaurio junto al Doctor Grant y los niños y sobre todo el ataque del T-Rex a la furgoneta en plena lluvia con unos efectos digitales de Phil Tippet e Industrial Light and Magic que (junto a los de Terminator 2: El Juicio Final, de James Cameron, dos años antes) marcaron época dentro del uso de CGI en el cine de Hollywood Parque Jurásico se convirtió en la experiencia visual más estimulante y fruiciosa vista en décadas. Los ataques de los velociraptors, las carreras del T-Rex o los gallimimus, esas manadas a las que se refería el personaje de Sam Neill, consiguen hacer totalmente creíbles y epidérmicos el sabio uso del efecto especial tradicional con los generados por ordenador, tradición que la meca del cine del siglo XXI en general y esta saga jurásica en particular ha ido dejando de lado poco a poco haciendo que impere el más económico pero, casi siempre, frío pixel




Jurassic Park fue un nuevo paso adelante en la carrera de un cineasta como Steven Spiellberg el mismo año que se confirmó su talento para el cine con vocación de autor mediante su visión del holocausto. Al igual que en años pretéritos hizo con Tiburón, E.T, la saga Indiana Jones o Encuentros en la Tercera Fase el cineasta norteamericano reinventó el concepto de blockbuster que él mismo había ayudado a crear en 1975 con la ya mencionada cinta protagonizada por Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss. Su incursión en el peligroso parque temático de John Hammond abrió las puertas a una fiebre por los dinosaurios que duraría años y tendría repuntes con las posteriores secuelas. La primera de ellas en 1998, de nuevo a manos de Spielberg y basándose en la segunda novela de Michael Crichton , El Mundo Perdido. La siguiente Parque Jurásico III de 2001, ya sin base literaria y cediendo la batuta de director al siempre cumplidor Joe Johnston (Jumanji, Capitán América: El Primer Vengador) y por último esa Jurassic World en la que de nuevo otro realizador, Colin Trevorrow, se pone detrás de la cámara barriendo la taquilla a nivel mundial, dando más millones a las arcas de Spielberg y despertando de nuevo la siempre adormecida, pero no muerta, dinomanía. Jurassic World será la más reciente de las secuelas, surgidas gracias al hito que esta producción de 1993 marcada a fuego en el cine comercial de Hollywood y en la retina de los que la descubrimos en nuestra infancia o adolescencia.


jueves, 16 de julio de 2015

El Cielo y la Tierra, hijos del viento



Título Original Heaven and Earth (1993)
Director Oliver Stone
Guión Oliver Stone basado en la autobiografía de Le Ly Hayslip
Actores Hiep Thi Le, Tommy Lee Jones, Joan Chen, Haing S. Ngor, Thuan K. Nguyen, Dustin Nguyen, Vinh Dang, Mai Le Ho, Dale Dye, Debbie Reynolds




En 1991 una vez más Oliver Stone saboreó las mieles del éxito con una de sus más importantes producciones. JFK. Caso Abierto supuso uno de los mejores films de su década, una prodigiosa mezcla entre ficción filmada y documental con uno de los mejores montajes de la historia del cine (ganador del Óscar) un reparto descomunal y un guión que diseccionaba hasta lo enfermizo el magnicidio del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Tras aquel nuevo espaldarazo de crítica y público Stone decidió centrarse en un proyecto, dentro de lo que cabe, más modesto y con ello cerrar su por aquel entonces ya celebrada trilogía sobre Vietnam que había comenzado en 1986 con Platoon y continuado en 1989 con Nacido el 4 de Julio. Pero en esta ocasión el cineasta nacido en New York hizo algo poco común en el cine bélico de su país, abordar el conflicto desde el lado opuesto al americano.




Con El Cielo y la Tierra Oliver Stone decidió adaptar los libros autobiográficos When Heaven and Earth Changed Places, Child of War y Woman of Peace de Le Ly Hayslip (escritos con la colaboración del editor Jay Wurts) una joven norvietnamita que fue testigo en primera persona de la guerra que dividió su nación y permitió la llegada del ejército de Estados Unidos para "mediar" en dicho conflicto. Con ello el cineasta de Salvador o Giro al Infierno saldaba una deuda con aquel país asiático en el que vivió un año como soldado estadounidense y con su madre Jacqueline Stone a la que dedicó la película y que falleció hace poco menos de dos meses. El resultado no fue el esperado, el público no respondió con entusiasmo y la crítica se mostró considerablemente polarizada a la hora de valorar una cinta que merece mucho más reconocimiento del que recibió, una rara avis que se revela como uno de los tesoros ocultos dentro de la filmografia del guionista de Manhattan Sur (Year oh the Dragon) u Ocho Millones de Maneras de Morir.




Los políticos que dan inicio al conflicto y las tácticas rastreras que en ocasiones ponen en funcionamento para llevarlos a cabo, los soldados en el frente luchando contra el enemigo viéndose deshumanizados por una violencia de carácter casi vírico que todo lo devora, la dura vuelta a casa en la que se encuentran con un país completamente distinto al que abandonaron y en el que la sociedad cambia con respecto a apoyar o no intervenciones militares en ocasiones tan injustas como cuestionables. El cine (anti)bélico en general y el de la contienda de Vietnam en particular han abordado todos estos puntos puntos de vista a la hora de hablar de la manera más amplia posible sobre los estragos de la guerra. El problema es que pocos han sido los americanos que se han interesado en el séptimo arte en narrar qué sucede "al otro lado", cómo recibe "el enemigo" la invasión extranjera y las pocas veces que lo han hecho ha sido para demonizarlos de manera maniquea y tendenciosa.




Pocos directores estadounidenses que en algún momento hayan coqueteado con el celuloide de corte bélico optaron en alguna ocasión a lo largo de sus carreras por hablar de manera directa, no tangencial, de los bombardeos indiscriminados con sus terribles daños materiales y personales, las matanzas de civiles, la opresión a ciudadanos que (en muchas ocasiones) sólo luchaban por una independencia justa ante un imperialismo desproporcionado que únicamente buscaba su sometimiento. Por suerte el cineasta de Hablando Con la Muerte o Wall Street decidió, una vez más, ir a contracorriente y dar voz dentro de su trilogía sobre Vietnam a los que protagonizaron la peor parte de aquella guerra inútil, personas a las que Stone llegó a admirar y de cuya entereza, compasión e historia se impregnó hasta el punto de tomar como suya la religión budista propia del norte del país asiático.




El décimo largometraje de Oliver Stone es una historia "bigger than life" que hunde sus raíces en el clasicismo propio de autores tan dispares, y a la vez semejantes, como David Lean, Victor Fleming o Akira Kurosawa con una epopeya en la que se nos narra los hechos reales en los que se vio implicada Le Ly Hayslip desde su infancia durante los años 50 conviviendo pacíficamente en la ciudad vietnamita de Ky La con sus padres y hermanos y la posterior llegada de las fuerzas invasoras de Francia primero y Estados Unidos después. Con el conflicto en el que América tomó partido llegó la total escisión del norte y el sur del país y con ello los actos hostiles por parte de las dos facciones. Mientras los vietnamitas del sur, apoyados por los estadounidenses, raptan y torturan a la joven para sacarle información sobre el vietcong miembros de este último, creyéndola una traidora, la violan brutalmente, siendo este el acto detonante de su huída de Ky La junto a su familia rumbo a Saigón.




Una vez instalados en "la perla del sureste asiático" y mientras sus hermanos están en el frente con el vietcong y su hermana ganando la vida como prostituta Le Ly y su madre se dedican a ejercer como criadas en casas de señores aposentados de la zona. Tras quedar embarazada por su amo, la joven recibe el rechazo de sus padres y decide ganarse la vida vendiendo productos del mercado negro a los soldados estadounidenses y a vender su cuerpo de manera ocasional con el único fin de conseguir dinero para mantener a su hijo. Allí en Saigón conocerá Steve Butler, un sargento de artillería en el Cuerpo de Marines de Estados Unidos que se enamorará de ella y le regalará una nueva vida en Estados Unidos. Una vez instalada en el país de las barras y estrellas Lely descubrirá que se encuentra en una tierra diametralmente opuesta a la suya en la que convive con un marido que por culpa de las secuelas que la guerra dejó en su psique cada vez se muestra más inestable mentalmente entregándose al alcoholismo y otros hábitos autodestructivos.




Para llevar a imágenes las memorias de Le Ly Hayslip, Oliver Stone recurre a su por aquel entonces ya asentado look visual (aquel que se vislumbraba en Hablando con la Muerte y que eclosionó totalmente en Nacido el 4 de Julio, The Doors y JFK: Caso Abierto) con el único fin de convertir cada secuencia, cada plano, cada fotograma en poesía gracias a una puesta en escena repleta de una belleza desarmante en la que hasta los pasajes más terribles apelan a un lirismo doliente con el que el cineasta sabe extrapolar de manera fidedigna el relato escrito de la autora a la que ha decidido adaptar al medio cinematográfico. Stone se detiene en los maravillosos parajes de Vietnam, Tailandia y Bangkok con los que reconstruyó la ciudad Ky La y Saigón, con un uso cromático de una paleta de colores vivos en la que el verde (que no sólo nos remite a la jungla sino también a los uniformes militares de los estadounidenses) impera con el fin de acentuar o enfatizar el tono de poema desgarrado y contenido que el guionista y director está narrando.




El cineasta se preocupa en destacar en todo momento que en sus memorias Le Ly no alberga ningún sentimiento de odio o venganza por sus captores, torturadores o violadores, al contrario, la autora sólo transmite deseos de redención, compasión y perdón por todos aquellos que en el algún momento de su vida le hicieron sufrir. Esta ideología, propia del budismo, es la que le permite seguir adelante en todo momento sin desfallecer ante la destrucción de su país o su llegada a otro que la mira como un animal exótico y en el que sólo consigue encajar cuando se va convirtiendo gradualmente en un engranaje más de un salvaje sistema capitalista y de consumo que poco tiene que ver con su Vietnam natal. Un hecho trágico hará cambiar de parecer a Le Ly que finalmente decidirá volver a su tierra natal con sus hijos para que conozcan su procedencia y tradiciones consiguiendo la ya madura mujer encontrarse con sus ancestros, y por efecto dominó consigo misma, llegando a una realización personal que le permitirá encarrilar una vida que por aquel entonces andaba totalmente desbocada.




Para que la historia exhale verismo Stone elige a una actriz vietnamita totalmente desconocida como Hiep Thi Le para dar vida a la protagonista y ella le devuelve el favor entregándose en cuerpo y alma a un papel que aborda desde las entrañas, como si hubiera nacido para interpretarlo y resulta harto creíble desde que la conocemos como una adolescente ingenua y feliz hasta que le vemos transformarse en una madre y mujer abnegada. Entre los efectivos secundarios no profesionales destacan como los padres de la protagonista la china Joan Chen (Juez Dredd, Twin Peaks) o el camboyano Haing S. Ngor, que casi diez años antes ganara el Óscar por su inolvidable papel en Los Gritos del Silencio (The Killing Fields) de Roland Joffé y sobre todo un Tommy Lee Jones, alejado del hieratico y autocomplaciente de la actualidad, que devora cada encuadre con una fuerza sobrehumana y eclipsa con una profesionalidad intachable a todo aquel que comparte plano con él, aunque la ya mencionada actriz protagonista mantiene muy bien el tipo cuando intercambia diálogos con su personaje.




Pocos fallos podríamos achacarle a El Cielo y la Tierra, pero no mencionar los que comete no sería del todo justo. Por un lado rodar toda la película en inglés ya es un error de bulto, pero que los vietnamitas hablen dicho idioma en la intimidad y recurran (ocasionalmente) al vietnamita delante de los soldados americanos queda totalmente impostado en pantalla. También habría que afirmar que los efectismos en la dirección de Stone con el uso de distintos formatos, la utilización del blanco y negro en secuencias clave del relato o la iluminación sobreexpuesta (técnicas estas de las que abusaría hasta lo insano un año después en la ambigua y lacerante Asesinos Natos) en ocasiones resta en ocasiones el verismo que los momentos más líricos del metraje habían dejado grabados a fuego en la retina del espectador. También se achachó al film que su guión era algo caótico, opinión que un servidor no comparte, ya que es inevitable que tres manuscritos que unidos suman la friolera de casi 800 páginas deban extrapolarse a la pantalla de manera condensada. Stone lo hace con mucho oficio y en ningún momento lo expuesto en pantalla se antoja caótico o desorganizado.




Envuelta en todo momento por el inolvidable score del compositor nipón Kitaro, con una preciosista fotografía de Robert Richardson en la que se muestran en todo su esplendor las costumbres, tradiciones y paisajes del Vietnam, un montaje virtuoso marca de la casa a manos de David Brenner y la fallecida Sally Menke, un reparto brillante comandado por unos Hiep Thi Le y Tommy Lee Jones descomunales y un Oliver Stone que creía en lo que hacía y que decidió abrirse en canal más que en ningún otro proyecto previo o posterior de su filmografía Heaven and Earth es un canto en favor de la paz, una oración conciliadora en la que la inocencia prevalece sobre el egoismo y la muerte. Como cinta merece ser revalorizada adecuadamente y su importancia reconocida, ya que tras la senda abierta por ella otros films como su coetanea la imponente Stalingrado de Joseph Vilsmaier o la memorable Cartas Desde Iwo Jima de Clint Eastwood defendieron que las barricadas del bando opuesto también estaban habitadas por seres humanos con sus ideas, costumbres, tragedias y alegrías. Vidas al fin y al cabo.


sábado, 11 de julio de 2015

Platoon, inocencia y juventud



Título Original Platoon (1986)
Director Oliver Stone
Guión Oliver Stone
Actores Charlie Sheen, Tom Berenger, Willem Dafoe, Kevin Dillon, Forest Whitaker, Johnny Depp, John C. McGinley, Francesco Quinn, Richard Edson, Reggie Johnson, Keith David, David Neidorf, Mark Moses, Chris Pedersen, Tony Todd, Dale Dye





A finales de los setenta y principio de los ochenta Oliver Stone se había forjado una justificada fama de excelente guionista que ponía su trabajo al servicio de otros directores. Para Alan Parker trasladó a imágenes la novela autobiográfica El Expreso de Medianoche de Billy Hayes y con ello ganó el Óscar al mejor Guión Adaptado. A Brian de Palma le puso en bandeja el libreto del remake de Scarface de Howard Hawks que protagonizó un desatado Al Pacino en la piel del narco cubano Tony Montana y que en España se tituló El Precio del Poder. Tambien escribió junto a John Milius una versión tan polémica como imperecedera del personaje más famoso del escritor Robert E. Howard en Conan: El Bárbaro. Pero sería con su tercer film, tras la muy desconocida Seizure y la primeriza La Mano, protagonizada por el británico Michael Caine, cuando Stone comenzara a hacerse un importante nombre como cineasta.




En 1986 la hoy ya extinta Orion Pictures y Metro Goldwyn Mayer se unieron para proporcionar a Oliver Stone seis millones de dólares para que rodara un proyecto muy personal que por aquel entonces llevaba diez años gestando. Con Platoon el futuro director de Asesinos Natos o JFK: Caso Abierto quería narrar su experiencia como veterano de la guerra de Vietnam. En aquel conflicto bélico en el que se embarcó de manera voluntaria contra la voluntad de sus propios padres, los Stone eran una familia acomodada de New York, fue herido dos veces, ganando por ello la Cruz Púrpura, y vivió las experiencias más traumáticas de su vida dejando una huella indeleble en su personalidad incitándolas estas a rodar hasta tres films sobre el tema y cuya sombra sobrevolaría, de una manera u otra, prácticamente toda su filmografía.




El alter ego de Stone en pantalla es Chris Taylor, el personaje que interpreta un Charlie Sheen de 19 años de edad legando como voluntario a Vietnam con arduos deseos de patritotismo y el único fin de parar la supuesta invasión comunista iniciada por el norvietnamita Ho Chi Minh, presidente de  la República Democrática de Vietnam o Vietnam del Norte, para un año después abandonar el país asiático con ideas completamente opuestas, afirmando haber formado parte de una guerra injusta iniciada por motivos puramente económicos y estratégicos en la que unos Estados Unidos que habían perdido la inocencia sufrieron su primara gran derrota militar. Durante el año que Chris pasa en el frente descubre que en ocasiones el enemigo se encuentra en su propio pelotón, debido a la rivalidad entre los dos sargentos de la unidad, el idealista y compasivo Elías al que da vida Willem Dafoe y el brutal y expeditivo Barnes al que interpreta Tom Berenger.




Platoon es cine nacido de las entreñas, una obra de una visceralidad lírica y melancólica con la que Oliver Stone trata de realizar la primera película totalmente localizada en la guerra de Vietnam y relatada de primera mano por alguien que estuvo en el campo de batalla. La patriótica y falsaria Boinas Verdes de John Wayne y Ray Kellogg, la redentora El Cazador de Michael Cimino o la descomunal Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola no podían considerarse testimonios estrictamente ortodoxos de lo que supuso aquella guerra, ya que eran obras que utilizaban aquel conflicto por distintos motivos como el patriotismo rancio y sectario, mostrar la deshumanización de toda una generación de norteamericanos o a modo de terreno y contexto histórico para extrapolar una novela del silo XIX, El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, a finales del siglo XX para relatarnos un viaje sin retorno a la locura.




Por ello con esta producción de 1986 por primera vez un verdadero veterano de Vietnam se ponía detrás de las cámaras para contar en primera persona qué supuso aquel infierno que se extendió durante más de una década. En una época en la que los héroes nacidos de la ola de conservadurismo neocon de la era Reagan mataban "amarillos" con una metralleta en cada mano en productos como Desaparecido en Combate o las distintas secuelas de Rambo siendo coreados en medio mundo Oliver Stone llegaba para poner en entredicho toda la maquinaría militar estadounidense movilizada al país asiático y el papel que el ejército de su nación tomó durante aquella guerra. Poniendo así la primera piedra de lo que posteriormente sería uno de los discursos cinematográficos mas críticos con el lado oscuro de un país como el norteamericano teniendo su culmen en la descomunal serie documental La Historia No Contada de Estados Unidos de la que hablaremos algún día.




No fueron pocos los pelotones que se encontraron con situaciones como el expuesto en la cinta de Oliver Stone creándose en él dos bandos enfrentados en su interior. Cuando la guerra de Vietnam llevaba varios años en activo la voluntad de gran parte de los soldados americanos comenzó a mermarse poco a poco dándose cuenta de que no podían vencer a un enemigo conocedor al milímetro de un terreno que para ellos era tan hostil como desconocido. Por ello muchos de los militares se entregaron al opio, la marihuana o el LSD y demás sustancias estupefacientes con las que anestesiar el miedo o la ira del día a día en el campo de batalla. Otros en cambio sólo pensaban en saciar una sed de sangre matando norvietnamitas, fueran o no miembros o colaboradores del vietcong, y dando pie con ello a terribles masacres de civiles como la que tuvo lugar en la aldea de My Lai el 16 de Marzo de 1968.




Esos soldados hastiados de la guerra, al volver a los cuarteles sustentaban su sentimiento de compañerismo o camaradería en el consumo de drogas y están representados por el sargento Elías de Willem Dafoe. Un hombre preocupado por los suyos, con aire de misticismo y espiritualidad reconfortante (aquí empieza a mostrar su cara la religión budista a la que se convirtió Stone y a laque volvería en varios de sus films posteriores) queriendo cumplir su misión, pero sin tomar vidas inocentes en el proceso y con él que se identifican soldados como Lerner (Johnny Depp), Rhah (Francesco Quinn) o King (Keith David). Por otro lado tenemos al Barnes de Tom Berenger, la máquina de matar deshumanizada, el sociópata de gatillo fácil que riega en alcohol sus desgracias creyendo en una guerra insostenible por su propio pie, el típico militar que obedece órdenes sin hacer preguntas, que en caso de volver a Estados Unidos no sobreviría mucho tiempo sin entragarse al homicidio o el suicidio y teniendo entre sus acólitos a O'Neill (John C.McGinley), Bunny (Kevin Dillon), Junior (Reggie Johnson) o Tex (David Neidorf).




Chris Taylor, el mismo Oliver Stone, se debate entre estos dos mundos. El joven recluta en ocasiones no sabe si ponerse bajo al amparo de Barnes, ese experto en el "arte de la guerra" que arrasará con todo lo que se ponga en su camino con tal de salir vivo de aquel infierno verde, o ser fiel a Elias, la otra cara de la moneda creyente en el perdón y la redención y capaz de comprender que ellos son la fuerza hostil inasora un país extranjero con todo lo que ello implica. Cuando finalmente el personaje de Charlie Sheen se inclina por el bando de Elías debe enfrentarse a una cruda realidad en la que Barnes aprovechará un momento de descuido para eliminar a traición a su compañero de rango ante la impotencia del protagonista. Si la incursión en Vietnam y la misma guerra hacen mella en Chris el asesinato de Elias acaba por cercenar su coherencia, llegando a convertirse, paradójicamente en una máquina de matar como Barnes.




Lo más destacable es que esta división entre dos bandos en Vietnam tenía su reflejo en lo que acontecía por aquel entonces en Estados Unidos a nivel social y político con los distintos gobiernos implicados en el conflicto, los de Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, no queriendo dar el brazo a torcer ante una guerra imposible de ganar enfrentándose a toda una nueva generación de jóvenes contrarios al conflicto de Vietnam viendo a hijos, padres y hermanos viajar a miles de kilómetros de su país para matar y morir por una causa injusta en una tierra que hacía años se veía castigada por el imperialismo a manos de chinos, japoneses o franceses. Este contexto histórico late bajo la superficie de Platoon y moldea todo su subtexto, pero en la superficie lo que podemos ver es una película bélica magníficamente escrita, interpretada y sobre todo dirigida.




Poco tiene que ver la puesta en escena del Oliver Stone de Platoon con la que podríamos ver en los años 90 en films como El Cielo y la Tierra o Nixon. En su tercera película el cineasta todavía gustaba de realizar tomas largas, planos aéreos, dejando respirar los encuadres y apelando un tono que tenía sus referentes en autores como Samuel Fuller o Sam Peckinpah. Todavía quedaban algunos años para que las tomas cortas, la iluminación sobreexpuesta, el distinto uso de formatos, el recurso del blanco y negro en algunos pasajes y el montaje virtuoso se convirtieran en señas de identidad de la manera de narrar de Stone. También conseguiría por primera vez sacar lo mejor de un reparto de por aquel entonces jóvenes promesas comandadas por unos Willem Dafoe y Tom Berenger pletóricos y un Charlie Sheen que sabe transmitir por medio de su bisoñez en lides interpretativas la inocencia y poca experiencia de su protagonista.




Hay momentos de Platoon que son dificiles de olvidar. La llegada de Chris a la base militar viendo los cuerpos de soldados siendo recogidos en bolsas negras y la mirada inquisitiva que le dedican los veteranos, el intento de violación al que asiste el protagonista, la agresión al muchacho cojo por parte de Bunny, el disparo en la cabeza de la anciana vietnamita manos de Barnes, el intento de asesinato de Elias (ese cambio de expresión con primerísimo plano de los ojos a lo Sergio Leone) o su posterior la muerte con la famosa escena del cartel de la película en la que, siendo consecuente con su personaje, el alma de Willem Dafoe aparenta abandonar su cuerpo en pleno bombardeo; la pelea entre Barnes y Chris, la batalla final en la que el caos, la destrucción y la pólvora convierten la jungla en un infierno y ese llanto final del protagonista en el helicóptero con reflexión por su parte. Todos pasajes en los que podemos casi sentir, oler y palpar el calor, el sudor, la muerte acechando detrás de cada árbol en aquel país desangrándose poco a poco y con los que Stone nos hace testigos de lo que vivió en su propia piel acariciando cada fotograma con el Adagio para cuerda de Samuel Barber que, aunque pocos lo recuerdan, ya usó David Lynch seis años antes en su magistral El Hombre Elefante.




Platoon fue un gran éxito en distintos aspectos y con ello marcó historia. Por un lado puso de acuerdo a crítica y público llegando a obtener, entre otros premios, cuatro Óscars como Mejor Película, Mejor Director, Mejor Edición y Mejor Sonido. También fue una de las primeras películas que trataron de manera directa el hecho de que en Vietnam el ejército americano cometió terribles crímenes contra la humanidad pisoteando los derechos fundamentales de los vietnamitas y eliminando aldeas enteras de civiles con mujeres y niños incluidos. Tres años después Stone volvió al mismo terreno con la inmensa Nacido el 4 de Julio, adaptación de la autobiografía del veterano Ron Kovic, y ya en 1993 cerraría su personal trilogía con El Cielo y la Tierra, otra autobiografía a manos de la escritora Le Ly Hayslip, con la que quiso abordar aquel conflicto desde el "bando enemigo", regalando la más hermosa de las cintas que ha rodado en toda su carrera y que dentro de poco será reseñada en las paredes de este blog.




Considerada unánimente como la mejor película de la carrera de Oliver Stone (para un servidor hay varias en su filmografía posterior que la superan holgadamente, pero eso es otra historia) Platoon fue junto a las posteriores La Chaqueta Metálica de Stanley Kubrick y la ya mencionada El Cielo y la Tierra del mismo Stone, una de las últimas grandes películas sobre Vietnam salida de Estados Unidos y abrió definitvamente las puertas de Hollywood a su director. Yo la descubrí por primera vez a mediados de los 90 y la revisioné de manera enfermiza incontables veces cuando la compré en VHS en la recóndita estantería de un hoy, tristemente, extinto videoclub convirtiéndose en una de las películas más importantes de mi adolescencia y despertando cada vez más en mí el interés por uno de mis directores favoritos de todos los tiempos. Una obra que me ofreció otro punto de vista de aquella guerra vietnamita alejado de los panfletos filofascistas del cine de los action heroes ochenteros con los que me martilleaba mi padre, teniendo poco que ver con lo que sucedió realmente en los más de diez años que duró aquel sinsentido histórico, político y estratégico.