martes, 30 de junio de 2015

Kung Fury, last action hero



Título Original Kung Fury (2015)
Director David Sandberg
Guión David Sandberg
Actores David Sandberg, Jorma Taccone, Steven Chew, Leopold Nilsson, Andreas Cahling, Erik Hornqvist, Eleni Young, Helene Ahlson, Per-Henrik Arvidius, Magnus Betnér, Björn Gustafsson, Eos Karlsson, David Hasselhoff, Frank Sanderson




Los 80 molan, han tenido que pasar 30 años de negación y hasta burla para que nos diéramos cuenta de ello, pero el revival ya está aquí. Cómo no echar de menos de aquella década los gobiernos de personajes tan entrañables como Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Tatcher en Gran Bretaña con sus bombardeos indiscriminados, guerras, privatizaciones, pisoteos de los derechos de los trabajadores, apoyos a dictadores o por otro lado cosas más terribles todavía como los cardados, hombreras y camisas de cuadros dos tallas más grandes que por aquel entonces eran lo más y ahora queman corneas en milésimas de segundo. Hace poco menos de 20 años tu amigo grunge o tu primo el bakala te hubieran dado de hostias por alabar las virtudes de films como Los Goonies, Gremlins o Cazafantasmas acusándote de infantil, comercialoide y pijo, que era lo más despectivo que podían llamarte durante los desaliñados 90. Pero en la segunda década del siglo XXI aquel cine revientataquillas de Hollywood al que nos pasamos mirando por encima del hombro casi toda nuestra vida ahora se ha revalorizado, más por la paupérrima y vergonzante calidad del actual que por otro motivo, pero no jodamos la fiesta antes de empezarla. Productos como Super 8 de J.J “¡Lucecitas, más lucecitas!” Abrams, Drive de Nicolas “¿pretencioso yo?” Winding Refn, Donnie Darko de Richard “no doy una derechas desde esta” Kelly o American Psycho de Mary “¿se acuerda alguien de mí?” Harron confirman que los cineastas criados en los 80 quedaron profundamente marcados por la estética y resoluciones formales del celuloide americano de aquella época. Pero ha tenido que ser un director, productor, guionista y actor sueco (un Ingmar Bergman trash) llamado David Sandberg el que haya realizado el homenaje más potente, desquiciado, multireferencial y chulesco a aquella cinematografía de los 80.




En el año 2013 se estrenó el tráiler que adjuntamos arriba con un considerable éxito en la red. Por medio de la financiacion crowdfunding desde una web llamada Kickstarter y recaudando 630,019 dólares (dos veces más del presupuesto que se esperaba conseguir) lo que en principio tenía intención de ser un largo quedó (por suerte, como comentaremos más adelante) en un mediometraje de 30 minutos ya que la financiación no daba para más. La producción se estrenó nada más y nada menos que en la Quincena de los realizadores del Festival de Cannes del presente año y seguidamente fue subida a Youtube consiguiendo un gran éxito de visitas y las alabanzas tanto de críticos como de usuarios de internet. El resultado es media hora de frenetismo desatado en el que David Sandberg mete en una turmix la estética, las resoluciones formales, los clichés, los subgéneros y los personajes tipo forjados en el cine de Serie B de los años 80 pero llevándolos al extremo, al disparate cómplice, a la hipérbole más fruiciosa. Tildada por el imparcial periódico español El Mundo como “la mejor película de todos los tiempos” Kung Fury es desde ya una obra de culto con una fiel horda de aguerridos fans que han disfrutado lo indecible con su mezcolanza de fantasmadas a cual más exagerada revelándose como un producto hecho con verdadero cariño y reverencialidad hacia una manera de hacer cine que otros han tratado de recuperar pero sin tanto éxito como este desconocido David Sandberg que ya ha grabado su nombre a fuego en la cultura pop de principios del siglo XXI.




Tomemos como punto de partida una estética deudora del videojuego Streets of Rage de Sega, un beat’em up de manual sin chorradas rebuscadas, sólo dar hostias y avanza hasta que no quede nadie en pie. A partir de ahí cogemos al paciente y le inyectamos en vena un poco de Regreso al Futuro, otro de Robocop, Transformers y Terminator, algo de Golpe en la Pequeña China, una pizca de Operación Dragón, una migaja de Arma Letal, apuntes de exploit nazi y medieval, dinosaurios, piratas informáticos, panorámicas de playas californianas a lo Corrupción en Miami (Miami Vice), animación deudora de Masters del Universo, David Hasselhoff, mucho cariño y muy poca vergüenza. El monstruo resultante es una historia sin pies ni cabeza en la que Kung Fury, un policía alcanzado por un rayo mientras es mordido por una cobra que inmediatamente se convierten en un legendario guerrero de kung-fu apodado el Elegido, se las ve con máquinas recreativas robóticas, bandas de punks violentos, ninjas y sobre todo un Adolf Hitler experto en artes marciales (apodado Kung Führer) con el que tendrá que enfrentarse durante la Segunda Guerra Mundial. Con estos ingredientes es de esperar que los 30 minutos de metraje encadenen una escena épica detrás de otra en la que podremos ver a vikingas armadas con metralletas de asalto, un Thor gigantesco que viaja en el tiempo, laserraptores, un águila de oro nazi que toma vida, un hacker con pinta de nerd o un policía con la cabeza de un triceratops.




Música de sintetizador, el uso del Tracking de los vídeos analógicos en pleno metraje, artes marciales, explosiones, tiroteos, gore, viajes en el tiempo llevados a cabo por medio de equipos de informática entrañablemente anticuados, valkirias y dioses nórdicos al más puro estilo del subgénero de Espada y Brujería, videojuegos, coches deportivos, todas aquellas señas de identidad del cine americano de la década de los 80 se concentra en Kung Fury. Más allá de los distintos coqueteos con el Grindhouse de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, más allá de pequeñas joyas contemporáneas adscritas a ese tipo de celuloide como Ovejas Asesinas (Black Sheep), de Jonathan King o Bicho Malo (Bad Milo!), de Jacob Vaughn, David Sandberg no apela a imponer su autoría a la obra que está gestando para parecer el más listo de la clase, ni se queda en homenajear en tono o forma los films en los que se sustenta para dar forma a su criatura, él prefiere realizar un estruendoso facsimil en el que el cariño, la admiración y la nostalgia se sobreponen a argumentos (la trama es un disparate sin sentido alguno) personajes (todos son estereotipos de los disitintos géneros de la época e incluso los actores lo hacen intencionadamente mal o eso parece al menos) y se entrega por completo a una soberbia dirección técnica llena de excesos, pasadas de rosca o secuencias inolvidables como el protagonista abriéndose de piernas a lo Van Damme mientras un camión cisterna explota a sus espaldas, Hitler haciendo movimientos de kung fu, un sosias del Doctor Menguele realizando experimentos con humanos para encontrar al Elegido, todo el pasaje del nacimiento de Kung Fury como superhéroe con el asesinato de su compañero (¡Esa lengua en la escena gore!) su viaje a través del tiempo montado encima de un teclado de ordenador o esa batalla final entre toda la banda del personaje principal y el ejército nazi de Hitler que da cierre a un broche de oro con el que la cinta de David Sandberg se despide a lo grande dejando un final abierto que seguramente dé pie a una secuela.




Hay dos motivos de peso por los que ha sido un acierto dejar esta pequeña joya del polifacético sueco David Sandberg llamada Kung Fury en un mediometraje. El primero es que posiblemente haber alargado a 90 minutos su duración habría sobrecargado y saturado a más de un espectador que llegado a un punto vería la misma formula repetida incesantemente hasta el final de la película hiriéndola considerablemente y entregándola a los prostituibles brazos de la reiteracion. El segundo es que alargar más esa media hora hubiera hecho bastante difícil rematar esta reseña que ya con los consabidos 30 minutos está costando bastante acabar al que suscribe, humilde redactor que tiene un límite de sinónimos a la hora de hablar de artes marciales, años 80, acción, descontrol y nostalgia, el contenido exclusivo de este indispensable proyecto de 2015. Kung Fury ha sido una de las sensaciones de la temporada, una nueva especie de sleeper ideado, financiado, rodado, interpretado y estrenado por fans con todas las letras. Un producto indispensable para freaks de todo pelaje que se dejen enamorar por una imposible amalgama de referencias que se mueven entre lo brillante y lo risible y que nos devuelven aquel olvidado y ya relativamente lejano aroma a cinta de vídeo, a juego de mesa, a partido de fútbol con los amigos, a tardes de merienda y tele compartida con primos o vecinos, a nostaliga bien entendida, a recuerdos de una época en la que el gran “The Hoff” dominaba el mundo, las carreteras y las listas de éxitos musicales



martes, 16 de junio de 2015

Insidious: Capítulo 3



Título Original Insidious: Chapter 3 (2015)
Director Leigh Whannell
Guión Leigh Whannell
Actores Dermot Mulroney, Lin Shaye, Hayley Kiyoko, Stefanie Scott, Leigh Whannell, Angus Sampson, Michael Reid MacKay, Tate Berney, Anna Ross, Ashton Moio, Ele Keats, Steve Coulter, Tom Fitzpatrick




Los australianos James Wan y Leigh Whannell se hicieron un nombre internacional cuando ambos decidieron llevar al largo un cortometraje de su propiedad llamado Saw en el que el primero ejercía de director y el segundo de guionista (basándose en una historia ideada por ambos) y actor principal. El estreno de la película fue tan exitoso que dio pie a una holgadísima saga de hasta siete entregas (que posiblemente llegue a ocho en un futuro próximo) cuya brutalidad crecía de manera inversamente proporcional a la calidad de las distintas secuelas. Mientras los dos socios veían llegar a sus cuentas corrientes miillones y más millones de dólares ejerciendo de productores ejecutivos en la franquicia protagonizada por el maligno y ultrconservador Jigsaw y tras apuntar maneras colaborando en la irregular pero recuperable Silencio Desde el Mal (Dead Silence), en 2010 decidieron crear otra saga dentro del género de terror diametralmente opuesta a la que tantas satisfacciones monetarias les estaba produciendo. Insidious era un totum revolutum, un homenaje al cine clásico de casas encantadas, fantasmas amenazantes y posesiones demoníacas en el que un magnífico reparto y un guión tan multireferencial como bien estructurado se veían considerablemente engrandecidos por la puesta en escena de un James Wan que se confirmaba como uno de los mejores directores jóvenes del cine comercial de Hollywood. Insidious: Capítulo 2 llegó tres años después y aunque no estaba al nivel de la primera entrega (Wan rodó también ese mismo 2013 The Conjuring: Expediente Warren y lo dio todo como autor en esta, la que sigue siendo su mejor obra hasta la fecha) era una dignísima continuación que recuperaba a todo el reparto de la cinta primigenia, acrecentaba el microcosmos creado por sus dos padres y confirmaba el talento del director de Sentencia de Muerte para el control tempo narrativo cinematográfico y el uso de los resortes adscritos a las horror movies de los 70 y 80.




Los problemas llegaron cuando James Wan fue contratado para rodar la séptima y descomunalmente existosa entrega de la saga Fast & Furious impidiéndole su agenda ejercer como director de lo que vendría a ser la tercera entrega de Insidious. La solución tomada por los productores fue la más sensata dentro de la mala noticia que suponía el abandono de la butaca del director por parte del cineasta, nada más y nada menos que poner detrás de las cámaras al mismísimo Leigh Whannell para dar forma a esta Insidious: Capítulo 3. En principio el hecho de la marcha de un cineasta tan talentoso y de una personalidad tan marcada como la de James Wan como realizador del proyecto auguraba lo peor para esta tercera parte en la que su co guionista y actor secundario (da vida en todos los films al parapsicólogo Specs que siempre va acompañado de su socio Tucker) ejercería como jefe de ceremonias, siempre con la colaboración de su amigo Wan que encabeza la producción del proyecto en los títulos de crédito. Pero contra todo pronóstico esta tercera entrega supone una excelente continuación de la saga, superior a la primera secuela y en ocasiones igualando (en varias escenas aisladas) a la cinta primigenia de 2010 gracias a la buena labor en escritura, interpretación y sobre todo dirección de un Leigh Whannell que, si ciertamente ha tenido el control artístico del proyecto, promete ser un artesano muy a tener en cuenta dentro del celuloide de género, puede que no tanto como su amigo James, pero sin irle demasiado a la zaga a este.




Sería de necios negar que la existencia de una obra como Insidious: Capítulo 3 es por motivos primordialmente monetarios. Que la tercera entrega de la saga sea una precuela, cuando la misma no sirve para cerrar la historia iniciada en 2010, sirve como excusa para, al estilo de Paranormal Activity (curioso que en ambas franquicias ejerza como productor el cineasta norteamericano de origen israelí Oren Peli), colarnos una película más antes de que, supuestamente, se finiquiten definitivamente las trágicas vivencias, de los Lambert o el trío de parapsicológos formado por Specs, Tucker y la medium Elise Rainier, roles que forman el núcleo central de los hasta ahora tres films. Por suerte una vez el espectador se enfrenta a esta segunda secuela descubre que Leigh Whannell mantiene intacto el microcosmos que él y James Wan crearon en los dos primeros largometrajes, con una puesta en escena brillante en la que se revela como un alumno aventajado de su camarada, controlando con una pericia impropia de un novato en labores de realización un suspense que se tensa como un cable de acero para regalar al respetable algunas de las escenas de terror mejor ejecutadas de lo que llevamos de 2015. Curiosamente aunque la obra se adscribe sin ningún tipo de dudas a la serie de films de la que forma parte haciendo uso de toda la parafernalia, conceptos y subtramas narrativas que sustentaron los dos primeros trabajos en esta ocasión parece como si Leigh Whannell hubiera reducido esa amalgama (en ocasiones algo histriónica, aunque hasta esto le inyectaba cierto encanto) de referencias y tonalidades bordeando el grandguiñol para entregarse a una austeridad más terrenal o física que recuerda, paradójicamente, a The Conjuring: Expediente Warren y que ofrece pasajes sencillamente intachables.




Si Insidious era una actualización de Poltergeist de Tobe Hooper y Steven Spielberg e Insidious: Capítulo 2 un cruce entre El Resplandor (aunando apuntes de la versión cinematográfica con la televisiva, adjudicadas a Stanley Kubrick y Mick Garris respectivamente) y Piscosis de Alfred Hitchcock, esta tercera entrega tiene como principal referente El Exorcista de William Friedkin (la posesión del personaje de Quinn Brenner y el posterior intento de expulsión de la entidad) con Twin Peaks: Fuego Camina Conmigo, de David Lynch (una criatura diabólica que quiere tomar el cuerpo de una adolescente para abandonar de la oscuridad, así como la presencia importante del diario de la protagonista y lo que en él hay escrito) con apuntes que van desde La Casa de los 1000 Cadáveres, de Rob Zombie (ese anciano con la máscara de respiración que recuerda notablemente al Doctor Satán de la ópera prima del músico de metal industrial) hasta Al Final de la Escalera (The Changeling) la obra maestra de Peter Medak de la que toma las sesiones de espiritismo y un edificio maldito hasta los cimientos. Pero que nadie piense que Insidious: Capítulo 3 elude u olvida los vínculos que la unen con sus hermanas mayores, aquí tenemos la presencia de Specs y Tucker (divertídísimos como siempre, la chaqueta de Casper del primero y la camiseta de la película de Masters del Universo del segundo regalan las primeras carcajadas relacionadas con su intervención) una Lin Shaye más impresionante que nunca como Elise , el “Más Allá” y la puerta roja que le da entrada, referencias a los Lambert, la presencia del travestido Parker Crane, así como los cameos del demonio parásito de la primera entrega y de Carl, el amigo de la ya mencionada medium que le ayudó en el caso de Josh y Renai en la secuela de 2013. En el apartado artístico también habría que mencionar para bien a unos convincentes Dermot Mulroney y Setefanie Scott y para mal a un desubicado Tate Berney dando vida al hijo pequeño de la familia y que es arrinconado y desechado por el guión de manera un tanto forzada y equívoca.




Insidious: Capítulo 3 mantiene viva y en buena forma una franquicia que, de todas formas, no debería ofrecer más de cuatro entregas, cerrando así todas las tramas en la próxima cinta relacionada con la franquicia que debería dar continuidad al argumento abierto en el final del Capítulo 2. Como no podemos saber a ciencia cierta si James Wan la ha rodado desde las sombras (su presencia como productor y su cameo en la escena del casting de Quinn confirman que su presencia se hizo notar en el set, indudablemente) vampirizando la identidad de Leigh Whannell (he aquí otra conexión con Poltergeist, cinta que recordemos siempre ha sido adjudicada más a Steven Speilberg que a Tobe Hooper) o si realmente este ha sido la principal cabeza pensante detrás del proyecto, sólo nos queda disfrutar con el trabajo bien hecho tanto del realizador y guionista, como del reparto o el resto del equipo técnico de la obra. Pasajes como el de la entidad confinando poco a poco a Quinn en la habitación después de aparecer detrás de las cortinas, la visita de esta última al apartamento abandonado con los dos espectros que allí moran, lo acontecido en la “Habitación de Lectura” de la casa de Elise cuando esta sigue las huellas u otros que apelan al tono más terrenal y epidérmico de esta entrega como la ya famosa secuencia de las escayolas que un servidor puede asegurar despertó en la sala en la que vi la pelicula más de un gruñido de desagrado y angustia confirman a esta producción del presente año como una digna continuación del microcosmos insidioso. Aunque no queremos engañar a nadie, esta tercera Insidious no resuelve casi nada en lo que a las subtramas de sus dos hermanas mayores se refiere y su guión no puede presumir de originalidad precisamente, pero sí es cierto que satisfará a los fans de la saga (incluso puede que a su detractores por alejarse ligeramente del tono que forjó la misma) a los seguidores del celuloide de terror con aroma clásico y hasta a esos espectadores ocasionales que busquen poco más de hora y media de emociones fuertes y momentos poderosos por su inventiva y ejecución, varios de los cuales hasta a alguien como un servidor, asiduo masivo a este tipo de films, le hizo dar algún que otro respingo en la butaca. Sirva como ejemplo ese epílogo con Elise, que al dar el golpe de gracia cuando y donde menos lo espera el espectador, pilló desprevenido al que aquí firma dejándole una impagable sonrisa nerviosa en la cara que evidenciaba que el desembolso para ver la cinta de Leigh Whannell había merecido la pena.


martes, 9 de junio de 2015

Horns, long hard road out of hell



Título Original Horns (2013)
Director Alexandre Aja
Guión Keith Bunin, basado en la novela de Joe Hill
Actores Daniel Radcliffe, Juno Temple, Max Minghella, Kelli Garner, Joe Anderson, Sabrina Carpenter, Alex Zahara, Meredith McGeachie, Kendra Anderson, James Remar, Kathleen Quinlan, Heather Graham, David Morse, Michael Adamthwaite, Nels Lennarson



Mientras su compañero y amigo Grégory Levasseur debutaba como director de largometrajes con la prescindible La Pirámide, Alexandre Aja elegía un proyecto con el que adaptaba por primera vez un libro al celuloide. La obra elegida fue Horns, segunda novela del escritor Joe Hill, autor de obras literarias como Fantasmas (20th Century Ghosts) El Traje del Muerto (Heart-Shaped Box) o cómics como Locke & Key y The Cape. Pero al igual que su habitual co guionista, productor y director de segunda unidad el primer proyecto en solitario de Alexandre Aja comenzó a encontrarse varios obstáculos cuando al ser estrenado en el Toronto International Film Festivalparece ser que fue acogido con bastante tibieza. Desde entonces la fama sobre la supuesta poca calidad de la última cinta del realizador de Alta Tensión recorrió la red y que se estrenara en Estados Unidos un años después no ayudó a que ese pensamiento desapareciera de la mente de no pocos potenciales espectadores que imaginaban que los mismos productores no estaban seguros de su propio proyecto. Evidentemente que este mismo viernes, dos años después de su puesta de largo internacional, haya llegado a la cartelera española tampoco incita a que el público vaya en manada a los multicines a ver el film protagonizado por Daniel Radcliffe. La sexta película de Alexandre Aja no es una gran película, pero está muy lejos de ser la inmundicia a la que apuntaba su pobre y caótica carrera comercial. El cineasta francés ofrece con Horns una rara avis muy alejada del tono habitual de sus anteriores y característicos largometrajes pero paradójicamente también su cinta más personal, en la que parece haber puesto más que nunca de sí mismo sustentándose siempre en la narrativa de Joe Hill heredera tanto de la cultura de los 90 (música grunge, Generación X) como del terror literario clásico (H.P. Lovecraft, Clive Barker, su propio padre) para dar su propia versión del género romántico juvenil adscrito al celuloide de principios del siglo XXI.




Cuando Ig (Daniel Radcliffe) recupera la consciencia en el suelo de la cocina de su casa descubre que su novia de toda la vida, Merrin (Juno Temple) ha sido brutalmente violada y asesinada y que él es el principal sospechoso. Con el peculiar apoyo de su hermano Terry (Joe Anderson), sus padres Derrick (James Remar) y Lydia (Kathleen Quinlan) y la confianza inestimable de Lee (Max Minghella), su mejor amigo y abogado Ig intentará encontrar al verdadero asesino de su amada. A que esta investigación llegue a buen puerto ayudará el extraño hecho de que a Ig le hayan crecido de un día para otro unos extraños cuernos que le confieren el don de que toda persona que entable conversación con él le confiese hasta el más oscuro pensamiento que se le pasa por la cabeza, algo que le permitirá descartar sospechosos del crimen para finalmente dar con el verdadero ejecutor de Merrin. Este peculiar punto de partida al que el guión de Keith Bunin no da explicación alguna es el que hace que Horns parezca una perversión de las películas románticas basadas en novelas de Nicholas Sparks (El Diario de Noa, Mensaje en Una Botella, Un Lugar Para Refugiarse) una amalgama de géneros como el terror, la comedia negra, el thriller y el drama que para ser disfrutada adecuadamente debe contar con la complicidad de un espectador al que no le deje fuera de juego que en un marco aparentemente realista el protagonista comience a convertirse físicamente en lo que parece ser una especie de demonio.




Esa visión envenenada del realismo mágico, la inclusión de ese toque sobrenatural con fines alegóricos es la mayor virtud de Horns, pero también su más destacado defecto. El carácter luciferino de la transformación gradual que sufre Ig añade un plus de originalidad tanto a la trama romántica co protagonizada por una etérea y epatante Juno Temple como a la de thriller policíaco en el que debemos descubrir junto al protagonista quién es el asesino de la joven y que tiene más de un punto en común con la novela corta del padre de Joe Hill, Stephen King, titulada El Ciclo del Hombre Lobo que el televisivo realizador Daniel Attias adaptó al cine en 1985 con el film Silver Bullet. Ambas piezas son similares no sólo por la investigación del crimen sino también porque el papel del siempre convincente David Morse es un émulo casi identico al de Kent Broadhurst en aquella cinta. Pero si la platea no admite esa suspensión de la credibilidad que propone el cineasta de Furia, si no perdona las licencias que este se toma para desarrollar el devenir mefistofélico de su obra lo más probable es, como previamente hemos mencionado, que no acepte dejarse seducir por los no muy destacados pero sí efectivos hallazgos visuales y narrativos de una pieza tan peculiar como Horns a la que se podrá acusar de muchas cosas, pero no de acomodaticia, fácil o autocomplaciente.




Una vez establecida la naturaleza casi faúnica (ese bosque ilustrado con una paleta de colores cálidos remite tanto a Gullermo del Toro como al Neil Jordan de En compañía de Lobos) del relato situado en el entorno urbano de una localidad puramente estadounidense con ese choque de tonalidades antagónicas Alexandre Aja recurre a su habitual potente look visual a la hora de abordar el apartado técnico de cualquiera de los proyectos cinematográficos en los que se embarca. El cineasta francés alterna una puesta en escena austera y sin estridencias con pasajes en los que hace uso de una de una cámara viviente, casi de movimientos bífidos (no es gratuita la presencia de serpientes en el metraje, más allá de las reminiscencias satańicas que dichos reptiles puedan tener) y que se van recrudeciendo y acentuando conforme el clímax final del largometraje va acercándose. Gracias a su sabia dirección de actores, a cierto lirismo que sabe arrancar de los pasajes románticos de la historia y al buen uso que hace de una banda sonora llena de exitos rock de distintas épocas (David Bowie, Marilyn Manson, The Pixies) el autor de Piraña 3D solapa con sus bastantes aciertos las taras que pueda tener su obra, que sin ser alarmantemente graves sí hieren en cierta manera su conjunto global como cierta indiferencia en el plano formal que nos afirma que Aja posiblemente estuviera atado en corto por parte de sus productores y que debido a ello no podía dar rienda suelta a su vena más macabra, la que se ve en algunos momentos de la media hora del final del metraje con ciertos instantes de violencia explícita que nos remiten a sus trabajos anteriores.




Horns merece la pena como curiosidad, como obra rica en su extrañeza y como confirmación fehaciente de que Daniel Radcliffe es un muy competente actor, profesional hasta lo extremo según el mismo Alexandre Aja, que ya se ha quitado por completo de encima la sombra de cierto mago miope que le dio la fama y al que le ha costado dejar atrás debido a haberlo encarnado durante ocho casi diez en años en ocho películas. El buen trabajo de su realizador, la aparición memorable de ciertos secundarios (Heather Graham, James Remar, Kathleen Quinlan) un humor negro bastante malicioso, aunque no siempre efectivo, y cierto afán por provocar con una historia romántica que tiene tanto de naif como de malsana sirven como acicate para atreverse a ver un proyecto por parte de Alexandre Aja que deja claro que él también puede contar historias peculiarmente íntimas pero que se muestran alarmantemente alejadas del talento brutal e inmisericorde de aquel enfant terrible que rodó dos bestialidades con sobredosis de calidad como Haute Tension y The Hills have Eyes, que se autoparodio hasta lo extremo con la anárquica Piraña 3D, y que poco a poco parece ir diluyéndose dentro de los engranajes de la maquinaria hollywodywnse aunque se dentro de sus círculos más independientes.Esperemos que esa The 9th Life of Louis Drax con la que él y Max Minghella (esta vez como guionista) adaptan la novela de Liz Jensen y que cuenta con un magnífico reparto con nombres como Jamie Dornan, Sarah Gadon, Aaron Paul, Barbara Hershey o Molly Parker nos recupere a aquel gabacho que llegó a Hollywood para llenar el género de terror americano de veneno europeo.



domingo, 7 de junio de 2015

El Exorcista II: El Hereje, y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos



Título Original Exorcist II: The Heretic (1978)
Director John Boorman
Guión William Goodhart basado en personajes de William Peter Blatty
Actores Linda Blair, Richard Burton, Louise Fletcher, Max von Sydow, Kitty Winn, Paul Henreid, James Earl Jones, Ned Beatty





Pocas personas en el globo terraqueo desconocen la existencia de una película de 1973 dirigida por el realizador norteamericano William Friedkin que adaptaba a imágenes la novela de su compatriota, el escritor William Peter Blatty y que se tituló, al igual que dicho libro, El Exorcista. No es difícil que al preguntar a cualquier ciudadano de bien o cinéfilo curtido cuál es la cinta del género de terror que más miedo le ha producido en su vida ponga a esta producción de la Warner Bros la primera en su lista personal o al menos en un puesto muy destacado de la misma por delante de otros clásicos del género. Porque con El Exorcista hablamos de una obra maestra del cine contemporáneo y una de las experiencias cinematográficas más impactantes e inolvidables del séptimo arte adscrita al celuloide de las horror movies americanas.




Todos los implicados en la gestación del largometraje estaban en los puntos álgidos de sus carreras y eso se dejó notar en pantalla. La novela fue un éxito editorial y el mismo William Peter Blatty se ocupó de adaptar su obra a imágenes, William Friedkin venía de ganar el Oscar por la mítica The French Connection: Contra el Imperio del Crimen y el reparto estaba formado por intérpretes de nivel como Max Von Sydow, Ellen Burstyn o Lee J. Cobb a los que se sumaron la debutante Linda Blair o el tristemente desaparecido Jason Miller que se introdujo en la piel del inolvidable Padre Damien Karras. El éxito de Warner Bros a la hora de gestar, producir y publicitar la película fue total y poco tardó en convertirse en un clásico atemporal que dejaría una huella indeleble en la historia del cine.




Pero hoy toca hablar de la primera de las accidentadas secuelas de la franquicia iniciada con el exorcismo de la pequeña Reagan McNeil a manos de los padres Lancaster Merryn y Damien Karras. Como hemos mencionado el éxito de El Exorcista fue descomunal recibiendo tanto el favor de la crítica como el público y ganando numerosos premios, consiguiendo incluso diez nominaciones a los Oscar, de los que ganó dos, Mejor Guión Adaptado para el mismo William Peter Blatty y Mejor Sonido. Los problemas comenzaron cuando Warner Bros decidió dar continuidad a la saga ya sin Willam Friedkin en la dirección y el ya mencionado novelista en la escritura. El británico John Boorman, que venía de triunfar con Deliverance y darse el batacazo con la posterior Zardoz fue el elegido para sacar adelante tan complicada empresa.




Con el Exorcista II: El Hereje, y esto se convertiría para bien o para mal en la tónica general en lo que respecta a las secuelas del largometraje de William Friedkin, John Boorman quiso alejarse bastante del tono, la estética y las pretensiones artísiticas y cinematográficas de la primera entrega, pero sin traicionar a la esencia de aquella. El director de Excalibur quiso dar una visión introspectiva del mal encarnado en Pazuzu, el rey de los demonios del viento que fue la entidad que poseyó a la pequeña Reagan McNeil en la cinta original de 1973. El resultado es por muchos conocido: decepcionante taquilla, masacre por parte de la crítica, decepción para Warner Bros y considerable dolor de cabeza para Boorman, que vio como su personal visión se veía alarmantemente adulterada por culpa de unos directivos que metieron mano en la producción y la sala de montaje.




El Exorcista II: El Hereje tiene lugar cuatro años después del exorcismo de una Reagan MacNeil (Landa Blair) ya adulta que ahora es paciente en el instituto psiquiátrico en el que la doctora Gene Tuskin (Louise Fletcher) la está tratando. Pero la aparición del padre Phillip Lamont (Richard Burton) antiguo amigo del padre Lankester Merrin (sacerdote que practico junto al fallecido Damian Karras el exorcismo de la niña en Washington DC) dará un vuelco radical a la nueva vida de Reagan cuando la convenza de que la entidad diabólica Pazuzu sigue amenazándola entre las sombras. Para ayudarla el religioso viajará a Africa para conocer el origen de dicho demonio y encontrar a un misterioso hombre llamado Kokumo (James Earle Jones) que dará respuesta a muchas de sus dudas.




Lo cierto es que la secuela del Exorcista fue en bastantes aspectos un proyecto sucidia, no sólo por, como hemos afirmado previamente, alejarse considerablemente del tono y el mensaje de su predecesora sino también porque con ella John Boorman quiso crear un producto de autor dentro de una maquinaria hollywoodiense que no admite una palabra más alta que otra sin su previo consentimiento. Curiosamente correr estos riesgos fue el mayor acierto de una cinta como la de John Boorman. Con una imaginería formal y visual única, absorbente e inquietante el director de The General consigue introducir al espectador en una especie de estado de ensoñación en el que la parafernalia africana relacionada con la demonología que sólo era mostrada de manera tangencial en el prólogo del film primigenio cobra aquí capital importancia narrativa.




Desde el arranque en Perú hasta el viaje del padre Lamont a África en busca del misterioso Kokumo, Boorman apela a una atmósfera bífida, tribal, creando interesantes paralelismos entre insectos y demonios, como esa plaga de langostas de reminiscencias bíblicas que representa la presencia amenazante de un diablo Pazuzu que también cobra gran protagonismo en esta primera secuela. Con una especial delectación en los rituales, invocaciones y exorcismos (los de la chica peruana y el de Kokumo en su niñez tiene una gran fuerza por su malsana plasticidad visual) una mirada que se mueve entre lo entomológico y lo demiúrgico el británico ofrece pasajes de un onirismo intimidante, (reflejándose en más de una ocasión en el Jacques Tourneur de Yo Anduve Con Un Zombie) adheriéndose los mismos, de manera aislada, a los mejores momentos de su carrera cinematográfica como director. Todo acariciado por una siniestra y catárquica banda sonora del gran Ennio Morricone.




Lo más curioso es que si esta subtrama africana protagonizada por el padre Lamont podría adscribirse fácilemtne a la parte más genuinamente John Boorman de El Exorcista II: El Hereje, es en el relato central protagonizado por Reagan donde más reminiscencias a la película de William Friedkin podemos encontrar. Lo curioso es que si bien es cierto que en este núcleo central de la historia es donde más se nota el tira y afloja entre producción y dirección también hay que afirmar que no escasean en el mismo las secuencias más inquietantes del largometraje. La más destacada, y favorita del que suscribe, es la sesión con el "sincronizador" en el que el padre Lamont asiste el exorcismo al que Reagan fue sometida por el padre Merrin y que deja grabada en la retina del espectador ese intento por arrancar el corazón de la doctora Tuskin por medio de una sabia superposición de imagen en la realización transmitiendo a la platea una amalgama blasfema entre tecnología y demonología que se revela como lo mejor del metraje.




Confirmado el talento de Boorman para retratar estas dos vertientes en el largometraje, son el confuso guión de William Goodhart (reescrito hasta la saciedad durante el rodaje por Boorman y su colaborador Rospo Pallenberg) y el poco consistente montaje de Tom Priestley los apartados que transmiten la sensación de que El Exorcista II: El Hereje es una obra hipertrófica, descompensada, mal rematada cuando pasajes tan poderosos como los comentados en los dos párrafos inmediatemante anteriores o la visita a la casa de Georgetown, en la que todavía parece habitar algo satánico entre esos muebles tapados con sábanas, se alternan con otros realmente penosos como el de el ataque de Reagan durante la actuación musical o algunos de los momentos de ese clímax final que se mueve entre lo conseguido formalmente y lo ridículo y ruidoso debido a su realización efectista y coreografía caótica de destrucción decididamente desproporcionada.




La labor del reparto es bastante considerable si tenemos en cuenta que entre los secundarios tenemos nombres de primer nivel como un enorme Richard Burton, una pletórica Louis Fletcher (alejada su preocupada doctora Tuskin de aquella diabólica enfermera Ratchet que le valió un Oscar a la mejor actriz en la inolvidable Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco, de Milos Forman) James Earle Jones insuflando presencia física (y vocal) con Kokumo o Max Von Sydow volviendo a dar vida, brevemente, al padre Merrin. Por otro lado una preciosa Linda Blair lleva magníficamente bien el peso de la cinta con su protagonista, alternando ternura con amenaza cuando su rol impersona a Pazuzu. El problema es que su negativa a dar vida a su alter ego demoniaco (para no sufrir las maratonianas horas de maquillaje del gran Dick Smith) hacen que su trabajo no sea superlativo como en el primer Exorcista, pero la actriz que da vida a la niña cuando está poseída hace un trabajo encomiable después de todo.




El tiempo nos demostró que ninguna de las cuatro secuelas de El Exorcista estuvo a la altura de esta y que la simple existencia de las mismas fue un simple capricho monetario, pero también es cierto en casi todas (la versión de El Exorcista: El Comienzo de Renny Harlin no hay por donde cogerla) hay algo que las hace interesantes como atípicas cintas de género. El Exorcista II: El Hereje pudo ser mucho más de lo que finalmente fue, pero la cinta de John Boorman es de una naturaleza tan mórbida, lacerante y envenenada que merece la pena no ser obviada. Sus momentos remarcables y hallazgos tanto visuales como narrativos solapan sus fallos estructurales y formales, por ello con el tiempo ha ido ganándose a pulso el prostituible pero honroso título de cinta de culto y recibiendo alabanzas de directores como Martin Scorsese, fans declarados de su visión rompedora de aquello que en la primera entrega se abordó de manera más acertada (la cinta de William Friedkin es muy superior, eso es inapelable) pero también conservadora, pudorosa y cobarde.




Cuirosamente no sería esta El Exorcista II: El Hereje la última secuela de la cinta de William Friedkin que se encontraría con problemas de producción. Ya que tanto la meritoria El Exorcista III, con la que William Peter Blatty adaptó su novela Legión, como la interesante El Exorcista: El Comienzo con la que el guionista y cineasta Paul Schrader abordaba los primeros años como exorcista del Padre Merrin se verían mutiladas y remodeladas en el primer caso y totalmente desechadas en el segundo. Pero de estas secuelas que con sus fallos y aciertos merecen ser reseñadas debidamente hablaremos en un futuro próximo en este mismo blog sin olvidarnos, por supuesto, de la cinta original de 1973 que al igual que a millones de espectadores al que suscribe dejó una profunda huella y una pasión descontrolada por el género terrorífico adscrito al séptimo arte.


sábado, 6 de junio de 2015

¡Bicho Malo!, the killer inside me



Título Original Bad Milo! (2013)
Director Jacob Vaughan
Guión Benjamin Hayes y Jacob Vaughan
Actores Ken Marino, Gillian Jacobs, Peter Stormare, Patrick Warburton, Stephen Root, Mary Kay Place, Jonathan Daniel Brown, Kumail Nanjiani, Toby Huss




En el año 1984 Gremlins se convirtió en todo un fenómeno a nivel mundial. El film producido por Steven Spielberg, escrito por Chris Columbus, dirigido por Joe Dante y protagonizado por el entrañable mogwai Gizmo y sus enemigos los malévolos gremlins sirvió como punta de lanza para una considerable ola de films protagonizados por monstruitos animatrónicos que acababan convirtiéndose en sagas de bastantes entregas como Ghoulies, Critters o Troll. Incluso el gran Roger Corman, avispado como siempre pero no muy acertado en esta ocasión, decidió subirse al carro de este tipo de celuloide con la inefable Munchies, que amalgamaba de mala manera todas las franquicias mencionadas. Varios años duró esta fiebre por bichos enanos que mezclaban, con mayor o menor tino terror y comedia para fruición de grandes y pequeños no muy impresionables.




Bad Milo!, cinta de 2013, retitulada de manera más bien pobre en España como ¡Bicho Malo! y estrenada por estas tierras sólo en dvd y directamente en videoclubs o centros comerciales, homenajea directamente a este tipo de cine en el que todo tipo de monstruitos sembraban el caos a su paso. Escrita por Benjain Haves y Jacob Vaugahn, dirigida por este ultimo y protagonizada por actores duchos en el mundo de la comedia como Ken Marino (Somos los Miller), Gillian Jacobs (Community), Peter Stormare (El Gran Lebowski) Mary Kay Place (No es Tan Fácil) o Patrick Warburton (Reglas de Compromiso) la segunda cinta en labores de dirección de este habitual montador se revela como una deliciosa muestra de nostalgia cinematográfica de Serie B que quiere ir más allá del género al que rinde tributo utilizando una idea bastante escatológica para hablar de un tema tan actual como universal. La ansiedad del hombre del Siglo XXI.




Duncan es un contable que convive con la presión de su vida profesional por culpa de un jefe corrupto y desalmado y la de su vida personal debido a no poder dar un hijo a su esposa Sarah, al noviazgo de su madre con un joven cuya sexualidad no parece tener barreras y a la nueva vida hippiesca de su padre. Todo este cúmulo de despropósitos producen en Duncan unos fuertes dolores intestinales que le obligan a pasar hasta hora y media en el retrete haciendo aguas mayores. Llegado un punto en el que la ansiedad es del todo incontrolable para el sufrido contable esta toma forma física y se transforma en un pequeño monstruo diminuto que sale de su recto para eliminar de manera salvaje y furibunda a los responsables de las desgracias a las que se ve abocado el pobre Duncan, que deberá confraternizar con Milo, nombre que da a la criatura, para impedir que siga eliminando a familiares y allegados del protagonista.




Este disparatado punto de partida que parece una mezcla entre una producción de la descacharrante factoría Troma fundada por el pirado de Lloyd Kaufman con la famosa saga gore Basket Case es la que vertebra todo el devenir de la historia que sustenta el desarrollo de ¡Bicho Malo! y es utilizada como metáfora o alegoría por parte de sus guionistas. Milo es la materialización física de los deseos ocultos en el subconsciente de Duncan, de ese lado oscuro que todo ciudadano de bien lleva dentro y al que si diéramos carta blanca acabaría matando de manera brutal a compañeros de trabajo, amigos, familiares, parejas, hijos y demás personas de nuestro entorno. El pequeño monstruo de origen anal hace todo aquello que el contable venido a menos no es capaz de llevar a cabo personalmente por culpa del miedo, el sentido común o la pura compasión, más para desconcierto y desgracia de su huésped que para el desahogo o tranquilidad de este,




Curiosamente esta idea argumental que podría dar pie a escenas escatológicas con explícitos primeros planos de anos enrojecidos, aerofagias estruendosas o rectos con capacidades desproporcionadas es abordada con una elegancia y sutilidad por Jacob Vaughan que se le agradece, ya que el grafismo con respecto a orificios corporales ya lo llevó a extremos hilarantes el hawaino Brian Yuzna en la divertidamente viscosa Society, no es necesario ir más allá. Por ello el guionista y director aborda con toda la austeridad del mundo, en el plano formal, la obra que está realizando. En Bad Milo! no hay lugar para el exceso, el grandgiñol, lo ruidoso, Vaughan utiliza una puesta en escena medida, obliga a sus actores a apelar a una contención (hasta Peter Stormare, maestro de la sobreactuación, está considerablemente apaciguado en su papel) que hace incluso más graciosas las desgracias en las que se ven implicados y todos los personajes son creíbles y cercanos a pesar de estar construidos desde la ironía y la sorna.




El diseño de Milo es pura artesanía ochentera, un muñeco de látex animado animatrónicamente que no tiene un sólo retoque digital a lo largo del metraje. Esta especie de Gizmo sin pelo y con colmillos se mueve entre la amenaza y la ternura, él es el núcleo de los momentos más descacharrantes de la obra tanto cuando asesina a sus víctimas como cuando debe salir o entrar en el orificio anal de Ducan, escenas que nunca se muestran explícitamente pero que se reflejan en el rostro desencajado de un Ken Marino que en ocasiones llega a transmitir al espectador los desproporcionados dolores que está sufriendo. El problema es que nuestro amigo Milo tiene pocas secuencias gore para lucirse, ya que una criatura tan salvaje y de naturaleza tan peculiar merecía más pasajes en los que las mutilaciones y las vísceras tuvieran más protagonismo. Por suerte el asesinato en el ascensor, sus caras de pena cuando Duncan le ofrece comida que no le gusta, esa cara de animal salvaje que muestra cuando le amenazan con las antorchas o su combate final con "Ralph" regalan a la platea suficientes escenas memorables como para quedar satisfecho en ese aspecto.




Esta parodia de Cromosoma 3 (The Brood) de David Cronenberg consigue adscribirse con acierto dentro de ese subgénero al que quiere homenajear de la manera más elogiosa posible. Lo curioso es que a pesar de su trama argumental del todo insulsa y disparatada como obra cinematográfica no podemos afirmar que sea una mala película, ya que está bien dirigida, escrita con acierto e interpretada con mucho convencimiento, algo que sucedía también con aquella otra muestra de cine trash, esta vez neozelandes y deudor de Peter Jackson , llamada Ovejas Asesinas (Black Sheep) dirigida por Jonathan King. Esta afirmación nos deja vislumbrar que ¡Bicho Malo! no es una cinta intencionadamente penosa cuyo único fin es hacer reir, ya que todos los profesionales implicados en ella abordaron la gestación del proyecto con un cariño notable, el mismo que hace de esta producción de 2013 una pieza divertida que nos recuerda a un tiempo en el que el cine de terror comercial era más modesto y cercano.