sábado, 26 de julio de 2014

Californication, Hank Moody y el camino del exceso



“Cena, copas…nunca estoy realmente, pero termino diciéndole lo guapa que es siempre. Porque es verdad, todas las mujeres lo sois de un modo u otro. Ya sabes, cada mujer tiene algo, una sonrisa, una curva, un secreto… Las mujeres sois criaturas increíbles, el trabajo de mi vida. Pero luego, a la mañana siguiente llega la resaca y me doy cuenta de que no estoy tan disponible como pensaba la noche anterior. Después se va y me quedo angustiado porque he perdido otro tren.”

Hank Moody




Durante la segunda mitad de la pasada década David Duchovny ya era un actor internacionalmente conocido por tres motivos. El primero era haber protagonizado (casi) todas las temporadas de la mítica serie Expediente X de Chris Carter, aquel programa en el que los agentes del FBI Fox Mulder (el mismo David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson) se enfrentaban a conspiraciones gubernamentales, extrarrestres y un peligroso mundo sobrenatural regido por lo oculto y esotérico, desarrollado a lo largo de diez tandas de episodios y dos films en pantalla grande. El segundo era su famosa inexpresividad facial, esa que pudimos ver en Kalifornia de Dominic West, Jugando Con la Muerte de Andy Wilson o Hechizo del Corazón de Bonnie Hunt, aquella que le dificultaba en demasía transmitir emociones y que lo emparentaba con otros actores de pétreos rostros como Ben Affleck, David Boreanaz, Steven Seagal o Kristen Stewart. Por último el tercero era su no menos famosa adicción al sexo, esa que tras muchas idas y venidas le costó su matrimonio con la actriz Tea Leoni (Deep Impact, Dos Policías Rebeldes) que parece ser que terminó cansándose de las aventuras extramatrimoniales de su cónyuge.




Pero en 2007 un poco conocido guionista norteamericano llamado Tom Kapinos, que hasta ese momento sólo había colaborado como productor ejecutivo y escritor de algunos episodios de la serie juvenil Dawson Crece, creada por Kevin Williamson (Scream, Sé lo Que Hicísteis el Último Verano) y protagonizada por James Van der Beek (Las Reglas del Juego, Mentes Criminales), Katie Holmes (Batman Begins, Jóvenes Prodigiosos), Michelle Williams (Brokeback Mountain, Oz: Un Mundo de Fantasía) y Joshua Jackson (The Skulls, Fringe) decidió aunar esas tres características de David Duchovny para crear una serie llamada Californication que sabiamente supo aprovecharse de la fama del protagonista de Expediente X, utilizar como arma propia sus límitadas dotes interpretativas y llevar a su terreno la fama de sátiro del actor para crear una serie que tenía no poco de biografía del actor que durante años dio vida a un agente del FBI que luchó contra aliens, sectas satánicas, criaturas multiformes y asesinos en serie con poderes extrasensoriales.





El 13 de agosto de 2007 la cadena de televisión por cable norteamericana Showtime (Dexter, Homeland, Penny Dreadful, Shameless) estrenó Californication, la serie resultante de la unión del ya mencionado guionista Tom Kapinos y el también nombrado protagonista David Duchovny a los que se sumó el cineasta jamaicano Stephen Hopkins (Bajo Sospecha, Volar Por los Aires, Los Demonios de la Noche) que se ocupó de rodar el episodio piloto (algo que también hizo en la serie 24 protagonizada por Kiefer Sutherland) y formar parte de la producción ejecutiva del programa. Californication narra la vida del escritor Hank Moody que tras ver como su libro, Dios Nos Odia a Todos, un manuscrito cargado de misantropía, bilis y angustia existencial, es adaptado al cine por Hollywood convertido en una comedia romántica titulada Esa Pequeña Cosa Llamada Amor, protagonizada por Tom Cruise y Katie Holmes, decide mudarse a California con su mujer Karen (Natascha McElhone) con la que ya no comparte vida matrimonial y su hija adolescente Rebecca (Madeleine Martin) para huir de su New York Natal y encontrar en el estado que tuvo a Arnold Schwazzenegger como gobernador las musas que le permitan vencer como escritor a la temida página en blanco, siempre con la ayuda de su editor Charlie Runkle (Evan Handler) y Marcy (Pamela Adlon), la esposa de este último. El problema reside en la pasión de Hank por el sexo, el alcohol y las drogas (compartida al 100% por su amigo Charlie) que lo abocarán a una vida de excesos que repercutirá en su familia y allegados y que le impedirá encontrar la inspiración que le ayude a dar forma a su siguiente libro.




El primer episodio de Californication arranca con su protagonista adentrándose en una iglesia en la que una joven y atractiva monja le practica sexo oral mientras él trata de tapar con la mano la imagen de Cristo crucificado que tiene delante, suponemos que por vergüenza. Seguidamente descubrimos que todo era una fantasía que el personaje que estaba experimentando, precisamente, cuando le practicaban una felación. Esto es Californication y su creador, Tom Kapinos, pone rápido las cartas sobre la mesa, lo tomamos o lo dejamos, no hay lugar para medias tintas ni a engaño alguno. Porque Hank Moody es una especie de versión (más atractiva, qué duda cabe) del escritor norteamericano Charles Bukowski que reflejaba sus propias vivencias por medio de su alter ego literario Henry Chinaski (recordemos que Hank es el apodo del nombre Henry, coincidencia nada arbitraria), un genio de la literatura siempre entregado al alcohol y la prostitución, un hijo de la literatura beat que vive al día dilapidando su dinero en drogas, señoritas de compañía y borracheras varias. Pero a diferencia del autor de Pulp, Factotum o La Máquina de Follar Hank tiene como piedra angular de su vida a su mujer Karen y su hija Rebecca, que son el único anclaje con la vida real y el motivo principal por el que no se ha abocado a una espiral de autodestrucción, con la que siempre coquetea, pero en la que nunca llega a sumergirse del todo. La primera aguanta estoicamente todos los escarceos sexuales de su marido aunque ambos ya no sean pareja y la segunda trata de encontrar (sin éxito) en su progenitor una figura paterna en la que reflejarse, una brújula que la guíe durante una adolescencia complicada. Hank trata de ser un buen marido y padre, pero siempre se interpone en su camino una alocada fan de su prosa deseosa de acostarse con él, algún actor/músico/escritor que lo invita a alguna fiesta repleta de desfase y excesos o su mismo amigo/editor Charlie que comparte su debilidad por la carne y pasión por el hedonismo desenfrenado.




A lo largo de siete temporadas Hank Moody volverá e escribir un libro autobiográfico, se implicara como guionista en el mundo del cine, la música y la televisión, ejercerá de profesor de universidad, se las verá con camellos, prostitutas, míticos rockeros en decadencia, raperos de gatillo fácil con ínfulas de Tony Montana de baratillo, alumnas decididas a llevárselo a la cama y supuestas escritoras noveles que hablarán en sus relatos de aventuras de alcoba compartidas con él en tiempos pretéritos. Por culpa de estas ¿malas compañías? será acusado injustamente de abuso de menores teniendo que declarar en juicio e incluso estará al borde de la muerte en varias ocasiones debido a la ingesta de sustancias ilegales o amenazas de muerte que no se ven ejecutadas por muy poco. Por suerte Tom Kapinos y su equipo de guionistas (aunque en las tres últimas temporadas él escribe en solitario todos y cada uno de los episodios) no quieren dar lecciones ni demonizar la vida desenfrenada de Hank Moody, todas sus aventuras y desventuras, hasta las más excesivas, son siempre retratadas desde un punto de vista de comicidad e ironía extrema, algo que nos permite empatizar con la criaturas que pueblan la serie continuamente a la deriva que sólo piensan en sexo, emborracharse, colocarse fumando maría y por todo ello dejando de lado sus vidas profesionales para entregarse a un libertinaje que no parece tener fin en el que la autosatisfacción física y psicológica no tiene más límites que los que puedan ponerse los personajes y que como es lógico nacen de la pluma de unos escritores que tienen un especial don para explotar hasta lo sobrehumano tramas sobre fiestas interminables, relaciones emocionales regidas por la incorrección política u orgías de todo tipo que llenan decenas de episodios de situaciones alocadas (pero nunca caóticas, irreales o descontroladas) en las que Hank, Charlie o Marcy (y más tarde Stu, Atticus, Richard o Levon) experimentan con sus cuerpos y mentes actos que van desde lo descacharrante hasta lo sonrojante incluso a veces bordeando lo escatológico.




Sexo, sí amigos, el coito, el actor del amor, lo que viene siendo echar un buen polvo (o los que encarten) es uno de núcleos centrales de Californication, la segunda de sus dos razones de ser que mueve la mayoría de las tramas. Puede que no haya en la historia de la televisión un programa que haya tratado con tanta naturalidad la liberación sexual, el disfrute al 100% del acto de fornicar, como la serie de Tom Kapinos, es más, productos catódicos que abordaron con mucha cercanía el tema como Queer As Folk oThe L World (ambos pertenecientes también a la cadena por cable Showtime) podrían tildarse hasta de pacatos al lado de la serie protagonizada por David Duchovny. En Californication podemos ver prácticamente todas las parafilias o variantes sexuales conocidas por el ser humano desde tiempos inmemoriales. Desde el sadomasoquismo hasta la coprofilia, pasando por la ninfomanía o la satiriasis, lluvia dorada, el sexo entre personajes del mismo género (hombres y mujeres), el incesto, la gerontofilia, la zoofilia o todo tipo de tríos (el mejor es aquel en el que Hank y Charlie comparten lecho con una chica con graves problemas de exceso de eyaculación vaginal), camas redondas y bacanales interminables en las que no se deja página del kamasutra sin ejecutar. Ese es uno de los grandes aciertos de la serie, la naturalidad con la que aborda el sexo y aprovechando la manga ancha que proporciona la televisión por cable y riéndose y pisoteando con saña (siempre con ironía) el puritanismo propio de una sociedad como la estadounidense que se escandaliza más por un pecho de Janet Jackson en directo en la televisión que por la matanza perpetrada por dos adolescentes armados hasta los dientes en el interior de un instituto.Tom Kapinos y sus secuaces lo tienen claro, desde su punto de vista están hablando de algo tan natural como el respirar, de modo que su inclusión en la vida diría de los personajes hace que el sano acto de mantener relaciones íntimas llegue a estar tan presente en el exoesqueleto argumental del programa que a veces casi llegamos a olerlo o a percibir los estados pre o post coitales en muchos de los roles que pueblan los episodios transmitiendo una sensación de libertinaje, sexualidad, picaresca (en ocasiones hasta repulsa) que despierta una sonrisa en un espectador que espera con ganas cuál va a ser la próxima locura “eroticofestiva” en la que Hank y sus huestes van a embarcarse. Es más, cuando algunos de los personajes menos dados a este tipo de vida (Karen, la misma Becca) caen en las redes del “follar por follar” la complicidad con el televidente es aún mayor y la fruición más remarcable.




Aunque bien es cierto que sería de necios no admitir que detrás del sexo y el desparrame de excesos etílicos y lisérgicos el motor que mueve a Californication en general y Hank Moody en particular es pura y llanamente el amor. Pero no por ello nos encontramos en este caso con ese tipo de programa en el que bajo su superficie supuestamente lacerante y de tono satírico se esconde un mensaje conservador y recalcitrante sobre reivindicar el american way of life sin miramientos ni cortapisas, porque también es acertado que aún siendo verdad que el show de Tom Kapinos bascula siempre entre los sentimientos de su protagonista hacia las dos verdaderas mujeres de su vida (sus ya mencionadas esposa e hija adolescente) y su bohemia existencia entregada al ombliguismo más egocéntrico, el equilibrio sentimental del escritor borracho y pendenciero lo rigen sus personas más allegadas. Porque al igual que la mítica A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under) de Alan Ball el producto que nos ocupa es una oda al amor familiar, a los lazos fraternales, sanguineos y afectivos, pero no a toda costa y sin rechistar, nada más lejos de la realidad. Porque ese núcleo familiar está del todo desestructurado, en ocasiones hasta se muestra como una institución descompuesta y llena de carencias éticas y morales, pero cuando se aceptan esos (enormes) fallos es cuando sus miembros pueden asimilar que sus parientes, ya sean padres, madres, hijos o hermanos, son piezas indispensables en este, unas veces colectivo y otras baldío, recorrido llamado vida. Tom Kapinos quiere que nunca se nos vaya de la cabeza que aunque salte de cama en cama y juerga en juerga el corazón de Hank Moody siempre pertencerá a Karen, porque realmente siempre ha estado enamorado de ella y nunca dejará de estarlo por muchas mujeres con las que él pase noches de lujuria y por muchos hombres con los que ella intente mantener una relación seria que nunca fructificará porque la sombra del que sigue siendo su marido sobrevuela todos y cada uno de los días de su existencia. Por otro lado ni el más duro puñetazo del novio de turno de Karen o la paliza más brutal del típico macarra con cuya novia ha intentado flirtear el protagonista le duele más que cuando su hija Becca le espeta sin indirectas que es un mal padre y un inútil emocional que no hace más que cagarla un día sí y otro también para dar al traste con una familia qué él debería mantener unida.




Pero si Californication es Hank Moody, Hank Moody no es nadie sin David Duchovny y aquí el protagonista de Evolution ha dado vida al personaje más memorable de su carrera porque como comentábamos previamente tiene mucho de si mismo. Amante de lo ajeno, mujer permisiva que se las perdona todas, vida profesional sepultada por los excesos de la personal, una adicción al sexo que se ve reflejada en la ficción y con la que el actor debe haberse sentido identificado lo suficiente como para haber sido junto a Tom Kapinos y Stephen Hopkins uno de los impulsores de la serie en labores de producción ya desde el mismo episodio piloto, suponemos que a modo de expiación de demonios internos y también para sacar un buen dinero, no eludamos lo evidente. El rostro hierático del actor que diera vida al travestido agente Denise Brison en la impagable Twin Peaks de David Lynch y Mark Frost parece un relfejo exterior de su interna personalidad ácida. Siempre jocosa, socarrona y tierna cuando la situación lo requiere e incisiva, malintencionada y punzante cuando la ocasión lo exige. David Duchovny inyecta carisma, sensualidad, una comicidad en sesión continua (algo se aventuraba en pequeñas dosis en Expediente X cuando su Fox Mulder tenía breves momentos de humor frente a la austeridad de Dana Scully, pero que no dejaban vislumbrar una verdadera vis cómica) desdén, misantropía, nihilismo, pero nunca pesimismo, ya que exprimir hasta el último minuto de su existencia es una de sus principales metas. Despeinado, con sempiterno cigarrillo en la boca, gafas de sol y Porsche 911 Cabriolet con el faro derecho roto, Hank es la viva imagen de la dejadez, del talento desperdiciado, de la promiscuidad como declaración de principios. Pero por debajo sólo tenemos a un animal herido, un hombre que en contadas ocasiones ha conocido lo que es el verdadero amor, un marido y padre que no sabe cómo vencer una batalla en la que él mismo es su mayor enemigo y el que le separa de una vida plena en el campo emocional compartida con las dos personas más importantes de su existencia.




De la Karen de Natascha McElhone (El Show de Truman, Ronin) no es difícil enamorarse. Una mujer entrañable, cercana, preciosa, con carácter y sensual casi sin querer serlo. Ella es la eterna musa de Hank, su razón de ser, el centro de su vida, unas veces como esposa, otras como amiga (en contadas ocasiones como enemiga) y en las mejores como amante, ya que los momentos de cama que comparte con el protagonista son los más sinceros y creíbles de Californication. La actriz del remake de Solaris que dirigió Steve Soderbergh es el catalizador artístico y narrativo que permite que nos creamos que el personaje de David Duchovny realmente beba los vientos por ella o que pierda el culo por los celos cada vez que intenta rehacer su vida con hombres que en apariencia le convienen más que Hank. Esta relación entre ambos es de las más ricas que ha dado la televisión reciente, no hay un sólo momento a lo largo de las siete temporadas que dura la serie de Tom Kapinos en el que no queramos que estos dos individuos acaben sus días juntos, pero esa relación tiene un punto flaco y el mismo lo abordaremos más adelante cuando hablemos de algunas de las debilidades del programa que nos ocupa en la entrada. En el otro lado de personas por las que Hank Moody daría su vida tenemos a la Becca a la que da voz y cuerpo la tierna y melancólica Madaleine Martin, una chica de estética gótica, gusto por el death metal y la letra de Anton Szandor Lavey (creador de la Iglesia de Satán y autor de la Bíblia Satánica) con una inteligencia por encima de su edad, aunque nunca adentrándose en la repulsión que suscitan los típicos niños supuestamente espabilados salidos de series y películas de Hollywood. Becca es el personaje del programa que más evoluciona en pantalla (no sólo porque la veamos crecer temporada a temporada) sino porque poco a poco iremos descubriendo que es una versión femenina y perfeccionada de su propio padre. Su pubertad, el descubrimiento de su sexualidad o sus primeros coqueteos con las drogas darán pie a momentos descacharrantes con Hank, que finalmente se revelará como un padre conservador y bastante egoísta.




Pero si hay que destacar dos secundarios recurrentes en Californication esos son el Charlie Runkle al que da vida Evan Handler (El Ala Oeste de la Casa Blanca, Sexo en New York) y la Marcy a la que ofrece su peculiar y resultón cuerpo Pamela Adlon y que forman un muy pintoresco matrimonio que es el culpable de que, como hemos comentado anteriormente, la serie de Tom Kapinos casi huela a fluidos corporales. El primero es el representante de Hank, su escudero, su Sancho Panza, un hombre menudo, calvo y poco agraciado que no duda en compartir con su cliente sexo, drogas y alcohol. Evan Handler ha cometido un suicidio artístico al dar vida al viejo Runks, un personaje divertido, alocado, pero también con una personalidad que puede causar un más que considerable rechazo. Onanista compulsivo, con parafilias sexuales bastante enfermizas, depravado, con episodios traumáticos con su mismo sexo y tendencia a provecharse de sus clientes, el actor de Perdidos o Asesinos Natos se ha encasillado de por vida como “representante salido” y lo va a tener difícil para quitarse ese sambenito de encima. Por otro lado Pamela Adlon da vida a lo que en Californication vendría a ser la respresentación física de la lujuria, el deseo, el descontrol sexual. Marcy es una mujer menuda, de tosco origen italoamericano (vendría a ser una especie de precedente de los protagonistas del programa Jersey Shore de la MTV) totalmente insaciable en la cama. De la forma, virtudes, sabor y olor de la vagina de Marcy se habla en Californication más que de la obra literaria de Hank. Sus amantes matarían por seguir manteniendo relaciones íntimas con ella y su verborréica lengua no para de mencionar palabras relacionadas con el coito en todo momento sin importarle si al receptor de dichas peripecias horizontales no las recibe con agrado. Charlie y Marcy tienen los momentos más carcajeantes de la serie y son el escape humorístico de una serie de por sí bastante cómica. Dos vividores adictos al sexo y el placer a los que acabamos cogiendo cariño por ser un reflejo desatado de nuestras más bajas pasiones.




También es Californication una fábrica de impagables secundarios ocasionales y muchas veces son ellos los que mueven las tramas de los episodios. El rapero Samurai Apocalypse de RZA de la quinta temporada, el enorme rockero estancado en el pasado Atticus Fetch al que da vida el británico Tim Minchin en la sexta, el productor musical Lew Ashby con el rostro de Callum Keith Rennie de la tercera o el director Peter Berg (Battleship, El Último Superviviente, Very Bad Things) haciendo de sí mismo (mostrando un sentido del humor remarcable) en la cuarta. También tenemos casos como el de Stu Beggs interpretado por Stephen Tobolowsky, el productor cinematográfico (y más tarde de series televisivas) que acaba convirtiéndose en un personaje habitual que encaja perfectamente con la personalidad promiscua de Marcy y Charlie, ofreciendo algunos de los momentos más alocados de la serie junto a ellos y “deleitando” continuamente al público con su ridículo desnudo, Jason Beghe como el inestable Richard que también reincide en distintos capítulos a partir de la quinta temporada o uno de los favoritos del que suscribe, el Eddie Nero de Rob Lowe, personaje que a partir del ecuador de la serie aparece en al menos un episodio de temporada y con el que el protagonista de Apocalipsis o Rebeldes borda a ese actor oscarizado por un papel en una película dirigida por Michael Mann y cuya inclinación por ser “del método” lo lleva a experimentar todo tipo de parafilias escatológicas dentro del plano sexual. El momento en el que describe de la manera más gráfica posible la felación que la practicó al único hombre con el que tuvo relaciones íntimas es uno de los puntos álgidos de la serie, un momento de esos que desatan la carcajada del espectador más reacio. Pero las secundarias no se quedan atrás y todas y cada una de las temporadas nos regalan la presencia de actrices despampanantes como Madeline Zima (culpable de muchos de los quebraderos de cabeza de Hank como Mía, la hijastra de Karen) Eva Amurri (hija de Susan Sarandon) en el rol de una alumna de Hank que se dedica al striptease, Addison Timlin como Sasha, una estrella de cine adolescente, Carla Gugino como Abby, la abogada de Hank, Maggie Grace la (poco creíble) groupie del mundo del rock, Faith, Paula Marshall como la insegura Sonja o Heather Graham, la madre de Levon, el hijo secreto de Hank.




Sólo unos pocos fallos se le pueden achacar al programa que nos ocupa. El primero es que ciertamente se vuelve algo monotemático con tanto dar vueltas sobre los mismos temas, por suerte los guionistas saben introducir contextos diferentes de una temporada a otra para que no parezca que estamos volviendo a degustar un plato que ya conocemos. El segundo es que si bien todas y cada una de las relaciones interpersonales de los personajes son creíbles y cercanas la mayoría de ellas no evolucionan demasiado, tocan techo en la cuarta temporada (el final de aquella, que era una descarada y muy acertada oda en favor de Hank como persona y personaje, hubiera sido un cierre pletórico para la serie, aunque por suerte todavía quedaban tres temporadas magníficas) y a partir de ahí sólo giran sobre sí mismas: Hank y Karen siguen con su juego de amor/odio Charlie y Marcy otro muy parecida a aquel pero de una naturaleza más lúbrica y sólo Becca parece ser un personaje que se desarrolla de manera gradual y continua a lo largo de toda la serie. El tercero es que la séptima y última temporada sin ser ni mucho menos floja o indigna del show sí está un poco descompensada. Por un lado que Tom Kapinos la coja con el mundo de la televisión y no deje títere con cabeza mordiendo la mano que la da de comer (ese Rick Rath de Michael Imperioli no deja muy bien a los productores de televisión por cable, aunque al final resulta ser un buen tipo) es todo un acierto. Pero por otro no sólo se comete el fallo de dejar algo de lado a Karen, también descubrimos que la inclusión del personaje de Levon (Oliver Cooper) y su madre Julia, a la que da vida Heather Graham, aportan poco al argumento central y si se prescindiera de ellos los 12 episodio se resentirían más bien poco. También podríamos hablar sobre el (en cierta manera) autcomplaciente final de la serie, pero sería un ejercicio de futilidad. El cierre de Californication es como el de The Shield de Shawn Ryan o el de The Wire de David Simon y Ed Burns, puede que no el mejor que se le podía haber dado, pero sí el más adecuado y consecuente con la esencia del programa.




No podemos negarlo, el supuesto talento como escritor de Hank Moody es un mero McGuffin para que como rol pueda interactuar con personas de distintos medios como el cine, la televisión, la música o la literatura y con ello moldear las historias que dan forma al programa y que los guionistas dosifican en episodios de poco menos de media a hora que siempre nos dejan con ganas de más. Pero gracias a esa excusa Californication es algo más que la versión masculina de Sexo en New York (aunque también hay algo de eso). Es sexo, drogas y rock’n roll, género musical que por cierto vertebra gran parte de la serie, desde su título que es una canción de Red Hot Chili Peppers, hasta el nombre del libro de Hank (el mismo de un disco de la banda de thrash metal Slayer) o su adaptación cinematográfica (título de un tema de Queen) hasta títulos de muchos episodios (The Unforgiven, The Last Supper, Wish You Where Here) o los cameos de músicos como Zakk Wylde (Black Label Society), Tommy Lee (Mötley Crüe), Steve Jones (Sex Pitols) Sebastian Bach (Skid Row) o un Marilyn Manson interpretándose a sí mismo. Su recorrido ha sido de siete años en los que la calidad se ha mantenido a un nivel siempre bastante alto y sin traicionar su origen o edulcorar su mensaje romántico, siempre rodeándolo de orgasmos y gemidos a plena voz. Un servidor echará de menos al canalla de Hank Moody, se hará raro no tener cita anual con su frenética existencia y la de los que le rodean en la soleada California. Me gusta pensar que el verdadero autor del libro Follando y Pegando seguirá toda su vida siendo un infiel borracho que pasará la noche colocado con sus amigos Charlie y Marcy. Al día siguiente su mujer Karen le abroncará con acusaciones llenas de ironía para finalmente perdonarle su enésimo desliz porque su paciencia (y cariño hacia él) no tiene límites y Becca preguntará a ambos cuándo acabará esa interminable tira y afloja que los convierte en algo parecido a dos críos pequeños. Hank, una vez más caerá en la cuenta de que sin su familia no es nada, que es una carcasa vacía sin la presencia de su mujer y su hija y le entrará la depre. Hasta que por la noche el influjo de California vuelva a llevarlo por el mal camino con sus etílicos y sensuales cantos de sirena abocándolo en una espiral de pasión y excesos que no cesará hasta el fin de sus días puestos hasta el culo de mugre y furia, pero sobre todo amor.


1 comentario:

  1. Artículo publicado originalmente en la web Zona Negativa.

    http://www.zonanegativa.com/zn-series-californication-hank-moody-y-el-camino-del-exceso/

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