viernes, 28 de marzo de 2014

True Detective: Temporada 1, en las montañas de la locura



“Todo era el mismo sueño, un sueño que tenías en una habitación cerrada, un sueño sobre ser una persona y como en muchos sueños hay un monstruo al final de él”
Rust Cohle




En abril de 2012 la cadena americana de televisión por cable HBO acordó con el escritor y guionista Nic Pizzolatto (The Killing) y el director Cary Joji Fukunaga (Jane Eyre) la creación de la primera temporada de ocho episodios de una serie de corte policíaco que al igual que otros programas catódicos como la romcabolesca American Horror Story adoptaría el formato de antología, o lo que viene a ser lo mismo, que cada temporada sería independiente, relataría una historia diferente (aunque todo apunta a que unas estarán conectadas de alguna manera con otras) y contaría con un reparto distinto. Así nació True Detective, la serie sensación de lo que llevamos de este 2014 que nos ocupa.




Esta primera entrega de ocho episodios está protagonizada por el recientemente oscarizado actor tejano Matthew McCounaghey (Dallas Buyers Club, El Lobo de Wall Street) y el no menos talentoso Woody Harrelson (El Escándalo de Larry Flint, Asesinos Natos, No Es País Para Viejos) que estaban tan seguros de la calidad del producto en el que se iban a implicar como actores que incluso llegaron ambos a ejercer como productores ejecutivos junto a Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga. De manera bastante atípica esta primera temporada de True Detective está escrita y dirigida en su totalidad por los creadores de la misma, algo poco habitual en la televisión americana, que normalmente ofrece productos en los que el creador de la obra escribe el episodio piloto (y puede que los dos o tres siguientes) para que un director ducho en el mundo de las series o un cineasta reputado lo ruede para darle el tono y la puesta en escena que después otros realizadores tomarán como punto de partida para el desarrollo estilístico del programa.




True Detective ha sido un rotundo éxito, con sus tres primeros episodios no hizo demasiado ruído, pero el cuarto (y su potente plano secuencia que ha sido visto por toda la red) ya dio muestras esclarecedoras sobre la calidad de la última creación de la HBO. Capítulo a capítulo la odisea de los agentes Marty Hart y Rust Cohle por los recovecos más oscuros del estado Lousiana ha ido ganando adeptos que se han enganchado al tono tenebrista y enfermizo de su alambicada trama llena de referencias fílmicas, literarias (e incluso del mundo del noveno arte como ha confesado el mismo Nic Pizzolatto) llegando a un memorable último episodio que ha batido récords de audiencia para la cadena que emite el programa en cuestión. En España esta devoción (en ocasiones casi obsesiva, ya sabemos como son los fans que son capaces de diseccionar de manera concienzuda hasta el úlitmo detalle) también se ha dejado notar saltando hace poco la noticia de que incluso en cines de Madrid y Barcelona se realizaron maratones para ver en sesión continua los ocho magníficos episodios que dan forma a esta primera temporada.




Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga han conseguido en una sola temporada de su serie lo que hasta a Vince Gilligan le costó dos o tres con la pletórica Breaking Bad. Convertir su proyecto en un producto de culto, un fenómeno que ya arrastra una más que considerable horda de fans a nivel mundial que bebe los vientos por el programa, sus personajes y el microcosmos que han ido diseñando sus dos creadores a lo largo de sus ocho compactos episodios. True Detective es mucho más que un drama o thriller policíaco, ya que como obra principalmente hunde sus raíces en visiones del mal primigenio que van desde el imaginario lovecraftiano (la referencia directa al autor de Providence con Carcosa) hasta la ofrecida por David Lynch y Mark Frost en la mítica Twin Peaks (esa Logia Negra extendiendo su diabólica influencia a lo largo del pueblo homónimo o de Deer Meadow en la película precuela/secuela para la pantalla grande por medio de la presencia del espíritu errante Bob). Con una estructura narrativa deudora de Sospechosos Habituales de Bryan Singer y Christopher McQuarrie con la que comparte el relato por medio de flashbacks durante un interrogatorio policial para dar con un brutal asesino que tiene no poco de leyenda o mito y aunando la mirada del David Fincher de Seven o Zodiac (asesinatos ritualistas de corte religioso, un criminal sin rostro, obsesivos agentes de la ley investigando el caso que ven menguar hasta su salud por la implicación en el mismo) con el árido nihilismo y existencialismo desencantado del Cormac McCarthy. de No Es País Para Viejos.




Director y guionista (creadores ambos del programa en su totalidad) nos afirman como narradores que hay algo aterrador, algo impío en la América retratada en esta True Detective que nos ocupa, como si anidara en su interior una criatura bífida y reptante, al acecho, siempre a punto de mostrar sus fauces para devorarnos vivos. Esa Louisiana profunda de paisajes lacónicos y apagados hasta cuando la naturaleza se muestra en todo su esplendor apesta a bar de carretera, a pesticida, a cadáver en descomposición, a podredumbre económica y moral, a fundamentalismo religioso e industrialismo anticuado y obsoleto. Una localidad anclada en un pasado (como la que se retrataba en ese clásico llamado La Matanza de Texas del hoy muy olvidado Tobe Hooper, obra a la que nos retrotrae estéticamente esa casa atestada de inmundicia que ocupa gran parte de la trama central del último episodio) que sirve como perfecto caldo de cultivo para el nacimiento de una secta satánica de depravados sexuales cuyo posible origen está en una iglesia con un líder pedófilo o la forja de un criminal tan retorcídamente enfermo que trasciende del plano terrenal antojándosenos su procedencia, por inhumana e irreal, como localizada en una dimensión paralela aposentada en la más pura esencia del mal como concepto.




Pero si de trascendencia tuviéramos que hablar, de encontrarse en un nivel superior (no por ello más cómodo o asentado en una realización personal o existencial y si más bien visto como una tortura física o psicológica) a sus semejantes tendríamos que hablar de Rust Cohle, el detective perfecto que habita en la pura imperfección humana. El pletórico Matthew McCounaughey, que lleva años ofreciéndonos papeles remarcables, aborda esta criatura tortuosa, distante y asocial con una cantidad de recursos interpretativos sencillamente impresionante. Con un tono que se mueve entre lo mesíánico y lo demencial (no sabiendo muchas veces cuando habla donde empieza el uno y acaba el otro) Rust quedó reducido a una entidad primaria cuando su hija pequeña murió, su matrimonio por ello se rompió y decidió entregarse en cuerpo y alma a su única vía de escape, su trabajo, el mismo que le vampiriza y va poco a poco quitándole la vida. Por otro lado estaría Marty Hart, al que pone voz y cuerpo un no menos brillante Woody Harrelson. Marty es la representación del americano medio, un hombre que de cara a la galería se muestra como tradicional, conservador, amigo de sus amigos y sobre todo familiar. Pero la doble moral típicamente estadounidense no tarda en mostrarse para descubrirnos que el agente Hart es un marido infiel, un padre de métodos expeditivos capaz de golpear a los novios de sus hijas, uno individuo de moral reprobable que mira por el encima del hombro la existencia desencantada de su compañero de trabajo creyéndose en una posición superior a la de este por el simple hecho de tener una vida idílica que iremos descubriendo que no lo es tanto.




Con una estructura narrativa compleja y meticulosa (con hechos que tienen lugar en 1995, 2002 y 2012 por medio de flashbacks y quiebros de guión totalmente justificados) un apartado técnico mesurado, profesional y con algún momento brillante (el famoso plano secuencia que cierra el cuarto episodio) cohesionados por la implicación exclusiva de los dos creadores del producto sin que nadie más ajeno al proyecto interceda entre ellos True Detective ha puesto su primera y sólida piedra para ir construyendo un más que prometedor futuro. Nos encontramos ante una obra multireferencial y metaficcional que bebe no sólo del cine o la literatura, también como ha confesado el mismo Nic Pizzolatto del mundo del cómic, algo nada descabellado si tenemos en cuenta que el tono de la serie y su contexto nos remiten continuamente a varias de las obras que cimentaron el buen nombre del sello Vertigo de DC o a trabajos en viñetas fuertemente influenciados por la pluma del escritor norteamericano H. P. Lovecraft como el díptico The Courtyard/Neonomicon escrito por Alan Moore y dibujado por Jacen Burrows para la editorial Avatar Press o Fatale, la colección de Image ideada por Ed Brubaker y Sean Phillips que amalgama la tradición del relato noir con la temática sobrenatural poblada de milenarias criaturas multiformes veneradas por sociedades secretas de corte satanista propias del creador de La Sombra Sobre Innsmouth o Dagon. Ahora habrá que ver qué tal le van las cosas a Nic Pizzolato y Cary Joji Fukanaga (esperemos que este último no abandone el proyecto, su trabajo en la realización de los ocho episodios ha sido sobresaliente) sin Rust y Marty como protagonistas y narrándonos otras historia distinta. Esperemos que el resultado esté a la altura, empresa nada sencilla, porque el listón lo han dejado por las nubes.



3 comentarios:

  1. Esta crítica está sacada de un articulo compartido y más completo publicado en la web Zona Negativa:

    http://www.zonanegativa.com/true-detective/

    ResponderEliminar
  2. plagiador! que estás hecho un plagiador!! :-)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja,ja,ja, es que anda que no viene bien ahora para el blog meter cosillas de las que escribo en la web.

      Pero de aquí a nada pondré material propio, entre él bastantes adaptaciones de cómics al cine.

      ¡Nos vemos!

      Eliminar