domingo, 29 de diciembre de 2013

El Hobbit: La Desolación de Smaug



Título Original The Hobbit: The Desolation of Smaug (2013)
Director Peter Jackson
Guión Philippa Boyens, Fran Walsh, Guillermo del Toro y Peter Jackson, basado en la novela de J.R.R. Tolkien
Actores Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Luke Evans, Benedict Cumberbatch, Stephen Hunter, Ken Stott, Evangeline Lilly, Orlando Bloom, John Callen, Adam Brown, Dean O'Gorman, William Kircher, Peter Hambleton, Mark Hadlow, Lee Pace, Sylvester McCoy, Cate Blanchett, Mikael Persbrandt, Stephen Fry, Ryan Gage





Nueva entrega de la segunda trilogía que el cineasta neozelandés Peter Jackson está realizando sobre la obra y personajes del escritor inglés de origen sudafricano J.R.R. Tolkien. Al igual que El Hobbit: Un Viaje Inesperado esta secuela está basada en el libro El Hobbit, el primero que el autor de El Silmarillion escribió sobre los personajes de la Tierra Media. El largometraje ha dejado muy satisfecho a un servidor, más que el anterior, pero bien es cierto que todos los aciertos y fallos de aquel se ven acentuados en este, dejando mejor sabor de boca en el espectador pero aumentando en el mismo esa sensación de que el director de Mal Gusto o Braindead nos está tomando el pelo y sacando los cuartos innecesariamente por culpa de su ambición, la de Warner Bros y la de New Line Cinema.




Bilbo Bolsón (Martin Freeman), Gandalf (Ian McKellen) y los trece enanos comandados por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) siguen su travesía para reclamar el tesoro de Erebor propiedad de los antepasados de este último. En el trayecto atravesarán el Bosque Negro, serán capturados por los elfos comandados Thranduil (Lee Pace), su hijo Légolas (Orlando Bloom) y Thauriel (Evangelin Lily) y tendrán que enfrentarse a los orcos para finalmente llegar a Esgaroth (Ciudad del Lago) con la ayuda de Bardo: El Arquero. Allí el avispado hobbit y sus acompañantes subirán a la Montaña Solitaria para reclamar lo que pertenece a los enanos, no sin antes enfrentarse al gigantesco dragón Smaug que tiene en su poder las riquezas y que no se lo pondrá nada fácil a nuestros viajeros.




El Hobbit: La Desolación de Smaug es la confirmación de que Peter Jakcson es, por un lado, un sacacuartos de cuidado que parece haber hecho un curso intensivo con George Lucas para exprimir hasta el paroxismo sus grandes exitos detrás de las cámaras para enriquecerse monetariamente gracias a unos espectadores que nos tragamos lo que nos echen con tal de ver nuestros personajes favoritos saltar una vez más de las páginas al celuloide. Pero por otro también le oficializa como un amante de su trabajo, un avispado freak que sabe qué debe dar a sus seguidores y cuándo debe dárselo alargando innecesariamente (pero con inteligencia, sarna con gusto no pica) un libro de poco más de 300 páginas en una trilogía que si contamos los montajes extendidos de cada uno de los films que la componen se quedará, más o menos, en un enorme monstruo fílmico de unas nueve horas de metraje a todas luces excesivas.




Esta segunda entrega al igual que la anterior, pero potenciándolo todo exponencialmente, busca esa mezcla del tono de ligera aventura que tiene el libro original con la majestuosidad que poseía la anterior trilogía de El Señor de los Anillos que rodó el director de Criaturas Celestiales durante la pasa década. Por el camino se hiperbolizan los aciertos de esta nueva saga como la acción, el humor, la ya mencionada épica durante las batallas, huídas o persecuciones y secuencias en las que los personajes se lanzan amenazas lapidarias tan propias de las criaturas del imaginario tolkieniano. Pero también se alargan excesivamente pasajes que en el libro se mencionaban de pasada o se introducen subtramas nuevas que no existían en la mencionada novela con la excusa de añadir personajes famosos de la trilogía original (Légolas) o incluir algunos de nuevo cuño (Tauriel) que han sido creados por Jackson sólo para añadir una innecesaria y estereotipada subtrama romática en forma de posible futuro triángulo amoroso.




Porque si bien hay pasajes en The Hobbit: The Desolation of Smaug que podrían adscribirse a los mejores jamás rodados por Jackson dentro de sus adaptaciones de la obra de Tolkien que ha llevado a cabo hasta el momento (la recta final en el Monte Solitario con Smaug contiene momentos brillantes) también hay secuencias que se antojan alargadas y un tanto dispersas. Lo más curioso es que los momentos en los que Jackson más renquea a lo largo del metraje son los que ha inventado como morralla para abultar la duración del film y que en muchas ocasiones son innecesarios. La mayoría tienen que ver con el personaje de Tauriel, que por mucho esfuerzo que ponga Evangeline Lily en interpretarlo no deja de ser un rol añadido totalmente de relleno para el conjunto de la película. Sus alargadas conversaciones con Légolas (cuya presencia aquí está justificada sólo por ser parte de las dosis de fanservice con las que Jackson quiere agasajar a los fans, porque en el libro no aparece) o Kili se antojan pomposas e impropias de la prosa de Tolkien por mucho que el director de The Lovely Bones y sus guionistas quieran emularla.




Pero los fallos que pueda tener el largometraje (y que no lo neguemos, ya estaban en El Hobbit: Un Viaje Inesperado) son solapados con incontables escenas de acción magníficamente rodadas, batallas de notable acabado, persecuciones vertiginosas (la de los barriles funciona al 100% y los añadidos de humor le sientan como "un anillo") y unos efectos digitales que superan a los de la primera parte y que aunque dan la impresión de que el film está sobreproducido (¿qué películas de las de Jackson relacionadas con El Señor de los Anillos no lo están?) casi en todo momento están al servicio de la historia. Para acentuar ese tono épico que tan bien le queda al neozelandes (y que en El Hobbit como obra literaria aún no estaba, digan lo que digan) se permite licencias como incluir a Saurón como oscura amenaza en la sombra que en el primer libro de Tolkien sobre los personajes de la Tierra Media era inexistente pero que aquí le sirve para darle más minutos de metraje a Gandalf cuando comienza su aventura paralela en solitario al investigar las tumbas de Nazgûl.




Hay momentos muy logrados como el tono amenazante del pasaje con las arañas gigantes, el ya mencionado de los rápidos con los barriles y el ataque (metido con calzador en el guión pero muy conseguido) por parte de los elfos comandados por Légolas y Tauriel a los orcos, estos también amenazantes y muy conseguidos gracias a los efectos digitales algo que ya se dejaba notar en la primer parte. Peter Jackson inyecta vivacidad a la cámara (a veces demasiado) y su ya famosa puesta en escena logra que los 160 minutos del metraje no pesen en ningún momento porque la trama no da un respiro a la platea. Al guión sí le podríamos poner fallos con respecto a añadir relleno o alargar pasajes como ya he mencionado previamente pero lo más reprobable es que el mismo Bilbo es un personaje más secundario aún que en la primera parte, aunque dicha mácula se compensa con lo logrados que están los momentos en los que él es protagonista absoluto.




Pero sí, Smaug es el mayor acierto de la película. La presencia del dragón se antoja titánica, poderosa, inmensa, su diseño es excelente y posiblemente nunca se ha visto en pantalla a una de estas criaturas mitológicas lanzar lenguas de fuego tan brutales como las que podemos ver en esta película. Hasta la voz del personaje (en la versión original la imponente de Benedict Cumberbatch, en castellano la muy convincente de Iván Muelas y nadie lo diría pensando que puso voz a Will Smith en El Principe del Bel Air, Nicholas Brendon en Buffy Cazavampiros o Philip J. Fry en Futurama, voces juveniles y normalmente agudas) tiene fuerza, personalidad y carácter. Por descontando que en pantalla grande y 3D (buen uso del formato, mejor que en la primera parte. aunque no así los 48fps que por muy buena resolución que tengan aceleran en demasía los pasajes dinámicos y convierten en algo confusas las escenas de acción) la presencia de Smaug se disfruta mucho más tanto en imagen como en sonido.




El Hobbit: La Desolación de Smaug sigue la senda de la anterior entrega pero para el que suscribe la depura y supera. Por el camino como ya he comentado tenemos hallazgos y fallos, escenas memorables y pasajes olvidables, traslaciones fieles de las letras a imágenes y la inclusión de subtramas innecesarias y vacuas que lo único que hacen es entorpecer el desarrollo de la historia principal. Pero Jackson es perro viejo y nos sigue regalando a un Bilbo tan astuto como dubitativo, un Thorin carismático y con personalidad, un Gandalf sabio y entrañable, unos enanos bonachones y nobles y unos elfos orgullosos y guerreros, todos interpretados por unos actores que saben lo que hacen y localizando su historia en una Tierra Media vasta e infinita sustentada en un diseño de producción a la altura y un director al que podemos tildar tanto de genio como de tahúr. El caso es que el viaje sigue mereciendo la pena y un servidor ya tiene ganas de ver esa El Hobbit: Partida y Regreso que abarcará una enorme batalla final que esperemos esté a la altura.


sábado, 28 de diciembre de 2013

La Vía Lactea, caminante, no hay camino, se hace camino al andar



Título Original La Voie Lactée (1969)
Director Luis Buñuel
Guión Jean-Claude Carriere y Luis Buñuel
Actores Paul Frankeur, Laurent Terzieff, Alain Cuny, Édith Scob, Bernard Verley, Michel Piccoli, Pierre Clémenti, Claudio Brook





En 1969 el director español Luis Buñuel ya era una personalidad reconocida internacionalmente dentro del panorama cinematográfico de la época. Por aquel entonces su fama le permitía realizar sus proyectos entre el México que le había acogido cuando huyó de España tras la guerra civil (no sin antes pasar por unos Estados Unidos de los que, nuevamente, tuvo que marcharse al salir a la luz en las memorias de su antiguo amigo el pintor Salvador Dalí que el de Calanda era comunista y ateo, algo intolerable para los americanos, curiosamente más lo segundo que lo primero en palabras del mismo cineasta), su país de origen en el que un franquismo adentrándose en su ocaso le permitía rodar piezas como Tristana o Francia donde bebían los vientos por él y su obra.




En el país vecino rodó algunas de sus producciones más destacadas como Belle de Jour, pero allí también dio forma a algunas de sus obras más crípticas y pagadas de sí mismas. Piezas como El Fantasma de la Libertad nos mostraban a un Buñuel provocador, juvenil, pero también algo ególatra y encantado de haberse conocido, nada que ver con el humilde cineasta que forjó en tierras aztecas con presupuestos irrisorios y actores mediocres algunas de sus mejores cintas como El Ángel Exterminador, Él o Los Olvidados, esta última para un servidor su trabajo más destacable y la película más importante del cine hablado en español de todos los tiempos. Entre esa megalomanía autoral y unos aciertos conceptuales y formales que no la convertían en un largometraje tan pedante como otros realizadas en Francia La Vía Lactea se muestra como un interesante proyecto en el que conviven muchas de las señas de identidad que forjaron el ideario buñueliano.




Dos mendigos llamados Jean (Lauren Terzieff)  y Pierre (Paul Feankeuer) deciden viajar de Francia a España para realizar el famoso Camino de Santiago con el único fin de ganarse una sustanciosa suma pidiendo limosna a los peregrinos mientras realizan el trayecto. Durante su viaje los dos vagabundos conocerán a peculiares personajes relacionados con la historia del cristianismo y experimentarán atípicas situaciones que tienen mucho que ver con la religiosidad católica y los hechos que la forjaron a lo largo de los siglos y que llenarán de peculiares anécdotas su viaje por la famosa Vía Lactea hacia Santiago de Compostela, tierra donde esperarán encontrar las ganancias económicas que les permitan mejorar su paupérrima condición de vida.




Tomando como punto de partida la enciclopedia Historia de los Heterodoxos Españoles de Menéndez Pelayo Luis Buñuel quiso abordar con un tono de surrealismo e ironía las herejías más celebres del cristianismo para realizar una obra inclasificable que juega a placer con el espacio-tiempo y los puntos de vista para dar forma a un tratado crítico sobre los pensamientos dogmáticos, tanto los religiosos como los pertenecientes a otro tipo de creencias. Con un tono que hunde sus raíces en la literatura picaresca española (Jean y Pierre podían haber salido facilmente de la pluma del Miguel de Cervantes de Rinconete y Cortadillo) Buñuel y su habitual colaborador, el francés Jane-Claude Carriere, abordan ideas y conceptos teológicos relacionados con los mártires, los distintas vertientes de pensamiento dentro de la misma cristiandad o la influencia de los preceptos de la iglesia en la sociedad actual y la pretérita.




En La Vía Lactea se dan la mano tanto constantes en la carrera de Buñuel como el afán por la blasfemia intelectualizada y el deseo por poner entredicho los evangelios o la inevitable atracción por su parte hacia los rituales y tradiciones de corte eclesiástico (eucaristía, lavatorio, crucifixión, apariciones marianas) que suele retratar con una delectación cercana al fetichismo y la fascinación estilística. Lo más curioso de un proyecto como La Vía Laceta es que no es ni mucho menos tan anticlerical como pudiera parecer (la escena más polémica es posiblemente la del fusilamiento del Papa a mano de unos anarquistas y la ejecución está rodada fuera de plano) ni su crítica hacia las creencias radicalizadas es exclusiva hacia los cristianos, también se pone en tela de juicio los pensamientos cerriles de personalidades contrarias a los creacionistas o de intelectuales de distintas épocas.




Puede que los momentos más interesantes del largometraje sean los pasajes en los que los pertenecientes a creencias opuestas (el sacerdote y el policía en la posada) o miembros de distintos movimientos del pensamiento católico (el hilarante duelo entre el jesuita y el jansenista) se enfrentan los unos a los otros de manera física o dialéctica así como aquellos en los que una vez más el director de Viridiana, Abismos de Pasión o El Bruto se deja llevar por la fascinación que el catolicismo le suscita por mucho que su ateismo le hiciera rechazarlo de pleno, vease el momento en el que el sacerdote narra uno de los Milagros de Nuestra Señora de Berceo ante la atónita mirada de los inquilinos de la pensión entre los que se encuentra un joven de pensamiento heterodoxo hacia la Santísima Trinidad que previamente se ha convertido en un ferviente defensor de la Virgen María al aparecérsele esta a él y a su compañero de viaje.




Buñuel juega con las localizaciones espaciotemporales incluyendo en el presente a personajes de la historia del catolicismo como la Ramera de Babilonia o Prisciliano, obispo de Ávila y abordando la imagen de personalidades capitales relacionadas con el clericalismo como un muy humano Jesucristo alejado de la divinidad  (lo vemos incluso en las célebres Bodas de Canaan, pero el aragonés elude mostrar el supuesto milagro de los panes y los peces) con la que las sagradas escrituras lo han retratado o abordando de manera fidedigna episodios como el de unas monjas jansenistas adscritas a la secta de las Convulsionarias que se disponen a crucificar a una compañera que acepta el acto de manera voluntaria mientras el resto de religiosas le intentan hacer cambiar de opinión y que tiene su reflejo en hechos reales acaecidos en el siglo XVIII.




La Vía Lactea, sin ser una de las piezas más destacadas de su creador, se mueve acertádamente entre la  blasfemia de un tono más o menos moderado (otros films de Buñuel son mucho más duros en ese sentido, como podemos ver en Viridiana o Simón del Desierto) y la traslación minuciosa de pasajes relacionados con las herejías pertenecientes al cristianismo por los que el autor siente fascinación y una admiración no confesa públicamente pero que se nota gracias a su visión minimalista y repleta de misiticismo de tales hechos. Tras ella llegaría el Oscar por El Discreto Encanto de la Burguesía, sus films más onanistas y sus últimas obras dando punto y final a una de las carreras cinematográficas más lúcidas e interesantes del séptimo arte, la que más para un servidor que considera al de Calanda el mejor director de la historia del cine.



martes, 24 de diciembre de 2013

Santa Sangre, mater tenebrarum



Título Original Santa Sangre (1989)
Director Alejandro Jodorowsky
Guión Claudio Argento, Roberto Leoni y Alejandro Jodorowsky
Actores Axel Jodorowsky, Blanca Guerra, Guy Stockwell, Thelma Tixou, Sabrina Dennison, Adan Jodorowsky, Faviola Elenka Tapia, Teo Jodorowsky





Santa Sangre es la quinta película como cineasta del chileno de origen judio-ucraniano Alejandro Jodorowsky, escritor, compositor, filósofo, guionista de cómics, actor, psicomago, tarotista, titiritero, entrañable y vitalista flipado en su tiempo libre y por supuesto director de cine. El largometraje fue producido (y coguionizado) por el italiano Claudio Argento, hermano menor del celebre realizador Dario Argento y productor de la mayoría de sus films detrás de las cámaras. El resultado es uno de los mejores trabajos cinematográficos del autor de Fando y Lis o La Montaña Sagrada y aunque posee prácticamente todas sus constantes autorales también de los más convencionales en un plano conceptual y narrativo.




Fénix trabaja en el circo de su padre, Orgo, que a parte de ser el dueño del mismo también es lanzador de cuchillos. La madre del chico, Concha, es una mujer que pertenece a una congregación religiosa llamada Santa Sangre que idolatra la imagen de una niña a la que arrancaron los brazos mientras la violaban brutalmente. Fénix es testigo durante su adolescencia del odio que se profesan mutuamente sus progenitores por culpa de las infidelidades del cabeza de familia con una mujer tatuada que trabaja en el circo y que tiene tutelada a una pequeña niña sordomuda llamada Alma que mantiene una especial relación con el chico. Un trágico arrebato de celos llevado a cabo por Concha dará un giro radical a la vida de Fénix que se embarcará en un viaje lleno de dolor y desgracias que finalmente le llevarán a ser recluido en un manicomio.




Entre el Luis Buñuel de Los Olvidados y el Federico Fellini de La Strada, entre el Tod Browing de La Parada de los Monstruos (Freaks) y Garras Humanas (The Unknown) pasando por Las Manos de Orlac de Robert Weine (o las posteriores revisiones de la misma por parte de de Karl Freund y Edmond T. Gréville) y con todo el microcosmos obsesivo y simbólico de Alejandro Jodorowsky, pero sin tanta intención por entregarse a la autofelación artística de sus films previos, Santa Sangre es un arrebatado y pasional relato sobre legados familiares malditos, tóxicas relaciones edípicas que bordean el incesto más enfermizo, destrucción de la inocencia y el abrupto y desgarrado pasó a la madurez. Todo localizado en un delirante y barroco circo repleto de personajes marginales y con el trasfondo de una iglesia nacida del dolor y la sangre (en gran parte como la cristiana) que convierte al personaje de la madre en una fanática radical consumida por sus creencias.




A pesar de ser un producto de encargo Santa Sangre contiene todas las constantes del discurso autoral de Alejandro Jodorowsky. Desde su amor por el circo y el teatro (con ambos tuvo relación en su infancia y adolescencia) hasta la violencia implícita y explícita (esta última en ocasiones nos recuerda al giallo italiano, como en la escena del brutal apuñalamiento de uno de los miembros del espectáculo circense perpetrado por un desconocido del que sólo vemos sus manos enguantadas portando el arma blanca, no está Claudio Argento como productor y coguionista del film por nada) una fuerte carga simbólica (la sangre como portadora de vida y muerte, el fanatismo religioso como entidad destructora, el símbolo de la iglesia con los brazos cruzados que recuerda al de la masonería) travestismo, ambigüedad tanto moral como sexual, fascinación por disminuidos físicos y psicológicos portadores de una pureza que se verá corrompida por una sociedad quebrada y corrupta, folklore y esoterismo o pasión por los títeres y las marionetas, idea esta última perfectamente apuntada en cómo usa Fénix sus brazos para ocupar el lugar de los de su madre tanto en la vida profesional como en la personal viéndose enfermízamente ligado a ella sin poder escapar de sus metafóricas garras




El largometraje se divide en dos partes diferenciadas. La mejor es la que narra a modo de flashback la infancia de Fénix en el Circo Gringo donde veremos la relación de dependencia y odio entre Orgo (¿adulteración de la palabra "Ogro"?) y Concha y cómo el pequeño infante se encuentra en medio siendo el principal perjudicado. Seremos testigos de su especial relación con algunos de los miembros del circo como el enano o Alma, la niña sordomuda que será su amor platónico durante años así como su tristeza ante la muerte del elefante (bellísima la escena del funeral del paquidermo) o su paso a la madurez mediante el tatuaje del águila (esa misma que sobrevuela el circo en el poderosísimo plano aéreo que abre el film) que su padre le realiza en el pecho con uno de sus cuchillos bautizándolo en sangre y dolor que le perseguirán a lo largo de toda su vida. 




En la segunda parte del metraje, más arriesgada formalmente pero menos rica en lo argumental, seguiremos a Fénix al escapar del manicomio y volviendo a caer en las redes de su maniática madre que aprovechará la herencia de violencia que Orgo dejó en su hijo (genial detalle que Fénix se vaya convirtiendo físicamente poco a poco en su padre) para transformarlo en un asesino en serie supeditado a las necesidades de su progenitora (él es sus brazos, pero realmente es Fénix el que sufre una terrible dependencia de ella y no al revés). Si bien la recta final se vuelve algo caótica (la aparición de los luchadores de wrestling se antoja poco cohesionada y disparatada en exceso) Jodorowsky vuelve a agarrar con fuerza las riendas para entregar un clímax tan perturbador como preciosista que cierra una narración circular en el que la eternamente buscada libertad personal, física y psíquica, del protagonista por fin le redime como persona y eterno niño encerrado en el cuerpo de un adulto.




Retorcido y paradójicamente bello vodevil a ritmo de Mambo, salsa y ranchera, pieza de corte autobiográfico por parte de su autor y declaración de principios llena de ruido y furia sobre el choque entre la perversión y la pureza, el bien y el mal, el mundo real y el onírico, menos críptica que Fando y Lis, no tan arriesgada y ecléctica conceptualmente que El Topo, Santa Sangre se revela por ahora como el más completo largometraje de Alejandro Jodorowsky de los que un servidor ha visto hasta la fecha. Más accesible, que no simplista o comercial, la quinta película del guionista de El Lama Blanco o La Casta de los Metabarones merece el título de obra de culto que posee y sería un posible testamento artístico por parte del chileno si no fuera porque su adaptación al celuloide de la primera parte de su autobiografía La Danza de la Realidad huele a despedida vital por todos y cada uno de sus fotogramas, De ella y el resto de films del director se hablará aquí, posiblemente de hasta los que reniega (Tusk y El Ladrón del Arcoiris), al igual que de ese Alejandro Jodorowsky's Dune que tan bien fue recibido en Sitges y que narra a modo de documental por qué nunca llegó a buen puerto aquella mastodóntica adaptación de la novela de Frank Herbert que iba a cambiarlo todo en el panorama del séptimo arte.



domingo, 22 de diciembre de 2013

Insidious: Capítulo 2, behind the red door



Título Original Insidious: Chapter 2 (2013)
Director James Wan
Guión Leigh Whannell y James Wan
Actores Patrick Wilson, Rose Byrne, Lin Shaye, Ty Simpkins, Leigh Whannell, Barbara Hershey, Steve Coulter, Angus Sampson, Andrew Astor, Hank Harris, Jocelin Donahue, Lindsay Seim, Danielle Bisutti, Tyler Griffin, Garrett Ryan, Tom Fitzpatrick, J. LaRose






Sin tiempo todavía para asimilar que la soberbia The Conjuring: Expediente Warren es una de las mejores producciones de este 2103 a punto de abandonarnos el realizador australiano de origen malayo James Wan vuelve a las carteleras con la segunda parte de su exitosa cinta Insidious, la primera de sus obras que dio verdaderas y notables muestras del especial talento del creador de Saw para el terror sobrenatural y sus distintas vertientes temáticas y conceptuales. El resultado es un más que digna secuela que si llegar al nivel de predecesora posee los suficientes alicientes para ser una cinta estimulante, bien escrita, convincentemente interpretada y magníficamente dirigida por uno de los autores de género más interesantes de la actualidad.




Después de que una entidad diabólica intentara poseer el alma de uno de sus hijos cuando entró en coma Josh, Renai Lambert y sus tres pequeños se mudan a la antigua casa de Lorraine, madre del primero y suegra de la segunda. Una vez allí hechos sobrenaturales comenzarán a sucederse de nuevo en el inmueble y esta vez parece que las apariciones espectrales han puesto su mirada en el bebé recién nacido de la familia. Por ello Renai tendrá que buscar de nuevo la ayuda de los parapsicólogos Specs y Tucker que junto a Lorraine y otro investigador llamado Carl intentarán librarle de las presencias insidiosas. Poco a poco irán descubriendo que la personificación de dichos seres tienen que ver con el viaje al otro mundo que realizó Josh para salvar a su hijo Dalton y a hechos acontecidos en su propia infancia años atrás.




La primera Insidious funcionaba por ser una amalgama de todos los lugares comunes de la temática de casas encantadas pero pasadas por el filtro de una mirada que tenía mucho que decir formalmente dentro de este tipo de celuloide convirtiendo su propuesta, como apuntaron algunos avispados en su momento, en un "tren de la bruja" lleno de referencialidad y homenajes a obras pretéritas de la misma temática. Aunque hacia su recta final perdía algo de fuerza por mostrar demasiado sus cartas el largometraje tenía la atmósfera, el tono y la resolución formal necesarias para convertirse en una de las películas de género más interesantes del 2010.




En Insidious: Capítulo 2 James Wan y su guionista Leigh Whannell (también actor, ya que interpreta el papel del Specs) siguen de manera acertada las constantes ya asentadas en la primera parte sin entregarse a la hipertorofia formal o argumental y al "cuanto más mejor". Director y guionista son fieles a sí mismos y deciden acertádamente extender el microcosmos creado y las reglas que lo han apuntalado. En el plano temático si la primera entrega de la saga era una mezcla entre Poltergeist de Tobe Hooper y Al Final de la Escalera (The Changeling) de Peter Medak esta segunda parte es un cruce entre El Resplandor, la adaptación que Stanley Kubrick hizo de la novela homónima de Stephen King, y Psicosis, la mítica traslación a imágenes que Alfred Hitchocock realizó del libro de Robert Bloch.




En esta secuela volvemos a tener todos los hallazgos de la primera película. Una magnífica y medida puesta en escena por parte de James Wan, un pulso narrativo brutal para crear tensión y un in crescendo milimétrico capaz de inquietar al espectador eseñándole poco o más bien nada en pantalla. Esa soberbia utilización de los encuadres estáticos, la colocación detallista de objetos infantiles de tono amenazador en los decorados o el uso expresionista de tonos rojizos que nos remiten a la escuela italiana de films de terror de autores como Mario Bava o Dario Argento (la casa de Lorraine podría haber salido fácilmente de Suspiria o Las Tres Caras del Terror) siguen en este Capítulo 2 en toda su plenitud.




Por otro lado el reparto, repiten casi los mismos actores de la Insidious original, vuelve a estar a la altura. Rose Byrne mejora a la hora de abordar su papel de la sufrida Renai, Barbara Hersey una vez más insufla veteranía con su labor, los toques de humor (esta vez más dosificados) recaen de nuevo en los investigadores a los que dan vida  Leigh Whannell y Angus Sampson, todo un hallazgo Steve Coulter como Carl (su momento con Josh y los dados es magnífico) y los niños una vez más cumplen con su trabajo. Pero el que destaca esta vez es Patrick Wilson que lleva casi todo el peso de la trama sobre su composición interpretativa (que el film remita a El Resplandor y Psicosis tiene que ver principalmente con su rol) y sabe transmitir terror, compasión o vulnerabilidad cuando la situación lo exige.




El único fallo más o menos destacable en el largometraje es que al aventurarse hacia su clímax final Wan da demasiado peso a escenas de acción físicas protagonizadas por los personajes principales dando pie a que la atmósfera palpable y amenazante que hasta ese momento había imperado a lo largo de todo el metraje se resienta al asentarse la historia en actos tan mundanos como peleas o persecuciones por las distintas estancias del edificio. Por suerte el director en el cierre del film vuelve a encarrilar su máquina y ofrece lo mejor de sí mismo a la hora de poner punto y seguido a la historia, pero en ese apartado debemos destacar otra mácula y es que a Insidious: Capítulo 2 se le nota demasiado su condición de película bisagra para dar forma a, como mínimo, una trilogía, de ahí que su final, que es un cliffhanger con todas las de la ley, pueda decepcionar a depende qué tipo de espectador.




Sin ser tan buena como su predecesora y estando bastante lejos de la poderosísima inventiva de The Conjuring, Insidious: Capítulo 2 merece la pena ya que posee los suficientes momentos de tensión, la atmósfera desasosegante, el guión bien hilado, la profesionalidad de los actores y la intachable realización de un director que por desgracia va a dejar temporalmente el cine de terror (Insidious 3 y The Conjuring 2 aún no tienen realizador asignado y no se sabe a ciencia cierta si él estará detrás de las cámaras en alguna de ellas) para hacer la séptima entrega de Fast & Furious cuya producción también le está causando más de un quebradero de cabeza por culpa de la trágica muerte del Paul Walker hace una semanas. Esperemos que le vaya bien en un futuro próximo porque talento y buen hacer no le faltan.



viernes, 20 de diciembre de 2013

Creepshow, masters of horror



Título Original Creepshow (1982)
Director George A. Romero
Guión Stephen King
Actores Hal Holbrook, Leslie Nielsen, Adrienne Barbeau, Fritz Weaver, Viveca Lindfors, Carrie Nye, E.G. Marshall, Ed Harris, Ted Danson, Stephen King, Tom Savini





El director George A. Romero y el escritor Stephen King son amigos desde hace unos 40 años. El primero marcó un hito en la historia del séptimo arte cuando estrenó en 1968 La Noche de los Muertos Vivientes su obra más celebrada y la que daría el pistoletazo de salida a ese fenómeno zombie que está viviendo una segunda edad de oro desde hace unos años, pero también es autor de estimables piezas como Atracción Diabólica (Monkey Shines), con diferencia su mejor film, mediocridades como El Rostro de la Venganza (Bruiser) o una irregular trilogía actualizada sobre sus no muertos con la que siguió exprimiendo (innecesariamente) la gallina de los huevos de oro con desigual fortuna.




El segundo es un reputado autor de best sellers entre los que se cuentan novelas como Carrie, El Resplandor, Christine (esta dedicada al mismo George), Misery, Apocalipsis, la saga La Torre Oscura o El Misterio de Salem's Lot que como es lógico han tenido casi todas sus adaptaciones al celuloide (en algunos casos con secuelas o remakes, mismamente el de Carrieta N. White está ahora mismo en las carteleras) o la televisión en forma de miniseries catódicas. Curiosamente el mismo George A. Romero dirigió en 1993 La Mitad Oscura, un largometraje basado en la novela homónima de su colega nacido en Maine y protagonizada por Timoty Hutton, Amy Madigan, Michael Rooker, Julie Harris y Robert Joy que no tuvo mucho éxito y cuyo rodaje fue un caos para el director de Marty ( a punto estuvo de retirar su nombre de los títulos de crédito) pero que aún así tenía encanto gracias a su sordidez y al desdoblado trabajo que realizaba el oscarizado actor de Gente Corriente.




Algo que George A. Romero y Stephen King compartían era su pasión por los cómics de la editorial EC en concreto la colección Tales From the Crypt y en menor medida también a la revista Creepy de la editorial Warren. Estos míticos tebeos para adultos estaban formados por relatos cortos realizados por autores de verdadero renombre dentro del noveno arte de la época (entre ellos el inolvidable Bernie Wrightson) y protagonizados por vampiros, licántropos, muertos vivientes o asesinos en serie. De modo que en 1982, con la ayuda del productor Richard P. Rubinstein, director y escritor dieron forma a su personal homenaje a estas historias con Creepshow, una deliciosa cinta que rinde cariñoso tributo a aquellas viñetas que poblaron la infancia y adolescencia de ambos autores.




Durante la noche de Halloween un autoritario y violento padre castiga a su hijo por encontrarle un cómic llamado Creepshow. Cuando el progenitor del niño arroja el tebeo a la basura el narrador del mismo se aparece en la ventana del chico para invitarlo a él y a nosotros como espectadores a descubrir las cinco historias que dan forma al número. En la primera El Día del Padre asistiremos a una atípica reunión familiar con oscuro pasado. En la segunda, La Solitaria Muerte de Jordi Verrill, seremos testigos de cómo un atolondrado granjero sufre los efectos sobrenaturales de haber mantenido contacto físico con los restos de un meteorito. En La Marea un marido cornudo obligará a su mujer y al amante de esta a enterrarse en una playa dejando sólo sus cabezas en el exterior a la espera de que las olas los ahoguen quitándoles la vida. En La Caja descubriremos cómo una extraña criatura centenaria siembra el terror en una universidad. Por último en La Invasión de las Cucarachas un déspota hombre de negocios que padece misofobia se verá atacado por sus más letales enemigos, una horda de insectos.




Creepshow es un cómic viviente, así fue como sus autores lo gestaron. El largometraje de King y Romero es una número viviente de Tales of the Crypt o Creepy. La puesta en escena del director de Zombie (Dawn of the Dead) hace un uso puro de las páginas de tebeo (la primera y última imagen de todos los cortometrajes que dan forma a la película son ilustraciones) y las viñetas, encuadrando muchos planos dentro de las mismas y utilizando fondos animados y saturación de colores primarios y tomas oblicuas cuando llegan los clímax sangrientos de las historias. Por ello la experiencia de ver esta producción de 1982 es tan original y fruiciosa, porque pocas veces el séptimo y el noveno arte han estado tan unidos en un sólo proyecto eminentemente cinematográfico que podría tildarse tan pronto de serie B fílmica como relato pulp literario.




Nos encontramos con historias que fácilmente podían haber formado parte de cualquier colección de la EC repletas de progenitores que salen de sus tumbas para reclamar su tartas del Día del Padre, palurdos granjeros convertidos en plantas, amantes que vuelven a la vida para vengarse de sus asesinos, maridos que buscan acabar con la vida de sus mujeres castradoras usando a una sanguinaria variante del Demonio de Tasmania para que la elimine o millonarios hombres de negocios atacados por miles de cucarachas (esta historia la más alagórica por hacer una lectura cruel de una enfermedad como la misofobia y también la más divertidamente asquerosa y malintencionada) que acaban venciéndolo. Todo con una considerable carga de sangre, terror y sobre todo una ironía y una mala baba bordeando en más de una ocasión una deliciosa incorrección política, sobre todo en el relato La Caja y el epílogo del film en el que el niño que leía el cómic de Creepshow (Joe King, hijo de Stephen y actualmente conocido como el reputado guionista de cómics y novelista Joe Hill, autor de tebeos como The Cape o Locke & Key y libros como El Traje del Muerto o Cuernos) cobrándose venganza con su déspota padre.




Aunque el largometraje no deja de ser un producto de la más pura Serie B cuenta entre sus filas con un reparto de actores bastante reconocidos. Ed Harris y Viveca Lindfors en El Día del Padre. Un inolvidable Stephen King como granjero entrañablemente estúpido en La Solitaria Muerte de Jordy Verrill. Leslie Nilsen (demostrando una vez más que era un gran actor dramático a pesar de que en la recta final de su carrera se inclinara por la comedia absurda) y Ted Danson en La Marea. Un gran Hal Holbrook y una odiosa Adrianne Barbeu en La Caja. Por último destacar por encima del resto del reparto a un enorme E.G Marshall como Upson Pratt en El Ataca de las Cucarachas que llena la pantalla con su sola presencia en un relato que recae totalmente sobre su interpretación ya que está pracicamente sólo delante de la cámara durante el metraje del mismo. Todos los intérpretes muy convincentes e implicados con el juguete que King y Romero han puesto en sus manos.




Creepshow es una memorable y humilde obra de culto dentro del cine de terror de los 80 y un cariñoso tributo a los cómics para adultos de los años 50 y 60. Su éxito en el año 1982 fue más que considerable lo que dio pie al nacimiento de dos secuelas: la memorable Creepshow 2 y la poco conocida Creepshow 3, que según comentan los que la han visto es un despojo importante con el que puede que algún día me anime para descuartizarla posteriormente aquí si la situación lo exige, pero no prometo nada. También nació tras ella una longeva serie de televisión impulsada por cineastas como Richard Donner, Walter Hill o Robert Zemeckis y emitida por la HBO titulada, como es lógico, Tales From the Crypt que utilizando la misma temática que la película de King y Romero rendía su propio homenaje a los cómics de la ya mencionada editorial EC que tan buenos momentos hizo pasar a sus lectores hasta que el inefable Doctor Frederic Wertham y su libro La Seducción del Inocente llegaron para herir de muerte este medio que tanto significa para muchos de nosotros. Pero esa es otra historia de la que se hablará más adelante.


jueves, 19 de diciembre de 2013

Tortugas Ninja, los quelonios toman Manhattan



Título Original Teenage Mutant Ninja Turtles (1990)
Director Steve Barron
Guión Todd W. Langen y Bobby Herbech basado en el cómic de Peter Laird y Kevin Eastman
Actores Judith Hoag, Elias Koteas, Josh Pais, Michelan Sisti, David Forman, Leaf Tilden, Sam Rockwell






En el año 1984 los autores Kevin Eastman y Peter Laird publicaron por medio de la editorial Mirage Studios el primer número de un cómic independiente titulado Teenage Mutant Ninja Turtles. El tebeo dibujado en blanco y negro y protagonizado por cuatro tortugas antropomórficas especialistas en artes marciales no dejaba de ser una parodia/homenaje a la obra de Frank Miller. Desde la estética japonesa y samurai que nos recuerda a Ronin hasta la presencia del Clan del Pie, que era una variante de La Mano, el grupo de ninjas de su inolvidable etapa en Daredevil, todo el contenido formal y estético de TMNT era deudor de la obra ochentera del autor de 300 o El Regreso del Caballero Oscuro.




Lo que Estman y Laird no sabían es que ese número único editado gracias al dinero que el tío del primero les prestó a ambos iba a ser un éxito editorial descomunal que no sólo cambiaría el panorama del mundo del noveno arte confirmando que las editoriales independientes podían dar pie a personajes exitosos que se enfrentaran de tú a tú con los pesos pesados de Marvel o DC, también se convertiría en una franquicia mastodóntica cuya repercusión continúa hoy día, casi 30 años después de la publicación de aquel cómic. A los cientos de tebeos de distintas colecciones se sumaron juguetes, varias series animadas de televisión, música inspirada en los personajes, videojuegos y por supuesto las inevitables adaptaciones cinematográficas en imagen real.




En 1987 se estrenó la primera y exitosa serie de animación de los personajes (cuyo tratamiento para el público infantil se alejaba diametralmente del tono oscuro, sucio y adulto del cómic original) confirmando la hegemonía de lo que se llamó la "tortugamanía", fenómeno fan surgido durante la primera mitad de los 90 con las criaturas de Estman y Laird como epicentro que pilló de lleno a un pequeño Armin Tamzarian que bebía los vientos por Michelangelo, Leonardo, Raphael, Donatello y compañía, eso sí, desconociendo un servidor por aquel entonces el origen en viñetas de los personajes y sólo influenciado por la serie animada, los tebeos publicados a rebufo de esta (con poco que ver con los de la colección primigenia) y por supuesto por los muñecos articulados que aún conservo en mi poder. Sólo tres años después del estreno de la serie animada nuestros quelonios favoritos decidieron dar el salto a la gran pantalla con el esperado y previsible triunfo a nivel global del producto.




La ciudad de New York está sufriendo una oleada de robos silenciosos en el que se ven implicados muchos de los adolescentes de la zona. Detrás de la misma se encuentra el Clan del Pie, una organización criminal secreta formada por ninjas adiestrados por un desconocido maestro que responde al nombre de Shredder. Cuando la periodista del Canal 6 April O'Neil decide investigar el caso llega demasiado lejos y es atacada por el Clan y salvada in extremis por Leonardo, Michelangelo, Donatello y Raphael, cuatro tortugas mutantes expertas en artes marciales que fueron entrenadas por Splinter, una rata que sufrió la misma mutación que ellos y que es tanto el sensei como la figura paterna del cuarteto de reptiles. April se unirá a estos atípicos héroes y al humano Casey Jones para derrotar a Shredder y sus secuaces.




Es curioso como una mediocridad sin pretensiones como Tortugas Ninja no sólo se confirma como un producto comercial que supera al 90% de los films del mismo ramo actuales sino que también aguanta con muchísima dignidad el paso del tiempo viéndose hoy día aún como una simpática obra cinematográfica para todos los públicos disfrutable a muchísimos niveles. Muchos más fiel a los cómics de Eastman y Laird que la serie animada, pero tomando un poco del humor de aquella para perfilar la personalidad de los protagonistas, el largometraje de Steve Barron triunfa como adaptación de los personajes al celuloide pero pasándola por un filtro que permite que sus aventura sean consumidas por toda la familia, alejándose del tono adulto de los primeros tebeos pero conservando de aquellos el entorno urbano y oscuro.




Uno de los motivos principales por el que Tortugas Ninja era y sigue siendo un estimable producto comercial es que nació y fue gestado en los 80, década en la que se dio forma al mejor celuloide comercial norteamericano de los últimos 30 años. Esta humilde producción de 1990 sigue la estela de productos como Gremlins, Los Goonies o Cazafantasmas  y demás productos dirigidos a todos los públicos pero sin mirar por encima del hombro al espectador, siempre con un ojo en la taquilla pero con el otro pendiente de realizar una obra estimable, con ciertos valores artísticos y hasta cariño por parte de sus creadores. Por eso el estilo realización de la cinta que nos ocupa es bastante estimable y su acabado puramente artesanal del todo encomiable.




Pero el largometraje también es destacable por méritos propios. Las tortugas caen simpáticas desde los primeros compases del film aunque su humor se antoje un poco infantil y algo demodé y es de un mérito remarcable que los actores consiguieran realizar los movimientos de artes marciales enfundados en tanto látex. Por descontado que el uso de animatronics diseñados por el mítico Jim Henson se ganan mi corazón de cinéfilo, ese Splinter tiene mucho más mérito que cualquier recreación por medio de efectos digitales que pueda hacerse en la actualidad, consiguiendo transmitir ese carácter paternal y de sabiduría que siempre destiló en los cómics o las distintas series animadas siendo solamente una marioneta. Por otro lado es acertada y creíble la interacción de los intérpretes disfrazados de animales parlantes con los que no lo están y que son respresentados por una atractiva y pizpireta Judith Hoag (una pena que en las dos secuelas fuera sustituida por la mucho menos apatecible Paige Turco) como April, un Elias Koteas aún con pelo (o peluca) como el memorable Casey Jones o James Saito como un convincente Shredder. Hasta a un jovencísimo Sam Rockwell tenemos haciendo un breve papel.




También llama poderosamente la atención la acertada dirección del irlandés Steve Barron (Merlín, Mi Vida Como Una Rata, Los Caraconos), medida, acertada, en ningún momento histriónica o ruidosa, puede que por la escasez de medios (dentro del cine comercial TMNT fue una producción más o menos independiente) pero su puesta en escena es en cualquier caso muy meritoria para un proyecto ligero como este, ya que si un producto como este se realizara hoy día se utilizaría una concepción totalmente opuesta con todo tipo de artificios como movimientos de cámara innecesarios y falsamente nerviosos y un montaje efectista que no dejaría respirar las escenas de acción en favor de un fuego de artificio tan aparatoso como vacuo. Miedo me da ese reboot que está produciendo Michael Bay sobre los personajes con Jonathan Liebesman como director y Megan Fox como April O'Neil.




Teenage Mutant Ninja Turtles es una inyección de nostalgia en vena. Para un servidor es una cinta muy especial por lo que supuso en su momento (su secuela incluso más, ya que fue la primera película que vi en pantalla grande allá por 1991) y los gratos recuerdos que me trae. Es una obra mediocre y con algunos apuntes cutres y pasados de moda (esos rap que se multiplicarían hasta lo chirriante en la ya mencionada segunda entrega con la presencia de aquel bulto con ojos llamado Vanilla Ice), pero está hecha con cariño hacia los personajes, los fans de los mismos y los espectadores en general. Dentro de poco comentaré las secuelas y la película de animación digital que se estrenó hace unos años, incluso si me animo puede que le dedique una entrada a los primeros cómics de Eastman y Laird que dieron origen a todo. Estas tortugas adolescentes mutantes ninja lo merecen.