lunes, 1 de octubre de 2012

Nuestro Día Llegará, terre de rêve



Título Original Notre Jour Viendra (2010)
Director Romain Gavras
Guión Romain Gavras 
Actores Vincent Cassel, Olivier Bartthelemy, Justine Lerooy, Vanessa Decat, Boris Gamthety, Rodolphe Blanchet, Chlóe Catoen, Sylvain Le Mynez, Pierre Boulanger





Notre Jour Viendra supone el debut en la dirección de largometrajes de Romain Gavras, realizador hijo del afamado y comprometido cineasta francés de origen griego Constantin Costa-Gavras, autor de films como Amén, Desaparecido, La Caja de Música o Estado de Sitio. Lo que en un principio parece una, más o menos, original ópera prima con cierto atípico encanto por medio de sus personajes se convierte poco a poco en un deslavazado ejercicio cinematográfico que pierde mucha fuerza en su segunda mitad aún conteniendo ciertos pasajes de emotividad y un dúo actoral que lo hace muy bien en todo momento.




Rémy (Olivier Barthelemy) es un adolescente pelirrojo que sufre el acoso constante de sus compañeros de clase y el desprecio de su hermana. Un día harto de todo huye de su casa agrediendo a su madre y por el camiino se encuentra con Patrick (Vincent Cassel) un psiquiatra, curiosamente también pelirrojo, que le ayudará a abrirse a un mundo de posibilidades de corte anárquico para ponerse en contra de una sociedad que les ha rechazado desde su nacimiento por el simple hecho de tener una apariencia física diferente a la de la mayoría. Ambos se embarcarán en un viaje hacia Irlanda, país en el que los protagonistas piensan que los pelirrojos pueden llevar una vida normal y corriente.




Nuestro Día Llegará tiene un interesante arranque, así como una buena presentación espacial, tonal y de personajes, ya que la puesta en escena de Gavras es deudora del realismo de un Ken Loach pero con un lirismo más notable. Todo lo que plantea el cineasta es interesante y aunque no es nada novedoso lo que nos narra, el tono de extrañeza que le da al conjunto transmite sensaciones veraces al espectador. Sobre todo por parte de ese Patrick al que da vida un inmenso Vincent Cassel, el mejor actor francés de su generación, la respuesta gabacha a nuestro Javier Bardem, que está sencillamente genial como esa especie de Tyler Durden europeo que busca el caos por el caos y el desorden o la violencia por puro placer, geniales los pasajes xenófobos con los árabes, judíos, raperos o mujeres a los que da pie su álter ego en la ficción.




Este rol mesíánico que ni siquiera él mismo sabe que quiere en realidad entre tanto desafío a lo establecido e incorrección política sirve como gurú a Rémy, un muy digno Olivier Barthelemy que no siempre sabe darle la réplica a un Cassel que en ocasiones se lo come por los pies. El chico apocado, silencioso y permisivo que siempre ponía la otra mejilla se libera gracias a las enseñanzas de Patrick y comienza a actuar impulsivamente sin pensar en las consecuencias que sus actos puedan producir. Hasta ahí la historia se antoja absorbente, cruda y realista, pero todo se estropea a partir de la mitad (más o menos) del más bien exiguo metraje.




Esa pareja de pelirrojos, esos dos contra el mundo evolucionan poco a poco en dos imbéciles que tienen poco de rebeldes y sí mucho de estúpidos descerebrados. Toda esa lectura de ponerse en contra de la sociedad que les dio la espalda acaba en un sinsentido de escenas en las que los protagonistas llevan a cabo anormalidad de proporciones bíblicas (lo del jacuzzi, lo de la boda) que sólo sirven para que la historia se deshilache y acabe en un conjunto de pasajes sin coherencia interna. Puede que Gavras quiera transmitirnos el mensaje de cómo algunas revoluciones se traicionan en su propia esencia o que aquellos que las inician no saben llevarlas a buen puerto, pero lo cierto es que esta parte del metraje hiere de muerte la estructura de la película y nos obliga a que nos importe una mierda el final de esos dos personajes.




Y es una pena, sobre todo por Gavras, que muestra talento encuadrando, musicando o con la dirección de actores, porque hay momentos memorables en Notre Jour Viendra, como la orgía con las americanas en el hotel, los primeros actos de rebeldía de la pareja, el patetismo de la secuencia con el agente del peaje, los impulsivos rapados de pelo (muy simbólica la sangre de Rémy al llevar a cabo el suyo en la farmacia) o ese clímax final que sería bastante más emotivo si no hubiéramos perdido por el camino la empatía con dos personajes que al principio se mostraban como un par de locos con los que nos identificábamos por su inconformismo y osadía, pero que al final se convierten en unos estúpidos que mandan al carajo la posibilidad de empezar una vida nueva, puede que no en la tierra prometida que deseaban, pero sí en un lugar donde se sentirían libres para ser ellos mismos.



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