viernes, 6 de julio de 2012

Candyman, imaginations through the looking glass



Título Original Candyman (1992)
Director Bernard Rose
Guión Bernard Rose basado en el relato corto de Clive Barker
Actores Virginia Madsen, Tony Todd, Kassi Lemmons, Xander Berkeley, Vanessa Williams, Michael Culkin



En el año 1992 el director británico Bernard Rose (Paperhouse, Immortal Beloved) decidió adaptar a imágenes el relato corto The Forbidden incluido en el Volumen Cinco de Books of Blood, titulado In The Flesh, de su compatriota, el célebre escritor de género de terror Clive Barker. El resultado fue Candyman, un remarcable largometraje que cobró cierta fama como cinta de culto dentro de algunos círculos de cine de género durante los 90 arrastrando tras de sí una no muy numerosa, pero si considerable, horda de fans que disfrutaba con las andanzas del hombre del garfio dedicado, supuestamente, a sembrar el pánico en los suburbios de la ciudad estadounidense de Chicago.




Helen Lyle (Virginia Madsen) es una estudiante que se encuentra inmersa en un importante trabajo sobre leyendas urbanas, floclore y supersticiones locales. De estas historias le llama especialmente la atención la de Candyman (Tony Todd), un hombre con un garfio en lo que anteriormente fue su mano derecha tomando forma corpórea y asesinando a sus víctimas al pronunciarse su nombre cinco veces delante de un espejo. Helen comienza a investigar sobre el origen y la posible existencia de Candyman en los barrios bajos de la Cabrini Green, la zona donde se supone habita y actúa. Llegado el momento la joven se obsesionará tanto con el mito que comenzará a confundir ficción con realidad. Pero la pregunta es ¿existe realmente Candyman o es sólo producto de la imaginación de Helen?.




Después de verla varias veces en VHS durante mi adolescencia, por el impacto que causó en mí cuando empezaba a experimentar con el celuloide de género, revisioné hace unos días, diez años después de la última vez, Candyman, y mis sensaciones han sido en general bastante buenas a pesar de que mi percepción del lenguaje cinematográfico ha cambiado mucho en este largo periodo de tiempo. Por aquel entonces mi nivel de exigencia con este tipo de largometrajes era mucho menor y con entretenerme vivamente o disfrutar de un buen puñado de secuencias truculentas tenía suficiente y me sentía notablemente satisfecho.




Desde esos títulos de crédito rodados en plano cenital mostrando las calles de la ciudad de Chicago, mientras suena el tema principal de la banda sonora (que merecerá más adelante una nota aparte, como es lógico viniendo de quien viene) el espectador puede percibir cierto cariño e implicación personal en la construcción de un producto como Candyman, con esos edificios grises que cobrarán importancia más adelante, no sólo en la trama, sino también en la mitología de la historia narrada queriendo, y consiguiendo, ir un poco más allá del simple género de terror y ahondar levemente en la vida en los suburbios de las grandes urbes norteamericanas.




La adaptación del relato de Clive Barker, ejerciendo este labores de producción ejecutiva en el film, se revela como un producto brillantemente construido y con notables hallazgos capaces de solapar ciertos fallos como agujeros de guion, incongruencias narrativas más allá del argumento o situaciones un tanto improbables por parte de varios personajes. En lo referido a esto último debemos mencionar a la protagonista, interpretada por una epatante Virginia Madsen, cuyos ilógicos actos pueden llegar a irritar al espectador, pero cuya ejecución se antoja coherente y hasta necesaria desde un punto de vista narrativo, ya que la ausencia de los mismos impediría el adecuado desarrollo de la historia.




Pero Candyman se edifica sobre una serie de considerables y nada desdeñables aciertos. El primero es la puesta en escena de Bernard Rose, que a pesar de regar todo el film en sangre y truculencia, ejecuta una interesante amalgama en la que tienen cabida pictoralismo, poética y sobre todo un tono documental que toma como epicentro los suburbios de Chicago, con omnipresencia en sus localizaciones de graffitis revelando hechos pasados y futuros relacionados con el largometraje. Otro hallazgo es la composición de algunas secuencias genuinamente aterradoras de cara al espectador, muchas de ellas relacionados con espejos, objetos convertidos en el leit motiv narrativo y visual de la obra ya que la presencia de Candyman tiene a los mismos como principal catalizador.




Pero la mayor virtud del film, a parte del duelo interpretativo entre la protagonista y un imponente e intimidante Tony Todd como Candyman, es la conseguida atmósfera que envuelve el producto en un halo de cuento de hadas envenenado y pútrido. Esto, una vez más, lo consigue Rose con su remarcable trabajo detrás de las cámaras, con la ayuda de la fotografía de Anthony B. Richmond y la dirección artística, limpia y estilizada cuando nos movemos en el mundo de la protagonista, sucia y decadente cuando lo hacemos en el de Candyman, a modo de sutil diferenciación entre clases altas y bajas. Todo eso quedaría en poco si las imágenes no fueran acompañadas por la señorial banda sonora del maestro Philip Glass, que hace una labor superlativa con cortes convertidos ya en himnos dentro del cine de terror de los 90.




Hay algo más en Candyman, pero anida en su interior y no siempre es fácil vislumbrarlo. Hay en ella una mirada casi entomóloga sobre las clases marginadas, el miedo y la superstición se hacen fuertes en los guetos por culpa de la pobreza y el paupérrimo estilo de vida en el que se encuentran sus habitantes impidiéndoles huir de leyendas transmitidas de generación en generación por medio de susurros casi apagados. Por eso el choque de Helen con ese submundo es tanto físico como psicológico y gracias a ello la trama se ve enriquecida cuando ella cambia "comienza a creer" y a ser una más de esas personas devoradas por la carestía social o económica y posiblemente la fantasía. Una pena que no ahonde el director y guionista más en esta interesante idea en beneficio de mantener la tensión y el terror de la narración.




Candyman es una muy reivindicable cinta de terror, un proyecto que el tiempo ha tratado inusualmente bien atesorando dosis suficientes de sustos, gore y muertes para saciar a los amantes de la rama más dura de este género; interesantes, aunque algo superficiales, apuntes sociales para los que quieran mirar un poco más allá del horror al que se adscribe el largometraje, así como un tono onírico y pesadillesco poseedor de una peculiar belleza evocadora dentro de la mugre y lo insano haciéndola interesante a distintos niveles a pesar de su modestia formal como producto de género y visionado supuestamente intrascendente. Desgraciadamente no podemos decir lo mismos de sus dos secuelas, de las que algún día hablaremos también por estos lares.


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