miércoles, 30 de mayo de 2012

Gracias por Fumar, el tabaco perjudica seriamente la moral



Título Original Thank You for Smoking (2005)
Director Jason Reitman
Guión Jason Reitman basado en la novela de Christopher Buckley
Actores Aaron Eckhart, Maria Bello, Cameron Bright, Adam Brody, Sam Elliot, Katie Holmes, David Koechner, William H. Macy, J.K. Simmons, Robert Duvall, Kim Dickens, Rob Lowe, Todd Louiso, Melora Hardin



Adaptación a imágenes de la novela homónima de Christopher Buckley que supuso también la ópera prima como director Jason Reitman, hijo del realizador canadiense Ivan Reitman (Cazafantasmas). Hoy día el vastago del creador de Poli de Guardería (Kindergarten Cop) es un cineasta bastante reconocido gracias al éxito de esos films tan correctos como sobrevalorados que responden al nombre de Juno y Up in the Air. Para un servidor la cinta que nos ocupa (y sin haber visto su último trabajo Young Adult) me parece la pieza más redonda de su breve pero reconocida filmografía.




Nick Naylor es el jefe de prensa de una importante tabacalera estadounidense. Su talento se basa en hablar a las masas y moverlas por medio de su carisma, lavia y falta de escrúpulos convenciéndolos no de que fumen, sino de que sean libres para hacerlo si quieren. En su cruzada se deberá enfrentar a a grupos en defensa de la salud y a un senador que reliza una encarnizada lucha contra el tabaco sólo por intereses electorales. La aparición de Joey, el hijo de Nick, dará una interesante vuelta de tuerca a su vida personal y profesional.




Sátira llena de bilis y mala baba sobre el mundo del negocio del tabaco en la que Reitman no deja títere con cabeza en ninguno de los bandos, haciendo mofa con todo y con todos aderezando el conjunto con una considerable incorrección política que recorre todo el metraje. El director deja claro el tono de la película con ese inicio en el programa de testimonios al que asiste Nick y en el que participa ese alegre niño con cáncer que al final acaba trabando amistad con el protagonista.




El verdadero poso de la cinta reposa en su ambigüedad moral y en como la misma está representada por el Nick Naylor que ejecuta con precisión milimétrica, carisma a paladas y mucho oficio un Aaron Eckhart sencillamente brillante. El protagonista es consciente de todo el mal que inflinge a la sociedad, que el dinero que gana es a costa de la salud de millones de personas y que lo que hace es detestable, pero por medio de la demagogia, la verborrea interminable y sus dotes virtuosas e innatas para el buen uso del marketing que le salen con una naturalidad pasmosa el hombre vive en el lujo y a cuerpo de rey.




Reitman muestra que a los responsables de las empresas tabacaleras no le pesan los millones de muertos que produce su material, pero también nos indica que los políticos que quieren luchar contra esta droga tienen unos intereses que van mucho más allá de mirar por la salud de los ciudadanos. En esta lucha el bienestar del consumidor es lo último, sólo la avaricia y la obtención desmesurada de poder son los fines que mueven las piezas de un enorme tablero en el que se manejan millones de dolares al año.




Por suerte el guionista y director se aleja de los tópicos films sobre hombres ambiciosos que toman conciencia de la realidad y se entregan a los brazos de la fraternal humildad para ganarse el bondadoso corazón de su hijo. No, Nick Naylor empieza siendo un hijo de puta y lo sigue siendo al final del metraje y su descendiente lo admira por ello incluso poniéndolo en un pedestal. Con esto el director de Juno hace una lectura bastante dura e inmisericorde del americano medio retratándolo como un hombre sin remordimientos que gusta de revolcarse en un capítalismo desmesurado y que por desgracia su descendencia seguirá esta misma senda porque es lo que ha mamado desde bien niño y lo ve como algo completamente normal.




La estructura del film es como una visión irónica y satírica de esa gran obra de Michael Mann llamada El Dilema (The Insider) protagonizada en el año 1999 por unos enormes Al Pacino y Russell Crowe (magnífica pieza que trataba el mismo tema pero desde el punto de vista del drama), pero en su interior contiene todos los personajes típicos de los films sobre sátira política o periodísitca como el mandamás buenazo pero sin corazón (Robert Duvall), la periodista devorahombres y apovechada (Katie Holmes) el jefe falsamente amigable (J.K. Simmons) o el político hipócrita que sólo busca el mayor número de votos por medio de la falsa doble moral (William H. Macy). En papeles menos atípicos pero aún más destacables Sam Elliot como el primer hombre Marlboro y Rob Lowe como un empresario totalmente desquiciado.




Por desgracia en Jason Reitman fue desapareciendo ese veneno que aquí destila por todos y cada uno de los fotogramas a los que da forma. Lo que perdió en acidez lo ganó en sobredimensionado prestigio con sus demasiado encumbradas obras que sin ser en absoluto desdeñables no me parecen las comedias ejemplares que muchos proclaman. Yo me quedo con esta Gracias por Fumar, un derechazo directo a la mandíbula de los bienpensantes, de los hipócritas, los políticos, los empresarios, los desalmados, los fumadores y los que como yo, odiamos el tabaco con toda nuestra alma.



domingo, 27 de mayo de 2012

Horror of Dracula, cuando la Hammer dominaba el mundo




Título Original Horror of Dracula (1958)
Director Terence Fisher
Guión Jimmy Sangster basado en la novela de Bram Stoker
Actores Christopher Lee, Peter Cushing, Michael Gough, Melissa Stribling, Valerie Gaunt, Carol Marsh



Hoy que el gran actor británico Christopher Lee cumple 90 años quiero hablar de una obra muy especial para mí y otros cuantos millones de seguidores, Horror of DraculaDrácula a secas en su título para España. Adaptación, muy libre, que la productora inglesa Hammer Films realizó del personaje histórico que Bram Stoker reimaginó como un vampiro ávido de sangre. El director de la cinta fue Terence Fisher, uno de los más grandes cineastas de la historia del cine de terror y el autor más destacado de la productora, ya que en sus hombros recayeron las más conocidas, celebradas y logradas cintas de la factoría impulsada por Michael Carreras.




La Hammer Films, cuya misión era modernizar aquellos personajes literarios utilizados en las míticas películas de la Universal en los años 30 (Drácula, Frankenstein, El Hombre Lobo, El Fantasma de la Ópera, El Doctor Jekyll y Mr Hide) fue acusada en sus inicios de ser una fábrica de películas grotescas, explícitas y aterradoras, pero sus producciones en la taquilla rendían considerablemente atrayendo cada vez a más público. Desde mediados de los 50 hasta la primera mitad de los 70 los Bray Studios fueron los dueños de la cinematografía inglesa, su reinado fue absoluto, pero no ha sido hasta bastantes años después que los críticos se han rendido ante la elegancia, la artesanía y la magistral fuerza narrativa de estas pequeñas y modestas piezas de oro pulido.




Una producción como Horror of Dracula en cierta manera se aleja del libro del irlandés Bram Stoker, o lo que es lo mismo, se basa en él pero mezcla tramas, se salta episodios, cambia personajes (Jonathan Harker no es un procurador, es un supuesto bibliotecario que quiere eliminar al Conde) y sitúa el castillo de Drácula en Londres, eliminado Jimmy Sangster, el guionista de la cinta, el tramo del viaje del Demeter desde Transilvania a Inglaterra y unos cuantos episodios más. Este sería el fallo más destacable de la cinta de Fisher, al menos desde un punto de vista conceptual o estructural, porque su infidelidad hacia la novela del autor de Los Guarida del Gusano Gris no menoscaba en absoluto sus incontables hallazgos narrativos como pieza cinematográfica muy destacable dentro y fuera del género al que se adscribe.




Por otro lado el film es un verdadero deleite para los sentidos, un tétrico cuento gótico que marcó época sobre todo por su explicitud estilística impropia para la cinematografía británica. A finales de los 50 el público no estaba acostumbrado a ver a un vampiro con un desencajado y bestial rostro enseñando unos prominentes y amenazantes incisivos bañados en sangre en glorioso technicolor, una violencia descontrolada y explícita o el solapado y elegantísimo erotismo que Terence Fihser controlaba y dosificaba como un maestro en no pocos pasajes del largometraje. La película causó un gran impacto allí donde se estrenó y abrió paso para el resto de la producción de la Hammer Films relacionada con el conde transilvano en la que repararemos unos párrafos más abajo.




Técnica y artísticamente sobresalen tanto el trabajo del director, mezclando clasicismo y vanguardia con todo tipo de tomas estáticas alternadas con travellings y picados que a día de hoy aún sorprenden al más escéptico, la exquisita dirección artística de Bernard Robinson, sabiamente reciclada a lo largo de la historia de la productora para reducir costes y dar a todas su películas una estética homogenea reconocible al primer vistazo de sus imágenes; la música de James Bernard y el trabajo glorioso de Jack Asher con la fotografía y la iluminación, expresionista en algunos momentos, gótica en otros. La perfección formal de la película está fuera de toda duda y junto a la anterior, y no menos brillante, La Maldición de Frankenstein, también con el trío Fisher/Lee/Cushing, supuso la carta de presentación de la productora en su edad de oro.




Es cierto que sin el maestro Fisher la Hammer Films seguramente hubiera quedado en una productora más de cine de terror, porque su talento, adaptabilidad y eclecticismo autoral fueron clave para la evolución del grueso de sus producciones. Pero si esta casa de ideas está en lo más alto es también por la presencia de dos de los más elegantes y carismáticos gentlemen que ha dado el cine inglés, Peter Cushing y Christopher Lee, ellos dieron fuerza y mitología a sus personajes. El primero insufló credibilidad, sabiduria y elegancia a Abraham Van Helsing (muy diferente al tipo plano y con pinta de nazi en la versión de Tod Browning, al que daba vida Edward Van Sloan) y el segundo añadiendo una presencia magnética, erótica y aterradora a su conde Drácula, para un servidor el más icónico de la historia del cine, y eso que no han sido pocos los actores talentosos que le han dado "no vida".




Casi 10 años tardó la Hammer Films en crear una secuela de Horror of Dracula, otra obra maestra que supondría la tercera (la segunda fue la excelente Las Novias de Drácula, en la que el Conde no daba la cara, pero su presencia se antojaba ubícua en el largometraje) y última incursión de Terence Fisher en el mundo del conde transilvano, Drácula: Príncipe de las Tinieblas. Esta vez sin Cushing, importante detalle a reseñar, pero no restando demasiado al conjunto de una cinta que gana en visceralidad y puesta en escena. Tras esta llegaría la destacable Drácula: Vuelve de la Tumba de Freddie Francis, la más notable después de las dos entregas de Fisher.




Pero a continuación tomaría forma gradualmente la lenta, pero inexorable, decadencia, con El Poder de la Sangre de Drácula (Taste the Blood of Dracula), Las Cicatrices de Drácula, Drácula 73, especialmente entrañable por estar influenciada por la psicodelia hippie y la magia negra tan de moda en los setenta; y la ya esperpéntica Los Ritos Satánicos de Drácula. Todas inferiores, algunas incluso mediocres, a las primeras entregas pero cada una de ellas poseedora de algún punto de interés que las vuelve, memorables y revisionables, sobre todo por su fallido, pero encomiable, intento de aunar clasicismo y modernidad new age cuando la productora empezaba a ofrecer síntomas de agotamiento o redundancia argumental y narrativa.




Hoy cumple 90 años el legendario protagonista de Horror of Dracula, la posiblemente mejor película de terror clásico de todos los tiempos o una de las que merecen estar entre las más míticas del séptimo arte dentro de su género. Una obra maestra incontestable que vista hoy por depende que tipo de público puede parecer anticuada o de poco interés, pero que hará las delicias de todo aquel amante del subgénero vampírico, el terror gótico y la obra literaria de Bram Stoker. Si en su época dorada Hollywood fue la fábrica de sueños en Estados Unidos, la Hammer Films fue la de las más deliciosas pesadillas en Gran Bretaña. Vida eterna al martillo del terror y al gran maestro Christopher Lee.



lunes, 21 de mayo de 2012

Miedo y Asco en Las Vegas, the man who killed the american dream



Título Original Fear and Loathing in Las Vegas (1998)
Director Terry Gilliam 
Guión Tony Grisoni, Tod Davies, Alex Cox y Terry Gilliam basado en la novela de Hunter S. Thompson
Actores Johnny Depp, Benicio del Toro, Tobey Maguire, Michael Lee Gogin, Larry Cedar, Brian Le Baron, Katherine Helmond, Cameron Diaz, Ellen Burkin, Gary Busey, Christina Ricci, Lyle Lovett, Mchael Jeter, Mark Harmon, Tane McClure, Jennifer Elise Cox



Adaptación a lisérgicas imágenes de la novela Miedo y Asco en Las vegas del escritor y periodista norteamericano Hunter S. Thompson, creador de lo que en su momento se llamó "periodismo gonzo" estilo de narrar noticias en la que el reportero se imbuía de manera brutal en esta llegando en bastantes ocasiones a formar parte de ella.El trabajo salió a la venta en 1971 y fue editado por primera vez en dos partes en la revista Rolling Stone. Tuvieron que pasar 27 años para que un suicida artístico como Terry Gilliam decidiera llevarlo al celuloide en una obra que podría considerarse hoy de culto.




El periodista Raoul Duke (Johnny Depp) y su abogado Doctor Gonzo (Benicio del Toro) viajan a Las Vegas para cubrir una importante carrera de motocross en el desierto de Nevada. Pero todo se complica debido a que los dos personajes deciden abusar de todo tipo de estupefacientes que tienen guardados en una maleta. Su consumo de las drogas es tan desproporcionado que la pareja de individuos sembrarán el caos allá por donde pasen sin ser conscientes del daño material, físico y psicológico que pueden llegar a inflingir.




Excesivo, sobrecargado y flipante viaje psicotrópico a la América consumista y decadente de los primeros años 70 representada por ese infierno en forma de paraíso con luces de neón que responde al nombre de Las Vegas. En la novela de Hunter S. Thompson, Gilliam encuentra una enorme excusa narrativa (que como comentaré más tarde no se sostiene por sí sola) para dar rienda suelta como nunca a su imaginario fantástico de una manera voraz y desatada que de la misma manera que devora la historia que narra no escatima en hallazgos, como momentos brillantes, pasajes de un humor hilarante o reflexiones generacionales de considerable calado.




Terry Gilliam está en su salsa en esta Las Vegas reflectada en los ojos de un protagonista en continuo viaje de estupefacientes, usando todo tipo de trucajes, movimientos de cámara, lentes deformantes, filtros de colores, con la intención de hacer al espectador partícipe de semejante abuso de todo tipo de drogas. Entre tiros de mescalina, LSD o eter, Duke (pseudónimo de S. Thompson) y Gonzo (alias de su abogado en la vida real Óscar Zeta Acosta) permiten al director de Brazil desencadenar todas sus constantes autorales como evasión de la realidad, confusión metaficcional de personalidades, críticas a las fuerzas establecidas y una extraña comunión con los perturbados mentales en este caso enajenados mediante productos químicos.




Ese exceso se transmite a un reparto completamente entregado a la sobreactuación. Es el caso de unos irreconocibles Johnny Depp (maravillosa, espídica y omnipresente voz en off la suya) y Benicio del Toro que hacen del desvarío, el aspaviento y lo impulsivo un medio para llegar a un humor cafre y desenfrenado que ofrece momentos divertidísimos, como cuando los personajes intentan entrar a una atracción y no son capaces ni de andar, la llegada al hotel con la visión de los lagartos o cuando los dos se encuentran el tiovivo y Gonzo no sabe como bajar por culpa de las condiciones deplorables en las que se encuentra. Por el camino también podremos encontrarnos con incontables cameos como los de Tobey Maguire, Christina Ricci, Gary Busey, Ellen Burkin o el mismo Hunter S. Thompson.




El mayor problema es que como sucede en otras obras de Gilliam (El Imaginario del Doctor Parnassus, El Secreto de los hermanos Grimm) la forma devora al fondo, el guión queda practicamente inutilizado ante los excesos visuales y narrativos del ex Monty Python. Por suerte la cinta tiene los suficientes alicientes como para no considerarse una obra fallida, todo lo contrario. Bajo su superficie llena de ácido y anedrocromo subyace una mirada crítica y cínica sobre el sueño americano y un análisis desencantado de aquel precioso espejismo que fue la filosofía del hippismo que marcó a generaciones enteras durante la segunda mitad de los 60 y la primera de los 70.




También puede considerarse a la obra que nos ocupa como lo más parecido a experimentar en primera o segunda persona las reacciones psicológicas y físicas a el consumo de una amplia gama de alucinógenos. Escenas estas en las que el cineasta muestra su mundo lleno de seres inhumanos, demonios, reptiles, enanos y que pueden ser testimonio audiovisual de un brutal viaje con cualquier sustancia psicotrópica. En el proceso Gilliam hace mofa de la lucha contra la droga (esa reunión de policías) pero también muestra lo terrible que hay detrás de su uso y sobre todo abuso. Todo con una incorreción política marca de la casa.




Fear and Loathing in Las Vegas es una memorable rara avis y junto a El Almuerzo Desnudo Crash de David Cronenberg o American Psycho de Mary Harron la adaptación de una novela casi inadaptable. En ella podemos encontrar  todas las constantes del cine de Terry Gilliam dando su versión del escrito de Hunter S. Thompson, (periodista que debe obsesionar a Johnny Depp, que estrenó hace poco como protagonista y productor Los Diaríos del Ron, otra adaptación de uno de sus libros) y haciendo lo que más le gusta, ser Terry Gilliam y con eso a mí ya me tiene enamorado desde el primer chute.



Judas Priest, concierto en Sevilla, 18 de Mayo de 2012



Grupo Judas Priest
Teloneros Blind Guardian, U.D.O
Localización Auditorio Rocío Jurado, Sevilla
Día 18 de Mayo de 2012

Hacía dos años más o menos que no iba a un concierto y lo cierto es que echaba de menos sentir la hermandad con los aficionados, los watios atronando los oídos, las imágenes, olores y sonidos caracteristicos de este tipo de celebraciones y el ritual que para un servidor supone ver en directo a los músicos que han formado parte de mi vida interpretando canciones que me han acompañado desde la infancia o adolescencia.




Ciertamente la ocasión lo merecía y mi regreso al mundo de los conciertos ha sido a lo grande, asistiendo al penúltimo concierto que la veteranísima banda Judas Priest daba en España en la que se supone que será su gira de despedida (de ahí el nombre de "Epitaph"). Como teloneros se encontraban la no menos veterana banda alemana U.D.O y tras ellos sus compatriotas los enormes Blind Guardian. La unión de estas tres bandas dio pie a una de las veladas musicales más inolvidables a las que he podido asistir en toda mi vida.




A las 19:48 se abrieron las puertas del auditorio Rocío Jurado localizado en las antiguas inmediaciones (hoy tristemente decadentes) de la  Exposición Universal sevillana de 1992. Al entrar en el recinto y ver el escenario una añorada sensación parecida a un cosquilleo que me recorrió la espina dorsal se apoderó de mí como pocas veces lo había hecho (posiblemente sólo cuando vi a Iron Maiden y Metallica por primera vez en 1999 y 2003 respectivamente), por fin tras un par de años volvía a formar parte de uno de los espectáculos que más emoción me producen, ser testimonio la interpretación de música en directo.




Sobre las 20:00 sin apenas calor y tras haber saludado a algunos conocidos de esos con los que no mantienes contacto habitualmente pero que te alegran el día cuando los encuentras en este tipo de concentraciones, Udo Dirkschneider y sus muchachos empezaron con su descarga. He de admitir que antes de que los alemanes empezaran con su actuación un servidor tenía pocas ganas de ver a esta clásica banda del heavy de los 70 y sobre todo 80 por la que nunca he sentido especial predilección.




A los 5 minutos tuve que tragarme mis palabras cuando los germanos ofrecieron una interpretación llena de profesionalidad, carisma y simpatía en la que se pudieron ver las tablas de unos músicos que lo dan todo en el escenario. Tirando de clásicos de la anterior banda de Dirkschnider (Accept) como Metal Heart o Balls to the Wall o alternando temas  antiguos y modernos de U.D.O como Leatherhead o Man and Machine  estos entrañables músicos se ganaron la confianza de fans y descreidos como el que suscribe.




Sobre las 21:00 con toda la austeridad del mundo y con un Hanshi Kursch de pelo corto Blind Guardian, los abanderados del power metal europeo desde mediados de los 80, salieron a ofrecer hora y media de buena música. Abriendo con Sacred Worlds del que aún sigue siendo su último disco, At the Edge of Time, los germanos ofreciendo una cuidadosamente elegida selección de cortes clásicos como Imaginations From the Other Side, Welcome to Dying o unas especialmente emocionantes Nightfall y The Bard's Song (In the Forest) consiguieron poner en pie a todas las almas que allí estábamos reunidas.




Sorprendentemente y contra todo pronóstico el normalmente insípido y estático frontman de la banda (lo de su voz y manera de cantar es otra cosa y rara vez falla) estuvo realmente animado, jugueteando con el público y moviéndose por todo el escenario, llegando a incluso animar al respetable a corear temas como Valhalla o Mirror, Mirror. De nuevo una banda que lleva muchos kilómetros a sus espaldas y que no decepcionaron un ápice a pesar de lo seco de su puesta en escena. Contando los días para volver a verlos.




22:00, un enorme cartel con la palabra Epitaph ("¡los cojones Epitafio!" dijo un devoto fanático a mi lado mientras hacía una foto de la enorme bandera) tapa el escenario, bajan las luces, la noche acaricia el auditorio y entre gente que no paraba de saltar, reír o llorar porque iban a cumplir un sueño por primera vez o porque iban a ver al grupo de su vida por última empieza a sonar la intro Battel Hym del impagable álbum Painkiller y seguidamente Rapid Fire (gran tema, pero no la mejor elección para abrir un concierto tan importante) y ahí los tenemos, Judas Priest en el escenario haciendo lo que mejor saben.




Los miedos desaparecen, en ese momento no piensas que se encuentran en la sesentena, ni que Rob Halford, que ha sido la más potente voz del heavy metal de todos los tiempos, no sea el de antes, sólo intentas asimilar que tienes delante tuyo a leyendas vivientes que llevan dando lo mejor de sí mismos durante 40 años, que han pasado por crisis, deserciones, peleas, reconciliaciones, excesos y más importante aún, que han sido parte de la banda sonora de los mejores y los peores momentos de tu vida, que siempre han estado ahí sin exigirte nada y que por fin los tienes delante tuyo y puedes confirmar al mundo entero que existen.




Por suerte hicieron un repaso de todas sus etapas. Desde su primer y ya lejano trabajo de 1974, Rocka Rolla, con Never Satisfied hasta su más reciente obra, el conceptual Nostradamus con Prophecy. Por el camino pudimos escuchar himnos atemporales como Metal Gods, Breaking the Law, Living After Midnight, ese clásico moderno de la banda en forma de declaración de principios llamado Judas Rising que casi me hace llorar de la emoción, unas Victim of Changes y Diamonds and Rust virtuosas que pueden considerarse el momento álgido del día, la inclusión de esas Hellion y Electric Eye que debían haber abierto el show pero que al menos no fueron olvidadas o una Painkiller que sonó como una apisonadora con un Rob Halford que lo dio absolutamente todo en los imposibles agudos de esta muestra de speed metal que serviría como piedra filosofal para cientos de bandas amantes de las tonos altos, los solos cortantes y los riffs imposibles a partir de los 90.




Hubo muchos momentos para el recuerdo y alguna ausencia. Lo mejor es que no se olvidaran ni de su etapa más denostada y comercial con Turbo Lover, que antes de empezar el concierto sonara por los altavoces War Pigs de Black Sabbath y que hicieran versiones de Joan Baez con Diamonds and Rust y Fleetwood Mac con The Green Manalishi (With the Two Pronged Crown) o tras el show que se dejara escuchar de nuevo por los bafles We're the Champions de Queen para homenajear a bandas que los inspiraron, que fueran cercanos con el público, que a pesar de la ausencia de K.K Downing, Ricihie Faulkner hiciera un trabajo de primera con la guitarra, que Scott Travis se dejara la vida con el doble bombo y que a Glenn Tipton se le notara en la cara que está profundamente orgulloso de su criatura que en breve dormirá el sueño de los justos.




Pero sobre todo es de recibo rendir pleitesía a ese ser humano de impagable entereza y talento llamado Robert John Arthur Halford. El hombre que podía utilizar un registro grave como agudo, que llegaba a tonos impresionantes en Sinner, Painkiller o A Touch of Evil (mi gran ausente del set list) que abandonó la banda en 1993 para volver diez años después por la puerta grande, que tuvo el valor de confesar su homosexualidad en un mundo rudo, varonil y a veces obcecado (quién lo diría) como el del heavy metal que lo recibió con la normalidad que merecía la noticia, que coqueteó en solitario con otros géneros como el thrash metal (Fight) y que sufrió que se rieran de su persona en aquella cosa horrible llamada Rock Star protagonizada por Mark Wahlberg y Jennifer Aniston.




Este señor que en pocos años podrá recibir gratis las medicinas en la farmacia, este abuelo del metal el Viernes pasado dio una lección de profesionalidad sin límites. Hacía tiempo que en directo se le veía mal, no llegaba a esos altísimos agudos que siempre le caracterizaron y no se movía a penas en el escenario, pero mis ojos y los de las otras miles de personas que me acompañaron ese día vieron a un hombre que lo dio todo, que cantó como hacía años que no se le escuchaba (desde la gira de su album en solitario Resurrection, aquel tour fue el que le menguo considerablemente su portentosa voz) y que nos regaló junto a sus cuatro compañeros una noche para marcarla a fuego y acero fundido en el calendario.




El día 18 de Mayo de 2012 será recordado por mí y unos cuantos más como una fecha especial. Una jornada de sueños cumplidos, de despedidas, de rememorar años pasados, de comunión entre música y sentimiento. Judas Priest parece ser, que ahora sí, nos dicen adiós, dejando tras de sí una discografía llena de éxitos y fracasos y entre los primeros una manita de obras maestras por las que nunca pasará el tiempo y actuaciones en directo para la estantería de la memoria. Esa noche sevillana de buena música, amistad, convivencia y nostalgia resonará por muchas años en mi cabeza, de esta manera podré decir cuando pase el tiempo aquello tan tópico pero verdadero de "Sí, yo estuve allí aquel día". Larga vida a Judas Priest y al heavy metal.


Battle Hym
Rapid Fire
Metal Gods
Heading Out to the Highway
Judas Rising
Starbreaker
Victim Of Changes
Never Satisfied
Diamonds and Rust
Dawn of Creation
Prophecy
Night Crawler
Turbo Lover
Beyond the Realms of Death
The Sentinel
Blood Red Skies
The Green Manilishi (With the Two Pronged Crown)
Breaking the Law
Painkiller
The Hellion
Electric Eye
Hell Bent for Leather
You've Got Another Thing Comin'
Living After Midnight

domingo, 13 de mayo de 2012

La Mujer de Negro, the innocents


Título Original The Woman in Black (2012)
Director James Watkins
Guión Jane Goldman basado en la novela de Susan Hill
Actores Daniel Radcliffe, Ciarán Hinds, Roger Allam, Sohpie Stuckey, Janet McTeer, Shaun Dooley, Liz White, Daniel Cerqueira, Andy Robb, Misha Handley, Alexia Osborne, Alfie Field


Aunque nunca le he dedicado una entrada temática y ni siquiera he comentado una de sus producciones he dejado caer más de una vez en este blog la profunda admiración que siento desde hace años por la productora británica Hammer Films. Aquella casa que revisionó el origen e historias de personajes de la literatura universal de terror como Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia, Jack el Destripador o el Doctor Jekyll y Mr Hyde, que encumbró a actores como Christopher Lee o Peter Cushing y que nos descubríó a uno de mis directores favoritos de todos los tiempos, el inmenso Terence Fisher.




En 2010 la noticia del regreso de la productora (que desapareció en 1979) fue un hecho. Que su carta de presentación fuera un remake de la película sueca Déjame Entrar dirigida por Tomas Alfredson que adaptaba la novela de John Ajvide Lindqvist en principio no me convenció mucho, pero después de ver la versión que Matt Reeves hizo de ese (ya mítico) romance entre niño humano y chica vampira me quedé prendado con sus muchos hallazgos cinematográficos que iban más allá de copiar una magnífica película. La Hammer volvía con buen pie, indudablemente. La segunda cinta de la renovada productora fue La Víctima Perfecta (The Resident) de Antti Jokinen con Hilary Swank y Jeffrey Dean Morgan de protagonistas y no fue muy bien recibida por la crítica o el público.




La tercera cinta auspiciada por la productora fue La Mujer de Negro (The Woman in Black) segunda adaptación (la primera la hizo para la televisión británica el director Herbert Wise) de la célebre novela de la escritora Susan Hill editada en 1983. Para la dirección del film se contrató a James Watkins, que venía de llamar al atención con Eden Lake, cinta de terror diametralmente opuesta a la que nos ocupa. Del guíón se ocupó la voluptuosa, peculiar y muy interesante Jane Goldman (Kick-Ass, X-Men: Primera Generación, La Deuda, Stardust) y el protagonismo recayó en un ya maduro Daniel Radcliffe.




A finales del siglo XIX un joven abogado británico llamado Athur Kipps que aún no ha superado el fallecimiento de su esposa debe abandonar a su hijo durante un tiempo debido a que la firma para la que trabaja le ha dado un ultimatum por su ineficacia en los últimos tiempos. El muchacho será enviado a una remota isla para que intente vender la casa de un cliente recientemente fallecido. Nada más llegar a la localidad Arthur descubrirá que nadie quiere acercarse a las inmediaciones de la mansión en concreto. Todo empeorará cuando el joven abogado empiece a ver apariciones de una mujer vestida de negro que parece habitar todavía en el, supuestamente, hogar abandonado.


 


The Woman in Black es una magnífica muestra de cine de terror ejecutado con elegancia y tono claisicista que hunde sus raíces tanto en el celuloide de la Hammer Films, como en el de las producciones de Roger Corman que adaptaban relatos de Edgar Allan Poe o en obras como Suspense (The Innocents) de Jack Clayton, La Leyenda de la Casa del Infierno de John Hough o Al Final de la Escalera (The Changeling) de Peter Medak (mencionar Los Otros de Alejandro Amenábar es tontería, si ya hemos nombrado las cintas a las que tomó como referencia) o incluso en la literatura de escritores como Henry James, Oscar Wilde o Bram Stoker.





Curiosamente el largometraje no elude los tópicos del cine de casas encantadas sino que los hace suyos y los convierte en una virtud utilizándolos con un toque de artesanía cinematográfica de tonalidad clásica que en ocasiones consigue inquietar al espectador, Un servidor, curtido en mil batallas y que se las conoce todas en este tipo de films admite sin vergüenza alguna que en un par de ocasiones La Mujer de Negro se los puso de corbata por lo bien realizado de muchos de sus pasajes, sensación que el cine de terror actual, por desgracia, no suele transmitir.




James Watkins utiliza con artesanal pulso los resortes del cine de terror fantasmal. Sabe donde colocar la cámara, difuminar un fondo o colocar de manera imperceptible una figura en el encuadre para que con un sólo gesto el espectador se sobresalte de manera nada tramposa o rebuscada. El uso, no sólo de la figura de la mujer toda vestida de negro y con el pálido rostro tapado por un velo, sino también de los espíritus de los niños que pululan por la casa y su jardín (magistral la escena a la que asiste Arthur desde la ventana la noche de lluvia cuando mira la tumba de lodo y lo que allí acontece) es tan acertada que la misma da entidad a la historia y a su estructura.



El diseño de producción (la casa recuerda inevitablemente a la mansión de los Marsten de la mítica miniserie televisiva Salem's Lot de Tobe Hooper que adaptaba la novela de Stephen King) la puesta en escena, la naturalidad con la que Watkins deja de lado el terror físico y epidérmico de su anterior film y se entrega al simbólico, psicológico y gótico del que hace gala la cinta, el uso de los efectos de sonido, del tempo narrativo (en eso tiene mucho que decir el gran trabajo de Jane Goldman en la escritura) la dosificación de las escenas de terror y el control de una atmósfera que nunca parece impostada y falsaria hacen de La Mujer de Negro toda una experiencia cinematográfica para los amantes del terror clásico.




Daniel Radcliffe hace un excelente trabajo si tenemos en cuenta sus limitaciones como intérprete. Alejándose por fin de la imagen de Harry Potter (ciertamente lo consigue) el actor británico llena de pequeños pero interesantes matices su personaje con detalles como que realmente nunca se sienta aterrado por las apariciones fantasmagóricas de la casa (¿por deseo de entrar en contacto con el más allá por si puede gracias a ello volver a reunirse con su esposa?) la tristeza que hay en su mirada a lo largo de todo el metraje o su interesante pero ligera relación con el personaje de Sam (muy competente Ciarán Hinds, como siempre) en el que hay una diatriba entre superstición y descreimiento.




Me cuesta mucho hablar a cuantos niveles he disfrutado una cinta como The Woman in Black. No sólo ya por sus logros cinematográficos que si bien no son nuevos si están perfectamente ensamblados y expuestos en pantalla, sino porque un servidor se ha criado con este tipo de cine (y literatura), porque una mansión perdida entre la neblina y rodeada de lápidas me produce una fruición incontestable, porque lo que para algunos será "otra de casas encantadas" para mí es la recuperación momentánea de un tipo de cine que creía muerto y porque aquello a lo que apuntaba la memorable Insidious lo confirma La Mujer de Negro, el regreso de ciertas historias de terror clásicas, para verlas de madrugada y en soledad, mientras nos perdemos durante hora y media en las penumbras.