sábado, 24 de marzo de 2012

Masacre: Ven y Mira, at the mountain of madness




Título Original Idi i Smotri (1985)
Director Elem Klimov
Guión Ales Adamovich y Elem Klimov
Actores Alexei Kravchenko, Olga Mironova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas, Victor Lorents




Masacre: Ven y Mira me la recomendó y posteriormente prestó un conocido cercano mío que estuvo hablando durante un tiempo sobre ella y afirmando rotundamente que era la película bélica más dura que él había visto en toda su vida. Tal afirmación, mil veces oída por un servidor en la boca de otras personas hablando de esta o aquella cinta sobre guerra, no habría despertado demasiada curiosidad en mi persona si ese amigo en concreto no hubiera ejercido como zapador en la guerra de Kosovo.




Masacre: Ven y Mira es una película de propaganda impulsada por la URSS en 1985 para conmemorar el cuarenta aniversario de la victoria aliada sobre el ejército alemán de Adolf Hitler durante la segunda guerra mundial. El hecho de ser una obra auspiciada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o de mostrar un punto de vista ideologícamente sesgado no resta los valores intrínsecos que en su interior atesora, no pocos, precisamente. Algo también sucedía con otras obras clásicas del séptimo arte como El Acorazado Potemkin de Sergei M. Eisenstein, El Nacimiento de Una Nación de D.W.Griffith o El Triunfo de la Voluntad de Leni Riefenstahl, de las que se podía, y a veces hasta debía, poner en duda su mensaje o subtexto, pero no sus hallazgos dentro del lenguaje cinematográfico.




Masacre: Ven y Mira narra la terrible odisea de Florya Gaishun, un adolescente que durante la ocupación alemana de Bielorrusia durante la Segunda Guerra Mundial entrará a formar parte de las filas del movimiento partisano soviético abandonando a su madre y sus dos hermanas pequeñas. Tras esto, Florya será testigo de las matanzas por parte del ejército alemán en varias de las aldeas de su ahora desolado país, verá morir a hombres, mujeres y niños y su mundo quedará completamente destruido tras la que es conocida como la mayor guerra de todos los tiempos.




Masacre: Ven y Mira es una película en la que el director Elem Klimov moldea un prodigio de realización y montaje, con uno de los usos más impresionates jamás vistos de la, por aquel entonces todavía joven, steadycam y la profunidad de campo, travellings magistrales y una ejecución impecable de la aproximación dvidida mediante cámaras con lentes diseñadas para esta resolución visual El cineasta utiliza un formato casi de documental, un naturalismo sucio y crudo deudor de Andrei Tarkovsky, tomando de este autor como referentes en la forma a Stalker y en el fondo a La Infancia de Iván, aunque tampoco deja de lado la influencia del cine primigenio del ya mencionado Sergei M. Eisenstein




Masacre: Ven y Mira no es una película que el espectador vea, sino que se enfrenta a ella. Porque Elem Klimov no nos habla de la locura de la guerra, nos habla de la locura en el sentido más amplio de la palabra. Porque como obra va más allá del género bélico, porque finalmente lo que nos narra va más lejos de aquel conflicto, del ejército ruso o alemán durante la segunda guerra mundial. Porque lo que hace es ofrecer un tratado sobre el lado más oscuro, pútrido y terrible que el hombre guarda en su interior, muchas veces saliando a la luz y mostrando su rostro para desgracia suya o de los que le rodean.




Masacre: Ven y Mira es sin lugar a dudas la película adscrita al género bélico más dura jamás rodada, al menos que un servidor haya visto. Hay momentos en su metraje en los que he podido ver el rostro de la demencia humana, el odio más desgarrador y casi la tez de la muerte reflejada en la cara de actores que más que interpretar se dejaban la vida en ello. Pero el mayor hallazgo es que Klimov casi no muestra escenas de impacto en pantalla. Vemos estallar bombas pero no cuerpos saltar por los aires o personas mutiladas; vemos balas surcar el cielo, pero rara vez impactando en objetivos; no vemos a ningún nazi ejecutando aldeanos con un disparo en la sien, pero por medio del fuera de campo y la acción en off pasamos un auténtico calvario con el visionado de la obra.




Masacre: Ven y Mira no habla, como tantas otras películas de este género lo hacen, de la pérdida de la inocencia, sino de como la misma es violada, mutilada, desgarrada, quemada viva, desollada brutalmente para no dejar nada de ella. Por medio de imágenes que quedan grabadas en la retina a fuego como el bombardeo más realista que mis ojos han visto en una pantalla, una mirada hacia atrás durante una huída en la que se descubre una pila de cadáveres, una iglesia convertida en una pira funeraria, una niña con la mirada perdida tras ser violada (acto que no vemos, pero paradójicamente por ello se hace más cruda su resolución) una foto fingiendo una ejecución, una anciana abandonada en su cama en medio de un campo de batalla arrasado por el fuego o un grupo de nazis arrepentidos frente a los partisanos.




Masacre: Ven y Mira hace el retrato más duro jamás visto del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, pero curiosamente no vemos a un sólo soldado del ejército alemán hasta los 90 minutos de metraje, lo que acentúa la poderosa ubicuidad del Tercer Reich. Cuando por fin los hombres de Adolf Hitler entran en escena la locura colectiva de estos individuos se hace con la obra cinematográfica y los actos de brutalidad que llevan a cabo (vuelvo a repetirlo, nunca reflejados de manera explícita o gráfica) llegan a ser tan inhumanos que hasta la cámara parece estar infectada de manera vírica por la demencia.




Masacre: Ven y Mira por ser una cinta creada bajo el control de una URSS que estaba dando su estertor de muerte no habla de los crímenes llevados a cabos por el ejército ruso, ni hace mención a matanzas llevadas a cabo por los sovíeticos como la de Katyn. Pero ciertamente, aunque reprobable, esto no resta entereza o hallazgos a la poderosa naturaleza del proyecto cinematográfico, ni este se muestra en momento alguno como una glorificación patriótica del comunismo o el ideario del regimen de Joseph Stalin, cosa que se agradece en el contexto en el que se desarrolla la historia que narra.




Masacre: Ven y Mira habla de lo irracional y lo inhumano, pero su mayor logro es que lo transmite principalmente por la mirada de un niño de 13 años que entró a formar parte del movimiento partisano con una sonrisa y a los pocos días sólo quedaba de él un trozo de carne envejecido y destrozado psicologicamente por todas las atrocidades que había visto en la que es su tierra de nacimiento. Los primeros planos del rostro de Florya no son gratuitos, en sus ojos podemos ver lo deshumanizado, la muerte, un viaje al infierno. Esos ojos son el testimonio de una guerra que se cobró la vida de millones de personas, destrozando también el porvenir de los que sobrevivieron.




Masacre: Ven y Mira ha cambiado por completo mi concepción del cine bélico. Sin ser mejor que ninguna de las cintas que voy a mencionar a continuación la crudeza de películas como Platoon de Oliver Stone o La Chaqueta Metálica de Stanley Kubrick queda en una nadería a su lado. La brutalidad expuesta por Steven Spielberg en el magnífico inicio de Salvar al Soldado Ryan me parece algo anecdótico al enfrentarse a lo mostrado por Elem Klimov en su película. Incluso el viaje a la locura de Vietnam al que nos invita Francis Ford Coppola en esa obra maestra llamada Apocalipsis Now me parece que sólo rasca en la superficie de la misma cuando recuerdo a Florya casi arrancarse la piel del rostro con las uñas de las manos ante lo que ve en ese pantano que huele a dolor y muerte.




Masacre: Ven y Mira me hace perder casi toda la esperanza en mi raza y me vuelve más huraño, misántropo, nihilista, descreçido. El ser humano es un cáncer para este planeta, un lobo para sí mismo sin hacer otra cosa que dejar un rastro de pena, dolor, muerte y sufrimiento allá por donde pasa. Llego a pensar que nuestra extinción, que desaparezcamos de la faz del planeta Tierra, sería lo único que le permitiría sobrevivir y que la vida misma no perdería mucho si nos dejara definitivamente fuera de la ecuación del universo.




Masacre: Ven y Mira es una de las experiencias más intensas que he vivido delante de una pantalla, me ha producido un malestar psicológico que casi se ha somatizado en el plano físico. Pero no me arrepiento de haberme "enfrentado a ella" porque ha despertado en mí sensaciones que nunca había sentido viendo cine. No podría recomendar esta película a nadie, porque si hay una obra que podría amargarle la existencia a una persona sensible sería esta, indudablemente. Pero paradójicamente sí se la dejaría ver a esas personas que se llenan la boca a la hora de hablar de patriotismo, males menores, ataques preventivos o deber con las naciones cuando mandan a los hijos de otros hombres a matar y morir por causas económicas, territoriales o religiosas, para que vean lo que es realmente la guerra.




Masacre: Ven y Mira se cierra con un Florya de rostro desencajado matando simbólicamente a la historia, a la Segunda Guerra mundial, al espectador mismo y sobre todo a un Adolf Hitler al que finalmente vemos como un bebé de pocos meses, antes de que se formara como persona, cuando todavía había inocencia y pureza en su esencia y Elem Klimov nos hace preguntarnos ¿qué pasó con él?, ¿qué debió sucederle para convertirse en un monstruo.? Suena el Requiem de Mozart, la imperecedera partitura del compositor austriaco envuelve los últimos minutos de metraje, Florya por fin puede llorar, en ese mismo instante yo hago lo propio con él y le acompaño. Casi sin pensarlo en ese momento me acuerdo de mi amigo, el zapador de Kosovo. Mañana cuando le devuelva la película no sé si se le tiraré a la cara por el mal rato que me ha hecho pasar o si le daré las gracias por permitirme, después de mucho tiempo, volver a sentirme vivo viendo cine. Algo que echaba terriblemente de menos.


domingo, 18 de marzo de 2012

Rebobine Por Favor, oda al videoclub




Título Original Be Kind Rewind (2008)
Director Michel Gondry
Guión Michel Gondry
Actores Jack Black, Mos Def, Danny Glover, Mia Farrow, Melonie Diaz, Iry Gooch, Chandler Parker, Arjay Smith, Quinton Aaron, Sigourney Weaver, P.J. Byrne, Matt Walsh, Paul Dinello, Anthony Guerino




La relación del director francés Michel Gondry con el cine americano viene de lejos. Curiosamente su debut en la dirección cinematográfica, tras una larga y exitosa etapa como realizador de cortometrajes (La Lettre, One Day...) anuncios publicitarios (Levi's, Adidas, Air France) o videoclips (Björk, Radiohead, Rolling Stones), lo llevó a cabo en aquel país con Human Nature, atípica cinta sobre un científico, una naturalista y un hombre criado en estado salvaje que no tuvo mucho éxito pero que supuso su primera colaboración con el genial guionista estadounidense Charlie Kauffman.




Tres años después director y guionista darían forma a la que es su obra maestra como binomi, Eternal Sunshine of the Spotless Mind (me niego a escribir el terrible título que se le dio en España al film) maravillosa y original comedia romántica con unos inmensos Jim Carrey y Kate Winslet (entre otros actores como Tom Wilkinson, Mark Rufallo, Elijah Wood o Kristen Dunst) que supuso una de las mejores obras cinematográficas de la pasada década. La cinta ganó el Oscar al mejor guión original y se convirtió inmediatamente en una película de culto.




Después de este éxito director y guionista emprendieron carreras en solitario. Mientras Kaufman se embarcaba en su debut en la dirección con la aún inédita en España Synecdoche, New York, Michel Gondry volvía a su Francia natal para realizar otra deliciosa comedia romántica llamada La Ciencia del Sueño, protagonizada por su compatriota Charlotte Gainsbourg y el mexicano Gael García Bernal. A pesar de que la cinta contenía momentos memorables, un delicioso surrealismo naif y el sello de su director, la ausencia de Kaufman en la escritura quitaba cohesión a la construcción narrativa del producto.




En 2008 Gondry volvió al cine americano que le dio a conocer en el mundo del séptimo arte. Allí consiguió sacar adelante un proyecto propio en el que ejerció como director, guionista y productor. El largometraje se llamó Be Kind Rewind (Rebobine Por Favor en España) y supone un delicioso proyecto que atesora en su interior varias ideas inteligentes, homenajes sinceros y entrañables hacia distintos medios o la glorificación y enaltecimiento de algunos aspectos admirables de la cultura norteamericana.




Mike y Jerry son dos amigos, el primero trabaja en un videoclub de la vieja escuela que todavía vive (a duras penas) del alquiler de vídeos VHS, el segundo en un intento por sabotear una central eléctrica sufrirá una magnetización en todo su cuerpo que será la culpable de la destrucción del contenido de todas las películas del videoclub en el que trabaja Mike. Ante tan desastroso hecho y con la ayuda de Alma, una joven lavandera, los dos amigos decidirán rodar ellos mismos sus versiones, llamadas "suecadas", de los films más célebres del videoclub con Los Cazafantasmas, Robocop o Paseando Miss Daisy con un éxito fulgurante entre la gente del barrio.




Canción de amor a ritmo de swing o rythm & blues honesta y humilde a esos locales en peligro de extinción llamados videoclubs, Be Kind Rewind es una deliciosa comedia que tomando un punto de partida muy original finalmente no deja de ser, en primera instancia, una obra 100% Michel Gondry y por otro y ahondando más en su mensaje una oda a varios aspectos de Estados Unidos que el realizador francés admira o tiene en gran estima, algunos de ellos verdaderamente encomiables ya que muestran la cara más amable de aquel país.




El director de Human Nature utiliza inteligentemente la imagen del pianista de swing Fats Waller para abrir su obra (de manera circular, luego veremos que el inicio del film es el clímax de la obra) y para darle a este músico categoría de núcleo y piedra angular no sólo con respecto a la odisea de Mike y Jerry sino a ese concepto de hermandad que hay en las comunidades vecinales de Estados Unidos de la que nos hablara en su momento, aunque de manera un tanto idealizada, Frank Capra en la clásica ¡Qué Bello es Vivir! (It's a Wonderfull Life).




Alejándose de patriotismos recalcitrantes Gondry hace un retrato noble sobre la complicidad recíproca entre el americano de clase media baja, aquel que vive con lo puesto y se ve excluido de ese arquetípico e hinchado sueño americano y que no duda en ofrecerse como apoyo para el prójimo con el fin de ayudarlo. De ahí que el barrio se ponga del lado de los protagonistas y los vecinos les ayuden a salir de sus problemas económicos, aquellos que harían que el videoclub despareciera. Por eso es tan emotivo ese lírico final que por otro lado se aleja de los happy end típicos de la comedia americana, aunque deja un fino haz de luz para la esperanza.




Aunque los mejores momentos y que con más cariño se recuerdan de Rebobine Por Favor son indudablemente los que narran como Mike y Jerry (más tarde con la ayuda de Alma y otros vecinos de la localidad) llevan a cabo la suecadas, esos humildes y entrañables remakes de films que son sobradamente conocidos dentro de la cultura popular o el inconsciente colectivo. Es delicioso ver a esos dos chicos utilizar la imaginación y los inexistentes medios que tienen a su mano para recrear las mejores escenas de esas obras cinematográficas emblemáticas de distintas décadas.




Con ello Michel Gondry no sólo se marca algunos gags inolvidables y descacharrantes o momentos para el recuerdo (el montaje con la creación de varias suecadas en sesión continua es una maravilla visual gracias a su sencillez) también ofrece un homenaje a la obra cinematográfica de directores como Ed Wood, el injustamente nombrado peor director de la historia del séptimo arte, autor de rodajes chapuceros en los que se ponía más ilusión que verdadero talento y cuyos desastrosos resultados llevaban la mediocridad a la altura de arte.




Otro de los fuertes del largometraje son sus personajes y el casting de actores que los interpretan. Mos Def se muestra entrañable como el tímido y preocupado Mike, Jack Black hace de Jack Black para bien o para mal, aunque esta vez no se excede demasiado sobreactuando, Melonie Díaz se gana la simpatía del espectador con su tono entre pizpireto y despistado, pero son los dos veteranos, Danny Glover y Mia Farrow los que mejor trabajo hacen en el reparto, el conservadurismo amable de él y la la inocencia de ella son de lo mejor de la producción.




Puede que lo atípico de la premisa eche para atrás a cierto tipo de espectador acomodaticio pero cuando nos metamos a fondo en la propuesta podremos disfrutar de un inocente y delirante homenaje a esos locales de reunión llenos de los inolvidables vídeos VHS y al sencillo ritual de pagar por alquilar películas, una oda al mundo del swing, el jazz o el rythm &blues (estilos músicales con los se crió su director), algunos puyazos al mundo de los derechos de autor y la piratería (grande Sigourney Weaver) y por encima de todo erigiéndose en una poética declaración de admiración por la verdadera amistad con la que Gondry se ganó el corazón de muchos espectadores creando escuela con ello. Desde Abba Suecia nunca había tenido mejor publicidad.



viernes, 16 de marzo de 2012

La Resistencia de los Muertos, la posibilidad de una isla





Título Original Survival of the Dead (2009)
Director George A. Romero
Guión George A. Romero
Actores Alan Van Sprang, Kenneth Welsh, Kathleen Munroe, Athena Karkanis, Joris Jarsky, Devon Bostick, Matt Birman, Mitch Risman, Salar Maladai, Eric Woolfe





Ultima y decepcionante entrega de la segunda trilogía que el director George A. Romero ha dedicado al subgénero que él mismo creó hace casi 45 años con la seminal La Noche de los Muertos Vivientes en el ya lejano año 1968. Tras la memorable La Tierra de los Muertos Vivientes y la más floja pero aún así interesante El Diario de los Muertos esta Survival of the Dead supone un producto indigno de su autor que utiliza todas sus constantes como director pero de manera desangelada y mecánica.





En una recóndita isla un par bandos comandados por dos enemigos acérrimos chocarán cuando los muertos abandonen sus tumbas y vuelvan a la vida. Uno de los grupos defiende acabar con los zombies antes de que contagien su enfermedad al resto de la población, el otro decide dejarlos vivos y encerrados por si al cabo de un tiempo puede encontrarse una cura para la terrible afección que padecen y así volver a ser humanos. El efrentamiento se antojará inevitable.





Desgana, esa es la palabra que resume el conjunto de una obra cinematográfica como La Resistencia de los Muertos. Todo está rematado de manera anémica en la última película de George A. Romero, transmitiendo una sensación de apatía, poca implicación o aburrimiento con respecto al proyecto que hace fracasar un film que hubiera dado un cierre interesante a esta nueva trilogía que no desmerecía demasiado a la original que el director completó en los años 60, 70 y 80.





La película parece haber sido llevada a cabo con el piloto autómatico en practicamente todos sus apartados. Desde el pobre maquillaje de los muertos vivientes, hasta ese inicio descontextualizado y con prisa que hace que el film ya ampiece renqueante. Desgana hay en el retrato de personajes, que siempre han sido estereotipos cuando Romero los ha retratado, pero no hasta estos extremos de insipidez. Las repetitivas escenas gore que no sorprenden en practicamente ningún momento o los actores que acometen sus roles con más pesadumbre que otra cosa.






Lo más triste es que el film contiene esa personal característica por parte de Romero de utilizar una poco sutil pero acertada simbología social y política con la que critica ideas o conceptos actuales que a él no le agradan. Como en otras ocasiones aquí los personajes verdaderamente peligrosos son los humanos que se muestran en situaciones extremas más crueles que los mismos muertos vivientes y estos últimos sirven como una recreación de una sociedad que se descompone a pasos agigantados física y moralmente.





También añade el director de La Mitad Oscura en el grueso de la trama en esta ocasión una mirada crítica hacia las luchas territoriales entre familias dentro de la América profunda. El problema es que todo esta expuesto en pantalla por parte del guionista y director sin un ápice de inteligencia o acierto a diferencia de como lo hizo en sus dos largometrajes pretéritos o los que formaban su trilogía anterior que eran más incisivos a la hora de atacar el clasismo o el uso indebido de las altas tecnologías.




Esa apatía se percibe también en un reparto de actores que parecen estar ahí por cumplir y llevarse sus cheques. El único que inyecta en su labor un poco más de ímpetu es el canadiense Kenneth Welsh (el mítico Windom Earle de Twin Peaks) dando vida a una especie de viejo lobo de mar matazombies de vuelta de todo. El resto del casting, formado por el tío chungo, la chica de color, el hispano, el niñato sabelotodo está tan poco destacable como el mismo conjunto del producto cinematográfico.




Survival of the Dead nos da a entender que George A. Romero está acabado como cineasta o que al menos dentro del celuloide sobre muertos vivientes ya lo ha contado todo. Con la edad que tiene yo desde el cariño y la admiración que le profeso le recomendaría al director de Monkey Shines (la que sigue siendo su mejor y más completa cinta y una joya a redescubrir) la jubilación, ya que todos los que hemos disfrutado de obras como Zombie (Dawn of the Dead), El Día de los Muertos o Creepshow estamos en deuda con él y su carrera como atípico cineasta, pero antes de ponerse a cagarla y ofrecernos un testamento cinematográfico intragable mejor que se quede como está, todos se lo agradeceremos.


miércoles, 14 de marzo de 2012

La Invención de Hugo




Título Original Hugo (2011)
Director Martin Scorsese
Guión John Logan basado en el libro de Brian Selznik
Actores Asa Butterfield, Chloe Moretz, Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Jude Law, Emily Mortimer, Michael Stuhlbarg, Ray Winstone, Christopher Lee, Richard Griffiths, Helen McCrory, Frances de la Tour




Primera incursión del maestro Martin Scorsese en el cine dirgido para toda la familia adaptando junto al guionista John Logan (Un Domingo Cualquiera, Gladiator o Rango) el libro escrito e ilustrado por el novelista norteamericano de literatura infantil Brian Selznik. El resultado es La Invención de Hugo (Hugo en su título original) una deliciosa obra para todos los públicos que gustará especialmente a todo amante del cine como medio, ya que la historia ahonda en los orígenes del mismo.




Hugo es un niño sin padres que vive escondido en una estación de tren del París de los años 30 con su tío desaparecido que hace tiempo que no da señales de vida. Allí se dedica a mantener los relojes del lugar y a arreglar un autómata que su padre, fallecido inventor, estaba intentando reparar. Conocer a un vendedor de juguetes que tiene una tienda en la estación y a su sobrina Isabelle cambiará la vida a Hugo y lo llevará a emprender una aventura que le permitirá conocer el nacimiento del mundo del cine por mediación de la obra del director francés George Méliès.




La Invención de Hugo es una maquinaria de relojería magníficamente engrasada que nos muestra varias facetas desconocidas hasta ahora por parte de un director más que consagrado con una carrera de casi 50 años a sus espaldas como Martin Scorsese. Primero que tiene una sensibilidad magistral a la hora de realizar cine infantil demostrando que conoce todos los resortes narrativos de ese tipo de películas y segundo que puede conseguir una armónica convivencia entre cine tradicional y efectos digitales de última generación.




Scorsese construye un cuento atemporal que hunde sus raíces en la literatura de autores como Charles Dickens para realmente rendir un sentido tributo al mundo del cine y concrétamente a sus primeros pasos cuando el siglo XX no había hecho más que empezar. Con la excusa de la búsqueda física y vital que realiza Hugo en pos del mensaje oculto que su padre le dejó dentro del pequeño autómata el director de Toro Salvaje (Raging Bull) realiza uno de los homenajes más sinceros y atípicos (anclado en el cine infantil, ahí es nada) al séptimo arte que se han visto en muchos años.




La Invención de Hugo no sólo nos enseña la maestría con la que Scorsese domina el lenguaje cinematográfico a estas alturas (el travelling inicial con el que presenta al protagonista y que recorre la maquinaría interior de la estación) también es esclarecedora como obra cinematográfica que usa con pericia y raciocinio los efectos digitales con el fin de enriquecer la historia en fondo y forma sin devorarla sistemáticamente. Pero lo mejor es que esta unión de clasicismo (los primeros diez minutos del film parecen casi cine mudo) y vanguardia (ese uso magistral de los posicionamientos de los encuadres y la dosificación de los CGI) está al servicio de rendir tributo al cine más puro, el de George Méliès, autor que en su época también revolucionó el medio con sus propios "efectos especiales".




Tampoco puede evitar (o quizas no quiera hacerlo y eso le honra) Scorsese el tono bastante notable en su film de obras comerciales remarcables producidas en los 80 como El Secreto de la Piramide (Young Sherlock Holmes) e incluso de los, más o menos recientes, dos primeros Harry Potters de Chris Columbus (también guionista del largometraje sobre la versión juvenil del personaje creado por Arthur Conan Doyle que acabo de mencionar) puede que por eso la cinta conecte tan bien con el publico infantil y adolescente, ese que posiblemente no entienda las referencias a Méliès, sus primeras obras a finales del siglo XIX y aquellas que marcaron época como Viaje a la Luna de 1902.




Porque detrás de ese aire desenfadado pero profundo de relato con tono de fantasía se esconde una declaración de amor por parte del cineasta italoamericano hacia el mundo del cine. No es la primera vez que el director de Casino o Taxi Driver demuestra su devoción por ese medio al que él mismo a dignificado. En anteriores ocasiones ha realizado documentales mayúsculos sobre directores (Elia Kazan) tipos de cine (el italiano) o yendo más allá, financiado con su propio dinero la restauración de obras clásicas cuyos masters originales se encontraban en un estado deplorable.




Por eso hay una deliciosa delectación por parte del director a la hora de recrear aquellos films cortos de Méliès (y algunos de los hermanos Lumière también) en los que el cineasta del país vecino y su esposa (actriz en al mayoría de sus obras) puso tanta pasión. Percibiéndose en cada uno de esos pasajes el amor que Scorsese siente por una sala oscura llena de rostros sonrientes que ríen y disfrutan al ver a Harold Lloyd colgar del enorme reloj de un edifico. Todo el conjunto del largometraje expele a sinceridad, pasión y a deuda pendiente con el mundo del séptimo arte.




Muchas cosas funcionan en La Invención de Hugo. Desde su magistral dirección hasta su sólido e inteligente guión, pasando por un bien elegido reparto (enorme Ben Kingsley, adorable Chloe Moretz, entrañable ese Sacha Baron Cohen entregado al humor físico) hasta la inclusión de ese personaje llamado Rene Tabard bordado por Michael Stuhlbarg (protagonista de Un Tipo Serio de los hermanos Coen) que no es ni más ni menos que el mismo Martin Scorsese mirando con ojos de devoto niño inocente el nacimiento de ese medio, el cine, que junto a la música, la religión católica, su santa madre y la música marcarían su existencia de por vida.




No quiero terminar sin dedicarle esta crítica y entrada a dos entrañables señoras de la tercera edad que me tocaron al lado en la sala del multicine y que me pusieron la sonrisa en la boca con su continua verborrea inocente sobre cómo se ponían las gafas en 3D (el mejor uso del mismo que he visto desde Avatar de James Cameron) apuntándole una a la otra todo lo que se veía en pantalla, elucubrando sobre la trama y finalmente emocionándose ambas tanto como yo con ese último travelling final que recorre un cálido hogar para acabar en un rostro que contra todo pronóstico parece por fin estar sonriendo de satisfacción y verdadera felicidad.


lunes, 12 de marzo de 2012

Spetters, lust for life




Título Original Spetters (1980)
Director Paul Verhoeven
Guión Gerard Soeteman y Jan Wolkers
Actores Hans Van Tongern, Renée Soutendjik, Toon Agterberg, Maarten Sparjer, Rutger Hauer, Marianne Boyer, Peter Tuinman, Saskia Ten Batenburg, Yvonne Valkenburg, Jeroen Krabbé



No cabe duda de que Paul Verhoeven fue un director incómodo desde sus inicios como cineasta. Holanda siempre ha sido un país bastante liberal en lo que a su cinematografía se refiere y por ello es difícil que un largometraje reciba críticas destructivas por rebasar esos amplios límites éticos y morales que los Países Bajos dan a sus directores. A pesar de ello desde sus comienzos el autor de Instinto Básico o Robocop ya había dado bastante que hablar por su crudeza conceptual, visión deshinibida del sexo o hiperrealista de la violencia. Pero no sería hasta su quinta película que la armara realmente gorda en su país de origen.




Spetters (horriblemente traducida como Vivir a Tope en España) no sólo dio pie a una considerable polémica en su tierra de origen tras su estreno, también supuso el principio del fin de la etapa holandesa del cineasta (a este proyecto sólo siguió la exitosa y no menos polémica El Cuarto Hombre antes de dar el autor el salto a Hollywood) y la recepción que recibió por parte del público fue uno de los motivos clave para que Verhoeven probara suerte fuera de su nación empezando por aquella brutal co producción de corte medieval llamada Los Señores del Acero (Flesh & Blood) de la que hablaré próximamente.




Spetters narra las vivencias de tres jóvenes holandeses de clase baja que para evadirse de una cruda y poco prometedora realidad llena de trabajos precarios, padres ultrarreligiosos, relaciones sentimentales de poca consistencia o confusión sexual se dedican en cuerpo y alma a las carreras de motocross. Debido a regentar dichos círculos Rien, Eef y Hans verán como sus vidas cambiarán de manera radical cuando entre en escena Fientje, la dueña de un puesto de venta de patatas fritas que vende su mercancía a los jóvenes de la localidad durante las concentraciones de motos.




Tras hablar de las clases altas universitarias de Holanda durante la segunda guerra mundial en su anterior film, Eric, Oficial de la Reina (Soldaat Van Oranje) Verhoeven decidió introducirse de lleno en los ambientes de la clase obrera de Rotterdam. Con la ayuda de su amigo y colaborador Gerard Soeteman y, aunque los créditos no den constancia de ello, la del escritor Jan Wolkers (el que fuera autor de la novela Turkis Fruit que adaptara Verhoeven con éxito en la remarcable Delicias Turcas) el director de Showgirls realiza un lacerante y nada esperanzador retrato de la juventud de su país a finales de los 70.




En cierta manera es hasta comprensible la reacción airada del público holandés ante el estreno de Spetters. Erotismo explícito hetero y homosexual (para estas escenas se contrató a gays profesionales del sexo), un retrato brutalmente desencantado sobre unos jóvenes que viven al límite y a los que poco les importa si ello influye negativamente en sus familias o allegados, chicos competitivos, chicas manipuladoras o sumisas y una sociedad decadente en la que tienen cabida fanatismo religioso, malos tratos, violencia, desencanto y sadismo.






Pero Verhoeven y Soeteman son sinceros y se abren en canal el pecho para mostrarnos con un realismo crudo esta versión hardcore de la típica cinta americana sobre adolescentes y deporte incidiendo con ella en un punto de vista mucho más nihilista, misántropo y sin concesiones, que retrata una generación perdida y sin esperanza que vive con lo puesto y sin mirar atrás a la hora de introducirse en un mundo de excesos que finalmente les pasan factura de una u otra manera, aunque siempre alejándose los autores de moralismos o adoctrinamientos.






A pesar de que no son personajes perfilados con pericia o complejidad los tres roles masculinos principales sirven bastante bien para echar un vistazo a las distintas personalidades de los muchachos holandeses de la década de los 70. Rien es un chico exitoso con un futuro bastante prometedor dentro del motocross, es un tipo obsesionado con el sexo con una novia que se gana la vida como cajera de supermercado. Eef es un mecánico, de físico corpulento que se saca un "sobresueldo" asaltando y apaleando a chaperos, homosexuales que mantienen relaciones sexuales furtivas en las inmediaciones de la ciudad. Finalmente tenemos a Hans, posiblemente el único personaje noble de todo el largometraje, un chico torpe, siempre detrás de sus amigos pero con buen corazón aunque a veces se deja llevar por ellos.




A pesar de ser antagónicos los tres tienen puntos en común. Su posición social, su pasión por las motos y su admiración por el campeón del mundo en esta modalidad Gerrit Winkamp (interpretado por Rutger Hauer). También comparten una experimentación ciertamente lamentable con el sexo opuesto (Verhoeven no se corta un pelo a la hora de poner en escena de manera gráfica actos que van desde la eyaculación precoz hasta el onanismo, dejando en pasajes dignos de la Disney las supuestas escenas subidas de tono de Instinto Básico o Showgirls) y una estúpida competitividad puramente masculina (una de las constantes del realizador a lo largo de toda su carrera) para ver quién de ellos se acuesta antes con el personaje de Fientje y por ello es más hombre.




Fientje es (junto a su hermano, personaje clave en la película aunque al principio no lo parezca) la dueña de un puesto de patatas fritas y croquetas. El personaje interpretado por una carnal Reneé Soutendjik es un estereotipo de femme fatale que hace que los hombres bailen a su son utilizando sus armas de mujer. No es difícil ver en este rol el germen de otros salidos de la mano de Verhoeven como la Agnes de Los Señores del Acero, la Lori de Desafío Total, la Catherine Tramell de Instinto Básico (estas últimas interpretadas por la más carnal Sharon Stone jamás vista) o la Cristal Connors de Showgirls. Todas mujeres que utilizan su belleza, talento o supremacia con respecto al hombre para conseguir sus fines económicos o sentimentales.





A pesar de ser una cinta poco sutil y en ocasiones bastante dada a lo grueso (marca de la casa Verhoeven, no nos engañemos) hay verdaderos momentos remarcables en un film como Spetters. Entre ellas destaca una de las más atípicas y descarnadas escenas de violación que se han visto en la historia del cine (brutalmente lógico es que ese personaje en concreto descubra su orientación sexual por medio de la violencia y el sometimiento y más sobresaliente aún es que para decirle a su ultrarreligioso padre que es gay utilice una cita bíblica), el pasaje de los tres amigos comparando el tamaño de sus virilidades, la escena del accidente (entre estúpido y trágico el hecho que lo provoca) que lo cambia todo o ese final que no tiene nada de autocomplaciente y sí mucho de derrotista y triste.





Spetters fue acusada de inmoral por su retrato sobre la adolescencia, los homosexuales o los discapacitados físicos, incluso se creó una plataforma llamada "Antispetters" para boicotear su paso por la taquilla. A mí me parece una cinta honesta, valiente y un proyecto arriesgado con el que Verhoeven y Soeteman dinamitaron cierto tipo de cine ochentero coyuntural retratando un grupo de personajes que se movían entre sueños rotos, miedo a un futuro lleno de precariedad y alienación pura y dura. Cintas como esta nos muestran claramente que a pesar de ser otra obra generacional muy valorada (y con motivo) Trainspotting de Danny Boyle no inventó nada en 1996 que Paul Verhoeven no hubiera contado con más fiereza y verismo en 1980 con la recuperable cinta que nos ocupa.