lunes, 26 de diciembre de 2011

Un Dios Salvaje, falsas apariencias




Título Original Carnage (2011)
Director Roman Polanski
Guión Yasmina Reza y Roman Polanski basado en la obra de teatro de Yasmina Reza
Actores Christoph Waltz, Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly




Cuando aún no había pasado un año del estreno de El Escritor (The Ghost Writer), ese interesante proyecto pero no tan incisivo como se esperaba de un autor mayúsculo como Roman Polanski, llegó a las carteleras de todo el mundo su siguiente trabajo, esta Un Dios Salvaje (Carnage) que sin ser una obra capital en la filmografía del francopolaco sí supone la recuperación de un Polanski mucho más reconocible que el competente y acerado artesano que pudimos ver en la cinta protagonizada por Pierce Brosnan e Ewan McGregor.




Un Dios Salvaje está basada en la obra teatral Le Dieu du Carnage realizada por la escritora, guionista y dramaturga francesa Yasmina Reza y narra como dos matrimonios quedan para llegar a un acuerdo con respecto a una pelea que han llevado a cabo dos de sus hijos en un parque de la ciudad de New York. Aunque al principo de la reunión las buenas maneras y los modales mostrarán la cara más educada de los cuatro implicados, las rencillas y puyazos verbales harán que a lo largo de la discusión las dos parejas pierdan la compostura de manera desproporcionada.




Carnage es una muestra ejemplar de cine teatralizado (o teatro filmado) con el acierto y las tablas que se pueden esperar de un autor como Roman Polanski. Con la ayuda de la misma autora del libreto original el director de La Semilla del Diablo (Rosemary's Baby) consigue dar forma a un tour de force entre cuatro actores en estado de gracia que lo dan absolutamente todo en un espacio mínimo y reducido (practicamente todo el metraje tiene lugar en el salón de los Longstreet) mostrando una composición de personajes en la que los veremos calmados y contenidos al inicio y complemente deslenguados y maleducados en la recta final del ajustado metraje.




Un Dios Salvaje es tan cercana y palpable que no sabemos si reírnos o llorar durante su fruicioso visionado. Sin necesidad de ahondar en la profundidad de la mente humana (ya lo hizo con indudable éxito en joyas como Repulsión, El Quimérico Inquilino (The Tenant) o La Semilla del Diablo) sólo con raspar un poco en la superficie, Polanski consigue hacer un retrato lacerante y ligero (en apariencia) sobre nuestros instintos más primarios relacionados con la sociabilidad. Mostrándo en imágenes cuando esa autoimpuesta y falsaria máscara de amabilidad desparece para mostrarnos como animales instintivos que anteponemos la defensa ciega de nuestros cachorros (hijos en este caso) a la educación o el sentido común.




El humor es un sentimiento que nunca ha sido ajeno a la obra del director de la más reciente (y magnífica) versión de Oliver Twist. No siempre le ha funcionado a pleno rendimiento, poco en ¿Qué? y mucho en El Baile da los Vampiros (The Fearless Vampire Killers), Cul de Sac o la ya mencionada El Quimérico Inquilino, pero lo entiende y lo cataliza de manera notable, sobre todo cuando él hace de actor. Tampoco rodar en espacios muy reducidos se escapa a sus dotes como narrador, sirvan como ejemplo de nuevo Cul de Sac, La Semilla del Diablo o la recuperable La Muerte y la Doncella.




Un Dios Salvaje es la unión del Polanski inspirado con la comicidad y el maestro a la hora de maniobrar en espacios ínfimos. El humor de Un Díos Salvaje es acertadísimo, los diálogos son mordaces, las ocurrencias muy agudas y hasta los detalles más nimios como los silencios de los otros tres personajes cuando el de Christoph Waltz habla por teléfono móvil (Walter se convierte de manera sutil en otro personaje del largometraje, incorporeo, pero ubicuo), el lenguaje gestual de los cuatro intérpretes, sobre todo el de las mujeres, Jodie Foster saltando para quitarle la botella de coñac a John C. Reilly o pegándole en la espalda de manera entrañablemente patética, consiguen arrancar la sonrisa o la carcajada al respetable, porque todo suena a sinfonía sencilla pero muy bien ejecutada.




Por otro lado tenemos a un veterano profesional (50 años haciendo cine se dice pronto) que sabe aprovechar al máximo los recovecos de un decorado ajustado que puede encorsetar alarmantemente a un equipo de rodaje. Haciendo un uso magnífico de la situación de la cámara, los objetivos, la planificación de tomas, el montaje, la colocación estratégica de los espejos, el director de La Novena Puerta consigue (sin que se note demasiado, como sólo los grandes saben hacerlo) hasta transmitir la sensación de utilizar de manera sabia la profundidad de campo en un sencillo, exiguo y pequeño salón.




Pero es indudable que una película como Carnage la hacen los actores y el cuarteto protagonista está sensacional. Jodie Foster pasa de mujer sencilla y afable amante del arte (genial lo del vómito en los libros descatalogados y el posterior intento de secado de los mismos) y comprometida con el Tercer Mundo a una histérica que finalmente parece reprochar más cosas a su marido a que al matrimonio invitado, que se presupone el enemigo. John C Reilly es el más calzonazos y dispuesto a no discutir hasta que encuentra complicidad en el personaje de Waltz, de la misma manera que también lo harán más tarde las damas. Las guerra de sexos no se hará esperar demasiado.




Por otro lado el magnífico protagonista de Malditos Bastardos (la vida y casi su Oscar le debe este señor a Quentin Tarantino) es sin lugar a dudas el mejor de la velada. Sus continuas interrupciones con el móvil, sus comentarios envenenados (hasta hacia su propio hijo, al que tilda de maniaco), su conversación telefónica con la madre de Michael, su asedio verbal a Penélope o su total pasotismo son lo más destacado del film. Aunque tampoco nos olvidemos de Kate Winslet que está inolvidable como la sufrida esposa de Alan, además el suyo es el papel que más evoluciona en el sentido cómico, porque cuando ya empieza a emborracharse bordea lo demencialmente inspirado.




Un Dios Salvaje no es uno de los mejores films de Polanski, pero sí es la confirmación de que está en plena forma. Un proyecto impoluto con un control bestial del timing (la historia transcurre en tiempo real, si exceptuamos el prólogo y el epílogo) los espacios, los actores y la puesta en escena. Una bofetada en pleno rostro de las clases medias y su doble rasero ético y moral. Esclarecedor es, en el plano final, lo que vemos en ese parque, que también sirvió para abrir el film. Dicho último pasaje nos enseña lo absurdo de toda la situación de la reyerta llevada a cabo por unos adultos, que finalmente se muestran más infantiles que los mismos niños que se vieron implicados en la inefable pelea que lo inició todo.


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