lunes, 31 de enero de 2011

Valor de Ley, en el nombre del padre



Título Original: True Grit (2010)
Director: Joel Coen
Guión: Ethan y Joel Coen basado en la novela de Charles Portis
Actores: Jeff Bridges, Matt Damon, Hailee Steinfeld, Josh Brolin, Barry Pepper, Paul Rae, Ed Corbin


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En 1969 el veterano realizador Henry Hathaway dirigió Valor de Ley (True Grit). Una adaptación a imágenes de una la novela de Charles Portis inspirada en el viejo oeste y que narraba como una niña de fuerte carácter contrataba los servicios de un sheriff tuerto para cazar al asesino de su padre. El film fue un éxito de público y crítica y le dio a John Wayne un Oscar al mejor actor prinicpal, regalándonos también la obra la presencia como secundarios de unos por aquel entonces poco conocidos Robert Duvall y Dennis Hooper que empezaban a despuntar en esto del cine.




Tras la desconcertante, por lo extrañamente indiferente que me dejó, Un Tipo Serio, los Coen vuelven a realizar un remake, como ya hicieran en 2004 con Ladykillers. Revisión del film británico homónimo (aunque en España recibió el título de El Quinteto de la Muerte) de Alexander MacKendrik protagonizado por Alec Guinness, Peter Sellers, Hebert Lom o Jack Warner entre otros. Valor de Ley recupera a unos Coen que todos conocemos, pero que esta vez se dejan imbuir por el western clásico de autores como John Ford o Howard Hawkes, sin olvidar como es lógico al ya mencionado Henry Hathaway.




Con Valor de Ley los Coen no quieren realizar la reformulación de un género, como sí hicieron por ejemplo con el cine mafioso en Muerte Entre las Flores (Millers Crossing), sino construir un producto clasicista con el que rendir tributo a westerns pretéritos pero sin perder ese sello que se han ido labrando con los años y que los distingue como unos cineastas únicos y con un toque genial a la hora de hacer cine. En ese sentido Valor de Ley cumple su cometido como tributo al western americano, al film original en el que se basa y gracias a ello se confirma como un producto cinematográfico de calidad incuestionable.




El viaje emprendido por la obstinada y muy inteligente Mattie Ross (una Hailee Steinfeld sensacional a la que seguir la pista y que si elige bien sus papeles tendrá un muy buen futuro delante de las cámaras) en pos de conseguir vengar a su padre del criminal, Tom Chaney, que le quitó la vida, torna en viaje de duro aprendizaje e incluso en ritual inciático de madurez al lado del sheriff Cogburn, Jeff Bridges genial, inmenso, con un marcadísimo acento, mejorando con los años y otra vez en armoniosa comunión con los Coen tras esa comedia impagable llamada El Gran Lebowski. Les acompaña un Matt Damon sorprendente como LaBoeuf, también acertando en su composición y el uso del deje sureño. Incluso Josh Brolin y Barry Pepper están magníficos con sus muy breves apariciones.




Los Coen aunan el estilo contemplativo y de ritmo pausado de No Es País Para Viejos con otro más accesible y comercial, justamente el que más se alimenta de los clásicos del género, para que todo tipo de espectador puede deleitarse con su trabajo. Un western bien construido, con planos generales realizados con un seco lirismo (grande Roger Deakins), unos personajes creíbles y bien perfilados, un guión sólido y todo ello acariciado por la magnífica partitura de Carter Burwell que recuerda al no menos genial score que realizó también para los Coen en la ya mencionada Muerte Entre las Flores.




No he leído la novela de Charles Portis y la versión de Henry Hathaway la vi hace tantos años que de ella sólo queda en mi memoria alguna imagen aislada y el carisma de un John Wayne memorable y crepuscular. Ciñéndome sólo a Valor de Ley, versión 2010, puedo hablar de otra certera muesca en el revólver de los hermanos Coen. Un producto realizado con oficio y considerable autoría que se ve con harto interés y que consigue algo que a pesar de dejar un sabor agridulce se agradece y que no es muy común en el cine de autor contemporáneo. Que su metraje se pase en un suspiro y que gracias a ello el espectador se quede con ganas de más.



miércoles, 26 de enero de 2011

I Saw the Devil, temporada de caza



Título Original: Akmareul Boattada/I Saw the Devil (2010)
Director: Kim Ji-woon
Guión: Park Hoon-jung
Actores: Lee Byung-hun, Choi Min-sik, Jeon Kuk-hwan, Oh San-ha, Kim Yun-seo, Choi Moo-sung, Kim In-seo


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El nuevo cine surcoreano de género vive un momento dulce desde hace más o menos una década. Autores como Boon Joong-ho (The Host), Kim Ki-duk (Hierro 3) o Park Chan-wook (Old Boy) han realizado grandes obras de calado internacional que han destacado en incontables festivales y que han sido premiadas en la mayoría de ellos. Desde el drama a la comedia, del género detectivesco al de artes marciales, pasando por el terror o el gore estos cineastas han dado lustre a un cine que auna eficacia visual con una fuerza narrativa que se muestra igual de sólida en el terreno humorístico como el dramático o incluso mezclando ambos.




I Saw the Devil es la séptima cinta (sexta en solitario) del coreano Kim Ji-woon. Director que hace tres años diera que hablar con The Good, The Bad ande the Weird, esperpéntico pseudoremake con ojos rasgados del clásico El Bueno, el Feo y el Malo del italiano Sergio Leone del que hablaré dentro de poco. El film que ocupa esta entrada se presentó en el pasado festival de Sitges y fue muy bien recibido por el público y la prensa especializada. Pero también es cierto que se destacó sobre todo su violencia cruenta y muy directa, de una explicitud que no todo el mundo es capaz de soportar y que disgustó a bastantes espectadores.




El último largometraje de Kim Ji-woon ingresaría sin hacer mucho ruido en el tipo de cintas sobre crimen y venganza que se lleva cosechando en Corea del Sur desde hace tiempo (de la que formaría parte la trilogía de Park Chan-wook, Sympathy for Mr Vengance, Old Boy, Sympathy for Lady Vengance, de las que sólo salvaría la segunda, que me parece una obra maestra en comparación con los productos mediocres que me resultan las otras dos) si no fuera por un cambio en el desarrollo narrativo de la vendetta del protagonista que la establece como una propuesta hasta cierto punto fresca y atípica en su concepción.




I Saw the Devil retrata la cacería humana por parte de un policía que ha perdido a su pareja a manos de un asesino en serie que las ineficaces fuerzas de la ley surcoreanas (ahí vemos puntos en común de corte social con la magnífica Memories of Murder de Boon Joong-ho) no logran atrapar. Todo el metraje abarca el acoso y derribo que tiene lugar entre estos dos personajes. Dicha diatriba sirve para darnos a conocer la determinación del personaje de Soo-hyun y la demencia del de Kyung-chul. Rol que incluso disfruta con este tira y afloja a pesar del sufrimiento físico que le inflingen por culpa del mismo.




Kim Ji-woon consigue un perfecta armonía entre fondo y forma. El argumento central de la historia sin ser de una solidez intachable se sostiene con entereza, pero debido a como esta es complementada gracias a una realización en el apartado técnico que en ocasiones llega a cotas de genialidad pura y dura. No sólo por la perfecta comunión entre escenas cargadas de lirismo chocando frontalmente con otras de una violencia expeditiva crudísima y a veces puede que innecesaria, sino también por el uso magistral de los trucajes artesanales de cámara y de maquillaje con los tiroteos, mutiliaciones o coreografías de lucha.





Podemos encontrar en I Saw the Devil momentos que bordean la virtud, con un uso portentoso de los encuadres, los movimientos poderosos de cámara cuando la situación lo exige o el tono contemplativo cuando es necesario para el desarrollo. Por el camino vemos una animal escena de sexo que transmite más carnalidad enfermiza por medio del uso de los efectos de sonido que cualquier coito realizado con sexo explítico por Michael Winterbottom o Larry Clark. Pasajes de tortura dificiles de soportar para depende que espectadores (el del internauta con el martillo tiene lo suyo) y mi parte favorita del film, una plano secuencia con travelling circular dentro de un taxi en el que se lleva a cabo un doble asesinato con arma blanca que realmente corta la respiración.




I Saw the Devil es un proyecto que a pesar de su crudeza y radicalidad formal merece la pena ser visionado por contener no pocos momentos memorables en su metraje e incontables aciertos que la sitúan con todo derecho en esa nueva ola de cine de género surcoreano que está revitalizando el celuloide oriental con casi más fuerza que el chino o japonés. Un terrible y cruel relato sobre la perdida, el amor y el odio ciego, que experimenta de manera astuta y lacerante con los límites del dolor físico y los de ese acto tan terrible como pradójicamente humano llamado venganza.



lunes, 24 de enero de 2011

Los Abrazos Rotos, lo tuyo es puro teatro



Título Original: Los Abrazos Rotos (2009)
Director: Pedro Almodóvar
Guión: Pedro Almodóvar
Actores: Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez, Rubén Ochandiano, Tamar Novas, Ángela Molina, Chus Lampreave, Kiti Manver, Lola Dueñas





No soy un gran fan del cine de Pedro Almodóvar. Por otro lado sí es cierto que me alegra profundamente el reconocimiento internacional que tiene su obra y que cada nueva película que realiza sea estrenada en loor de multitudes y con todo el mundo pendiente de su resultado. El manchego merece eso y más, porque tiene una manera única e intransferible de ver el cine y la vida. No me importa que un director recurra constantemente a temas como la homosexualidad, el travestismo, los malos tratos, las pasiones desatadas o los amores imposibles, siempre y cuando lo que me esté narrando sea hasta cierto punto enriquecedor y esté bien contado.




Tampoco soy especial amigo de las primeras obras de Almodóvar. He de admitir que salvo excepciones como Tacones Lejanos o Todo Sobre mi Madre, no soy muy partidario de su cine anterior a la década pasada. En cambio sus tres últimas obras me llamaron la atención. Hable Con Ella me pareció no sólo un drama ejemplar, sino también su mejor largometraje. Un producto que tenía su impronta pero que se alejaba de histrionismos o humor absurdo (que normalmente le suele funcionar, pero que aquí no cuajaba) y ofreciéndonos un Javier Cámara inmenso dentro del drama a pesar de la rata muerta que llevaba en la cabeza y la belleza de la desnudez inerte de una guapísima Leonor Watling.




La Mala Educación una vez despojada de esa fama de polémica con todo el tema de los abusos a menores por parte de miembros de la iglesia (que era sólo un apunte de guión al que se sobredimensionó bestialmente) resultó ser un interesante juego de espejos, metalenguaje y cine dentro del cine con algún momento para el recuerdo. Volver en cambio me pareció una cinta asentada en la más pura normalidad que se engrandecía por la labor de sus actrices y por ese cariñoso retrato que hacía el manchego sobre los pueblos de España y sus gentes.




En cambio con Los Abrazos Rotos la decepción ha sido mayúscula y me ha pillado por sorpresa. Toda esa madurez que el director de ¡Átame! había acumulado con los años, toda esa sabia mirada que se alimentaba de clásicos como Cukor, Sirk o Fellini ha devorado su último film y lo ha convertido en una carcasa hueca sin nada de talento narrativo dentro y con muchos fallos imperdonables que hacen su visionado incluso plomizo y enervante. Por primera vez noto a Almodóvar poco humilde, encantado de conocerse, pedante y frío cuando la historia que cuenta debería transmitir calidez.




Los Abrazos Rotos es una película artificiosa desde el minuto uno. Un producto dado a la hipérbole y entregado a la grandilocuencia, con unos diálogos que suenan falsos e impostados en todo momento en la boca de sus actores, como si el director y guionista buscara de manera concienzuda e innecesaria palabras de profundo calado emocional en todas las líneas escritas en el libreto. Marcando un tono de teatralidad poco sincera que convierte el producto más que en un drama de pasiones incontrolables en un sucedáneo de folletín o culebrón con una pátina tragicómica que no hay por donde cogerla.




Almodóvar realiza un ejercicio artísticamente onanista y llena de solemnidad su impronta forzando un calado emocional que nunca llega. Todo suena a preponderante y equivocamente trascendental. Lo del seudónimo de Harry Cane, las traiciones y venganzas, la simbología plana y forzada de la ceguera del personaje principal, su relación con Magdalena, la de esta con su marido Ernesto (digna de Pasión de Gavilanes) la escena de las escaleras para echarse uno las manos en la cabeza por el tufo a cliché que desprende. Y no me vale lo de que mezcla géneros y estilos, todo el conjunto es un despropósito, se mire desde el ángulo que se mire.




De poco me sirve la presencia de excelentes actores como Lluis Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez o una Penélope Cruz que dentro de sus muchas limitaciones se deja la piel en el set de rodaje, si la historia que los une y las conversaciones que tienen no transmiten nada más que pesadumbre, hastío y ridiculez, aunque en ese apartado poco pueden hacer los intérpretes. Tampoco me convence que Almodóvar cuide cada detalle, cada encuadre o toma (ese magnífico plano cenital de corte picassiano con los trozos de fotos en la mesa) si no hay nada que me muestre veracidad en una historia que se me antoja forzada, maniquea e inerte, cuando debería transmitir veracidad, fiereza y llamaradas por el tema que trata.




Cuando el final se acerca y vemos esas escenas de la película dentro de la película, esa Chicas y Maletas que supuestamente dirigió el personaje de Homar y con la que el manchego se autohomenajea haciendo referencia a Mujeres al borde de Un Ataque de Nervios a uno no le queda más remedio al enfrentarse a esa retranca, ese humor grueso pero inteligente y a esa sorna en los diálogos, que admitir que ese pasaje es mejor y más identificativo con el estilo almdovariano de toda la vida que ese largo viaje al que nos invita esta Los Abrazos Rotos y que finalmente no merece la pena.


sábado, 22 de enero de 2011

The Fighter, contra las cuerdas


Título Original: The Fighter (2010)
Director: David O'Russell
Guión: Scott Silver, Paul Tamasy, Eric Johnson y Keith Dorrington
Actores: Mark Wahlberg, Christian Bale, Amy Adams, Melissa Leo, Robert Wahlberg, Jack McGee, Dendrie Taylor, Jenna Lamia, Bianca Hunter, Sue Costello


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He de admitir que me gusta el cine del problématico director norteamericano David O'Russell. Adoro esa sátira antibelicista situada en la guerra del golfo llamada Tres Reyes, que ponía al día films como Los Violentos de Kelly de Brian G. Hutton. También le tengo especial cariño a esa comedia existencial llamada Extrañas Concidencias (I Heart Huckabees) que se presentaba como un batiburrillo humorístico sobre todo tipo de teorías filosóficas mezcladas y alegremente confundidas entre ellas. La misma supuso una obra que gustó a muy pocos y que irritó a muchos, pero que a mí me divirtió sobremanera. De sus dos primeras obras, Spanking the Monkey y Flirteando con el Desastre, no hablo ya que las desconozco.




The Fighter es un punto de inflexión en la carrarera como director de O'Russell. El realizador deja de lado el humor ácido e histriónico y se centra en dar forma a un psicodrama pugilístico basado en hechos reales sobre dos hermanos boxeadores de Lowell, Massachussets. El mayor de ellos, Dicky Eklund, antaño fue un héroe local por ganar al mítico Sugar Ray Leonard (aunque hay quien mantiene que el boxeador tropezó) en un combate. Años después es un adicto al crack que se dedica a entrenar a su hermano pequeño, Mickey Ward, para prepararlo físicamente y buscarle, junto a la madre de ambos que ejerce como manager combates con los que subir escalafones y así hacerse un nombre dentro del mundo del boxeo profesional.




The Fighter no nos cuenta nada nuevo dentro del cine inspirado en el mundo del boxeo y huele a kilómetros que pese a la eficacia de su propuesta y lo notable de su resultado, es el típico film para rascar votos en todas las canidadaturas posibles en la próxima ceremonia de los Oscars, no nos engañemos. Historia de superación basada en un hecho real. Origen humilde de sus protagonistas teniendo alguno de ellos problemas con las drogas o similares. Actores que han realizado cambios físicos bastante notables para mostrarlos en pantalla (Wahlberg un poco, Bale mucho más, pero este último ya está acostumbrado a machacarse el cuerpo a base de dietas destructivas) y un argumento dramático como trasfondo de la historia.




Pero por suerte la película desde su inicio se abre en canal y es totalmente sincera con espectador. Es la historia que hemos visto muchas veces, pero bien contada, con mucho aplomo y narrada desde la entrañas. O'Russell tiñe de desesperanza, pero también afecto, la historia de Mickey Ward, un joven boxeador que podría llegar mucho más lejos si cortara ese simbólico cordón umbilical que le une a su familia. En ese sentido el realizador y su equipo de guionistas añaden un detalle que no es demasiado común en este tipo de dramas. Una mirada nada complaciente hacia la familia americana de clase media baja. No condenándola, ni retratándola con crudeza, pero sí con ironía (esas hermanas que recuerdan a las esposas de los mafiosos de la maravillosa Goodfellas de Martin Scorsese).




La mayor diatriba dramática de The Fighter nace con el hecho de que Mickey cree que realmente tiene una deuda con su familia (sobre todo con Dicky que le enseñó todo lo que sabe sobre boxeo) por eso se niega a desvincularse de ellos aunque tal acto le cueste su propia carrera deportiva. Pensamiento este, muy occidental, que en Estados Unidos ya toma un cariz incluso enfermizo en numerosas ocasiones. Con este tira y afloja en el que más tarde entrará el personaje de Charlene, la novia de Mickey, O'Russell sustenta gran parte del dramatismo del producto que a pesar de estar centrado en el rol de Wahlberg enriquece más a los de Melissa Leo y Christiane Bale.




Cuatro personajes soportan la carga dramática del argumento central y todos su actores hacen un excelente trabajo, aunque unos más que otros debido a las aptitudes que cada uno tiene interpretativamente hablando. Por ejemplo, Mark Wahlberg no tiene muchos registros, pero este es el tipo de papel que se le da bien y cumple. Amy Adams se deja de hábitos (La Duda) y vestidos de princesa (Encantada) y se mete en la piel de una camarera de bar de mala muerte con bastante carácter y no poca carga sexual. Aunque en el plano femenino la que se lleva la palma es la excelente actriz Melissa Leo como la hortera e interesada madre de los protagonistas. La de Leo es una de esas caras que siempre suenan pero de la que nunca se recuerda el nombre, aunque ha realizado meritorios trabajos como secundaria en films como 21 Gramos o Los Tres Entierros de Melquiades Estrada.




Ya lo de Christian Bale es otra historia. El tipo desde mi punto de vista realiza el papel de su carrera. No sólo por toda la transformación física de su personaje (fue más radical en El Maquinista) o por como emula con estilo todos los tics físicos del verdadero Dicky Eklund. Es que su composición respira vida, carisma, su trabajo se aleja de esos papeles distantes, fríos y oscuros a los que suele dar forma. Seguramente Bale ha dado con un director que es como la horma de su zapato y de ahí su excelente labor, ya que si a O'Russell le gusta liarla en los rodajes a Bale de vez en cuando se le va también la lengua, como todos recordamos.




David O'Russell sale victorioso del combate y consigue el K.O con su mejor obra hasta la fecha. Deja de lado sus aspavientos visuales y sólo recurre a movimientos de cámara cuando el producto lo necesita y mantiene un ferreo control sobre lo que los actores deben o no mostrar delante de la cámara. Gracias a ello, a sus intérpretes y a su equipo técnico (el mismo Mark Wahlberg de productor y también, para mi sorpresa, Darren Aronofsky) consigue tocar la fibra al espectador con un film que si bien no es nada original tiene corazón y sabe como utilizarlo para emocionar sin sensiblería barata y con mucha honestidad.



viernes, 21 de enero de 2011

Déjame Entrar, juramento de sangre


Título Original: Let Me In (2010)
Director: Matt Reeves
Guión: Matt Reeves
Actores: Kodi Smit-McPhee, Chloe Moretz, Richard Jenkins, Elias Koteas, Sasha Barrese, Cara Buono, Chris Browning, Dylan Minnette, Jimmy 'Jax' Pinchak, Seth Adkins

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En el año 2008 el semidesconocido director sueco Tomas Alfredson dirigió la adaptación a imágenes del best seller literario Låt Den Rätte Komma In (Let the Right On In en su título internacional y Déjame Entrar aquí en España) de su compatriota el novelista John Ajvide Lindqvist. El mismo escritor se haría cargo del guión colaborando estrechamente con el realizador y logrando ambos con ello uno de las acercamientos contemporáneos más acertados, líricos y universales que se han realizado en el séptimo arte a cerca del, hoy día muy maltratado, mito del vampirismo.




El resultado fue un producto brillante con ínfulas de obra de culto en el que a través de un filtro bermagniano se nos narraba la atípica y muy creíble historia de amor entre dos niños. Él un ser humano, ella un no muerto. Alfredson y Lindqvist por medio de una exquisita elegancia, una gelidez estilística de una solidez inusitada que contrastaba con un cálido trasfondo emocional impuesto por los dos protagonistas, nos hablaba de distintos temas como la soledad, el acoso escolar, el primer amor y el lado oscuro de la psique humana, El resultado, un éxito a nivel mundial de público y crítica e incontables premios internacionales.




Como no podía ser menos, nuestros amigos americanos vieron el filón y como dicta su poco agradable tradición, compraron los derechos del film no sólo para estrenarlo al otro lado del charco, sino también para hacer ellos su propia e innecesaria versión del célebre largometraje de Tomas Alfredson. Todo apuntaba a que el producto resultante sería un desastre a pesar del buen reparto y el director elegido. Nada más y nada menos que Matt Reeves, realizador de esa simpática monster movie con estética de vídeo casero llamada Colverfield (me niego a escribir el título que le dimos en España).




Sin paños calientes, de manera directa y contra todo pronóstico. Let Me In, el remake americano escrito y dirigido por el realizador Matt Reeves de la película sueca Déjame Entrar de Tomas Alfredson es un producto de nota muy alta y con suficientes aciertos y complementos estéticos o narrativos añadidos a la historia original como para ser considerada una película excelente. Es otra visión cinematográfica casi tan interesante e incluso más tenebrista de la novela de John Ajvide Lindqvist que la anterior, lo que le da una tonalidad distinta a su predecesora pero tan (o casi) acertada como aquella.




Matt Reeves añade interesantes cambios a su versión. Para empezar la contextualiza, situándola en la norteamérica de los años 80. Añadiendo en el film el fanatismo religioso de la madre de Owen (a la que nunca le vemos el rostro, acentuando en la narración la incomunicación y distanciamiento existencial que comparte con su retoño) y la omnipresencia en los medios de un presidente Ronald Reagan obsesionado con erradicar un mal que según él está devorando su amado país desde las mismas entrañas. Estos interesantes añadidos formales indican más ser apuntes autobiográficos del propio Reeves que otra cosa. Pero como comento quedan perfectamente insertados en el relato y hasta lo enriquecen haciéndolo más localista, marcando así distancias con el otro film.





En pocas y esquemáticas palabras si la película de Tomas Alfredson era un film romántico (atípico y muy sui géneris) con toques de terror, el film de Reeves es un largometraje de terror con apuntes de romance. Lo que en la primera versión era elegancia y sugerir más que mostrar, en la americana todo es más visceral, crudo pero también emocional y desgarrado. La gelidez de exquisito acabado y la medida mirada del realizador sueco llena de poética, deja lugar a la fuerza, la crudeza y también un lirismo, pero más nihilista, más doliente e incluso cálido, del cineasta estadounidense.




Hay algo que es (o debería ser) indivisible al mito del vampiro y es todo el matiz sexualizado y libidinoso que implica su propio instinto. Para narrar buenas historias, fílmicas o literarias, sobre vampirismo, no se puede obviar de ninguna manera el salvajismo, la animalidad, la pulsión que siempre ha ido implícita al acto de robar la vida a un humano por parte de un no muerto. No por casualidad el ritual de unos colmillos desgarrando la carne de un cuello humano para seguidamente succionar su sangre es una alegoría clara de la penetración y el clímax de un acto sexual. Si se anula eso y hacemos a los vampiros, por poner un ejemplo, vegetarianos, arrebatamos de una tacada el instinto que los convierte en seres bestiales, trágicos y condenados.




En Déjame Entrar ese actitud intrínseca en todo vampiro que se precie de serlo se sugería por medio del personaje de Eli. En la película de Reeves da completamente la cara y eclosiona, en Abby, una niña con apariencia de no tener más de 12 años que realmente existe desde hace siglos. Cuando esta pequeña cría, asocial, aislada del mundo, hasta cruel, consigue controlar ese acto innato en su naturaleza para no herir a la persona que ama, el espectador con un mínimo de inteligencia se da cuenta de que esto sí es una historia de dos enamorados, con el tema del vampirismo de por medio, de un importante calado. Controlar a una bestia interna que normalmente anda desatada y libre sí es un acto de fidelidad y dedicación a una persona. Porque es un acto contranatura.




Matt Reeves se afianza en Let Me In como un, por ahora, artesano con verdadero talento. Partiendo del tono que Alfredson insufló a su obra el director de Cloverfield sigue una senda distinta más oscurantista y directa pero muy certera. En su trabajo hay momentos que bordean la brillantez en secuencias de un acabado intachable con una seguridad impropia de un cineasta que sólo lleva dos films a sus espaldas y estando en el primero de ellos atado en corto por ese señor tan sobrevalorado que responde al nombre de J.J Abrams. Pero esa es otra historia.




Del trabajo de Reeves sería de recibo destacar el magistral pasaje del accidente de coche, rodado con una pericia que corta la respiración. Algunas tomas de automóviles en la lejanía surcando campos nevados que remiten a los hermanos Coen de Fargo. Planos generales de una serenidad coppoliana. Como resuelve la célebre parte de la piscina, de manera no tan elegante como Alfredson pero con una eficacia equiparable a la de aquel, y un interesante pulso tanto con la narración escrita (acentuando el tono detectivesco) como con la dirección de actores. Ya que tanto la joven pareja formada por Kodi Smit-McPhee y Chloe Moretz como los roles interpretados por excelentes veteranos como Richard Jenkins y Elias Koteas transmiten veracidad al conjunto.




Puedo comprender que haya gente que rechace esta película antes incluso de verla o que le visione y reniegue de ella por ser la innecesaria revisión de un producto del que sólo le separan dos años. Todo eso me parece muy bien, pero con ello y por culpa de los prejuicios se estarían perdiendo una excelente obra que (a parte de resucitar a la mítica Hammer Films como productora) al igual que la que la inspira, sirve como una inyección de vitalidad en forma de hemoglobina para el mito del vampiro y por efecto dominó al del guardián humano que normalmente vela por la seguridad del mismo. Un tratado sobre el poder de la feminidad, el lado animal del ser humano, el despertar sexual, la incomunicación en el ambiente social o familiar y sobre todo de como dos personas totalmente opuestas e incluso de naturalezas diferentes pueden llegar a ser almas gemelas, aunque cuente la leyenda que uno de ellos, supuestamente, carezca de ella.


jueves, 20 de enero de 2011

Clownhouse, aquel circo al lado del manicomio



Título Original: Clownhouse (1989)
Director: Victor Salva
Guión: Victor Salva
Actores: Nathan Forrest Winters, Brian McHugh, Sam Rockwell, Michael Jerome West, Byron Weible, David C. Reinecker, Timothy Enos, Frank Diamanti






Clownhouse se estrenó en 1989 y supuso el debut en la dirección del realizador norteamericano Víctor Salva. Señor que llamaría la atención en 2001 con esa simpática cinta de terror llamada Jeepers Creepers (que tuvo una secuela y otra que está en camino) pero que para mí tocó el cielo como cineasta con Powder. Drama con toques fantásticos protagonizado por un Sean Patrick Flannery pintado de blanco y con poderes sobrenaturales. Excelente film sobre la soledad y la intolerancia con sello de la Disney pero en su vertiente más adulta.




Detrás de una película como Clownhouse se esconde una historia bastante turbia. El director, Victor Salva, fue condenado a 3 años de cárcel (cumpliendo poco más de uno) por abusar sexualmente del actor protagonista del film, Nathan Forrest Winters, de unos 12 años de edad grabando el acto en vídeo. El chico, un conocido del cineasta que ya había trabajado anteriormente con él en el cortometraje Something in the Basement, lo demandaría por tal hecho. El director se declaró culpable y pagó su, merecida, deuda con la sociedad.




Incluso años después, durante el estreno de Powder, el actor, ya adulto y alejado del mundo del séptimo arte, trató de volver a meterse en pleitos con el director. Esto dio pié a que el realizador estuviera bastantes años alejados de los estudios de rodaje sin nadie que lo llamara hasta que Francis Ford Coppola le dio una oportunidad produciéndole algunos de sus films. El delito, execrable y uno de los más detestables que se puedan cometer con un ser humano lo pongo como anécdota, ya que mi misión es comentar la película y las virtudes de su creador, no la rocambolesca vida que haya llevado en años pretéritos.




Clownhouse o El Misterio de los Payasos (horrible título que se le dio al largometraje en España) es una película del montón que poco tiene que aportar al subgénero de payasos terroríficos. Tres hermanos están sólos en casa y deciden ir al circo del pueblo. Alllí Casey, el pequeño tendrá un ataque de pánico por padecer una aversión enfermiza a los payasos, coulrofobia lo llaman, y volverán a casa. Más tarde unos locos del manicomio local que se han fugado matan a los clowns usurpando sus identidades después, para finalmente asediar a los hermanos en su propio hogar.




Lo único que se puede destacar de la ópera prima de Victor Salva es precisamente su trabajo detrás de las cámaras. Algunos apuntes que nos dejan ver la interesante mirada que el realizador de Peaceful Warrior arroja sobre un género como el de terror. Destellos de talento en la planificación de tomas, en el uso tenebrista de la iluminación o en planos fetichistas de los payasos maquillándose como si de un ritual de caza se tratase. Una sabia contención en cuanto a las escenas de violencia y un uso muy adecuado de la inquietante y engañosamente candorosa banda sonora.




A pesar de que se enfrentan sin duda alguna a estereotipos de personajes habituales en el género de terror de los 80, los chicos hacen un trabajo bastante decente como protagonistas. En ese sentido Salva realiza una labor interesante con la dirección de actores ya que los tres cumplen y transmiten bastante credibilidad. El mayor de ellos, un por aquel entonces jovencísimo Sam Rockwell, despuntaba de manera notable y le robaba el plano a sus compañeros de rodaje con un personaje bastante desagradable y antipático, vamos, hecho a su medida.




Dejando a parte su turbia vida personal es de recibo reconocerle a Victor Salva cierto talento en el plano profesional. Clownhouse es un film simplemente correcto, pero en él late el corazón de un tipo de cine de género interesante y hasta con cierta inventiva, como se pudo ver en las obras posteriores de su director que seguirían estilísticamente su estela. Quedémonos con esta simpática ópera prima, con genuino aroma a serie B ochentera y a miedos infantiles. Esos que se pueden esconder tanto en una habitación devorada por la oscuridad como en la enorme carpa de un circo a la vista de cientos de personas.