jueves, 16 de septiembre de 2010

Priest, yo confieso



Título Original: Priest (1994)
Director: Antonia Bird
Guión: Jimmy McGovern
Actores: Linus Roache, Tom Wilkinson, Cathy Tyson, Robert Carlyle, Robert Pugh





Grata sorpresa la que me he llevado con la ópera prima de la directora británica Antonia Bird, autora de la que únicamente he visto esa agradable rareza titulada Ravenous, una especie de actualización de época de aquella Deliverance que dirigiera John Boorman en el año 1972. Priest, que fue estrenada en hace dieciséis años con bastante polémica está protagonizada por un sacerdote irlandés que se debate entre su fe y la aceptación de su condición de homosexual y que por otro lado libra una batalla contra sus convicciones religiosas sobre si rompe el secreto de confesión en favor de sacar a la luz los abusos sexuales que una de sus jóvenes feligresas sufre por parte de su progenitor.




La puesta en escena de Bird es exquisita y apela siempre a la elegancia a la hora de tratar los temas mas peliagudos del film, como las escenas de sexo (no se esconde nada en ellas, pero están llevadas con mucha delicadeza) o las de pederastia (la única está rodada de manera que queda practicamente en off). La cinta a pesar de su temática difícil y comprometida se aleja del sensacionalismo barato, de revanchimos recrudecidos y la crítica visceral. Todo esta expuesto con equidad y entereza, en gran parte gracias al excelente guión de Jimmy McGovern que más tarde también escribiría el libreto de Liam para el inglés Stephen Frears.




La trama central, la construcción narrativa misma de Priest es deudora (ambas son casi casi idénticas) de la del clásico de Alfred Htichcock protagonizado por Montgomery Clift que menciono en el título de esta entrada. Pero en este caso el afán y compromiso del padre Pilkington por no quebrantar el voto de silencio (yo conozco a unos cuantos sacerdotes que se lo pasan por el arco del triunfo) es más bien una especie de metáfora de la lucha interna entre su entrega total a lo divino y la batalla contra su propia carnalidad, que él erróneamente toma como un pecado e insulto hacia la institución religiosa.




Lo que añade un tono distinto y atípico (aunque no del todo novedoso) a la historia es lo referido a la homosexualidad del personaje central. Esa descarnada contienda psicológica entre la fe ciega y las pulsiones propias de cualquier ser humano que se precie de serlo, condenadas sin misericordia alguna por la iglesia más por estar dirigidas hacia una persona del mismo sexo que por romper con ellas el voto de celibato. En ese sentido los autores de la obra dirigen sus acusaciones no a la representación a nivel general de la institución eclesiástica, sino a su rama más ultraconservadora.




En al apartado interpretativo el peso central de la historia y su composición dramática la llevan sobre sus espaldas tres personajes. El del sacerdote Gregg Pilkington, excelentemente humanizado por un Linus Roache sencillamente perfecto, mostrando el desgarro moral al que se ve sometido su rol, buena muestra de su excelente labor es la escena de la conversación con el crucifijo alternada con los hechos dramáticos acaecidos en la casa de los Unsworth, posiblemente el clímax de la película.




Tom Wilkinson, colosal como el padre Matthew Thomas, cura liberal que servirá de apoyo moral para Gregg y por último Robert Carlyle como el amante del protagonista, que en un principio parece ser que va a dar vida al típico estereotipo de gay desalmado que quiere destrozar la vida del débil hombre con el que ha mantenido relaciones por el medio que sea (me viene a la cabeza ahora mismo el que interpretaba Brent Roam en The Shield) pero que gracias al guión de McGovern acaba siendo algo distinto y más complejo.




No desfallecer ante los prejuicios, luchar por las propias convicciones y la igualdad de derechos, llevar hasta el extremo la realización personal, aunque sea una que yo no comparto, como la religiosa, son temas tan necesarios como manidos hasta lo extenuante dentro del mundo del 7º arte, pero que en Priest están perfectamente expuestos y analizados a nivel emocional y social. El final de la ópera prima de Antonia Bird, la escena en la misa con maravilloso plano final (esa mano que no puede ofrecer la comunión, ese abrazo redentor, lleno tanto de impotencia como de complicidad) nos lo deja claro, queda mucho camino por recorrer y muchos barreras que derribar, pero vamos por el buen camino o eso parece.


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