martes, 27 de marzo de 2018

Musa, los poetas han muerto



Título Original Muse (2017)
Director Jaume Balagueró
Guión Fernando Navarro y Jaume Balagueró, basado en la novela de Jose Carlos Somoza
Reparto Elliot Cowan,  Franka Potente, Ana Ularu, Leonor Watling, Christopher Lloyd, Manuela Vellés, Joanne Whalley-Kilmer






En no pocas ocasiones he profesado en este blog mi admiración por el cineasta español Jaume Balagueró. Desde que en 1999 asistiera impactado a la proyección en pantalla grande de su debut en el largometraje, Los Sin Nombre, he seguido los pasos de su filmografía, una de las más interesantes del panorama nacional dentro del celuloide de género. Todo estreno de una nueva obra salida de su mano era esperado con sumo interés por mi parte y Musa no ha sido una excepción a esa regla, más si tenemos en cuenta que no se ponía detrás de la cámara desde que en 2014 finiquitó la exitosa saga  [•REC], a la que él y su amigo Paco Plaza dieron inicio siete años años antes, con la cuarta entrega. Por desgracia con su último largometraje tenemos que hablar de una considerable decepción, y es triste tener que afirmarlo si tenemos en cuenta el potencial que el proyecto atesora en su interior, que no es desdeñable.




Musa está basada en la novela La Dama Número Trece escrita por el español de origen cubano José Carlos Somoza y narra cómo después del supuesto suicidio de su novia y alumna, Beatriz (Manuela Vellés) el profesor de literatura, Samuel Salomon (Elliot Cowan) comienza a tener unas visiones en las que una joven (Leonor Watling) es asesinada por medio de un ritual a manos de un grupo de mujeres que parecen formar parte de una especie de algún tipo de siniestra hermandad. Al día siguiente dicho crimen se hace realidad y Samuel descubre que ha tenido un sueño premonitorio. Con la ayuda de su amiga y compañera Susan (Franka Potente) irá investigando y buscando pistas que le ayudarán a resolver tan sórdido caso. En el proceso conocerá a Rachel (Ana Ularu) una striper y madre soltera que tiene las mismas visiones que él y que se convertirá en un personaje de vital importancia para que el protagonista descubra toda la verdad sobre tan peculiar trama.




La última película de Jaume Balagueró lo tenía todo para convertirse en una pieza estimable dentro de su filmografía. Un servidor no conoce la novela de José Carlos Somoza, pero la idea de las siete musas que se materialicen en nuestra realidad por medio del arte en general y la poesía en particular se antoja brillante por su planteamiento, que encuentra sus orígenes en la mitología clásica. La trama con sectas, ambientación gótica, localizaciones en un pueblo siniestro y neblinoso, seres sobrenaturales y el retrato de un tipo de mal que escapa al entendimiento humano no sólo son terrenos en los que el catalán siempre se ha movido a placer, también nos devuelven a sus raíces, a la ya citada adaptación de la novela de Ramsey Campbell que le sirvió de ópera prima o las lógicas evoluciones conceptuales y narrativas de aquella que supusieron Darkness o Frágiles. El problema reside en que se hace notable cierta desgana a la hora de abordar la escritura de su último proyecto y eso la hiere de muerte desde su mismo arranque.




Musa parece un remake desangelado de Los Sin Nombre, pero con la evolución en la puesta en escena experimentada por Jaume Balagueró con el paso de los años y que encontró su madurez en aquella polanskiana Mientras Duermes en la que condensó y corporeizó su discurso autoral, propenso a la morbidez y la perfidia, en el personaje protagonista de un inmenso Luis Tosar. De este modo en la cinta que nos ocupa no encontramos al joven y voluntarioso realizador que recurría al montaje efectista y la cámara nerviosa de sus inicios, sino al mesurado profesional que ha dejado de lado la estética expeditiva y visceral para entregarse a un clasicismo y un control de la narración propios de un cineasta más que consolidado. Así el trabajo detrás de la cámara y el oficio que demuestra su artífice para aprovechar, por poner un par de ejemplos, el diseño de producción de André Fonsny y la dirección de fotografía de Pablo Rosso son las mejores bazas que nos ofrece un proyecto como Musa.




Por desgracia en la siempre estimable labor detrás de la cámara por parte de su director se hallan las únicas virtudes de Musa. Más allá de eso nos encontramos con un guión confuso, póbremente estructurado, lanzando ideas que nunca son adecuadamente desarrolladas para permitirnos conocer con un poco más de profundidad el microcosmos que aborda el largometraje y del que sólo se rasca la superficie, algo que, supongo, no sucederá en la novela de José Carlos Somoza. Por otro lado somos testigos de una molesta desidia en cuanto a la construcción narrativa que nos incita a pensar que Balagueró no tiene confianza en el material que posee en sus manos. Durante casi todo el metraje, y siempre después del arranque con la excelente secuencia del suicidio, el personaje principal comienza su investigación y va encontrando pistas mientras se cierra sobre él el círculo de peligro y muerte en el que está inmerso, pero no asistimos a ningún pasaje remarcable, todo lo que acontece en pantalla nos es ajeno y causa indiferencia.




Hasta la idea más original del largometraje, la de las siete musas que invaden nuestra realidad por medio de las obras más grandes de la poesía, está llevada pobremente a la práctica desde el punto de vista narrativo. La presencia de dichos personajes se antoja inquietante en no pocos aspectos y la estética elegida para exponerlas en pantalla es encomiable (las interpretadas por Eve Maher y Stella McCusker transmiten genuina inquietud al espectador) aunque nunca se aprovecha al máximo, pero la falta de solidez del libreto y la intencionalidad de no entregarse completamente al  terror (la última película de Balagueró no pertenece a ese género, que nadie se deje engañar) por parte de su autor dinamitan cualquier posibilidad de que empaticemos con una historia de la que es casi imposible ser partícipe por su inadecuada escritura, sólo dejándonos atisbar un contexto espacial y temporal que parece haber sido extraído parcialmente de las páginas de la novela en la que se basa y que seguramente era mucho más rico.




Esta ausencia de empatía con la historia que en Musa nos es narrada se debe también al ineficaz trabajo de la pareja protagonista sobre la que recae la mayor parte del peso del largometraje. No podríamos acusar a Elliot Cowan y Ana Ularu de falta de implicación con sus papeles, realmente se nota que ambos intérpretes quieren transmitir veracidad con sus roles, pero no sólo la química brilla por su ausencia cuando ambos comparten plano, también se revelan como dos actores sin carisma, carentes de verdadero arrojo o personalidad para que el espectador pueda compadecerse de las situaciones extremas en las que sus personajes se ven implicados. La nota de color al reparto la dan nuestras Manuela Vellés y Leonor Watling, que con pocos minutos en pantalla la devoran impunemente, y a ellas podemos sumar una Franka Potente que no les va a la zaga dejando en evidencia a su partenaire cada vez que intercambia diálogos en la misma escena con él y un Christopher Lloyd que tira de veteranía para dar vida a un secundario poco perfilado y algo desdibujado que él resuelve con soltura.




Musa no sólo supone un paso hacia atrás en la evolución autoral de Jaume Balagueró, por desgracia también la podemos confirmar como su obra más fallida e intrascedente. Su factura técnica está fuera de toda duda, tiene pasajes visualmente potentes (los brillantes títulos de crédito o esa primera salida de la bañera con el círculo de sangre cayendo de las muñecas del personaje) y no aburre a lo largo de su metraje que se pasa en un suspiro, pero es una obra muerta en vida, como si de un cadáver frío e inerte se tratase. La inconsistencia narrativa, la carencia de verdadera personalidad o esa desgana globalizada que envuelve su entramado la convierten en una pieza poco lograda, que ni siquiera sabe aprovechar el potencial de su clímax final para remontar el vuelo. Mientras su amigo Paco Plaza ha facturado una de sus mejores películas con Verónica, Balagueró se ha quedado rezagado con respecto a él, esperemos que con su próximo proyecto la cosa cambie, talento para conseguirlo no le falta precisamente.



jueves, 22 de marzo de 2018

Mute, la ley del silencio



Título Original Mute (2018)
Director Duncan Jones
Guión  Michael Robert Johnson, Duncan Jones
Reparto Alexander Skarsgård, Paul Rudd, Justin Theroux, Florence Kasumba, Noel Clarke, Daniel Fathers, Livia Matthes, Kirsten Block, Gilbert Owuor, Eugen Bauder, Seyneb Saleh, Nikki Lamborn, Anja Karmanski, Alexander Yassin, Robert Nickisch, Robert Sheehan, Levi Eisenblätter, Rosie Shaw





Si alguien pensaba que su fichaje por parte de Netflix iba a suponer un bálsamo para el cineasta Duncan Jones, hijo del añorado cantante David Bowie, después de la decepcionante experiencia que supuso su adaptación cinematográfica del videojuego World of Warcraft estaba completamente equivocado, ya que el autor de Moon o Código Fuente (Source Code) ha caído aún más bajo con la primera producción que realizado bajo el amparo de la famosa plataforma de streaming. Mute es un proyecto que el director británico llevaba ideando durante doce años y vistos los resultados no sabemos si Netflix le ha obligado a hacer notables cambios que han desvirtuado la película que en principio él tenía en mente o si desde su misma gestación era el disparate que finalmente ha resultado, porque desde su mismo arranque es difícil creer que este desastre a todos los niveles haya sido diseñado a lo largo de más de una década, para colmo como una especie de secuela de su alabada ópera prima, cameo de Sam Rockwell incluido.




La trama de Mute está localizada en Berlín durante el año 2056 y narra la historia de Leo (Alexander Skarsgård) un camarero mudo que tras la desaparición de su novia Naadirah (Seyneb Saleh) recorrerá los barrios más marginales de la ciudad para encontrarla. Por otra parte Cactus Bill (Paul Rudd) y Duck (Juston Theroux) son dos cirujanos americanos que trabajan en la clandestinidad, cuando Leo contacta con ellos descubre que son conocedores del paradero de Naadirah y dicha situación pondrá en peligro a todos ellos. Esta es la trama, más bien sencilla, de una película como Mute, un neo noir de manual contextualizado en el futuro y en el que no hay nada más que lo que se ve o puede que incluso menos. Por eso mismo el hecho de que la cinta sea tan demencialmente deficiente se antoja sorprendente, ya que por desgracia pocos, más bien casi ninguno, de los apartados de la misma se salvan de la quema, construyendo una oda a la ineficacia y lo superfluo.




Cuentan las malas lenguas que la intención primera de Duncan Jones y su co guionista Michael Robert Johnson era hacer una película de mafiosos y que para dar luz verde al proyecto desde Netflix le impusieron que localizara la trama en el futuro y un contexto de ciencia ficción. Un servidor no puede afirmar dicha teoría, pero lo cierto es que una vez vista la película no es nada descabellada. La falsa distopía que envuelve a Mute como obra cinematográfica no es nada más que una excusa para introducir numerosos, y muy cuestionables, efectos digitales en el proyecto, porque no hay denuncia, no hay un verdadero retrato de esa sociedad, nunca llegamos a saber quién o qué rige ese Berlín forzadamente cyberpunk fusilado de películas como Blade Runner, Johnny Mnemonic, Ghost in the Shell o Minority Report. Duncan Jones localiza su historia en 2056 de la misma manera que lo podía haber hecho en 1919 o 1970, sin que nada cambiase en la trama.




Pero, a pesar de ser un fallo mayúsculo que hiere gravemente el conjunto de la obra, lo peor no es que la adhesión de la película al género de ciencia ficción sea gratuita, ineficaz y arbitraria si tenemos en cuenta que ni el grueso de la historia centrada en el submundo del hampa y los personajes ofrece la mínima calidad o coherencia exigida a un producto de esta naturaleza. En Mute es como si cada secuencia nueva pareciera de una película y un género diferente al anterior, antojándose enfermizo que Duncan Jones mandara a positivar pasajes que hasta el estudiante de cine más imberbe sería consciente de que incitan al escarnio y la vergüenza ajena. El simple hecho de pensar que los guionistas se han pasado doce años diseñando un libreto tan rematadamente inconsistente, paupérrimo y pueril incita al espectador a echarse las manos a la cabeza y no dar crédito a lo que ve en pantalla o a que Netflix lo haya, no sólo permitido, sino financiado.




Todos los personajes de Mute parecen realizar acciones demenciales, carentes de toda lógica, como si no fueran capaces de pensar con raciocinio y se vieran impulsados a cometer insensatez tras insensatez. En este sentido un terriblemente patético Alexander Skarsgård, que más que el habla parece haber perdido sus competentes aptitudes interpretativas, no es precisamente el que peor parado sale, porque la verdadera incredulidad llega en lo referido la pareja de cirujanos a la que dan vida unos Paul Rudd y Justin Theroux, este último con inenarrable peluca, tratando de conservar algo de dignidad con unos personajes que nunca llegamos a saber si son bisexuales, pedófilos o asesinos en serie por lo idiotesco de sus actos y lo terriblemente mal perfilados que están en el guión. Si a esto sumamos que la subtrama que protagonizan es totalmente innecesaria y carente de interés y su conexión con el personaje de Leo superficial hasta el insulto el resultado no deja de estar a la altura del resto del largometraje.




Si en Netflix quieren quitarse la fama de contenedor que acoge todos aquellos proyectos que las productoras de Hollywood no quieren financiar o estrenar el hecho de diseñar y estrenar por todo lo alto una aberración como Mute no es el mejor camino para llevar a buen puerto dicha empresa. Por otro lado no sé si Duncan Jones después de la obra que nos ocupa ha conseguido entrar en la plantilla de la plataforma de streaming para realizar más productos, pero lo que sí es cierto es que la fama de cineasta prometedor que se había ganado con Moon, y en menor medida Código Fuente, la ha dilapidado con sus dos últimos films. Por mucho que un servidor trate de sacar algo de provecho de Mute sólo con pensar en el cameo de Dominic Monaghan vestido de geisha, uno de los pasajes cinematográficos más vergonzosos que he visto en años, y que su director y co guionista haya dedicado semejante engendro a la memoria de sus padres, dejando entrever que poco aprecio les tendría, las ganas de borrar de mi mente estos interminables y lamentables 126 minutos de pésimo cine van en gradual e inexorable aumento.



martes, 20 de marzo de 2018

Jessica Jones: Temporada 2, origen secreto



“No eres súper, eres una maldita bomba de relojería”




Después del excelente recibimiento que tuvo Daredevil la asociación entre Marvel Television y Netflix alumbró la segunda serie inspirada en personajes de la Casa de las Ideas y en dicha ocasión decidieron llevar a imagen real la colección Alias, que el guionista Brian Michael Bendis y el ilustrador Michael Gaydos habían diseñado para el sello MAX, dirigido a lectores adultos, de Marvel Comics. Con la guionista y productora Mellisa Rosenberg (Dexter, Birds of Prey) en labores de showrunner y la actriz Krysten Ritter (Breaking Bad) dando vida a la investigadora privada, y ex superheroina, Jessica Jones, la primera temporada de la serie homónima tuvo una muy buena acogida y agradó tanto a los fans de las viñetas como al público generalista. Después de haber formado parte de The Defenders junto al ya citado Daredevil, Iron Fist y Luke Cage la propietaria de Alias Investigations vuelve en 2018 con la segunda temporada de su show en solitario que la plataforma de streaming estrenó íntegra el pasado día 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. Vaya por delante que al que esto suscribe la primera tanda de episodios de Jessica Jones le causó una notable indiferencia, sin parecerme un mal producto, pero sí una serie que no me transmitía las buenas sensaciones que la mayor parte de espectadores habían experimentado con ella. Por suerte mi parecer ha cambiado considerablemente con esta segunda entrega, que sin encontrarse entre las mejores propuestas del tándem Marvel/Netflix, sí me ha parecido un excelente proyecto muy superior a la primera. A continuación incluiré algunos importantes spoilers para hablar en profundidad de la temporada.




Esta segunda temporada de Jessica Jones supone un notable cambio con respecto a la primera, tanto en el tono con el que está abordada como producto televisivo como en lo referente a los personajes, mucho más importantes en esta ocasión para el devenir de acontecimientos que cimentan la serie. Melissa Rosenberg y sus colaboradores se han preocupado de mantener, e incluso acentuar, esa inteligente mezcolanza entre relato neo noir y aventura con apuntes superheróicos, pero el matiz es mucho más crudo, violento, incitándonos en todo momento a temer por la integridad física y psicológica, no sólo de Jessica Jones, sino también del resto de personajes secundarios que en esta ocasión están mucho mejor perfilados y definidos que en la primera tanda de episodios. Malcolm (Eka Darville), Trish (Rachael Taylor), Jeri (Carrie-Anne Moss) dejan de ser complementos, excusas narrativas para potenciar el rol protagonista y comienzan a personificar subtramas personalizadas en las que luchan contra sus propios demonios internos, tienen que enfrentarse a dilemas morales o adicciones destructivas que repercutirán tanto en ellos mismos como en los que les rodean. Gracias a esta decisión de guión los amigos de Jessica evolucionan como seres tangibles y acaban la temporada habiendo pasado por un proceso de cambio más que notorio.




Como es lógico de esta positiva decisión en lo referente al retrato de personajes quien más se beneficia es la propia Jessica Jones. Esta segunda temporada como tal ejerce el rol que debería haber tomado la primera, dar origen a los poderes de su protagonista y hablarnos de su génesis como personaje de ficción por medio de una trama central que con la excusa de las típicas investigaciones detectivescas va desenmarañando la telaraña que da forma a su pasado tomando como núcleo central el accidente de tráfico en el que murieron sus progenitores y su hermano, siendo ella fue la única superviviente. Desde esta perspectiva el rol de una Krysten Ritter excelente, que supera con creces su trabajo previo en la serie, se ve brutalmente enriquecido con el personaje de su madre, Alisa Jones, interpretada por una actriz brillante como la británica Janet McTeer (La Mujer de Negro). Jessica se enfrenta al dilema que supone haber encontrado a su madre supuestamente muerta por un lado y tener que tratar con ella con una mujer inestable psicológicamente que ha demostrado sobradamente su instinto asesino. Por suerte no tenemos un rol unidimensional al uso, ya que todo lo relacionado con la progenitora de la investigadora privada está repleto de pequeños detalles, matices, una construcción minuciosa de su personalidad que tiene su momento álgido en la relación que mantiene con los dos tipos diferentes de guardias que velan por su cautiverio una vez se encuentra encarcelada en “La Balsa”.




Esta segunda temporada de Jessica Jones ha contado con un gran número de mujeres guionistas y exclusivamente directoras en todos y cada uno de sus episodios, algo que un servidor no sabe si ha influido en la considerable mejora de la serie, pero que esto ha sucedido es un hecho fehaciente. Como ya hemos mencionado los guiones profundizan más en los personajes, sus acciones tienen consecuencias que en algunas ocasiones no tienen vuelta atrás, la historia toma una dimensión que la primera temporada ni llegó a vislumbrar y se adentra en terrenos de una notable ambigüedad que se extienden a los mismos protagonistas mostrando una visión nada complaciente de Jessica que alejada del perfil ortodoxo superheróico gana enteros al debatirse entre si es una vigilante o un experimento científico andante con un latente instinto homicida a punto de explotar. Desde el punto de vista técnico la realización también ha mejorado notablemente, sin un excelente trabajo como el visto en las series de Daredevil o Punisher, pero con una puesta en escena más dinámica cuando la acción lo demanda y dejando respirar a los encuadres y lucirse a los actores cuendo estos se convierten en el núcleo central de la trama. A destacar el episodio AKA I Want Your Cray Cray construido casi en su totalidad sobre un flashback y ese AKA Ain’t We Got Fun, con aparición sorpresa, a manos de Jennifer Lynch, escritora, guionista, directora e hija de David Lynch.




La segunda temporada de Jessica Jones ha sido una grata sorpresa para el que esto firma. Después de la decepción que supuso la primera con esta, de la que vi un sólo trailer y con bastante indiferencia, esperaba algo por el estilo que no despertara demasiado mi interés, sobre todo después de lo muy satisfecho que quedé con el visionado del debut televisivo de Frank Castle que había dejado el listón por los cielos. Contra todo pronóstico me he encontrado con un producto más implicado con sus criaturas, más orgánico y adulto, planteando situaciones que no apelan al blanco y negro, resultando mucho más atractivo de cara a todo tipo de espectadores. Esperemos que este buen hacer aplicado a la nueva temporada televisiva de la creación en papel de Brian Michael Bendis y Michael Gaydos se extienda a las series de Luke Cage y Iron Fist, ya que al ser los dos productos más flojos de la asociación entre Marvel Television y Netflix tenían un más que considerable margen de mejora, pero potencial para reverlase como productos más interesantes que en sus primeras incursiones en el medio audiovisual. El alter ego de Power Man será el primero en probar suerte en este sentido, ya que hace poco comenzó el rodaje de su segunda tanda de episodios esperando que el “efecto Jessica Jones” alargue su sombra hacia el barrio de Harlem y sus habitantes.


viernes, 16 de marzo de 2018

Black Panther



Título Original Black Panther (2018)
Director Ryan Coogler
Guión Joe Robert Cole y Ryan Coogler, basado en los cómics de Stan Lee y Jack Kirby
Reparto Chadwick Boseman, Michael B. Jordan, Lupita Nyong'o, Danai Gurira, Martin Freeman,  Angela Bassett, Forest Whitaker, Andy Serkis, Winston Duke, Daniel Kaluuya, Sterling K. Brown,  Florence Kasumba, Letitia Wright, Phylicia Rashad, Sydelle Noel, John Kani, Stan Lee






Este año Marvel Studios cumple diez años de vida. Si alguien nos hubiera dicho por aquel entonces a los fans, con el estreno de la seminal Iron Man como carta de presentación de la productora, que en el actual 2018 ya habríamos visto en pantalla grande a personajes de la Casa de las Ideas como Doctor Extraño, Ant-Man o Guardianes de la Galaxia nos nos lo hubiésemos creído. Algo parecido podría decirse de esta Black Panther que nos ocupa, responsabilizándose de llevar a imagen real las aventuras del personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby en las páginas del The Fantastic Four 52 en 1966 y que ya había tenido su presentación en imagen real durante Capitán América: Civil War hace dos años. El resultado ha sido el habitual con los largometrajes de la factoría presidida por Kevin Feige, un enorme éxito de crítica y público.




La división cinematográfica de Marvel Comics una vez más no ha escatimado en gastos para la puesta de largo del alter ego superheróico del T’Challa, el Rey de la nación de Wakanda. Al protagonista Chadwick Boseman se suman otros intérpretes como Michael B Jordan (Cuatro Fantásticos), Lupita Nyong’o (12 Años de Esclavitud), Danai Gurira (The Walking Dead), Angela Bassett (Green Lantern), Forest Whitaker (Rogue One: Una Historia de Star Wars) o los ya previamente presentados Martin Freeman (Capitán América: Civil War) y Andy Serkis (Los Vengadores: La Era de Ultrón). De la dirección se ocupa Ryan Coogler, el autor de la estimable Creed y del guión Joe Robert Cole (American Crime Story) y él mismo. A pesar del casi unánime excelente recibimiento que ha tenido el film para un servidor ha supuesto cierta decepción, la tercera consecutiva de Marvel Studios hasta ahora.




Tras los hechos acaecidos en Capitán América: Civil War, en los que el rey T’Chaka (John Kani) moría durante un atentado terrorista instigado por Helmut Zemo (Daniel Brühl), el príncipe T’Challa (Chadwick Boseman) vuelve a su Wakanda natal para ser coronado como nuevo monarca según las tradiciones de la nación africana que ha conseguido su actual estatus como uno de los países más avanzados de la Tierra gracias a la extracción de Vibranium y a su aislamiento con respecto al resto del planeta que desconoce su localización y verdadera fuente de energía. Una vez proclamado T’Challa como nuevo rey hará aparición en Wakanda Erik Killmonger (Michael B. Jordan) un personaje relacionado con el pasado de su padre que pondrá en entredicho el reciente reinado del actual Black Panther.




Lo más llamativo de un producto como Black Panther es que encuentra sus mejores virtudes y hallazgos en lo que venían siendo algunos de los fallos más notorios de las producciones de Marvel Studios en particular y el subgénero cinematográfico superheróico en general. En principio hay un elaborado y agradecido empeño en dar consistencia conceptual y visual a Wakanda tanto en la escritura como en el diseño de producción, que es el apartado en el que los responsables han invertido los efectos digitales más eficaces del largometraje. El entorno, la idiosincrasia, las tradiciones, la arquitectura, la topografía, todo está expuesto en pantalla de manera coherente y sólida, ofreciendo una visión del ficticio país africano considerablemente fiel a varias de las versiones planteadas en las viñetas de Marvel Comics, pero tomando su propia entidad como ya lo hiciera la Asgard planteada en la primera película de Thor.




También hay una clara intencionalidad de dar cierto trasfondo tanto a los personajes principales como a los secundarios y esa sigue siendo una asignatura pendiente para la mayoría de estas superproducciones que en Black Panther han sabido subsanar. Desde T’Challa que afronta su nuevo rol como monarca con los temores propios de un iniciado que debe ocupar el lugar de una figura paterna tan importante como la suya hasta un villano, por fin, con trasfondo y unas motivaciones claras, definidas, y con las que podemos incluso llegar a empatizar debido a la ambigüedad moral que plantean. Con los personajes secundarios sucede algo parecido, perfilando roles femeninos muy bien definidos como los de Nakia, Okoye, Shuri o Ramonda y otros masculinos como los de W’Kabi o Zuri que en esta ocasión quedan un poco relegados a un segundo plano en favor de las mujeres, pero siguen teniendo una importancia capital en el relato.




Aprobada con nota la prueba del contexto espacial en el que se moverán los personajes, y el adecuado tratamiento de los mismos, ahora debemos hablar de las carencias de Black Panther, que por desgracia no son baladís. El ritmo que impregna el guión a la historia es muy irregular y eso se deja notar cuando las secuencias en las que los personajes interactúan los unos con los otros tienen que alternarse con las de acción. La parte de la narración en la que asistimos a intrigas palaciegas, conspiraciones contra la corona, traiciones o juegos de tronos está perfectamente estructurada por unos Ryan Coogler y Joe Robert Cole que han construido con mucha dedicación estos pasajes en los que los personajes ganan entidad y peso a lo largo de la trama. El problema está en que, contra todo pronóstico, las secuencias de acción están ejecutadas de manera muy irregular, con una innecesaria aparatosidad, y a la hora de ensamblarse con las ya citadas relacionadas con las criaturas que pueblan el relato llegan incluso a desentonar con ellas.




Se hace realmente paradójico que un director como Ryan Coogler que demostró una notable destreza a la hora de rodar secuencias de acción, combates de boxeo para ser más concretos, de manera cristalina en Creed haya dado forma a pasajes dinámicos tan pasados de rosca en Black Panther. No estoy del todo de acuerdo con aquello que se ha dicho sobre el film con respecto a que las escenas de acción son muy confusas desde un punto de vista visual y que se antoja difícil distinguir a los personajes que las protagonizan, aunque algo de cierto hay, pero lo que a un servidor sí le ha chirriado sobremanera es que una superproducción como esta cuente en sus momentos más frenéticos con unos efectos digitales tan reprobables como los que Marvel Studios ha utilizado en depende qué situaciones, más si cabe después de haber demostrado con piezas como Thor: Ragnarok o las dos entregas de los Guardianes de la Galaxia que en este apartado suelen hacer muy bien su trabajo.




Las colisiones de los coches durante la persecución por las calles de de Corea del Sur, algunos momentos de la batalla campal en Wakanda con la presencia de los rinocerontes gigantes y sobre todo la pelea final entre T’Challa y Killmonger cuentan con unos CGI que hacen que los de Liga de la Justicia parezcan de alto nivel. Este defecto, que convierte dichas secuencias en un mal videojuego, no sé si están rodadas por el mismo Ryan Coogler o se deben a que este haya delegado responsabilidades en la segunda unidad, pero se revelan como el mayor defecto de una obra como Black Panther, que se había preocupado de construir un mundo creíble y consistente, la tarea más complicada, para más tarde fallar en lo que debería ser más sencillo e identificable para una cinta de este subgénero. Más sangrante todavía se antoja dicha carencia si tenemos en cuenta que las escenas de acción centradas en T’Challa durante Capitán América: Civil War no padecían de este mal que hiere considerablemente el conjunto del film.




En definitiva, para el que esto firma Black Panther queda lejos de ser, no sólo la mejor película de Marvel Studios, sino también de toda la historia del cine. Es una buena adaptación del personaje, construye un universo y unos personajes sólidos que los fans de los cómics podemos reconocer y se agradece su perfil sánamente integrador desde un punto de vista racial y de género, siempre dentro de las limitaciones superficiales y monetarias adscritas a grandes empresas como Disney o Marvel, pero si en lo esencial, en las escenas en las que el superhéroe debe ejercer como tal de manera creíble y sin delatar la orgía de pixeles que les dan forma, todo falla entonces nos encontramos con una obra cinematográfica irregular, que no da todo lo que ofrecía después de haber construido un contexto muy competente, y que confirma mi desencanto con las últimas obras salidas de la mano de esa Marvel Studios que tanto me había hecho disfrutar durante casi diez años. Esperemos que esa casi inminente Avengers: Infinity War me haga cambiar de parecer.



lunes, 12 de marzo de 2018

Altered Carbon: Temporada 1, who wants to live forever?


“El peligro de vivir demasiadas veces es que olvidas temerle a la muerte”




El 28 de febrero de 2002 el escritor británico Richard K. Morgan publicó su primera novela titulada Altered Carbon, Carbono Alterado o Carbono Modificado en algunas de sus ediciones en español. El libro, adscrito al género de ciencia ficción, plantea un futuro distópico y de estética cyberpunk en el que las clases adineradas pueden alcanzar la inmortalidad gracias a almacenar su memoria e identidad en unos sistemas digitales llamadas “Pilas Corticales” que llevan adheridas a la columna vertebral y que pueden conectar a otros cuerpos. Las clases bajas, que también portan estos dispositivos, no pueden permitirse tener más de una vida mientras las acomodadas pueden utilizar las “fundas” reales o artificiales que deseen gracias a su alto poder adquisitivo. Takeshi Kovacs, un ex soldado de elite de la ONU, investigará un caso de homicidio en el que un filántropo de 365 años de edad llamado Laurens Bancroft, que aparantemene se suicidó, duda de los hechos que lo llevaron a quitarse la vida. Altered Carbon fue un éxito, ganó el premio Philip K. Dick en 2003, y dio pie a una trilogía que se completa con Broken Angels y Woken Furies, las otras dos entregas que la componen. La plataforma de streaming Netflix puso sus ojos en la obra de Richard K. Morgan y decidió trasladar la primera novela de la saga a una serie de televisión que se convertiría en una de las propuestas más ambiciosas de su producción propia.




Para adaptar Altered Carbon al medio audiovisual los responsables de Netflix contrataron los servicios de la guionista Laeta Kalogridis a la que debemos los libretos de largometrajes como Shutter Island, Alejandro Magno, Terminator: Génesis o el remake de El Guía del Desfiladero (Pathfinder) y que también ha hecho sus pinitos en la pequeña pantalla interviniendo en series como la versión catódica del cómic de DC Birds of Prey o el remake de Bionic Woman. Un grupo de directores en nómina de la plataforma de streaming como Michael Sapochnik (Iron Fist), Uta Briesewitz (Jessica Jones), Peter Hoar (Daredevil) o Andy Goddard (Punisher) se ocupan de dar el look visual al proyecto. En cuanto al reparto el mismo está encabezado por al actor sueco Joel Kinnaman (The Killing) al que secundan James Purefoy (Roma), Martha Higareda (Dueños de la Calle), Chris Conner (American Crime Story), Dichen Lachman (Supergirl), Ato Essandoh (Jason Bourne) o Kristin Lehman (Ghost Wars) entre otros. La primera temporada se estrenó en su totalidad el pasado 2 de febrero y recibió reseñas muy polarizadas entre los que la alababan como una excelente muestra de ciencia ficción y los que la acusaban de no estar a la altura como producto audiovisual o adaptación de la novela de Richard K Morgan. Un servidor no ha leído el libro, de modo que en esta entrada sólo hablaremos de la serie propiamente dicha.




Los primeros minutos del episodio piloto nos dejan claro que Netflix no ha escatimado gastos a la hora de dar forma a un producto como Altered Carbon. Un diseño de producción y unos efectos digitales que en poco tienen que envidiar al de cualquier blockbuster hollywoodiense ofrecen una estética y un contexto espaciotemporal a la serie con el que construir su propio microcosmos para desarrollar en él la historia que implicará a Takeshi Kovacs y sus colaboradores o rivales. La estética cyberpunk impera en una urbe repleta de neones y hormigón en la que se mueven los desfavorecidos, los desheredados, los criminales y los ciudadanos de a pie que tratan de sobrevivir el día a día que se contrapone a los suntuosos edificios de mármol blanco y construcciones arquiectónicas mastodónticas en las que las clases altas viven entre lujo, artificio y falsas apariencias con el notable aliciente de poder hacerlo por toda la eternidad gracias al estatus que poseen con respecto a tener acceso a todas las fundas que deseen. Este contraste entre estos dos mundos es la mayor virtud de Altered Carbon, pero por desgracia sus responsables no han sabido explotarlo al 100% durante esta primera temporada.




Hay dos series de televisión dentro de Altered Carbon y en ocasiones parece que tratan, infructuosamente, de amalgamarse para dar forma a un cohesionado y coherente todo. Por un lado tenemos la interesante distopía con un trasfondo social que hace especial hincapié en la diferencia de clases, en cómo unos pocos millonarios amasan una fortuna de la que se sirven para experimentar placeres con los que las clases medias y bajas sólo pueden soñar mientras estas últimas se encuentran acinadas en barrios suburbiales repletos de podredumbre económica y moral o crimen organizado. Por otro tenemos una serie de acción frenética que quiere incluir secuencias de tiroteos, persecuciones o combates cuerpo a cuerpo que nos remiten al mundo del videojuego, el thriller hongkones o el cine de artes marciales con pasajes de una espectacularidad más que contrastada, realizando unas coreografías perfectamente ejecutadas y de una exposición visual intachable con las que se engrandece el ya de por sí muy destacable apartado técnico del producto. De esta manera el proyecto parece intentar satisfacer a distinto tipo de espectadores, pero el equilibrio entre denuncia y entretenimiento no encuentra la tonalidad necesaria para aprovechar todas sus posibilidades narrativas.




Que la serie no encuentre una total armonía entre estos dos perfiles contrapuestos no significa que en ocasiones no converjan adecuadamente o que de manera individualizada fracasen a la hora de lograr su cometido. Por suerte los guiones están lo suficientemente elaborados para que las distintas tramas que son narradas tengan la necesaria solidez, adecuado desarrollo e interesante subtexto al que se suma el fuego de artificio que les sirve de envoltorio. Las referencias a Philip K. Dick o William Gibson están ahí, justo en la intencionalidad de ofrecer un relato adulto sobre un futuro desolador que tiene no pocos paralelismos con nuestra actualidad, construido este sobre un trasfondo neo noir. Mientras tanto los pasajes más dinámicos nos remiten a Matrix o Equilibrium y ofrecen empaque al producto para no dar respiro al espectador en terrenos como el de la acción o el thriller conspiranóico y policíaco. En el proceso de esta vertiente más superficial Laeta Kalogridis y sus colaboradores también apelan a una tonalidad exploit y de Serie B con cierto abuso de la violencia explícita y el sexo gratuito que se unen al perfil más primario de la serie con la intención de atraer a un tipo de consumidor con apetencias más mundanas, algo que es tan de dudoso gusto como irreprochable, pero que demuestra que los responsables detrás de Altered Carbon buscan, sobre todo, entretener al respetable.




Abordándolo como una muestra más de ciencia ficción y siendo consciente de la cantidad de referentes de los que toma ideas prestadas Altered Carbon, o más bien la novela de Richard K. Morgan, planteaba algunas ideas bastante originales que la serie ha sabido aprovechar en su favor para diferenciarse de otras muestras televisivas o cinematográficas del género. Todo lo relacionado con las fundas es un acierto, no sólo por lo que aporta al relato en sí como añadido estético o interpretativo de cara a los actores, sino en lo narrativo. Cuando arranca el episodio piloto Takeshi Kovacs está interpretado por al actor de origen oriental Will Yun Lee, pero después su pila cortical pasará a la funda del policía de Bay City Elias Ryker, con el rostro y físico de Joel Kinnaman, a su vez pareja de la agente Krstin Ortega. Esta situación no sólo servirá para que el protagonista tenga que adaptarse a su nuevo cuerpo de manera inmediata o tener que afrontar la carga dramática que supone la implicación que tiene con el mismo la ya citada agente, también proporciona a la serie uno de sus mayores hallazgos, que en los flashbacks con los que Kovacs rememora hechos de su pasado tenga su rostro original, no el de la funda que actualmente porta su personalidad y memoria, como por otro lado es lógico. Este añadido enriquecedor desde el punto de vista de la construcción argumental se une a conceptos interesantes como que los edificios públicos estén representados por Inteligencias Artificiales que pueden corporeizarse en réplicas de seres humanos, como el caso de Poe y sus amigos de poker, o la utilización de la realidad virtual para destruir psiclógicamente a personajes concretos.




Joel Kinnaman realiza un excelente trabajo como Takeshi Kovacs, añadiendo un interesante trasfondo dramático a su rol, esa voz en off que abre todos los episodios, y una fisicidad rotunda cuando tiene que implicarse en las secuencias de acción. Su determinación y obsesión a la horade implicarse con el caso que le es designado sirven para definir su personalidad ruda en el exterior, pero repleta de debilidades desde una perspectiva psicológica. Le da perfectamente la réplica una intachable Martha Higareda en la piel de Kristin Ortega, no sólo un personaje femenino individualista y con mejores aptitudes detectivescas que sus compañeros masculinos, también un rol latino que, por fin, habla en su idioma natal con sus familiares, algo que da una pátina de naturalidad a la serie muy de agradecer. Aunque posiblemente los dos personajes secundarios más interesantes de Altered Carbon sean Laurens y Miriam Bancroft, James Purefoy y Kristin Lehman respectivamente, los dos multimillonarios que sintetizan con acierto mayúsculo esa burguesía fastuosa en el exterior y decrépita desde un punto de vista moral que no duda en arrasar con todo lo que se ponga en su camino con tal de mantener su estilo de vida y saciar sus enfermizas parafilias sexuales. El divertido Poe de Criss Conner, Ato Essandoh como Evan Elliot o la Reillin Kawahara de esa Dichen Lachman que se sube al carro a mitad de la temporada para convertirse en una robaplanos nata también forman parte de la extensa galería de personajes de la serie que se convierte en otro de sus mejores alicientes.




Hay una gran serie detrás de un producto tan estimable como Altered Carbon (el episodio siete, Nora Inu, es uno de los mejores de lo que llevamos de 2018, desde un punto de vista técnico y argumental) el problema es que en esta primera temporada todavía está intentando buscar su lugar y cohesionar las distintas personalidades que habitan en su interior, planteando puntos de partida tan ambiciosos que a la hora de ponerlos en práctica no siempre están a la altura que se les exige desde un punto de vista narrativo. Visualmente atractiva, de ritmo potente, con un excelente reparto encabezado por un actor cada vez más seguro de sus dotes interpretativas y una historia que engancha sin mucha dificultad a espectadores de todo pelaje por lo ecléctico de su naturaleza la serie de Laeta Kalogridis tiene que limar asperezas, dar más consistencia a sus guiones y saber aprovechar los elementos de los que dispone. La materia prima está ahí, el contexto espacial y temporal ya más que asentado y los personajes adecuadamente definidos, ahora sólo falta que si la segunda temporada, cuya renovación todavía está en el aire, llega a materializarse sus ideólogos den todo lo que tienen para convertir la ambiciosa propuesta de Netfilx en algo más que un entretenimiento técnica y artísticamente notable, pero narrativamente todavía con bastante que mejorar.



miércoles, 7 de marzo de 2018

Tres Anuncios a las Afueras, ocurrió... donde nunca pasa nada



Título Original Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (2017)
Director Martin McDonagh
Guión Martin McDonagh 
Reparto Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell,  John Hawkes, Peter Dinklage,  Caleb Landry Jones, Lucas Hedges, Abbie Cornish, Brendan Sexton III, Samara Weaving, Kerry Condon, Nick Searcy, Lawrence Turner, Amanda Warren,  Michael Aaron Milligan, William J. Harrison, Sandy Martin, Christopher Berry, Zeljko Ivanek, Alejandro Barrios, Jason Redford, Darrell Britt-Gibson, Selah Atwood





El londinense Martin McDonagh ya era un reputado dramaturgo en las tablas de Reino Unido cuando debutó en la dirección cinematográfica en 2008 con Escondidos en Brujas (In Bruges), aquella peculiar cinta de mafiosos de poca monta localizada en la preciosa ciudad belga y protagonizada por Colin Farrell, Brendan Gleeson y Ralph Fiennes. Tras ella llegó en 2012 Siete Psicópatas, otra pieza sobre gangsters con un reparto internacional que confirmó el llamativo estilo para la escritura y dirección cinematográfica de su autor. Un lustro ha tenido que pasar para McDonagh estrene su tercer largometraje detrás de las cámaras, pero la espera ha merecido totalmente la pena si tenemos en cuenta que con su último trabajo nos encontramos con su mejor obra y uno de los proyectos más interesantes del pasado año 2017.





Three Billboards Outiside Ebbing, Missouri cuenta ahora mismo con un interminable palmarés de premios internacionales obtenidos en festivales como Venecia, San Sebastián, los BAFTA, los Spirit Award, los Globos de Oro y culminando el pasado domingo cuando recibió dos merecidísimos Oscars a mejor actriz para Frances McDormand y mejor actor secundario para Sam Rockwell. Este enorme reconocimiento en forma de galardones ponen colofón a la carrera de la que podemos considerar una de las mejores películas del presente 2018, teniendo en cuenta que en España se ha estrenado en el presente año. Prensa especializada y público están de acuerdo con respecto a cantar alabanzas hacia la tercera película de Martin McDonagh y a un servidor, que la ha visto recientemente, no le queda más remedio que unirse a la opinión generalizada porque indudablemente nos encontramos ante una muestra de cinematografía sencillamente brillante.





Mildred Hayes (Frances McDormand) tiene 50 años y vive en el pueblo de Ebbing, en Missouri. Después de que su hija haya sido violada y asesinada sin que se haya realizado ninguna detención por parte de la oficina del sheriff local Bill Willoughby (Woody Harrelson) tomará la decisión de alquilar tres vallas publicitarias a las afueras que utilizará para acusar a las fuerzas de la ley de su ineficacia a la hora de investigar el caso. Esta decisión por parte de Mildred despertará la ira de gran parte de sus vecinos y más concretamente la de Jason Dixon (Sam Rockwell) el ayudante del sheriff, un tipo de modos poco ortodoxos al que se acusa de haber torturado a un chico negro de la localidad. La tozudez de esta madre que no acepta un no por respuesta y los efectos que sus actos producirán en su propia familia y la de los implicados en la investigación del crimen que cometieron con su hija desembocarán en una serie de hechos que revolucionarán la tranquila vida de este pequeño pueblo del medio oeste de Estados Unidos.




Es curioso como algunas de las miradas más interesantes que se han realizado sobre Estados Unidos en el séptimo arte vienen de autores extranjeros, algunos de ellos sin haber pisado nunca el país de las barras y estrellas. El Wim Wenders de Paris, Texas, el Lars Von Trier de Dogville o Manderlay o el Ang Lee de La Tormenta de Hielo, Brokeback Mountain o Cabalga Con el Diablo han ofrecido largometrajes que plantean una perspectiva poco habitual de norteamérica sin las habituales adhesiones a las que suelen recurrir los cineastas oriundos de aquellas tierras. Martin McDonagh se une a esta galería de profesionales del medio que nos hablan de las virtudes y miserias de la América Profunda sin la necesidad de formar parte de la misma. El resultado es un retrato veraz y naturalista que no hace concesión alguna a la hora de personificar sin medias tintas a ciudadanos, representantes de la ley y delincuentes de distinto tipo gracias al buen hacer en todos los apartados que dan forma a la compacta obra cinematográfica.




Desde que tuviera su puesta de largo internacional en el festival de Venecia lo que más se ha comentado con respecto a Tres Anuncios a las Afueras es la enorme deuda que tiene con el cine de los hermanos Coen, y no sólo por tener a una de sus actrices fetiche como protagonista. Pero los que seguimos la carrera cinematográfica de Martin McDonagh sabemos que la influencia de los directores de A Propósito de Llewyn Davis o ¡Ave César! ya venía de sus anteriores trabajos. No era difícil encontrar personajes "coenianos" en los pintorescos hampones de Escondidos en Brujas o Siete Psicópatas, pero en honor a la verdad también debemos afirmar que la que nos ocupa es la película del cineasta británico que más se acerca al espíritu de dichos autores con una trama que nos trae a la mente piezas magistrales como Fargo, No Es País para Viejos o Valor de Ley ofreciendo una mixtura de géneros que puede parecer desconcertante, pero cuya coherencia conceptual y narrativa se antoja intachable.




Porque es ineludible que Tres Anuncios a las Afueras se vertebra sobre una historia dramática como la violación y asesinato de una adolescente y la lucha porque se haga justicia a manos de su aguerrida madre. Pero al autor propenso a la comicidad incómoda que en sus dos films previos cargó las tintas con humor negro no puede evitar hacer acto de presencia en la obra que nos ocupa y cuando lo hace, contrariamente a lo que pudiera parecer, en ningún momento descompensa la tonalidad dura y seca en la que se sustenta el relato. De hecho gran parte de los pasajes más descacharrantes los protagonizan los personajes de Mildred y Dixon, el primero por su carácter duro e intransigente y el segundo por su supuesta ineptitud como ayudante del sheriff, señas de sus respectivas personalidades que darán lugar a situaciones que arrancarán carcajadas con temas que tienen poca o ninguna gracia.




Moviéndose a placer entre estos dos géneros, con una construcción de personajes brillante y unos diálogos tocados por el don de la inspiración el guión de Martin McDonagh diseña con solidez una propuesta en la que los claroscuros y los tonos grises pueblan una historia en la que no encontramos héroes ni villanos, sino personas reales que pueden llegar a cometer terribles errores en pos de una causa noble. De esta manera asistiremos a situaciones en las que una buena ciudadana realiza actos muy curstionables con resultados catastróficos o a una persona despreciable, casi un descerebrado, intentando ayudar al prójimo aunque con ello tenga que poner en entredicho su cuestionable sistema de valores. En un segundo plano queda la resolución del caso del crimen y la identidad de la persona que lo perpetró, algo que no interesa tanto al guionista y director como las relaciones interpersonales entre los personajes.




Desde el punto de vista de la dirección McDonagh apela a la contención visual y formal, utiliza una puesta en escena árida y austera, muy deudora del western, en concordancia con los paisajes del medio oeste que está retratando. Sin aspavientos, ni decisiones caprichosas con la cámara deja que los encuadres respiren, que los actores se apoderen del núcleo vertebral del relato y en casi ningún momento copa protagonismo por medio de la realización que siempre es acerada y muy profesional, menos histriónica que en sus largometrajes previos. Esta decisión le permite que al optar por ejecutar algún alarde técnico inesperado como el brutal plano secuencia centrado en Dixon, que es un prodigio de planificación y coreografía a pesar de su sencillez, o los dos pasajes relacionados con incendios sean recibidos postivamente por un espectador que comprende que se encuentra con un cineasta que tiene un control impecable del material que posee en sus manos.




El que esto firma ya sabía antes de ver Tres Anuncios a las Afueras no sólo que Frances Mcdormand iba a estar brillante en su papel protagonista, sino también que el Oscar a la mejor actriz del presente año no se lo arrebataría nadie, ya que no hay más que echar un vistazo a su carrera para saber de qué clase de intérprete estamos hablando . Rostro rocoso, ironía en cada palabra que espeta, una contención hasta en los momentos más duros o un control voraz de la gestualidad y el lenguaje corporal hacen de la Mildred Hayes de la protagonista de Agenda Oculta un personaje brillante, que no duda en abrazar el feismo, la mundanidad y el realismo sin ampararse en ningún tipo de artificio o superficiliadad mal entendida. Ella es la película y sobre sus hombros recae la mayor parte del peso del proyecto gracias a su veteranía incuestionable y a la confianza que su guionista y director deposita en la profesionalidad que lleva destilando desde que se diera a conocer con Sangre Fácil (Blood Simple) en los primeros 80.




Pudiera parecer que Frances McDormand eclipsa totalmente al resto del reparto y que con su excelsa labor sólo deja las migajas a sus compañeros. Nada más lejos de la realidad, Martin McDonagh reune un excelente equipo de profesionales en el que vemos los rostros de grandes secundarios, poco reconocidos, como John Hawkes, Zeljko Ivanek, Peter Dinklage, Abbie Cornish o Caleb Landry Jones devorando cada uno de los escasos encuadres en los que hacen acto de presencia. Todos comandados por un memorable y ambiguo Woody Harrelson cuya importancia en la historia torna en ubicua cuando ya no hace acto de presencia en pantalla (genial su conversación sobre penes y Oscar Wilde con su mujer, la secuencia en la cuadra de caballos y el contenido de esas tres cartas) pero sigue copando una vital importancia en el relato sobre todo con respecto a la resolución del caso de asesinato por el que Mildred está dando casi la vida.




Pero si hay un actor secundario que rompe todos los esquemas con su composición es Sam Rockwell dando vida al ayudante del sheriff Jason Dixon. Actor de reparto con vocación de robaplanos en producciones como La Milla Verde o El Asesinato de Jesse James Por el Cobarde Robert Ford que ya dio muestras de ser capaz de ejecutar protagónicos nada complacientes en films como Moon o Confesiones de Una Mente Peligrosa, Rockwell da vida a un redneck con placa, un tipo violento y agresivo que seguramente eligió ese oficio para poder descargar su ira con el prójimo y que mantiene una peculiar relación con su madre llegando a convertirse a lo largo del devenir de acontecimientos que construyen la trama de la película en una persona que poco o nada tiene que ver con ese inepto uniformado que no se enteraba de nada de lo que acontecía a su alrededor durante los primeros compases del metraje. Su trabajo es enorme y los galardones que está recibiendo por él no sólo son merecidos, también dan reconocimiento a una de las carreras más infravaloradas del Hollywood reciente.




Tres Anuncios a las Afueras, que podría compartir sesión doble con aquella excelente rareza poco conocida llamada Small Town Murder Songs, es la confirmación de Martin McDonagh como un talento a seguir de cerca dentro del medio cinematográfico. Su tercer largometraje también nos sirve de recordatorio con respecto a que Frances McDormand es una de las mejores actrices de su generación, una profesional que no se prodiga demasiado gracias a su especial talento para elegir proyectos siempre interesantes a los que aporta su sabiduría y buen hacer para que otros intérpretes, como los que la acompañan en esta ocasión, se crezcan en pantalla y consigan estar a la altura de las circunstancias. Un servidor es un gran admirador de Guillermo del Toro  y supone toda una alegría que haya conseguido el merecido Oscar al mejor director, pero el pasado domingo La Forma del Agua no debería haberse alzado con un galardón a la mejor película que esta historia sobre desarraigo, compromiso y miseria moral debería haberse llevado a casa.