lunes, 2 de octubre de 2017

Knight of Cups, city of angels



Título Original Knight of Cups (2015)
Director Terrence Malick
Guión Terrence Malick
Reparto Christian Bale, Cate Blanchett, Natalie Portman, Brian Dennehy, Antonio Banderas, Freida Pinto, Wes Bentley, Isabel Lucas, Teresa Palmer, Imogen Poots, Peter Matthiessen, Armin Mueller-Stahl, Cherry Jones, Patrick Whitesell, Rick Hess, Michael Wincott, Kevin Corrigan, Jason Clarke,  Joel Kinneman, Clifton Collins Jr, Nick Offerman, Jamie Harris, Lawrence Jackson, Dane DeHaan,  Shea Whigham, Ryan O'Neal, Bruce Wagner, Jocelin Donahue, Nicky Whelan




Como ya comenté en la entrada que dediqué a reseñar To the Wonder a día de hoy podemos hablar de dos Terrence Malick. El primero abarcaba desde su ópera prima, Malas Tierras, hasta El Nuevo Mundo, y se trataba de un alabado cineasta de extensa, pero poco prolífica (una media de película por década), filmografía reacio a implicarse en las campañas promocionales de sus producciones y cuya personalidad siempre había estado envuelta en el misterio. El segundo, que no es mucho más "sociable" con respecto a dar entrevistas o asistir a festivales, nace a partir del éxito en Cannes de esa obra maestra llamada El Árbol de la Vida, que tan pronto se ganó los parabienes de la prensa especializada como el rechazo del público generalista y llega hasta su última obra Song to Song. Este Malick es más prolífico,llega a rodar cuatro películas en cinco años y se gana el rechazo de un considerable sector de espectadores y críticos que lo acusan de pretencioso, aburrido y relamido.




La ya citada cinta protagonizada por Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams y Javier Bardem fue la primera de Terrence Malick, uno de mis directores favoritos desde que La Delgada Línea Roja cambiara mi manera de ver el género bélico en particular y el cine en general, que me decepcionó casi por completo por parecerme una raquítica continuación de El Árbol de la Vida hecha con algo parecido a retazos descartados de aquella, protagonizada por unos personajes completamente perdidos en una trama ínfima sobre amor y rechazo y que más allá de la entrega de los actores y el maravilloso trabajo conjunto entre Emmanuel Lubezki en la fotografía y el mismo Malick en la realización no me aportaba nada más que una redundancia agotadora, voces en off cargantes y un afán por la impostura que para mí no tenía nada que ver con lo que previamente había realizado el cineasta nacido en Illinois en sus obras anteriores.




Después de haber visto su penúltimo largometraje, Knight of Cups, que tiene en su reparto a intérpretes como Christian Bale, Natalie Portman, Cate Blanchett, Wes Bentely, Brian Dennehy o Antonio Banderas entre (muchos) otros, me gustaría decir que con él vuelve el gran Terrence Malick de antaño, que después de To the Wonder ha abandonado la autoindulgencia artística en la que se había sumergido, pero por desgracia no puedo hacerlo, porque la realidad no es esa. Lo más positivo que puedo decir de la séptima película de Terrence Malick es que es considerablemente mejor que su obra inmediatamente anterior, pero quedando muy lejos de sus mejores trabajos, ya que en ella volvemos a encontrar todos los vicios y excesos que convirtieron aquella en un proyecto considerablemente fallido que sólo marcaba lo que parece el inicio de una nueva etapa dentro de la filmografía de su autor regida por la megalomanía y el cripcticismo.




La historia de Knight of Cups está protagonizada por Dereck (Christian Bale), un guionista de Hollywood cuya existencia se reduce a colaborar en proyectos cinematográficos por los que no siente interés alguno, moverse por la noche de la ciudad de Los Ángeles entre fiestas fastuosas o clubs de striptease y mantener frustradas relaciones sentimentales con distintas mujeres con las que nunca consigue conectar emocionalmente por culpa de la profunda marca que su fallido matrimonio con su ex mujer Nancy (Cate Blanchett) dejó en su vida. Dereck también mantiene una complicada relación con su hermano Barry (Wes Bentley) y su padre Joseph (Brian Dennehy) desde que un tercer hermano llamado Billy falleciera y creara con su pérdida una profunda fricción entre los tres varones de la familia que llega hasta la actualidad. A lo largo del film acompañaremos a Dereck en su trayecto vital para encontrar a la mujer que le devuelva la pasión por vivir y la autorrealización profesional.




Knight of Cups narra dos viajes que discurren paralelos. El exterior en el que Dereck trata de encontrar el amor de su vida y el introspectivo en el que la finalidad es hallarse a sí mismo, aunque él no es consciente de ello, en esas mujeres que pasan de manera fugaz por su vida. El personaje de Christian Bale es el hombre del siglo XXI, un individuo sumido en un vacío existencial que lo deshumaniza e inmuniza con respecto a experimentar emociones reales. Un profesional exitoso que se mueve en un mundo superficial repleto de oropeles, falsas amistades y compañeros de trabajo que parasitan al prójimo. Pero si por un lado para Dereck el futuro es indescifrable su pasado no deja de ser una enorme losa con la que cargar, ya sea el que compartió con su mujer o el que lo vincula a la destrucción de su núcleo familar a manos de la prematura muerte de su hermano. Malick quiere hacernos cómplices de la búsqueda de su criatura, de este "Caballero de Copas" que irá encontrándose con otras cartas del tarot como la Suma Sacerdotisa, la Muerte o  El Colgado representadas por sus familiares o amantes ocasionales.




El problema es que al igual que sucedía en To the Wonder Terrence Malick parece completamente desubicado en Knight of Cups y embriagado por su propio ego autoral, buscando únicamente safisfacerse a sí mismo. Los personajes deambulan de acá para allá, mantienen unos diálogos pretendidamente profundos mientras se tocan, juguetean o acarician en una sesión continua de aspavientos impostados siempre cercados por la cámara invasiva del director en ocasiones rebasando tanto el espacio vital de sus entregados intérpretes que llega a retratarlos con una deformidad que entronca con la belleza formal de la propuesta. Porque sí, tenemos seres alienados en busca de una supuesta verdad que dé sentido a sus vidas comandados por el personaje de Dereck y el director de Días del Cielo lo expone en pantalla inclinándose por un hermetismo que invade todo el largometraje y que en no pocas ocasiones nos dejará fuera de juego, pero también es ineludible que visualmente su penúltimo film es casi sobrenatural.




Desde hace unos años ya conocemos el modus operandi de Malick como director y ese tipo de realización tan personal y meritoria saca lo mejor de él en un plano estilístico, pero también lo peor desde un punto de vista narrativo. El de Ottawa rueda cantidades industriales de celuloide, dejando a los actores una libertad total, excesiva podríamos decir, para que interactúen en pantalla quitando importancia al sonido directo (las voces en off se añaden en posproducción) dentro de unos paisajes de belleza exultante acariciados por la cámara del mexicano Emmanuel Lubezki. El trabajo conjunto de ambos es tan impresionante que no sabemos donde acaba la labor del director de fotografía y empieza la del realizador y ahí encontramos el arma más poderosa de Knight of Cups, ese desarmante y descomunal lirismo visual que epata los sentidos del espectador y que siempre ha sido indivisible a la impronta de Malick, pero que desde El Árbol de la Vida ha cobrado una nueva dimensión aunque posteriormente a esta hablemos de la etapa más endeble de su filmografía.




Pero esta oda a "capturar la magia" después de horas de rodaje, de meter su cámara en los espacios más insospechados consiguiendo arrancar belleza hasta de una localización tan poco agraciada como una discoteca o un club de striptease se cobra un precio, el de la coherencia del lenguaje cinematográfico. Sirva como ejemplo la fiesta en la mansión del personaje de Antonio Banderas en la que no sólo encontramos la famosa destrucción vía sala de montaje de la participación de actores con cierto renombre en el film (Jason Clarke tiene tres líneas de diálogo mal contadas, Ryan O'Neill ninguna y si alguien consigue ubicar a Joel Kinnaman merece un premio al mejor detective del año) sino también un voluminoso número de figurantes que miran con un desprejuiciado descaro a la cámara. Supongo que Malick apelará al naturalismo, la inmediatez y espontaneidad para justificarse, pero lo que su objetivo transmite es una notable sensación de dejadez, descuido y poca profesionalidad por su parte.




Knight of Cups aborda muchas de las señas de identidad de Malick como autor y las mismas son las que vertebran el relato de principio a fin. El amor, la fe, el perdón, la redención, la pérdida o la angustia existencial, todas ideas planteadas a lo largo del metraje sin que ninguna de ellas reciba una respuestas por parte del cineasta, algo que por otro lado le honra. Pero al estar Malick tan ensimismado con la apariencia de su relato el esqueleto que debería sustentarlo es de una endeblez alarmante, un fino hilo cuyo desarrollo podía haberse escrito fácilmente en una servilleta de papel y en el que el director se entrega a los prostituibles brazos de la divagación, la incosistencia narrativa o la retórica farragosa y mal entendida. Desde esta perspectiva Knight of Cups cae en las mismas trampas que To the Wonder, pero a Malick no parece importarle un ápice, porque si algo transmite su penúltimo trabajo es la total implicación y fe ciega de su autor en el material que está manejando sin interesarle otra cosa que saciar su propio ego.




Por un lado me alegra profundamente que Terrence Malick sea uno de los pocos verdaderos autores cinematográficos dentro de Hollywood. Un director que hace el cine que quiere, como quiere y cuando quiere, sin dejarse influenciar por modas, movimientos culturales o los preceptos clásicos de la meca del cine y con el que los actores de más renombre siguen queriendo trabajar porque afirman que es un maestro que ama profundamente su trabajo y visión del séptimo arte. Pero muy a mi pesar yo deno admitir que esta última etapa de la carrera del autor de El Nuevo Mundo no me está dando lo que necesito como espectador y fan de su obra, porque aquello que se vislumbró en El Árbol de la Vida ha quedado en un espejismo, un sueño incumplido que queda reducido al discurso de un profesional del medio con un afán desmesurado por el ombliguismo y la autoindulgencia. Dentro de poco veré Song to Song, su film más reciente y posiblemente última oportunidad que dé al director de Knight of Cups para recuperar ese respaldo por mi parte que a día de hoy ha perdido casi por completo.



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