viernes, 28 de octubre de 2016

Hardcore Henry, adrenalina e inmadurez en primera persona



Título Original Hardcore Henry (2016)
Director Ilya Naishuler
Guión Will Stewart y Ilya Naishuller 
Reparto Sharlto Copley, Danila Kozlovsky, Haley Bennett, Andrei Dementiev, Darya Charusha, Svetlana Ustinova, Oleg Poddubnyy, Cyrus Arnold, Ilya Naishuller, Will Stewart, Jack Hahn, Jake Karlen, Tim Roth





El actual cine ruso está conociendo una nueva etapa de bonanza en lo referido a dar salida internacional al género de acción que allí se cultiva para hacer carrera lejos de su país de origen. Dentro de esta nueva ola de films de evasión que buscan (y en ocasiones consiguen) mirar directamente a los ojos a las superproducciones hollywoodienses es recurrente el nombre del director, productor y guionista Timur Berkmambetov. El realizador de la terrible adaptación de Wanted, el cómic de Mark Millar y J,G. Jones editado por el sello Top Cow fundado por el dibujante Marc Silvestri, o de uno de los mayores fracasos de taquilla del 2016 (el, como no, innecesario remake de Ben-Hur) se dio a conocer a nivel mundial con el díptico Guardianes de la Noche/Guardianes del Día. Con una estética recargada, de un esteticismo cutre y chabacano que convertían ambos films en dos insoportables videoclips de grindcore Berkmambetov consiguió con esta saga un éxito con pocos precedentes en el cine comercial ruso. A su llegada a Hollywood rodó films como los que hemos mencionado previamente u otros como Abraham Lincoln Cazavampiros, pero no dejó de poner la mirada en el celuloide de su nación y decidió también ejercer labores de productor para impulsar distinto tipo de largometrajes y con ello ayudar a jóvenes cineastas que querían hacerse un hueco en este nuevo resurgir del cine de acción que insufla pujante vida comercial a la producción fílmica del país ruso. Hardcore Henry, la cinta que nos ocupa en esta entrada, es una de esas producciones apadrinadas por Timur Berkmambetov y posiblemente una de las más exitosas ya que en poco menos de un año se ha convertido en una pieza de culto para no pocos fans que han visto en el film escrito y dirigido por Ilya Naishuller una obra tan arriesgada en lo formal como paradójicamente comercial en lo argumental.




El origen de un proyecto como Hardcore Henry es un videoclip para el grupo de rock Biting Elbows de poco menos de cinco minutos llamado Bad Motherfucker con el que el director Ilya Naishuller (también miembro de la banda) narra la escapada de un hombre secuestrado por una organización criminal con la peculiaridad de estar narrada en plano subjetivo, o lo que es lo mismo, el espectador se convierte en el protagonista de la velada. Dos peculiares productores quedaron gratamente sorprendidos por dicho video musical, uno es el ya mencionado Timur Berkmambetov y el otro Sharlto Copley, el actor sudafricano conocido por intervenir en los films de su colaborador y amigo el cineasta Neil Blomkamp (Distrito 9, Elysium, Chappie) y por ofrecer sus servicios a producciones hollywoodienses como El Equipo A, Maléfica o la adaptación televisiva del cómic Powers ideado por el guionista Brian Michael Bendis y el dibujante Michael Avon Oeming. Esta peculiar pareja de “inversores” ofrecieron a Ilya Naishuller la posibilidad de adaptar su videoclip a largometraje con una premisa muy parecida a la de aquellos espídicos cinco minutos pero con una argumento algo más consistente detrás de la historia. El resultado es esta Hardcore Henry que nos ocupa, un producto tan eficiente, entretenido y espídico como redundante, chabacano y efectista. En las siguientes líneas vamos a intentar enumerar tanto los fallos como las virtudes de esta producción rusa que ha llegado a nuestro país tarde, mal y con una promoción nula, algo a lo que volveremos más tarde para hablar de la naturaleza del film como obra cinematográfica de género(s).




Los títulos de crédito con imágenes en primerísimo plano y a cámara superlenta de apuñalamientos, disparos, y puñetazos con todo lujo de detalles hemoglobínicos nos dejan bien claro lo que vamos a encontrarnos con Hardcore Henry, un desfile de violencia explícita y gratuita, adrenalina en vena, acción aparatosa y desenfrenada, uso sexista de la imagen de la mujer y todo sin dar un momento de calma a la platea. El largometraje de Ilya Naishuller es lo más parecido a vivir en primera persona una de las dos entregas de la saga Crank protagonizada por Jason Statham, y de hecho no sólo quedan ahí los paralelismos con el cine de los directores estadounidenses Mark Neveldine y Brian Taylor, ya que tanto el uso como leit motiv del tema Under my Skin de Cole Porter (desembocando su utilización en una peculiar escena musical) como la influencia del mundo del videojuego la emparenten con aquella desquiciada y verhoeveniana Gamer protagonizada por un brutal Gerard Butler y un carismático Michael C. Hall. Porque no eludamos lo evidente, Hardcore Henry es un FPS (First Person Shooter) hecho celuloide, un videojuego de disparos en primera persona (aunque la implicación del espectador con la película sería la de estar viendo a otra persona jugar una partida) que cumplirá los sueños húmedos de más jugadores de videoconsola que aficionados al séptimo arte, aunque es evidente que estos últimos también podrán disfrutar del proyecto debido a sus no pocos hallazgos visuales y estéticos que realmente son los únicos que pueden ofrecer algo verdaderamente remarcable en una producción como la que nos ocupa entregada en todo momento a los brazos de la vacuidad.




Aunque por motivos lógicos es más elaborado que el del videoclip que le sirve como base el argumento de la película de Ilya Naishuller podría escribirse en un post it. El largometraje está protagonizado por el Henry del título, un desconocido que despierta en un laboratorio donde un grupo de científicos comandados por Estelle (Haley Bennett), su mujer, le han implantado partes cibernéticas a su cuerpo sin tener él recuerdos de tales hechos o su vida pasada. Seguidamente un grupo de mafiosos rusos liderados por un misterioso personaje con poderes psíquicos llamado Akan (Danila Kozlovsky) secuestran a Estelle y persiguen a Henry a lo largo y ancho de toda Rusia recibiendo este la única ayuda de un peculiar personaje llamado Jimmy (Sharlto Copley) que le ayudará a vencer a los criminales que le dan caza y con ello rescatar a su esposa. Esta persecución en sesión continua en la que se ve implicado Henry es el único hilo narrativo que bascula la trama y como podemos ver a la media hora de metraje la misma se fagocita y autoconsume hasta entregarse a la reiteración y la redundancia, pero por suerte el guionista y director sabe dar un ritmo frenético a la propuesta por medio del uso y abuso de localizaciones o lo que es lo mismo, las distintas “fases del videojuego”, las secuencias de acción en cascada y la variedad en cuanto a los personajes que proporciona el rol del protagonista de Distrito 9 y sus “personalidades” que son lo mejor del reparto.




Hardcore Henry apela a la persecución continua, al tiroteo cada diez segundos, a las peleas a puño cerrado cada quince, todo es un desfile de pólvora, explosiones, sangre, ruido y furia que no contiene nada en su interior, pero que depositando en los hombros del enorme esfuerzo físico de su actor protagonista en primera persona y en unos efectos especiales que ayudan a potenciar exponencialmente todas y cada una de las secuencias de acción que la pantalla vomita sin dar tregua al espectador con una mezcolanza de thriller frenético, cinta de mafiosos, muestra de trasnochado cyberpunk y algunos toques de ciencia ficción pasada de rosca consigue mantener (casi) siempre el interés del que visiona. Ilya Naishuller y su co guionista Will Stewart saben que tienen poco o nada que contar y tratan por todos los medios llenar el encuadre de la mayor información visual posible para que la platea no se pare en reparar que no hay historia o, siendo algo benévolos, que la misma no tiene la solidez narrativa necesaria para pasar como un relato con inicio, nudo y desenlace en el sentido más ortodoxo de la palabra. Esta producción de 2015 prefiere, como previamente hemos anotado, parecerse más a un shooter descerebrado y sin miramientos que a un producto cinematográfico, y con esta afirmación no quiere el que esto suscribe desmerecer los elaborados guiones de no pocos arcades, aventuras gráficas o juegos de plataforma que en ocasiones tienen un timing y un desarrollo de personajes más elaborado que el de muchas de las producciones de Hollywood (ahí tenemos los productos diseñados por Hideo Kojima) pero sí que el film de Ilya Naishuller prefiere beber de los de más baja estofa relacionados con los FPS.




El mayor problema nace, como unos párrafos más arriba mencionábamos, en que la idea nace casi vieja y que cuando llevamos media hora de metraje la naturaleza comercialoide del proyecto que tomó como base un videoclip sin más peculiaridad que su punto de vista narrativo y visual se deja notar y su director, conociendo estas limitaciones impuestas por la conceptualidad y el género de su obra, sólo pueda entregarse al “más todavía” encadenando escenas dinámicas, desquiciadas, hipertróficas en las que el artificio y lo superfluo arrancan cualquier atisbo de lógica a la narración, algo que por otro lado un proyecto como Hardcore Henry no busca en absoluto, de hecho lo rechaza de plano. Pero es esa imposibilidad del largometraje de salir del microcosmos que él mismo ha creado el que lo convierte un ejercicio de (tosco) estilo en el que sólo tienen cabida la muerte (posiblemente estemos ante una de las cintas con más defunciones del cine reciente) y la destrucción más aparatosa. Finalmente y cuando parece que a Ilya Naishuller ya no le quedan más balas en el cargador se despide del metraje con un clímax final en el que una orgía de sangre, golpes, cuerpos mutilados, masacrados, volados por los aires y profanados físicamente de mil maneras saturan el encuadre de un horror vacui de caos, locura, insania y salvajismo formal y conceptual que no todo tipo de espectador soportará hasta su cierre, pero que también depara algunos momentos memorables por desfasados y cafres.




Para el que esto firma todavía es un misterio que un producto tan obscenamente comercial como Hardcore Henry que ha funcionado considerablemente en las taquillas de los países en los que se ha estrenado haya sido tan ninguneado en España, llegando aquí más de un año después de su estreno y sólo a tres insignificantes salas a lo largo y ancho de todo el país. Posiblemente sea debido a su personalidad cafre, deshinibida, políticamente incorrecta que se mueve entre el sano descaro y la probocación propia de un quinceañero imberbe, o puede que no, pero el film de Ilya Naishuller va a pasar totalmente desapercibido, para bien o para mal, en nuestra tierra. Lo cierto es que poco importa, este film ruso, esta oda al salvajismo impostado pero cortante ya es considerada una obra de culto, ese tipo de largometraje que apasiona a adolescentes que lo ven compulsivamente y (casi) siempre en compañía para disfrutar del desfile da balas, fuego, carne y sinsentidos puestos en fila india con un Sharlto Copley a modo de anfitrión que parece una mezcla entre el Mortadelo de Francisco Ibáñez y un sketch andante de Monty Python’s Flying Circus y que como obra cinematográfica ni siquiera es del todo original (productos relativamente recientes como Enter the Void, de Gaspar Noé o el remake de Maniac que han ideado Alexandre Aja, Gregory Levasseur y Franck Khalfoun hacían mejor uso del recurso de la narración primera persona) pero sí sabe ofrecer fruición a ritmo de chute lisérgico a todo aquel que, sin ser propenso a marearse con los brutales movimientos de cámara, la vea sin prejuicios y sabiendo a ciencia cierta desde su minuto uno que es una divertida y esquizofrénica estupidez.


sábado, 22 de octubre de 2016

Elle



Título Original Elle (2016)
Director Paul Verhoeven
Guión David Birke, basado en la novela de Philippe Djian
Reparto Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Lucas Prisor, Christian Berkel, Alice Isaaz, Jonas Bloquet, Vimala Pons







Como es uno de mis directores favoritos y creo que es la primera vez que se reseña un estreno suyo como tal en Zona Negativa voy a hacer una pequeña introducción a la vida y milagros de Paul Verhoeven ya que La carrera del cineasta holandés es una de las más peculiares de Europa. Sus comienzos fueron en la televisión de su país con series de aventuras como Floris (en la que coincidió por primera vez con el que se convertiría en su actor fetiche, Rutger Hauer) para más tarde debutar en pantalla grande con Delicias Holandesas (1971), una comedia que se movía entre lo histriónico y lo naif para narrar el día a día de una casa de alterne localizada en el famoso Barrio Rojo de Amsterdan. Pero sería con su siguiente film, Delicias Turcas (1973), con el que comenzaría a labrarse fama de provocador, grosero y chabacano. Aquella revisión nihilista y sexualmente liberada de Love Story que narraba la relación de amor y desenfreno entre unos muy carnales Rutger Hauer y Monique Van De Ven puso a Verhoeven en el punto de mira de la opinión pública, algo que no desaparecería con su siguiente trabajo Katty Tippel (1975), con el mismo dúo de actores y abordando el director una vez más el tema de la prostitución pero localizando la trama a finales del siglo XIX. Eric: Oficial de la Reina (1977) llegó para atenuar la controversia que le perseguía ya que con esta epopeya bélica sobre la amistad, el honor y la traición llegó incluso a los Globos de Oro de aquel año con un gran éxito y una repercusión que por primera vez ponía en el panorama internacional su figura como profesional. Pero sus dos siguientes films Spetters (1980), rebautizada en España terriblemente como ¡Vivir a Tope!), y El Cuarto Hombre (1983) que abordaban con una dureza y explicitud más que notable la juventud holandesa de la época y la obsesión de un escritor homosexual (Jeroen Krabbé, otro de sus actores más recurrentes) con una atractiva “viuda negra” respectivamente terminaron por bombardear la carrera cinematográfica del holandés que se vio en la condición de tener que exiliarse de su país para seguir haciendo cine.




Por aquel entonces nuestro protagonista decidió probar suerte rodando fuera de su país y se embarcó en el proyecto de Los Señores del Acero (Flesh + Blood) (1985) una cinta medieval sucia y bastarda que no escatimaba secuencias truculentas y explícitas para narrar la historia de un grupo de mercenarios que buscaban venganza contra el señor feudal que les había contratado y que a última hora los traicionó. Protagonizada por un Rutger Hauer muy crecido en su ego que ya había rodado en Hollywood productos como Blade Runner y una jovencísima Jennifer Jason Leigh el film supuso una de las peores experiencias del holandés como director debido a la gran cantidad de productores (el film era una producción entre Holanda, España y Estados Unidos) que le presionaron durante el proceso de realización, pero también se reveló como una de las películas que con más fidelidad ha llevado la edad media al séptimo arte, con toda su miseria, podredumbre y visceralidad. De manera todavía indescifrable algún productor de la ya extinta Orion Pictures vio Los Señores del Acero y pensó que este holandés loco sería la elección perfecta para llevar a imágenes un guión escrito por unos desconocidos Ed Neumeier y Michael Miner llamado Robocop. Verhoeven leyó menos de la mitad del guión y lo tiró a la basura, pero su mujer Martine lo recuperó y después de leerlo en su integridad le dijo a su esposo que mirara más allá del género de acción al que se adscribía la historia y vería un trasfondo mucho más interesante de lo que parecía. Finalmente Verheoven terminó el libreto, aceptó el trabajo y el resto es historia.




Robocop (1987), que contenía debajo de su “mitad hombre, mitad máquina… todo policía” una sátira abrasadora sobre la sociedad americana con sus ataques preventivos, capitalismo voraz y consumismo desenfrenado, fue un enorme éxito y a parte de dar pie a una descomunal franquicia en la que cabían secuelas, series de tv, remakes, figuras coleccionables o cómics convirtió a Paul Verhoeven en uno de los directores punteros de Hollywood. La visión distópica de un futuro no muy lejano, la violencia explícita hasta límites obscenos y su control de los resortes narrativos de la ciencia ficción fueron los motivos que incitaron a Arnold Schwarzenegger a pedir a los productores Mario Kassar y Andrew G. Vajna que eligieran a Verhoeven para que dirigiera la adaptación de un relato corto de Philip K. Dick que estaban gestando y que se convirtió en Desafio Total (1990), otro éxito que conseguía trascender de las cintas habituales protagonizadas por el ex gobernador de California para convertirse en una muestra de espionaje intergaláctico brutal y terriblemente divertida. Verhoeven seguía en la cresta de la ola y Kassar y Vajna confiaron en él para llevar a imágenes el que durante mucho tiempo fue el guión más caro de la historia de Hollywood, el de Instinto Básico (1992), escrito por Joe Eszterhas. Una vez más la polémica y el éxito se aunaron para encumbrar al director. Michael Douglas dando vida a un policía autodestructivo, Sharon Stone convirtiéndose en el sueño húmedo de hombres y mujeres de todo el mundo a golpe de cruce de piernas y el mismo Verhoeven resucitaron el thriller erótico y dieron forma a una de las superproducciones más icónicas y taquilleras de los 90.




Después del estreno de Instinto Básico el equipo de productores, guionista y director decidieron volver a trabajar juntos en un salto mortal sin red, crear una película NC-17 (la antigua X que prohibe en las salas americanas el acceso a menores de edad) que no tuviera miedo de su calificación por edades, llegando incluso a celebrarla por medio de desnudos y sexo sin tapujos, el sueño dorado de Verhoeven. Como muchos sabrán estamos hablando de Showgirls (1995), esa versión hardcore de Eva al Desnudo protagonizada por una imposible Elizabeth Berkley (que por otro lado dio todo y más para su papel) acompañada por Gina Gherson y Kyle McLachlan que hacía un retrato grueso, zafio y muy ácido de el mundo de las bailarinas eróticas de Las Vegas. El film fue un fracaso en taquilla y la crítica la hizo pedazos, pero cuando se editó con un descomunal éxito en el antiguo formato VHS comenzó un culto hacia ella que llega hasta nuestros días. Para algunos la peor película de los 90, para otros una obra con mucho más trasfondo del que parece (cuando no es lo uno ni lo otro) lo único que sabemos con certeza es que Showgirls supuso el principio del fin de le etapa americana de un Verhoeven que haciendo un alarde de gran sentido del humor fue a recoger su Razzie al peor director, uno de los siete que ganó el film en su año de estreno. Tras ella la suerte abandonó al holandés, ya que su soberbia adaptación satírica y crítica de la novela Starship Troopers (1997) de Robert A. Heinlein que abrazaba el antimilitarismo y el antimperialismo más lacerante fue recibida como una obra que incomprendida tildada de fascista y glorificadora de la guerra. Tres años después el escaso éxito de su fallida visión de la historia del hombre invisible con El Hombre Sin Sombra (The Hollow Man) (2000) puso el último clavo en el ataud de la carrera estadounidense de verhoeven. El holandés errante volvía a casa.




Después de su salida por la puerta de atrás de Hollywood Verhoeven tardó seis años en ponerse de nuevo detrás de las cámaras. Lo hizo en su país natal y como era de esperar en él con un producto incómodo, 100% hijo de su impronta y abordando un tema complicado como fue el del colaboracionismo de algunos de sus paisanos holandeses con los nazis durante la segunda guerra mundial. El Libro Negro (2006) aunaba todas las virtudes y señas de identidad de su etapa holandesa pero inyectando el sentido del espectáculo y el ritmo propio de su periplo estadounidense convirtiendo esta historia de una matahari holandesa interpretada por una superlativa Carice Van Houten (la famosa Melissandre de Juego de Tronos) en una de sus mejores obras, una genialidad que le mostraba en plena forma y con ganas de volver a hacer cine provocador e inteligentemente malicioso. Tras el fracaso que supuso ese extraño proyecto televisivo llamado Steekspel (2012), una tv movie a modo de mediometraje impulsada por él y realizada en cualquiera de sus apartados por toda aquella persona que quiso implicarse en el proyecto dando forma a un enorme caos, acabamos este paseo por la trayectoria de Paul Verhoeven para llegar a la actualidad y a su último film. Elle supone el primer largometraje en francés del holandés y está protagonizado por Isabelle Huppert entre otros actores originarios del país vecino. Desde su estreno en el pasado festival de Cannes ha sido alabada por la crítica y hace unas semanas llegó a la carteleras españolas con un considerable éxito de taquilla si tenemos en cuenta el reducido número de salas en la que se ha estrenado. Considerada la mejor película de Verhoeven en años un servidor no puede adscribirse al 100% a esta vertiente de pensamiento, pero es ineludible que hablamos de una magnífica cinta con la que el director nacido en Amsterdan vuelve en pleno uso de sus facultades cinematográficas y con sus inquietudes autorales de siempre, aunque con matices.




Basada en la novela “Oh…” del escritor francés de origen armenio Philippe Djian Elle es extrapolada al cine por parte de Paul Verhoeven como un proyecto con el que juega a placer con la perversión de géneros. Por un lado es como si el film pareciera una especie de versión enfermiza de los típicos largometrajes sobre burgueses franceses que la misma Isabelle Huppert protagonizaba para cineastas como el fallecido Claude Chabrol, algo parecido a lo que el austriaco Michael Haneke hizo también con ella en la memorable La Pianista, pero sin que Verhoeven se entregue a la superioridad intelectual con respecto al espectador propia del director de Funny Games. Por otro Elle podría abordarse como una deconstrucción minuciosa de los preceptos narrativos que cimentaron el subgénero rape and revenge si tenemos en cuenta la manera tan peculiar con la que el cineasta holandés y su guionista David Birke (inexplicáblemente habitual de las tv movies americanas y de estrenos directos para los videoclubs) abordan un tema como el de los abusos sexuales y la reacción ante los mismos del personaje principal. Elle sigue los pasos de Michéle (Isabelle Huppert) una empresaria del mundo de los videojuegos que es asaltada y violada en su propia casa por un desconocido encapuchado. Contrariamente a lo que pudiera parecer la mujer no se enfrenta a las secuelas de dicha situación con miedo o resignación, sino que trata de seguir adelante con su vida de una manera normal y sin permitir que el acto violento del que ha sido víctima trascienda demasiado, sobre todo si tenemos en cuenta que cuando era niña fue cómplice de los asesinatos de su padre, un homicida múltiple que a sus más de 70 años de edad sigue cumpliendo condena en la cárcel, pero sí manteniendo en su mente una sola idea, encontrar al violador, que parece ser una persona cercana a su entorno familiar o profesional.




Esta visión mórbida que ofrece Elle permite a Verhoeven incidir en muchos de los temas más recurrentes de su filmografía. La fragilidad del cuerpo humano, la entrega del individuo a sus pulsiones sexuales, la falsa pátina de moralidad en la que se escuda la sociedad occidental, el fanatismo religioso o el nihilismo cortante y seco se dan la mano en esta producción para que el sello de su autor esté en todo momento presente, sobre todo si tenemos en cuenta ese tono de sutil comedia negra que sobrevuela todo el metraje y con el que el holandés desafía al espectador con respecto a hacerle reír con situaciones que en la realidad tendrían poca gracia. Contrariamente a lo que pudiera parecer y sin un proceso gradual en su discurso como si lo experimentara el canadiense David Cronenberg cuando tomó sus preceptos sobre la Nueva Carne y los llevó a un plano psicológico poco a poco en su filmografía con su último film Verhoeven ofrece una vertiente más intelectual, contenida y elegante de sus ideario. El holandés quiere afrontar sus constantes autorales con menos explicitud y grafismo, apelando a la psicología de su personaje protagonista y las reminiscencias freudianas que su manera de afrontar la sexualidad transmiten a la platea con respecto a la represión de la misma o su vertiente sadomasoquista y en ese sentido el proyecto se hace grande, Elle es un perfecto retrato de lo poliédrica que puede ser la mente humana y los recovecos ocultos que la cimentan. El problema es que parece que el director de El Cuarto Hombre parece demasiado atado en corto, evidentemente conociendo el país de producción y su implicación en el proyecto podemos afirmar que esta decisión ha sido tomada de manera voluntaria, pero el que suscribe echa de menos en el largometraje el trazo más grueso y provocador de su creador, el tono más visceral del que Elle carece en favor de una visión más intimista que en ocasiones parace estar a punto de explotar en una enorme escena catárquica al más puro estilo Verhoeven que nunca llega.




Dicha inclinación por la contención en detrimento de su tendencia habitual, desde sus inicios una de sus señas de identidad más características, por la explicitud y la escena impactante no evita que Paul Verhoeven inyecte en Elle su habitual veneno como narrador de historias. Verhoeven utiliza la escena de la agresión sexual de Michéle como un efecto big bang que afectará al pasado y futuro del personaje protagonista y por efecto dominó al de sus familiares y allegados. El director de Eric: Oficial de la Reina utiliza esté catalizador narrativo no sólo para retratar al personaje de Isabelle Huppert y su compleja psicología sino también para ofrecer un fresco desalentador de los burgueses con los que esta se codea en su vida privada y laboral. Verhoeven puebla su fin de adúlteros, pervertidos sexuales, fanáticos religiosos, seres reprimidos, hombres sin personalidad devorados por su vida marital (en distintas vertientes) y añade pinceladas interesantes a este microcosmos con esa empresa que diseño de videojuegos al más puro estilo hentai (imposible no pensar en el anime erótico y de terror Urotsukidôji) ese rol de voyeur que toma el gato cuando asiste impávido y distante a la agresión de su dueña (el felino como representación de la frialdad de Michéle como mujer) o esos múltiples encuentros sexuales en los que se ve implicado el ya mencionado personaje de Isabelle Huppert. Con este caldo de cultivo Verhoeven no deja títere con cabeza y se despacha a gusto con un grupo de personajes tan deleznables, retorcidos o estúpidos poniéndonos en la tesitura de empatizar sólo con su protagonista, que no es precisamente una persona digna de elogio o devoción y cuyo psicoanálisis daría facilmente para una tesis completa dedicada a su persona.




Por suerte Paul Verhoeven cuenta en Elle con la total complicidad de una actriz brillante como la francesa Isabelle Huppert que se deja llevar por el instinto del holandés para abordar uno de los mejores personajes de su carrera. Como previamente hemos mencionado su rol de Michéle podría parecer una más de esas gélidas burguesas parisinas a las que lleva años dando vida, pero es la mirada inquietante, maliciosa y malsana del director de Starship Troopers la que da una nueva y malitencionada visión a dicho rol arquetípico. La protagonista de Gabrielle o Borrachera de Poder sigue el juego a su director y por medio de una contención intachable y una mirada tan distante como abrasadora cuando su sexualidad toma el control de su cuerpo interpreta a una más de esas mujeres verhoevenianas independientes, sexualmente liberadas, hechas a sí mismas, con algo de femme fatales cuyo poder sobre los hombres convierte a estos en meras comparsas, títeres que bailan al son que ellas marcan. Michéle es una mujer rodeada de virilidad tanto en su trabajo como en su casa y mantiene un ferreo control de todo lo relacionado con su vida de manera tan minuciosa que en ocasiones el espectador la percibe como un ser deshumanizado. Gracias al guión de David Birke y la impronta de Verhoeven la actriz se entrega a la ambigüedad, esa misma que no da un origen exacto a su personalidad inquietante y retorcida sin dejarnos claro si aquellos hechos criminales en los que padre la involucró son los que la convirtieron en un ser casi perverso incapaz de empatizar emocionalmente con nadie si no es por medio de la amenaza y la agresión física o si desde su mismo nacimiento llevaba consigo esa pátina masoquista y sádica.




Más cerca de las obsesiones sexuales de El Cuarto Hombre que del artificio de género de Instinto Básico y con uno ojo puesto en Luis Buñuel y el otro en Alfred Hitchocock Paul Verhoeven ejecuta una magnífica pieza cinematográfica con Elle, un producto 100% de su cosecha y efectivo en todos sus apartados. Pero un servidor no ve en ella la maravilla que la prensa especializada y gran parte del público afirma que es, me falta la carnalidad propia de su discurso autoral (el sexo en Elle es aséptico, casi pudoroso, hasta cuando la violencia converge con él, algo impensable en Verhoeven) o su toque de loco desenfrenado que no teme pasarse de la raya porque es capaz de miccionar encima de la misma. Hasta su obra inmediatamente anterior en pantalla grande, la soberbia y ya citada El Libro Negro, recurría a esa obscenidad formal (la sexualidad epidérmica, la violencia de las escenas bélicas, ese baño de mierda en el clímax final) que siempre ha sido su seña de identidad y que no debería perder en favor de cierto aire acomodaticio del que su última pieza hace gala en ocasiones. Aunque lo cierto es que poco más se le puede reprochar a un proyecto tan interesante y atrevido como Elle, repleto de mala baba y humor surrealista (lo del nieto negro, el personaje de la madre en el hospital, todo lo relacionado con la nuera) un film que con mucha osadía Francia ha seleccionada para representar a su cinematografía en la próxima gala de los Oscars. Que suceda es casi imposible, pero sería interesante ver a Paul Verhoeven recoger el premio americano más importante relacionado con el séptimo arte sabiendo que en su etapa americano no hizo otra cosa que volar por los aires la estructura de las producciones de Hollywood inyectándole su insidia europea para reírse de sus constantes narrativas, genéricas y por extensión de la misma sociedad estadounidense a la que nunca se tomó muy en serio. Verhoeven ha vuelto y esperemos que el buen recibimiento de un producto como Elle sirva para que no tarde en volver a ponerse detrás de una cámara para mostrarnos una vez más las inexcrutables debilidades de la carne humana.


lunes, 17 de octubre de 2016

El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares



Título Original Miss Peregrine's Home for Peculiar Children (2016)
Director Tim Burton
Guión Jane Goldman, basado en la novela de Ransom Riggs
Reparto Asa Butterfield, Eva Green, Samuel L. Jackson, Terence Stamp, Judi Dench, Ella Purnell, Allison Janney, Rupert Everett, Kim Dickens, Chris O’Dowd, Finlay MacMillan, Milo Parker, Cameron Greco, O-Lan Jones, Justin Davies, Bomber Hurley-Smith, George Vricos, Andrew Fibkins, Bryson Powers, Jack Fibkins, Hayden Keeler-Stone, Lauren McCrostie




A pocos espectadores se les escapará el hecho de que Tim Burton no está en su mejor momento como cineasta. Desde que decidiera tomar la errática idea de realizar el remake de El Planeta de los Simios en 2001 el autor de Eduardo Manostijeras alternó enormes películas como Big Fish, Sweeney Todd o Frankenweenie con productos que denotaban un considerable desgaste de su talento y una alarmante entrega a la autocomplacencia que nos regaló piezas descafeinadas como Charlie y la Fábrica de Chocolate, Alicia en el País de las Marvillas o Sombras Tenebrosas. Sólo dos años después del estreno de Big Eyes, su biopic de la pintora Margaret Keane que pasó sin pena ni gloria por carteleras de todo el mundo, llega a nuestras pantallas su último proyecto como director (en labores de productor este año también ha estrenado la rudimentaria Alicia A Través del Espejo, secuela de su visión de la obra literaria más célebre del escritor Lewis Carroll para Disney) El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares, adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor norteamericano Ransom Riggs editada en 2011 y que supone la primera entrega de una saga literaria que ya consta de tres entregas, la que toma como base el film que nos ocupa y las posteriores Hollow City y Library of Souls, publicadas en los años 2014 y 2015 respectivamente, todas ellas con un más que notable éxito de ventas. Con esta última incursión en el campo del largometraje Tim Burton consigue en gran parte volver a entregar una muestra reconocible, por méritos propios, como una de sus criaturas y con los suficientes alicientes para considerarla uno de sus largometrajes más competentes de los últimos tiempos, sin bordear en ningún momento la excelencia, pero sí regalando a los espectadores un proyecto que por suerte elude en cierta manera el tono más acomodaticio que exhalaba la mayor parte de la última etapa de su filmografía.




El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares sigue los pasos de Jake (Asa Butterfield) un adolescente que vive con sus padres en Florida y que tras ver morir de manera misteriosa a su abuelo (Terence Stamp) a manos de un monstruo gigantesco cree que dicho acto criminal tiene que ver con las historias que este le contaba sobre un orfanato, localizado en Gales, en el que habitaban niños con dones sobrenaturales llamados “peculiares” en el que supuestamente vivió durante la segunda guerra mundial y que estaba dirigido por Miss Peregrine (Eva Green), una Ymbryne (mujer con la capacidad de convertirse en pájaro y controlar el tiempo). La Doctora Golan (Allison Janney), la psiquiatra que trata a Jake después de este hecho traumático, recomienda a este que viaje a Gales para cerciorarse de que Miss Peregrine y su “hogar para niños peculiares” no existen y sólo son parte de la influencia de la imaginación de su abuelo en su propia mente. Una vez en Gales, país al que viaja con su padre (Chris O’Dowd), Jake localiza el orfanato, pero este se encuentra derruido desde que los nazis lo bombardearan el 3 de Septiembre de 1940. Finalmente nuestro protagonista descubrirá que el orfanato de Miss Peregrine existe, pero sólo en un bucle temporal creado por ella para mantener a los niños a salvo de los “Huecos”, unos monstruos que se alimentan de ojos de Peculiares y que están comandados por el siniestro Barron (Samuel L. Jackson) cuya único misión es encontrar a Miss Peregrine y sus pupilos.




Lo que más llama la atención de un producto como El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares desde su mismo arranque es lo poco “burtoniana” que es en un sentido estilístico, al menos en su primer tercio. Esto que pudiera parecer una cualidad negativa para el largometraje se revela como todo lo contrario, ya que el mismo denota las ganas por parte del cineasta de no entregarse a lo que anteriormente mencionábamos, un diseño de producción que por su barroquismo sea identificativo con su creador mientras este se sienta en la silla de director y deja la historia pasar sin implicarse con la misma. Contrariamente a lo que pudiera parecer es el mismo Tim Burton el que coge una pieza genérica que no parece salida de su mano y por medio de los hechos que tienen lugar en pantalla y la presentación y desarrollo de personajes la convierte en una más de sus criaturas, imprimiendo su sello por medio de la narración, no de una estética que aunque sea indivisible a su impronta autoral hace tiempo que dejó de ser un arma infalible dentro de sus recursos como contador de historias. Por suerte su última incursión detrás de las cámaras denota renovadas ganas por volver a mimetizarse adecuadamente con sus films y con ello ejecutar piezas menos acomodaticias con las que recuperar el favor de un público que nunca le ha dado la espalda, pero que ya no recibe sus obras como si de un acontecimiento único se tratase por culpa de su autocomplacencia.




Una vez el relato toma forma y ya en Gales Jake encuentra a Miss Pregrine y sus niños peculiares Tim Burton despliega toda su imaginería visual y narrativa para darnos a conocer este pequeño microcosmos que ha trasladado de las páginas del libro de Ransom Riggs con la ayuda de la excelente guionista británica Jane Goldman habitual colaboradora del cineasta Matthew Vaughn y experta en trasladar obras literarias (La Mujer de Negro) y del arte secuencial (X-Men: Primera Generación, Kick-Ass, Stardust, Kingsman: Servicio Secreto) al celuloide y que aquí muestra un especial talento para dar solidez a una historia que sólo flaquea relativamente en su media hora final tanto por su labor con el guión como por la de Burton en la realización. Cuando la excelente y carismática Miss Peregrine de Eva Green entra en escena y nos presenta a sus alumnos el último film del director de Sleepy Hollow o Mars Attacks! se convierte en una certera mezcla entre las sagas de X-Men y Harry Potter, mostrando un pequeño mundo de fantasía en el que acabaremos enamorándonos de no pocos de los personajes que lo pueblan. Burton y su equipo técnico se dedican considerablemente no sólo a que los inusuales dones de los niños peculiares que dan título al film sean llamativos en pantalla, sino también a que sus sencillas personalidades causen simpatía en un espectador entregado a la causa.




Todo el discurrir de la trama es eficiente, los personajes se antojan cercanos y los secundarios puramente burtonianos se hacen con la velada. Podemos ver en esta isla anclada en el tiempo al autor de Eduardo Manostijeras (esos arbustos con formas de animales) al de Ed Wood (el proyector de sueños de Horace) o Big Fish (la relación entre Jake y Emma) y como previamente hemos apuntado la cabeza pensante detrás del proyecto trata de no ser un objeto pasivo en el set de rodaje imprimiendo su sello más allá del apartado visual. Pero por desgracia no todo son buenas noticias con El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares y algunas máculas, no muy graves, debemos mencionar para hacer honor a la verdad. Como ya hemos afirmado, Burton y Goldman pierden el control de la máquina en la recta final, ya que cuando comienza la “misión rescate” los acontecimientos empiezan a sucederse de manera algo forzosa y la justificación de varios de los actos que los personajes llevan a cabo en esta parte del metraje en no pocas ocasiones se antojan peregrinos o poco convincentes. Por otro lado este caos recibe también cierta sobredosis de CGI que hasta ese momento se había dosificado de buena manera en la película y ahí es donde se hacen patentes las carencias de dichos efectos digitales sobre todo en lo que respecta a los Huecos y su más bien pobre diseño. Como criaturas peligrosas y deshumanizadas funcionan a la hora de tomar el rol de amenazas, pero por desgracia no hay un sólo momento en el que los veamos en pantalla y no seamos conscientes de que lo que estamos observando son una creación hecha de pixeles y esto resta algo de fisicidad al conjunto de la obra.




En una época en la que su carrera como cineasta no está viviendo su mejor momento es agradable encontrar en la filmografía de Tim Burton una obra como El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares con la que el creador de Pesadilla Antes de Navidad o Batman Vuelve recupera parte de su añorado punch. Su último trabajo detrás de las cámaras es una pieza agradable, hecha para satisfacer a distinto tipo de espectadores (sin importar su edad) que destila elegancia y cariño por sus personajes y en la que deslumbra su apartado técnico, el diseño de producción, un reparto muy ajustado comandado por un Eva Green ya totalmente asentada en el universo Burton y del que sólo podemos quejarnos en cuanto a lo poco aprovechado que está Barron, un villano bastante pobre que sólo el carisma sin fin de Samuel L. Jackson salva de la quema. Con un proyecto que en principio no parece salido de su ideario (hasta Danny Elfman está ausente en la banda sonora) Tim Burton recupera gran parte de nuestro interés dejando un buen sabor de boca y recordándonos con algunos pasajes memorables (el primer reinicio del día, el viaje de Jake y Emma al interior del barco abandonado) el gran “cuentacuentos” que fue en años pretéritos y que puede volver a ser si no se entrega a la dejadez. El único problema de esta último film es que su naturaleza como obra inicial de una posible futura saga cinematográfica podría confirmar lo que Alicia a Través del Espejo nos hizo sospechar, la posibilidad de que Burton comience centrarse en su labor de productor y deje de ponerse detrás de las cámaras, algo que esperemos no suceda hasta que se le agoten las fuerzas, independientemente del resultado de su últimos films el mundo del cine sin Tim Burton no sería el mismo.


sábado, 15 de octubre de 2016

Un Monstruo Viene a Verme



Título Original A Monster Calls (2016)
Director J.A. Bayona
Guión Patrick Ness, basado en su propia novela
Reparto Lewis MacDougall, Sigourney Weaver, Felicity Jones, Liam Neeson, Toby Kebbell, Geraldine Chaplin, James Melville, Garry Marriott, Joe Curtis, Kai Arnthal, Max Gabbay




Con sólo tres largometrajes Juan Antonio Bayona se ha convertido en uno de nuestros cineastas más internacionales. Procedente del mundo del videoclip y el cortometraje, el catalán debutó en el mundo del largo con El Orfanato en 2007, una mezcla entre terror y drama con una soberbia Belén Rueda como sufrida protagonista que sin inventar nada (los ecos a Supense, Al Final de la Escalera o su compatriota Los Otros, eran claras) conseguía hacer buen uso de los resortes narrativos de ambos géneros. Cinco años después dio el salto internacional (aunque en una producción que seguía siendo española, con la asociación de Apaches Entertainment y Telecinco Cinema) con Lo Imposible, un film basado en hechos reales que narraba la supervivencia de una familia al famoso Tsunami que arrasó Tailandia en 2004 y que tenía como protagonistas principales a Ewan McGregor, Naomi Watts y Tom Holland, el actual Spiderman de Marvel Studios, un excelente trabajo en todos sus apartados que sólo pecaba por entregarse en demasiadas ocasiones a cierta pornografía sentimental. Después de rodar algunos episodios para series americanas como Penny Dreadful y un cortometraje documental llamado 9 Días en Haití J.A. Bayona vuelve a la pantalla grande con un proyecto en el que se embarcó después de caerse como director de la secuela de Guerra Mundial Z. Este último film titulado Un Monstruo Viene a Verme (A Monster Calls en inglés) es una adaptación de la novela homónima escrita por el periodista y novelista Patrick Ness que en esta ocasión se ocupa también del guión de la obra. El último proyecto de Bayona detrás de las cámaras no sólo es su obra más redonda, sino también para el que suscribe el mejor film de lo que llevamos de 2016. Un triunfo total al que pocos fallos se le pueden achacar.




Un Monstruo Viene a Verme cuenta la historia de Conor (Lewis MacDougall) un chico de doce años, hijo de padres separados, que a parte de sufrir los abusos de algunos compañeros de clase tiene que asumir la enfermedad de su madre (Felicity Jones) que padece cáncer, la autoridad de su estricta abuela (Sigourney Weaver) que trata de hacerse cargo de él ante la ausencia de su progenitora mientras permanece en el hospital y la llegada de su padre (Toby Kebbell) tras conocer el delicado estado de salud de su ex mujer. Una noche Conor recibe en su dormitorio la visita de un enorme monstruo (Liam Neeson) en forma de un árbol de grandes proporciones que según sus propias palabras le contará tres historias tras las cuales él finalmente podrá verse en situación de narrar una cuarta que tendrá que ver con su vida y sus actuales miedos. Este es el argumento de Un Monstruo Viene a Verme, sacado de la novela de Patrick Ness, y en poco se aleja de la temática literaria de autores adscritos al género fantástico como Michael Ende o Terry Pratchet o a cineastas como el norteamericano Terry Gilliam que con obras como Héroes del Tiempo (Time Bandits), Brazil o El Imaginario del Doctor Parnassus se ha convertido con los años en uno de los cineastas que con más pericia a abordado la idea de huir de la cruda realidad por medio de la imaginación o la locura.




Un servidor tenía buenas vibraciones con respecto a este proyecto, no sólo por la sobrada soltura de Bayona como cineasta, sino también porque hace unos años vi en televisión un cortometraje rodado por él en el año 2002 titulado El Hombre Esponja que abordada con acierto una mezcla genérica entre fantasía y drama con un argumento muy parecido al de esta Un Monstruo Viene a Verme de la que fácilmente pudo haber sido el germen. El resultado de su último largometraje es sencillamente brillante y la sublimación de la quintaesencialidad del estilo Bayona, una propensión por amalgamar cine de género (terror, catástrofes, fantasía) con el drama, aunque cometiendo algún fallo con este último ya habitual en su impronta, par dar forma a la última entrega de lo que se ha conocido como la trilogía de las relaciones maternofiliales que empezó con su debut detrás de las cámaras y acaba con el proyecto que nos ocupa. El catalán consigue fusionar con una pericia magistral las dos vertientes de la obra, permitiendo no sólo que el realismo no chirríe a la hora de convivir con la fantasía, sino también creando una sólida armonía entre ambas que se solidifica en el relato desde la primera (y soberbia) aparición del Monstruo y no desaparece hasta el último plano que cierra la obra.




Esta convergencia entre distintos géneros se revela de una construcción narrativa impecable cuando descubrimos que las apariciones del Monstruo sirven para que el drama que vertebra la historia central se desarrolle gradualmente y vaya ganando profundidad emocional. Esto confirma que el sustrato fantástico de la obra se cohesiona de tal manera con el real que si elimináramos el sentido de la metáfora y la simbología de la narración y la relación de la criatura con Conor se redujera a sus propios pensamientos sin ser metabolizados en pantalla en la forma de la enorme figura con apariencia de tejo a la que pone rostro (por medio de la captura de movimiento) y voz Liam Neeson el film podría haber sido un drama sobre el miedo y la madurez que hubiera fluido sin ningún problema, pero Bayona y su guionista rizan el rizo y cogen todos los problemas emocionales del personaje principal para amalgamarlos en una representación física descomunal, visualmente epatante y ejecutada con un sabio uso de unos efectos CGI que convierten al Monstruo en un ser palpable, cercano, tan intmidante como tierno. La presencia del Monstruo no sólo tiene una coherencia desarmante dentro del conjunto de la obra cinematográfica, también es expuesta en pantalla como un prodigio estilístico que se extiende por toda la imaginería que le rodea, ya que pasajes como los de las dos historias animadas sobre la Bruja y el Boticario (dos pequeñas obras de arte dentro de la película) el del ataque de ira en el comedor del colegio (esos dos puños cerrándose a la vez como si fueran uno solo) o la destrucción de la casa de párroco en la que Conor y el Monstruo casi se mimetizan en una misma figura pueden considerarse algunos de los mejores momentos cinematográficos del presente 2016.




Otra de las mayores virtudes de J.A. Bayona desde sus inicios en el mundo del cortometraje es su habilidad como director de actores, sacando lo mejor de los intérpretes que protagonizan sus obras cinematográficas, sobre todo en lo que a las actrices se refiere, ya que sólo tenemos que recordar las enormes labores de Belén Rueda y Naomi Watts en El Orfanato y Lo Imposible respectivamente para confirmar el especial tacto del catalán para trabajar conjuntamente con sus repartos. Un Monstruo Viene a Verme corrobora esta teoría con la enorme labor de un cast implicado en el proyecto y en el que todos saben driblar con un relato de un dramatismo más que notable que ellos resuelven con nota. Los primeros pasos en el largometraje de Lewis MacDougall son poco prometedores, cierta bisoñez y su inexpresividad juegan en su contra, pero poco a poco va haciéndose con su rol cuando el drama se va apoderando del desarrollo de acontecimientos y se empiezan a plantear desde el guión interesantes apuntes sobre el Bullying, la fe o las falsas apariencias que a veces proyectan las personas que nos rodean. Felicity Jones es el personaje más complicado de la película, no sólo por ser el núcleo central del devenir de la misma sino porque indebidamente abordado puede dar pie a lo lacrimógeno y tremendista, y aunque la protagonista de La Teoría del Todo o la próxima Star Wars: Rouge One hace una excelente labor Bayona utiliza en ocasiones su desgracia para adentrarse en cierto sensacionalismo emocional como también sucedió en su film anterior, aunque todo esté justificado en un sentido narrativo. Sigourney Weaver aporta señorío y veteranía a su papel de estricta pero justa abuela y Toby Kebbel queda un poco por debajo de sus compañeros como el padre de Conor, haciendo bien su labor, pero siendo eclipsado por el resto del reparto.




Antes de embarcarse en la mastodóntica secuela de Jurassic World que Steven Spielberg va a poner a su disposición con todos los medios propios de una superproducción hollywoodiense J.A. Bayona ha firmado la que es a día de hoy su mejor película como cineasta. Recomiendo olvidar la machacona e insoportable publicidad que Mediaset ha hecho de la obra, porque la adaptación que el español ha elaborado de la novela homónima de Patrick Neeson, con la inestimable ayuda de este al guión, no sólo merece totalmente la pena, es que para el que suscribe es la película más redonda y atractiva del 2016, no sólo por lo bien que está ejecutada en todos sus apartados, sino también por abordar una temática que siempre ha sido una de mis debilidades, la de una aterradora realidad que devora a los soñadores. El director de Lo Imposible ha querido realizar su El Laberinto del Fauno, y aunque no llega a los niveles de excelencia de la incotestable obra maestra del mexicano Guillermo del Toro (de cuya obra Un Monstruo Viene a Verme bebe en no pocas ocasiones) ha diseñado una pequeña joya en la que sus virtudes como narrador (una puesta en escena apabullante, una dirección de actores envidiable, un control ferreo de las altas tecnologías para que estas siempre estén al servicio de la historia y no al revés) solapan a su fallos (esa inclinación por el tremendismo dramático con el que incitar al espectador a soltar la lágrima de rigor) para ofrecer a la platea un efectivo manual para afrontar (que no vencer) sentimientos como el miedo, la culpa o la pérdida. En el proceso nos deja por el camino un puñado de imágenes y diálogos para la estantería del recuerdo y la idea de que muchos espectadores nunca volveremos a quedarnos indiferentes cuando un reloj marque las 12:07 horas de la madrugada.



viernes, 7 de octubre de 2016

El Hombre de las Mil Caras



Título Original El Hombre de las Mil Caras (2016)
Director Alberto Rodríguez
Guión Rafael Cobos y Alberto Rodríguez, basado en el libro de Manuel Cerdá
Reparto Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Emilio Gutiérrez Caba, Luis Callejo, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc




Después del enorme éxito de aquel superlativo thriller policíaco a los pies de las marismas del Guadalquivir llamado La Isla Mínima con el que tomó el pulso a la España de la transición el cineasta andaluz Alberto Rodríguez vuelve a ponerse detrás de las cámaras con El Hombre de las Mil Caras, su último trabajo con el que una vez más ejerce de cronista de la historia reciente de nuestro país como lo hizo en la ya mencionada cinta protagonizada por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo o la potente Grupo 7, el largometraje que le hizo despegar definitivamente como uno de los mejores directores del celuloide hablado en español. Con su última producción el sevillano aborda la controvertida y escurridiza figura de Francisco Paesa, un agente de los servicios secretos españoles que durante la primera mitad de los años 90 se vio implicado en la huida, ocultación y posterior detención de Luis Roldán, director general de la Guardia Civil que durante el mandato de Felipe González fue acusado de cohecho y malversación de fondos del estado y condenado a treinta años de cárcel. El largometraje de Alberto Rodríguez se basa en el libro Paesa: El Espía de las Mil Caras, escrito por el periodista Manuel Cerdán y está centrado principalmente en el ya mencionado Caso Roldán y la repercusión internacional que este tuvo en su momento. Con un pulso ferreo en la dirección, un guión de una solidez intachable que bascula entre varios géneros y un reparto sobresaliente con un grupo de protagonistas en estado de gracia El Hombre de las Mil Caras se revela como una de las propuestas españolas más interesantes de un 2016 que está dándonos muchas alegarías en forma de celoluide patrio.





Para disfrutar adecuadamente de un producto como el último largometraje de Alberto Rodríguez es conveniente, en la medida de lo posible, no compararlo con su trabajo inmediatamente anterior detrás de las cámaras. El Hombre de las Mil Caras no es La Isla Mínima, ni es su intención serlo o necesitarlo, no lo es en sus intenciones, construcción narrativa, tono o ejecución técnica. El acercamiento a la figura de Francisco Paesa del director de la también reivindicable y generacional 7 Vírgenes se vertebra como el celuloide de espionaje internacional con sus escuchas encubiertas, dobles juegos, traiciones y engaños, pero el cineasta sevillano y su habitual co guionista Rafael Cobos saben inyectar al relato una pátina de fino humor que en no pocas ocasiones nos pondrá los pies en la tierra para afirmarnos que hasta en el mundo de los agentes dobles y la seguridad nacional “Spain is different” y la caspa propia de nuestro entorno social y político es ineludible, no ya sólo gracias al acertado retrato que se hace de algunos de los protagonistas, sino también a la hora de exponer en pantalla la ineptitud de los servicios de inteligencia de las grandes potencias que creían conocer el paradero del ínclito Luis Roldán en países tan distintos como Estados Unidos o Venezuela cuando nunca abandonó París tras su huida de España.




Con una scorsesiana voz en off, que siempre se mostrará didactica pero nunca discursiva, por parte de Jesús Camoes, el piloto de Iberia que era amigo íntimo y colaborador de Francisco Paesa al que da vida José Coronado, desde su mismo arranque El Hombre de las Mil Caras sitúa al espectador en su localización espaciotemporal para conocer de primera mano cómo era la España a la que engañó nuestro inefable protagonista. Alberto Rodríguez consigue un retrato soberesaliente de nuestro país durante los 80 y 90 y con ayuda de Rafael Cobos va tejiendo una intrincada trama al más puro estilo Alan J. Pakula o Sidney Pollack con la que nos irá presentando a las piezas de ajedrez con la que jugará su extensa partida. Una vez asentada la historia la narración por parte de Camoes se va espaciando cada vez más y es la misma historia, ya solidificada por medio de la escritura y la puesta en escena, la que habla por sí sola. Rodríguez sabe aunar con pericia intachable la facilitación de copiosa información al espectador para conocer los hechos que el largometraje dramatiza sin que este se sienta saturado o asediado por datos y un trabajo en la dirección acerado en el que nada sobra o se echa en falta gracias al pulso del sevillano con el que sabe medir los tiempos, tensar el suspense en las escenas más dinámicas y dejar reposar los encuadres cuando son sus actores los que llevan el peso del relato sobre sus hombros.




Ya desde los tiempos de sus primeros trabajos junto a su amigo Santi Amodeo (El Factor Pilgrim) Alberto Rodríguez mostró un especial talento no sólo para sacar lo mejor de sus actores, sino también para rodearse de intérpretes con mucho talento independientemente de su edad. Ahí están los Manuel Morón y Jimmy Roca de El Traje, los Juan José Ballesta y Jesús Carroza de 7 Vírgenes o los ya mencionados Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez de La Isla Mínima para dar fe de ello. El Hombre de las Mil Caras no es una excepción y una vez más el realizador de After sabe llevar por el buen camino a un reparto que ejecuta su trabajo con una profesionalidad intachable. Sí, Eduard Fernández no es sólo uno de nuestros mejores actores, también ganó merecidamente esa concha de plata al mejor intérprete masculino en el recientemente finiquitado festival de San Sebastián por su enorme labor dando vida a un Francisco Paesa que el catalán saber mover entre la inteligencia y la suspicacia o el patetismo y la mezquindad. Al actor de Fausto 5.0 o Alatriste le cubren las espaldas un José Coronado que mejora con los años aunque en esta ocasión casi hace de sí mismo, una Marta Etura magnífica como siempre y en roles más pequeños, pero de capital importancia, unos sobradamente creibles Emilio Gutiérrez Caba y Luis Callejo, este último dando vida a un papel complicado (el del ex ministro de Interior y Justicia Juan Antonio Belloch que no queda nada bien parado en el film) y para colmo teniendo que luchar con unos postizos capilares terribles.




Pero si hay que destacar a alguien del excelente reparto en opinión del que esto suscribe es a Carlos Santos dando vida al huidizo Luis Roldán. Los que conozcan al murciano sólo por dar vida al torpe agente de policía José Luis Povedilla en la serie de televisión Los Hombres de Paco desconocerán lo que algunos ya descubrimos en su excelente papel de actor que pierde todo su compromiso social como artista cuando empieza a temer por su integridad física de la magnífica También la Lluvia, de Iciar Bollaín, que es un excelente intérprete con una gran cantidad de registros, los mismos que le permiten en esta ocasión dar vida con una fidelidad pasmosa al ex director general de la Guardia Civil, ofreciendo un personaje del que llegamos a compadecernos tras meterse en una situación que le supera por todos lados y de la que sale escaldado y totalmente engañado por un buitre como Paesa cuya codicia supera a la suya. Pasajes como el del balcón, el de la música clásica con Bach/Händel en el coche, el de los pendientes como regalo para su mujer o su arrebato inconsciente al salir sin previo aviso de su automóvil durante la negociación de Paesa con los ingleses dan buena muestra de lo mimetizado que estuvo Santos con su criatura durante el rodaje de la película. Los gestos, el tono de voz, esos “correcto” que espeta regularmente, su tendencia a transpirar en exceso o su obsesión con que no fumen en su presencia permiten al intérprete de Mataharis o Fuga de Cerebros ofrecer todo un recital que debería ser reconocido en la próxima gala de los Goya.




El Hombre de las Mil Caras es la prueba definitiva que nos confirma a Alberto Rodríguez como uno de nuestros cineastas más talentosos y consolidados. Por medio de figuras como la de Francisco Paesa y Luis Roldán el director sevillano realiza un fresco de nuestro país que deja claro que la corrupción no nació ayer, ya que parece adherida al ADN español desde tiempos inmemoriales. Gracias a unos apartados técnico y artístico de nota y unos medios totalmente aprovechados para dar empaque al conjunto de la obra la última cinta de este analista del lado más pútrido de nuestras sociedad se suma a la lista de producciones patrias que han hecho del 2016 una temporada muy a tener en cuenta con respecto al celuloide hecho aquí y que todavía nos guarda alguna que otra sorpresa como esa Que Dios Nos Perdone, dirigida por Rodrigo Sorogoyen y protagonizada por Antonio de la Torre o Roberto Álamo entre otros, que guarda en común con el largometraje que nos ocupa no sólo haber compartido proyección en el festival de San Sebastián y las alabanzas de la crítica, sino también el hecho de abordar un contexto real (la visita de Benedicto XVI a España en 2011) aunque en esta ocasión para narrar un thriller de ficción con asesino en serie. Con respecto a El Hombre de las Mil Caras el que esto firma sólo puede recomendarla encarecidamente como una de las propuestas más estimulantes de la actual cartelera, un tipo de celuloide que aúna con mucho oficio entretenimiento de calidad y sátira incisiva con el que se retrata a un perdedor que aprovechándose de un golpe de suerte y su talento para el engaño pudo reírse de todo un país, algo que, por desgracia, sigue a la orden del día en España.


miércoles, 5 de octubre de 2016

31, welcome to the freakshow



Título Original 31 (2016)
Director Rob Zombie
Guión Rob Zombie
Reparto Richard BrakeElizabeth Daily, Malcolm McDowell, Torsten Voges, Daniel Roebuck, Sheri Moon Zombie, Meg Foster, Lawrence Hilton-Jacobs, Devin Sidell, Judy Geeson, Ginger Lynn, David Ury, Esperanza America




Después del radical giro que suspuso para su discurso autoral aquella satánica y onírica The Lords of Salem que nos mostró su cara más personal y despojada de filtros el cineasta y músico Rob Zombie vuelve a las carteleras con su nueva producción cinematográfica. Presentada con un recibimiento más bien negativo en el Festival de Sundance del pasado año, teniendo problemas con la MPAA para evitar la temida calificación NC-17 por culpa de su violencia explícita y con un reparto repleto de algunos de sus habituales actores fetiche 31 vuelve a las raíces de los primeros trabajos del creador de The Haunted World of El Superbeasto y, por desgracia, el resultado es su largometraje más deficiente, un producto que no parece haber sido ejecutado por el ex cantante de White Zombie por culpa de una autocomplacencia impostada con la que trata de ganarse de nuevo el favor de sus fans y con el que le ha salido el tiro totalmente por la culata debido distintos motivos que pasaremos a enumerar en esta entrada.




En víspera de la noche de Halloween del año 1975 un grupo de cinco trabajadores de una feria local son secuestrados por unos misteriosos personajes que los llevan a un recinto secreto llamado Murder World, regido por un grupo de extravagentes burgueses, donde participarán en un sádico juego llamado 31 que consta en sobrevivir durante doce horas en dicha localización siendo acosados por un grupo de asesinos disfrazados que tratarán de ir dándoles muerte uno a uno. Esta es la trama de 31 y la misma nos confirma que Rob Zombie no ha querido arriesgarse más después de la polémica y polarización de opiniones a las que dio lugar The Lords of Salem, de modo que decide entregarse a un back to basics de manual con el que ofrecer un producto que se adscriba al tipo de celuloide que cultivó con éxito en La Casa de los 1000 Cadáveres o Los Renegados del Diablo. El problema es que 31 se queda a medio gas en todos los sentidos y su ejecución como pieza cinematográfica se antoja en casi todo momento errática y previsible hasta el sonrojo.




31 es un slasher del montón, mundano y rudimentario, pero de un cineasta como Rob Zombie, que ha ofrecido una visión posmodernista del cine de terror de los años 70 que cultivaron por aquel entonces autores como el Tobe Hooper de La Matanza de Texas o el Wes Craven de La Última Casa a la Izquierda o Las Colinas Tienen Ojos, se espera mucho más que eso. En su última cinta el director de Halloween: El Origen trata de satisfacer a la rama dura de sus seguidores, aquellos que renegaron del tono herético y sobrenatural de The Lords of Salem, pero lo hace aplicando la ley del mínimo esfuerzo en todos sus apartados. 31 es una cinta que contiene muchas de las señas de identidad estilísticas y narrativas del estilo Rob Zombie, pero todas ellas están mezcladas con una desgana y ausencia total de originalidad o inventiva que acentúan la más que probable idea de que su responsable la  abordó con el piloto automático puesto durante todo su proceso de creación. Por culpa de estos y otros factores el resultado es una producción fallida e insatisfactoria hasta para los que seguimos su filmografía desde los inicios de la misma.





Lo más desconcertante de 31 es que su trailer apuntaba a que íbamos a encontrarnos con otra de esas piezas cinematográficas con las que Rob Zombie pervierte los resortes narrativos y conceptuales del cine de terror en general y el slasher en particular. Esas imágenes de Doom-Head golpeándose la cara para "ponerse a tono" antes de intervenir en 31 y con ello dar muerte a los concursantes de dicho juego, la estética feista y sanguinolenta o algunos planos de violencia explícita prometedores nos hacía pensar que lo último del autor de Hellbilly Deluxe iba a volver a dispararnos la adrenalina con una pieza deudora de Los Renegados del Diablo, en cambio el resultado no se diferencia en demasía de las innumerables secuelas de Saw pero con el añadido del diseño de producción propio de Zombie repleto de estética setentera, parafernalia nazi con aroma a pulp o ciercense llevada al extremo de morbidez. Pero todo es una mascarada, en su interior el largometraje es un sinsentido caótico y anticarismático con el que su autor ha intentado ir a lo seguro y ha fracasado a la hora de reconciliarse con la platea.




Como previamente hemos apuntado el proyecto prometía desde sus gestación, al menos para recuperar el tono más salvaje de su autor, pero después de ese interesante monólogo del personaje de Richard Brake a cámara que parece presagiar a un Rob Zombie a la máxima potencia lo único que nos encontramos es una trama paupérrima que podía haber sido escrita en una servilleta de papel, diálogos sonrojantes espetados por un atajo de personajes antipáticos y unidimensionales que poco tienen que ver con los de la ya citada Los Renegados del Diablo cuya empatía con el espectador se notaba desde el primer momento y una Sheri Moon Zombie peor que nunca y a la que más de un espectador va a acabar cogiendo odio por su omnipresencia en las películas de su marido luciendo palmito y poco más. Tampoco se libran de las desgana y el retrato pobre los villanos entre los que tenemos roles insoportables como todos los asesinos que persiguen a los personajes o los inanes de Malcolm McDowell, Jane Carr o Judy Geeson que hacen acto de presencia en el film por su amistad con el director y poco más.




Dentro del elenco de actores sólo merece la pena destacar en cierta manera la labor de un sádico Richard Brake como Doom-Head, actor de origen galés que ya trabajó brevemente con el cineasta norteamericano en la en principio decepcionante pero después de la revisión curiosa Halloween II y cuyo peculiar rostro pide a gritos dar vida a enfermos mentales o asesinos de distinto pelaje. El problema está en que en vez de aprovechar Zombie la naturaleza demente y perversa de su criatura para convertirla en una entidad abstracta que se revele como una corporeización de la locura o la violencia le da un aire mundano y chabacano (esa escena de sexo que le hace parecer al Capitán Spaulding de Sid Haig) que corta las alas a lo que podía haber sido uno de los criminales más carismáticos y recordados de su filmografía. De modo que si el guión falla y los personajes no nos atraen la cinta nace casi muerta y por ello sólo nos queda aferrarnos a la única, y no muy destacable, virtud que posee el proyecto, su realización técnica a manos de su director y guionista.




Sí, el único acierto más o menos resaltable en 31 es su realización. Zombie tira de oficio e instinto y demuestra su control de las escenas de tensión y truculencia, sabe transmitir esa malsana atmósfera por medio de la dirección de fotografía, los encuadres, el slow motion o las cámaras al hombro y con ello es capaz de regalar alguna escena de violencia destacable como la de la chica atada en el suelo y la motosierra, que en una versión uncut del film (que seguro hará acto de presencia dentro de un tiempo en el mercado doméstico) con casi toda seguridad será aún más gráfica. Pero ahí quedan todas las virtudes de la labor de Zombie detrás de las cámaras, ya que por mucho que estilísticamente 31 sea una cinta identificable como hija de su padre la impersonalidad técnica, la escasísima imaginación en las escenas de asesinatos (algo sorprendente, teniendo en cuenta el talento del norteamericano para las secuencias más hemoglobínicas) y en general una puesta en escena en la que la verdadera fuerza y la locura brillan por su ausencia dilapidan una vez más el posible potencial que el proyecto podía atesorar en su interior.




31 se confirma como una enorme decepción, para el que suscribe junto a la también fallida La Bruja, de Robert Eggers, era uno de los estrenos de género más esperados del 2016 pero por desgracia el proyecto no llega ni al aprobado. Si tratas de hacer un largometraje con el que reconciliarte con los que un día alabaron tu cine no puedes entregarte a los prostituibles brazos del onanismo facilón y la escasez total de imaginación para ofrecer un proyecto que en poco se diferencia de las decenas de slasher que se estrenan al año en nuestras carteleras. Este quiero y no puedo con el que Rob Zombie comienza a demostrar síntomas de desgaste sólo tiene entre sus virtudes algunos pasajes bien rodados y ser tan desangelada como para convertir en un triunfo su film inmediatamente anterior, esa ya referenciada The Lords of Salem que posiblemente debería haber servido como punto y a parte en su filmografía para realizar una transición en su discurso autoral que lo llevara a caminos todavía sin transitar por su impronta. Por desgracia ha cogido el camino más fácil y condescendiente y por ello ha fracasado irremisiblemente con un trabajo que hasta en su secuencia final deja insatisfecho al espectador. porque estos 102 minutos de sangre y supervivencia resultan prescindibles e intrascendentes en todas sus vertientes.