miércoles, 20 de julio de 2016

Juego de Tronos: Temporada 7, todos los hombres del rey



"Si Robert se entera... sabes que lo hará, debes protegerlo, prométemelo Ned, prométemelo




Tarde o temprano tenía que suceder lo que todos nos imaginábamos. El ritmo de producción anual de Juego de Tronos era tan rápido que tarde o temprano adelantaría a los libros de George R.R. Martin en los que la serie estaba inspirada y así ha sucedido en esta sexta temporada, algo que se deja notar, para bien o para mal, a lo largo de los diez episodios. A continuación adjuntaré spoilers muy importantes de la trama, de modo que cuidado. Tras la incertidumbre que supuso el asesinato a traición de Jon Snow por parte de sus hermanos de la Guardia de la Noche en el último episodio de la quinta temporada al inicio de la sexta la primera cuestión a responder era saber si el personaje de Kit Harington estaba realmente muerto o no y en el caso de estarlo si David Benioff y D.B. Weiss tenían intención de resucitarlo, algo que ni lectores de los libros sabían a ciencia cierta ya que el personaje parecía morir también en Danza de Dragones sin mucha posibilidad de haber sobrevivido. La respuesta en televisión nos la dio la HBO al final del segundo episodio cuando Melissandre, la Bruja Roja, devolvía de entre los muertos al joven bastardo y en ese mismo momento la temporada se ponía verdaderamente en marcha.




Desde un punto de vista más o menos objetivo y como lector de los libros o fan de la serie de televisión debo admitir que esta temporada me ha parecido la más irregular de la serie, no mala (ninguna me lo parece, siendo algunas mejores que otras) pero sí considerablemente descompensada precisamente porque a David Benioff y D.W. Beiss se les nota que se han quedado sin el sólido material literario de George R.R. Martin para ir tejiendo su versión televisiva de Canción de Hielo y Fuego. Para el que suscribe es indiscutible que esta sexta tanda de episodios a contenido algunas de las subtramas más gratuitas, innecesarias y endebles de toda la serie. Porque si bien el personaje de Deanerys comienza a tomar un rol activo todavía se antojan sus acciones y decisiones de un estatismo narrativo que poco tiene que ver con su contrapartida en las páginas de los libros, cuyas hazañas están exupuestas de manera mucho más dinámica y atractiva. Pero peor es el caso de Tyrion, ya sabemos que es el personaje que más gusta tanto en la saga literaria como en la catódica y que Peter Dinklage es un actor que llena la pantalla con sólo abrir la boca, pero es que todo la trama relacionada con él es de una insulsez e inanidad alarmante, por mucho que quieran darle peso como consejero de la Madre de Dragones su presencia no aporta nada de verdadero peso y su hazañas quedan reducidas a intercambiar diálogos con otros personajes como la misma Daenerys, Varys o Missandei y Grey Worm, compartiendo con estos últimos pasajes de humor que, aunque efectivos, están fuera de lugar.




Como previamente hemos comentado recurrir a estas subtramas que son excusas para mantener en la serie a personajes importantes pero que narrativamente no se sustentan como debieran para cohesionarse con las otras que pueblan el programa posiblemente se deba a que los showrunners de la serie ya no tienen donde reflejarse ahora que han dejado al autor de las novelas atrás, pero también sería de necios negar que las dos cabezas pensantes de la serie a estas alturas ya conocen el estilo del autor de El Sueño de Fevre y que evidentemente este los habrá seguido asesorando a lo largo de la temporada aunque en esta ocasión no haya escrito el guión de ninguno de los episodios, como venía siendo tradición en las anteriores. Esto que comento queda claro en cuanto a la serie de traiciones, asesinatos, crueldades, muertes, batallas e intrigas palaciegas que sobrevuelan los diez episodios, que son 100% George R.R. Martin, material con toda la personalidad de una serie como Juego de Tronos al máximo nivel y sin hacer prisioneros. Por otro lado los actores vuelven a estar a la altura, pero hay que tener cuenta que después de seis años interpretando sus roles es fácil que la labor del reparto sea notable. En esta temporada un servidor destaca a un Kit Harington algo más entregado (y expresivo) por la causa ya que esta entrega recae casi por completo en sus hombros desde su mismo arranque, también Maisie Williams por haber convertido su Arya Stark en un personaje completamente físico, a Sophie Turner por dar por fin el paso a la madurez que Samsa llevaba tiempo exigiendo, Iwan Rheon pletórico como el demente Ramsay Bolton, una Lena Heady que ha exprimido hasta el paroxismo la crueldad de una Cersei Lannister mejor que nunca y esa Lyanna Mormont personalizada por la maravillosa Bella Ramsay que nos ha enamorado a todos por su entereza y determinación concentradas en el cuerpo de una pequeña niña de doce años.




Evidentemente aunque esta sexta se antoje como una temporada no del todo brillante es no es óbice para admitir que volvemos a encontrarnos ante un producto televisivo de calidad a la altura de una cadena como HBO. David Benioff y D.B. Weiss siguen por el buen camino recurriendo a guionistas con talento, actores magníficos de nueva hornada (enorme Jonathan Pryce como el Gorrión Supremo, agradable la presencia de Max Von Sydow como Three-Eyed Raven y una pena que Ian McShane haya sido ta poco aprovechado siendo un intérprete de nivel) y unos directores que cada nuevo episodio elevan la calidad técnica y la puesta en escena del show. Hay varios momentos potentes en esta temporada (a continuación los destacaré, pero seguro que no es difícil adivinarlos) y los mismos hacen que merezca la pena hacer el recorrido de esta última colección de episodios que no han sido todo lo potentes que debieran. Ahora llega la verdadera prueba de fuego, saber si Benioff y Weiss van a conseguir mantener a flote el barco las dos temporadas que quedan (hace poco nos hemos enterado que la séptima se retrasará por la falta de nieve para poder comenzar el rodaje de la misma) sin que la calidad de la serie se resienta demasiado, algo que por desgracia en esta sexta ha llegado a suceder en cierta manera.




El personaje – Ramsey Bolton, siento especial predilección por esos villanos a los que “da gusta odiar” y el personaje de Iwan Rehon es un auténtico hijo de la gran puta que parece salido de Los Señores del Acero (Flesh+Blood) aquella sucia y lasciva cinta medieval rodada por Paul Verhoeven en 1985.

El momento de bronce – La muerte de Hodor, un personaje al que todos teníamos especial cariño y que abrazó un destino escrito desde su propia niñez para salvar a Brann y Meera, un momento en el que la tensión y la tristeza se dan de la mano para retorcer el corazón del fan de la serie.

El momento de plata – El fuego Valirio y su orgía de muerte instigada y planeada por Cersei Lannister y que se cobra la vida, entre otros, del Gorrión Supremo, Margaery y Loras Tyrell. Uno de los puntos álgidos de la temporada

El momento de oro – Evidentemente la Batalla de los Bastardos se ha convertido en el pasaje técnico cumbre de lo que llevamos de serie. Juego de Tronos es una producción que se caracteriza porque sus responsables en cada temporada tratan de superarse a sí mismos a la hora de rodar las escenas bélicas, pero lo de Michael Sapochnik (True Detective) en esta ocasión es un prodigio de control del tempo narrativo, ejecución coreográfica, utilización de los encuadres para incomodar hasta lo asfixiante al espectador y uso sabio de los efectos digitales. Un hito televisivo con todas las letras.


lunes, 18 de julio de 2016

True Detective: Temporada 2, vivir y morir en Los Ángeles


“Aquellos sucesos se pagaron con sangre, así que honrelos, no se si servirán de algo, pero deberían, porque merecemos un mundo mejor”




El 12 de Enero de 2014 HBO estrenó la que aquel año se convirtió en la serie revelación de la cadena por cable norteamericana. True Detective nacía de la pluma del guionista y novelista Nic Pizzolatto (The Killing) formando este tándem con el director Cary Joji Fukunaga (Jane Eyre) para ofrecer ambos a unos Matthew McConaughey y Woody Harrelson tanto los papeles protagonistas como labores en calidad de productores ejecutivos del proyecto. La primera temporada de este programa, que al igual que otros como American Horror Story de Ryan Murphy y Brad Falchuck recurría al formato antología (cada temporada sería independiente de la siguiente y tendría distintos personajes), estaba protagonizada por dos detectives llamados Rust Cohle y Marty Hart a los que en el año 2012 se les interrogaba por un caso de asesinato ritual y posterior captura del homicida que tuvo lugar en el año 1995 en el estado de Louisiana y en el que ambos estuvieron implicados. Aunque en sus primeros episodios el proyecto no hizo demasiado ruido tras la emisión del cuarto, el del famoso plano secuencia, el trabajo de Pizzolatto y Fukunaga fue ganando poco a poco el seguimiento de una enorme horda de fans que perdían la cabeza por resolver el intrincado caso en el que ambos personajes estaban embarcados. 




Antes de acabar los ocho episodios que daban forma a la temporada True Detective ya era una serie de culto que con su mezcla de relato de literatura/cine negro con ribetes del David Lynch de Twin Peaks, un latente submundo de corte sobrenatural deudor del imaginario del escritor norteamericano Howard Philip Lovecraft y no pocos homenajes a obras dentro mundo del arte secuencial como las salidas del sello Vertigo o las ideadas por el británico Alan Moore (autor al que Pizzolatto no ha dudado en mencionar a la hora de hablar de referentes para True Detective), escritura sólida llena de simbología y cripticismo, dirección de acero que recayó en todos los capítulos en un sólo realizador y reparto sobresaliente en el que sobresalía un Matthew McConaughey nihilista y autodestructivo que confirmaba el nuevo y glorioso encarrilamiento de su carrera como intérprete consiguió enamorar a millones fans de todo el globo que encumbraron a la producción convirtiéndola en un éxito enorme para la cadena donde se hospedan series como Juego de Tronos, Girls o The Leftlovers.




Como era lógico tras el éxito de la primera temporada la producción de una segunda no se hizo esperar y HBO encargó a Nic Pizzolatto la labor de sacarla adelante en calidad de guionista y showrunner lo antes posible, esta vez sin la ayuda de Cary Joji Fukunaga que abandonaba labores de director para ejercer únicamente de productor ejecutivo, según las malas lenguas por problemas con su antaño compañero en la serie. Las noticias sobre la gestación de esta “True Detective II” fueron llegando con cuentagotas mientras las expectativas eran cada vez más altas debido a que la primera tanda de episodios había dejado el nivel de calidad por las nubes. Poco a poco se fue confirmando que Pizzolatto no sería el único escritor de la temporada y que la dirección, ahora sí, se repartiría entre varios realizadores, como suele ser habitual en la ficción televisiva norteamericana. Entre los meses de Octubre y Noviembre de 2014 se fueron confirmando los nombres del reparto que estaría formado por Colin Farrell (Daredevil, Alejandro Magno), Rachel McAdams (El Diario de Noa, To the Wonder) Vince Vaughn (Psicósis, El Mundo Perdido), Taylor Kitsch (Salvajes, X-Men Orígenes: Lobezno) y Kelly Reilly (Eden Lake, Sherlock Holmes) certificando que los dos personajes de la primera temporada pasarían a ser cinco en esta.




El pasado 21 de Junio del presente 2016 se cumplía un año del estreno por parte de HBO del primer episodio de la temporada, con guión del mismo Nic Pizzolatto en solitario y dirección del cineasta de origen taiwanés Justin Lin, conocido por ser artífice de la realización de varias entregas de la exitosa saga Fast & Furious y sustituto de J.J. Abrams en la franquicia Star Trek. El resultado no fue el esperado y la sensación de decepción por parte de los fans de la serie no sólo no se hizo esperar sino que se extendió a lo largo de prácticamente toda la emisión de la temporada por parte de la cadena de pago norteamericana. Gran parte de aquellos espectadores que esperaban una continuación ortodoxa del microcosmos filosófico y misántropo rodeado por una especie de submundo extraterrenal que tenía mucho de ensoñación se encontraron un producto que eludía dichas constantes para centrarse en otras menos simbólicas o alegóricas, más cercano a lo que sería nuestra realidad. Durante la emisión de los capítulos (y después de la misma) las redes sociales y webs de opinión ardieron hablando de la bajada de calidad e interés que había sufrido esta nueva entrega True Detective con respecto a la primera que le dio la fama al producto, después los humos se atenuaron pero quedó claro que esta nueva entrega de la serie de HBO había decepcionado a no pocos espectadores.




Sin intención de afirmar que esta segunda temporada es mejor o tan buena como la anterior (con respecto a eso pocos estaremos en desacuerdo) y con la perspectiva que nos da el paso del tiempo en esta entrada vamos a intentar ir a contracorriente de la mayoría argumentando por qué un trabajo como el que nos ocupa merece mucho la pena por la considerables virtudes que atesora y la valentía con la que ha sido abordado como el producto catódico de un autor que sabiendo que tenía la fórmula del éxito en la palma de su mano y que sólo teniendo que explotarla un poco más hubiera dejado satisfecho a prácticamente todo el mundo eligió el camino más complicado, dar un triple salto mortal sin red, ofreciendo algo que en apariencia puede parecernos diferente a aquellas ocho entregas que degustamos con fruición el pasado, pero que es muy parecido en su esencia a las aventuras y desventuras (más de estas últimas) de Rust Cohle, Marty Hurt y compañía en los lacónicos pantanos de la sureña Louisiana, para confirmar que la odisea crepuscular protagonizada por los agentes Ray Velcoro y Ani Bezzerides o el mafioso Frank Semyon entre otros es un proyecto de una calidad más que contrastada, unos hallazgos del todo encomiables y poseedor de algunos momentos remarcables que no merece, ni de lejos, el desdeñoso trato que recibió desde el mismo estreno de su primer capítulo.



La segunda temporada tiene lugar en Los Ángeles y sigue los pasos de cinco personajes. Por un lado está Ray Velcoro (Colin Farrell) detective del Departamento de Policía de la Ciudad de Vinci, un individuo tan eficiente como autodestructivo con graves problemas personales (un divorcio y la custodia por su único hijo) y vinculado por medio de la corrupción con la mafia local. Ani Bezzerides (Rachel McAdams) es una detective de la Oficina del Sheriff del Condado de Ventura con tendencia a los excesos y un pasado tumultuoso ligado a su padre Eliot Bezzerides (David Morse) el líder de una secta y a su hermana Athena (Leven Rambin) que se dedica a hacer performances eróticas para páginas de internet. Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) es un veterano de la guerra de Afganistan que ejerce como policía de tráfico viviendo en el eterno dilema de no aceptar su homosexualidad y con la sombra de una multa por exceso de tráfico que supuetamente no puso a cambio de recibir los servicios sexuales de una actriz que ha ensuciado su nombre de cara a sus compañeros y colaboradores.




Por último tenemos al mafioso Frank Semyon (Vince Vaughn) implicado en no pocos casos de corrupción, entre ellos solicitar los servicios extraoficiales de Velcoro, y que siempre recibe el consejo de su esposa Jordan (Kelly Reilly) con la que lleva tiempo intentando concebir hijos sin éxito. Las vidas de estas cinco personas se cruzarán cuando Woodrugh encuentre, estando fuera de servicio, el cuerpo sin vida del gerente de la ciudad y socio de Semyon en el proyecto de un futuro tren de alta velocidad, Ben Caspere, y por ello el caso se le asigne, por problemas de jurisdicción, al ya mencionado policía de tráfico junto a Velcoro y Bezzerides que recibirán de sus respectivos superiores órdenes para investigarse los unos a los otros y en el caso del personaje de Colin Farrell la misión de hacer lo posible para que el caso no se solucione ya que ello sacaría a la luz los trapos sucios de la ciudad de Vinci y que apuntarían directamente al alcalde Austin Chessani (Ritchie Coster).




La segunda temporada de True Detective abandonaba los húmedos pantanos de Lousiana y se adentraba en el urbanismo crudo y ballardiano de Los Ángeles, dejaba de lado el ambiente rural del sur del país y abrazaba el de las ciudades con rascacielos e industrialmente desarrolladas, omitía ese tono de latente amenaza sobrenatural que parecía habitar el subsuelo ara entregarse a temas más mundanos y actuales, propios de los seres humanos. Aunque la trama seguía siendo un policíaco con protagonistas nihilistas, autodestructivos y cuyas vidas personales se asentaban en la mentira o la hipocresía, el tono mucho más cercano, las distintas subtramas abiertas desde el primer episodio, la visión crítica sobre temas como la corrupción policial o política y los estragos de la crisis económica acercaban esta segunda tanda de episodios más a otros productos catódicos como The Wire de David Simon y Ed Burns o The Shield de Shawn Ryan (no en la puesta en escena, que en la serie protagonizada por Vic Mackey era espídica y con cámara al hombro, pero sí por la conexión entre corrupción policial y política local) que a la primera temporada de la serie ideada por Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga, influencias de calidad a las que poco o nada se les puede reprochar (hablamos de dos de las mejores series americanas de la pasada década) pero que chocan frontalmente con lo que habíamos visto en las correrías de los agentes Rust Cohle y Marty Hart.




Casi un año después de la finalización de la emisión de la temporada y habiéndola revisado en bluray a lo largo de estos últimos días un servidor confirma que fueron las expectativas y el deseo por ver algo muy similar a lo que Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga mostraron en la primera temporada los motivos, y no otros, que dieron pie a que esta segunda temporada de True Detective se convirtiera en una decepción para gran parte de aquellos que se enamoraron de los primeros ocho episodios de la serie. Porque para ser francos poco más se le puede achacar a esta segunda tanda de capítulos, ya que como producto televisivo cumple casi al 100% con su cometido de mostrarse de cara a la audiencia como una muestra de ficción de calidad, perfectamente ejecutada en todos sus apartados y con no pocos aciertos formales y conceptuales. “True Detective II”, es como ya hemos mencionado, un policíaco que hunde sus raíces en el cine o la literatura negra y el western, un relato fatalista en el que el bien se sacrifica en aras de un mundo mejor mientras el mal sigue extendiendo indefinidamente sus tentáculos, es Sidney Lumet, Michael Mann, William Friedkin o Dennis Lehane.




El guión, su construcción y desarrollo, vuelve a ser brillante pero las presiones y prisas de la HBO (que mencionaremos más adelante) obligaron a Nic Pizzolatto, por primera vez en esta serie, a recurrir a co guionistas puntuales como Scott Lasser o Amanda Overton para que le ayudaran con la escritura de algunos de episodios, aunque prácticamente todo el trabajo recayó en el autor de la novela La Profundidad del Mar Amarillo. Cambios más significativos hubo en cuanto a la dirección de episodios ya que si en la primera temporada uno sólo, Cary Joji Fukunaga, se ocupó de rodarlos todos en esta segunda temporada, y como suele ser común en el mundo de la televisión americana, varios de ellos se repartieron la realización de los mismos recurriendo tanto a algunos cineastas asiduos a la pantalla grande como Justin Lin (Fast & Furious, Stark Trek: Más Allá) o John Crowley (Brooklyn, Intermission) como a artesanos consagrados en la pequeña como Jeremy Podeswa (Juego de Tronos, A Dos Metros Bajo Tierra) o Daniel Attias (The Killing, The Wire) entre otros.




La mayoría de estos cambios, unos más sustanciales que otros, no impiden en ningún momento que la segunda temporada de True Detective, al igual que la primera, se muestre como un producto televisivo cohesionado y con la calidad exigida como programa nacido en el seno de la HBO. Por un lado el guión de Nic Pizzolatto consigue desarrollar varias tramas para que las mismas converjan con eficacia, permitiendo la retroalimentación entre ellas, ofreciendo un entramado perfectamente hilado en el que tienen cabida corrupción policial y política, extorsión, trata de blancas, pederastia, asesinatos y los problemas personales de cada uno de los personajes principales. A Pizzolatto se le notan las dotes como novelista y un especial predilección para dar forma a diálogos potentes pero en ocasiones recargados (algo que ya le pasaba en la primera temporada a la hora de abordar al personaje de Rust Cohle, aunque en esa ocasión casaba perfectamente con la filosofía del mismo) permitiendo que la narración fluya poco a poco y vaya tomando forma sin mayores estridencias.




Por otro lado la labor de los directores no tiene mucho que envidiar a la del director de Beats of No Nation o Jane Eyre, ya que después de que Justin Lin asiente las bases visuales (que, por otro lado, son muy parecidas a las de, una vez más, la primera tanda de capítulos) en los dos primeros episodios el resto de realizadores sólo tienen que mantener el mismo tono. Las transiciones con panorámicas de Los Ángeles, el magnífico uso de las localizaciones, dejar respirar los encuadres en las escenas de acción y ofrecer espacio a los actores para que puedan lucirse hacen de la puesta en escena de esta segunda temporada un trabajo intachable. Mencionar también que si en el cuarto episodio de la primera temporada teníamos el soberbio plano secuencia con la redada a los moteros en el de esta tenemos la “Masacre de Vinci” en la que los personajes de Farrell, MacAdams y Kitsch protagonizan el frustrado asalto a un laboratorio de metanfetamina rodado con verdadera maestría por un perro viejo en estas lides como Jeremy Podeswa.




Otro de los puntos fuertes de True Detective y que esta segunda temporada también contiene es la excelente labor de su reparto de actores. Si en la primera temporada el trabajo de Matthew McConaughey fue superlativo y el de Woody Harrelson sobresaliente los actores que protagonizan la segunda no pierden la oportunidad de ofrecer, varios de ellos, los mejores trabajos de sus respectivas carreras. Colin Farrell se enfunda el desaliñado aspecto de Ray Velcoro, un policía corrupto de vuelta de todo, con una situación personal que lo consume poco a poco, y con apariencia de haber salido de una novela de Cormac McCarthy, ofreciendo una composición magnífica. Al irlandés no le va a la zaga la Ani Bezzerides de Rachel McAdams, acostumbrados a ver a la canadiense en cintas románticas o comedias como El Diario de Noa (The Notebook) o Morning Glory aquí de desmarca con un rol de mujer dura y muy entregada en el plano físico con algunos puntos en común con el Rust Cohle del ganador del Oscar por Dallas Buyers Club. Taylor Kistch como Paul Woodrugh aborda con acierto su taciturno personaje, el que posiblemente tenga una psicolgía más quebrada por sus propios demonios y cuya delgadez (en films como John Carter o Salvajes lo hemos visto mucho más corpulento) transmite al espectador una efectiva sensación de debilidad física que no desentona con la que también padece en el plano mental.




Pero si hay alguien que sorprende en el reparto es el normalmente penoso Vince Vaughn, uno de los actores que más basura ha rodado en Hollywood (pocas películas podrían salvarse dentro de su flmografía) se encuentra aquí a la altura como Frank Semyon, un elegante mafioso con un estricto código de honor, un Rey Lear que busca dejar los negocios sucios y formar una familia con su mujer y mayor consejera, Jordan, a la que ofrece su serena belleza la británica Kelly Reilly, un rol más secundario pero de capital importancia en la historia que vertebra la temporada y el final que da cierre a la misma. Todos estos actores dan lo mejor de sí mismos, no sólo por el bagaje que tienen a sus espaldas después de haber rodado decenas de películas, también por el considerable talento que tiene Nic Pizzolatto para ofrecerles en los guiones momentos con los que lucirse y su especial cuidado a la hora de relacionarse con ellos. Este quinteto de intérpretes apelan a una sabia contención y se hacen grandes gracias a la prosa del escritor de la novela Galveston. El monólogo de Vince Vaughan en el inicio del segundo episodio, todas las escenas que Colin Farrell comparte con su hijo, Rachel MacAdams y su incursión como falsa escort en la mansión, Taylor Kitsch y la escena en la estación de metro del penúltimo episodio o la última escena que comparte Kelly Reilly con el Norman Bates del remake de Psicosis de Gus Van Sant son muestras de que Pizzolatto es capaz de ofrecer muy buen material para que su reparto realice un trabajo notable.




¿Entonces qué falla en esta segunda temporada de True Detective?, ¿Por qué decepcionó a tanta gente en el momento de su emisión?, ¿Por qué palidece al lado de su hermana mayor protagonizada por Rust Cohle y Marty Hart?. Intentando dar respuesta a estas preguntas diremos que es indudable que el ritmo es bastante más lento que el de la primera temporada, aunque esta también se tomaba su tiempo para mantener un contacto inicial con el espectador, pero el juego del gato y el ratón al que se prestaba era más agradecido de cara a la audiencia. Por otro lado la narración más convencional también hizo mella en la recepción del producto, ya que como televidentes nos habíamos acostumbrado al caviar con esos primeros ocho episodios narrados con flashbacks hasta en tres líneas temporales, y Nic Pizzolatto aquí nos ofreció algo que, sin ser deficiente, sí era más procedimental, yendo a contracorriente de lo que ya había planteando y molestando a no pocos fans de la serie con su controvertida decisión.



Por mucho que los actores estén excelentes en sus papeles el recuerdo de los roles de Woody Harrelson y sobre todo el inmenso de Matthew McConaughey (muchos vieron en Rust Cohle el perfecto John Constatine que disfrutamos en la colección Hellblazer del sello Vertigo) estaban muy por encima y las comparaciones en ese sentido tampoco se hicieron esperar. Aunque un servidor considera el mayor fallo de esta temporada la ausencia de aquella pátina de atmósfera sobrenatural que sobrevolaba Louisiana, con un malsano hálito lovecraftiano que nunca se mostraba de manera explícita, pero que estaba siempre presente. Esta Los Ángeles de fría piedra y carreteras infinitas más cercana a la realidad de la segunda temporada, poco tiene que ver con ese retorcido misticismo sureño que tenía su hermana mayor y que se convirtió en una de sus señas de identidad más reconocibles, algo que seguramente el mismo Pizzolatto no comparta conmigo, ni con otros muchos seguidores de su obra, viendo como lo eliminó (casi) de raíz en esta nueva etapa.




Pero ahí reside la mayor virtud de esta segunda temporada de True Detective para el que esto suscribe, en el valor y la personalidad de Nic Pizzolatto que, como comentaba al inicio de la entrada, sabía que resortes debía utilizar para asegurarse un autocomplaciente éxito haciendo “más de lo mismo” y decidió tomar el camino contrario, más largo, espinoso y arriesgado. Mucho más efectiva vista en conjunto (como la novela que es gracias a la mano de su autor) y con no pocas virtudes en cualquiera de sus apartados la segunda temporada de True Detective merece ser revalorizada como el excelente producto de ficción que es. Poco importa a un servidor que hasta Michael Lombardo admita que no estuvo a la altura por culpa de la presión a la que sometió al showrunner y guionista o que el futuro de la tercera temporada siga pendiendo de un fino hilo, esta reciente revisión que he hecho a los ocho episodios me confirman que esta “True Detective II” hubiera sido recibida con mucho más énfasis si no hubiera estado vinculada al producto que le precedía y que posiblemente el paso del tiempo la pondrá en el lugar que merece, a sólo unos peldaños debajo de ese inimitable e irrepetible viaje a Caracosa en busca del Rey Amarillo.


sábado, 16 de julio de 2016

Instinto Básico 2: Adicción al Riesgo, algo pasa con Catherine



Título Original Basic Instinct 2 (2006)
Director Michael Caton Jones
Guión Leora Barish y Henry Bean basado en personajes de Joe Eszterhas
Actores Sharon Stone, David Morrissey, Charlotte Rampling, David Thewlis, Hugh Dancy, Anne Caillon, Iain Robertson





El enorme éxito que obtuvo Instinto Básico hizo que la idea de realizar una secuela siempre estuviera en el aire. Si buscar el equipo técnico y artístico del largometraje de Paul Verhoeven fue complicado dar con los de su secuela fue una tarea mucho más ardua. Después de bastantes años de baile de actores y directores un entusiasmado David Cronenberg hablaba a principios de la década pasada en entrevistas de un retorcido guión de Instinto Básico 2 que había leído y le hubiera interesado llevar a imágenes. Por lo visto el canadiense comenzó a realizar trámites con el productor Mario Kassar (propietario de los derechos de la franquicia) pero ante la negativa de este a que Cronenberg se trajera a su equipo técnico habitual para que colaborara en el film el proyecto no llegó a ninguna parte. Más tarde trataron de tantear a John McTiernan pero este no pareció mostrar mucho interés y por aquel entonces sus problemas con la ley ocupaban la mayor parte de su tiempo.




Entonces la misma Sharon Stone entró como productora en el largometraje y eso lo condenó definitivamente. Parece ser que la actriz antepuso sus aires de diva a las decisiones que podrían haber beneficiado a la secuela del film de 1992 y comenzó a rechazar sistematicamente actores que o no le agradaban o le podían hacer sombra de alguna manera, cuando ella era indudablemente la reina de la velada. Finalmente en el año 2005 comenzó el rodaje con el escocés Michael Caton Jones (Memphis Belle, Vida de Este Chico) en la dirección, un guión escrito a cuatro manos por Henry Bean (The Believer) y Leora Barish (Buscando a Susan Desesperádamente), el británico David Morrissey (The Walking Dead, Centurión) como partenaire de la protagonista y secundarios como Charlotte Rampling (El Portero de Noche, Melancolía) o David Thewlis (Teorema Zero, Regresión) en el reparto. En 2006 la obra se estrenó oficialmente y el fracaso fue el esperado, la crítica despellejó el film y la taquilla le dio la espalda, no sin motivo.




La escritora Catherinne Tramell se encuentra en Londres y tras verse implicada en un nuevo y extraño caso de asesinato la policía de Scotland Yard, representada por el agente Roy Washburn, le asigna un psiquiatra criminalista, el doctor Michael Glass (que guarda un oscuro pasado relacionado con uno de sus clientes) para que se ocupe de evaluarla psicológicamente. Por medio de mentiras y sus dotes de seducción Catherinne se irá convirtiendo poco a poco en la obsesión del doctor Glass y este se verá implicado en una serie de asesinatos en serie que parecen ser cometidos por su paciente. Esta es la trama de Instinto Básico 2: Adicción al Riesgo, un sota, caballo y rey visto hasta el hartazgo que no sólo está construido de la manera más procedimental posible, sino que también se antoja en todo momento como una revisión torpe e innecesaria de la película original rodada por el director de Eric: Oficial de la Reina en el año 1992 con muchísimo mejor resultado a todos los niveles.




Instinto Básico 2: Adicción al Riesgo es, más que una secuela, un remake de la primera entrega. Como producto cinematográfico repite casi una por una todas las ideas y resoluciones formales de la película de Paul Verhoeven pero de manera mucho más rudimentaria, fallida y en ocasiones hasta inintencionadamente cómica. El personaje de Sharon Stone consigue seducir a un hombre (en la primera entrega un agente de policía con problemas personales, en esta un psiquiatra criminalista que también los tiene) que pierde los papeles por ella, por el camino este se vuelve loco por su influencia aún sabiendo que puede ser una asesina en serie y ella finalmente revela que ha usado a su amante para que lleve a cabo los planes que había, previamente, diseñado. El problema radica en que ni Michael Caton Jones tiene la personalidad de Paul Verhoeven a la dirección, ni Henry Bean y Leora Barish la malicia de Joe Eszterhas al guión.




El trabajo del director de Disparando a Perros es impersonal y desganado, su mirada no se aleja de la de cualquier mercenario de turno haciendo un especial hincapié por resaltar las modernas localizaciones londinenses en las que se desarrollan las escenas y utilizar un efectista estilo videoclipero en las escenas de acción (el arranque del film dentro del coche deportivo pone pronto las cartas sobre la mesa en cuanto a la paupérrima puesta en escena) y las de sexo que no tienen nada de la carnalidad milimétricamente diseñada por director de Desafío Total o Spetters. Conociendo el buen gusto de David Cronenberg el guión que finalmente se utilizó en Instinto Básico 2: Adicción al Riesgo no debe ser el que él leyó, porque este cúmulo de sinsentidos narrativos, giros gratuitos, contradicciones en sesión continua y apuntes que incluso dañan a lo acontecido en la primera película es imposible que agradara en manera alguna al autor de Map of the Stars o Vinieron de Dentro de....




Pero no hay que negar lo evidente, si hay alguien que se salió con la suya a la hora de poner en marcha un proyecto como la secuela de Instinto Básico esa fue Sharon Stone. La actriz de Casino o Flores Rotas sació su ego y desde que puso sus manos en el proyecto en calidad de productora lo convirtió en una pasarela para que pudiera lucir sus todavía notables encantos de mujer. Evidentemente a los cuarenta y ocho años que tenía cuando rodó el film en 2006 no era ni la sombra de la mujer que con un cruce de piernas volvió loco a medio mundo en la cinta primigenia, pero todavía mantenía una sensualidad más que considerable que se crecía en pantalla sobre todo cuando compartía pantalla con un David Morrissey que no sabía ni donde estaba y que nos hacía echar mucho de menos a Michael Douglas. El problema es que la actriz se cree tanto su personaje de Catherine Tramell que en no pocas ocasiones lo convierte en una parodia de sí mismo protagonizando algunas escenas de vergüenza ajena como la del epílogo en el patio del sanatorio mental.




Instinto Básico 2: Adicción al Riesgo es la mediocridad hecha celuloide. Lo que pudo ser una interesante, aunque innecesaria, secuela se convirtió en aquello que el film original eludía ser gracias a la labor de Paul Verhoeven y Joe Eszterhas, un thriller erótico que parece un telefilm de los que protagonizaba Andrew Stevens, junto a la actriz madura en decadencia de turno, en las sesiones nocturnas de la televisión americana de los 90. Con un guión ridículo en el que, eso sí, se vislumbran un par de ideas interesantes (lo que se plantea en la escena del intento de ahogo en el jacuzzi es interesante con respecto a la personalidad de la escritora) unos secundarios que son carne de cañón para que una Sharon Stone en plan tirana los devore impunemente (sólo una profesional como Charlotte Rampling consigue mantener el tipo y con más mérito si analizamos fríamente su estereotipado rol) y el trabajo detrás de las cámaras de un director al que se le notan en todo momento las ganas de "quitarse pronto el marrón de encima" no es de extrañar que el film no cubriera gastos, disgustara a todo el mundo y ganara hasta cuatro premios Razzie en 2006. Por suerte el rotundo fracaso mantendrá a la buena Catherine Tramell durmiendo el sueño de los justos por muchos años, con su famoso picahielos al pie de la cama, por supuesto.



lunes, 11 de julio de 2016

Instinto Básico, el detective y la muerte



Titulo Original Basic Instinct (1992)
Director Paul Verhoeven
Guión Joe Eszterhas
Actores Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Stephen Tobolowsky, Jack McGee, Daniel von Bargen, Mitch Pileggi, Wayne Knight





La entrada del holandés Paul Verhoeven en Hollywood fue por donde nadie lo esperaba. Después de levantar ampollas en su país natal con films como Delicias Turcas, Spetters o El Cuarto Hombre tuvo su primera toma de contacto con el cine internacional con la descarnada y sucia cinta medieval Los Señores del Acero (Flesh+Blood) pero a la meca del cine llegó por medio de un género tan ajeno a su impronta como la ciencia ficción. Viendo los resultados de una obra maestra como Robocop y una delicia cafre como Desafío Total (Total Recall) podemos afirmar que su elección para llevar a imágenes la satírica conversión de Alex Murphy en el ¿perfecto? policía robot fue todo un acierto. Pero tras estas dos experiencias en 1992 el director de El Hombre Sin Sombra (Hollow Man) pudo volver a varias de las constantes que cimentaron sus primeros trabajos, aunque ya asentado completamente en el cine estadounidense de gran presupuesto.




En 1991 el productor Mario Kassar adquirió por más de tres millones de dólares el guión de Instinto Básico escrito por Joe Eszterhas (La Caja de Música, Flashdance) a él se unió el actor Michael Douglas para sacar adelante el proyecto de llevarlo a imágenes. Kassar ya había trabajado con Paul Verhoeven en Desafío Total y conocía su obra previa a Hollywood de modo que lo vio como la elección perfecta para ocupar la silla del director. Más complicada fue la tarea de buscar a una actriz para interpretar el personaje principal que haría de partenaire del protagonista de Wall Street o Traffic. Después de tantear a cientos de actrices (algunas tan conocidas como Kim Basinger, Michelle Pfeiffer, Geena Davis o Julia Roberts) la elegida fue una por aquel entonces pujante Sharon Stone de treinta y cuatro años de edad que había tenido un pequeño papel como esposa de Arnold Schwarzenegger en la ya mencionada Total Recall lo que la convertía en una conocida para productor y realizador.




Con los equipos técnico y artístico ya confirmados y el foco de la opinión pública puesto encima de la producción (incluyendo un gran número de asociaciones pro gay de San Francisco, ciudad donde se rodaba el film, que tras leer el guión afirmaron que el mismo apelaba a una demonización de la homosexualidad) comenzó el rodaje del largometraje y tras el mismo, al que habría que sumar el proceso de post producción, llegó el estreno en 1992. El éxito fue rotundo, no sólo por las expectativas y el morbo depositados en el proyecto, sino porque como siempre sucedía en Estados Unidos cuando Paul Verhoeven estrenaba película las acusaciones de excesivo, grosero, efectista y sádico no se hicieron esperar. El resultado fue uno de los thrillers policíacos más famosos de los 90 con sus buenas dosis de sexo y violencia y una trama intrincada que jugaba al gato y el ratón con un espectador que no despegaba la mirada de la pantalla un segundo. Un triunfo descomunal que marcó, entre otras cosas, el principio del fin de la carrera del cineasta holandés en Hollywood, pero de eso hablaremos más adelante.




El rockero Johnny Boz ha sido asesinado en pleno acto sexual, el arma homicida ha sido un punzón de hielo con el que lo han apuñalado repetidas veces. El detective Nick Curran (Michael Douglas) y varios de sus socios de la policía de San Francisco se ocuparán del siniestro caso. La principal sospechosa es la novia de Boz, Catherinne Trammel (Sharon Stone) una joven, atractiva y adinerada escritora que escribió una novela llamada Love Hurts, con el pseudónimo de Catherine Woolf, en la que narraba un crimen idéntico al que se ha cobrado la vida de su pareja. Poco a poco Nick, que guarda un pasado tumultuoso como agente de la ley, si irá obsesionando con Catherinne para desconcierto de su compañero Gus (George Dzunda) y su psiquiatra Beth (Jeanne Tripplehorn) que también mantiene relaciones íntimas con él. Cuanto más se cierra el cerco sobre la sospechosa más atraído se siente Curran por ella viéndose envuelto en un juego de sexo, muerte y autodestrucción en el que nadie es lo que parece.




En líneas generales la trama no se aleja demasiado de las de esos telefilmes americanos que se emitían a principios de los 90 de madrugada normalmente protagonizados por las playmates de turno. Pero es el guión de Joe Eszterhas el que coge dicho punto de partida para retorcerlo con inteligencia y mucha villanía hasta lo agradecidamente inverosímil. La tensión con la que se desarrolla el caso policial, la cantidad de giros por minuto que da el mismo gracias a la aparición de pistas, revelaciones o vueltas de tuerca y lo bien perfiladas que están las personalidades de los personajes protagonistas, a los que darán vida un dúo da actores que nacieron para interpretarlos, son los pilares sobre los que se sustenta un producto como Instinto Básico. Pero todo esto en manos de un director despersonalizado y gris hubiera quedado en poco o nada, por suerte un animal de la dirección como el autor de Starship Troopers o Katty Tippel tomó las riendas del proyecto y lo hizo totalmente suyo.




Algo que salta a la vista al conocedor de la obra de Paul Verhoeven (y que él mismo se ocupó de afirmar en su momento) es que Instinto Básico parece una revisión o reformulación americana de El Cuarto Hombre, posiblemente el mejor largometraje de la etapa holandesa del cineasta. La presencia de una femme fatale rubia que embauca a todo tipo de hombres, un personaje masculino con tendencias autodestructivas, una atmósfera opresiva y un misterio que resolver con respecto a si el rol femenino es una asesina en serie son constantes que poseía el film protagonizado por Jeroen Krabbé y Renée Soutendijk y que comparte con esta producción de 1992 que nos ocupa. Evidentemente este terreno se antojaba mucho más fértil y reconocible para que el realizador se moviera a sus anchas, pero incluso yendo un poco más allá no decidió quedarse sólo ahí, ya que aprovechó el rodaje en San Francisco y la estructura de la trama para realizar uno de los mejores homenajes jamás vistos al maestro del suspense.




Instinto Básico es una cinta 100% Hitchcock y por lógico efecto dominó también posee mucho de la impronta de su más aventajado discípulo, Brian de Palma. Por la puesta en escena de Verhoeven con grandes angulares, travellings, planos a vista de pájaro o por los personajes abordados como si hubieran salido de una novela negra. Lo es desde los títulos de crédito a lo Saul Bass hasta la prodigiosa banda sonora del gran Jerry Goldsmith  que desde sus primeros compases nos evoca a los score que Bernard Hermann componía para el orondo cineasta británico. Vértigo es una sus película favoritas de Verhoeven y según sus propias palabras la tenía en mente durante el rodaje de su décimo largometraje. La presencia de un detective con problemas personales, la intervención de dos mujeres, una rubia y otra morena, que ofrecen dos reflejos de una misma imagen o la manera idílica con la que retrata los paisajes de la ciudad californiana hacen de Instinto Básico no sólo un claro homenaje al film protagonizado por James Stewart y Kim Novak, sino también una muestra del tipo de cine que habría realizado el autor de Psicosis si hubiera seguido con vida en los 90, además, la violencia explícita con la que estaba abordando algunos de sus últimos trabajos como la visceral Frenesí apoyarían esta teoría.




Sharon Stone y su personaje de Catherinne Trammel son Instinto Básico, la cinta no se entendería sin su presencia. Posiblemente la elección de la norteamericana sea uno de los aciertos de casting más notables de la historia del cine reciente. El personaje femenino del film de Paul Verhoeven, que hereda el carácter individualista y dominante de las mujeres a las que retrató en los films en los que colaboró con su amigo el guionista Gerard Soeteman, es más un concepto que un personaje cercano a la realidad, una idealización de la mujer perfecta desde un punto de vista masculino. Liberada sexualmente, inteligente, astuta, y con un control total sobre unos hombres que se creen superiores a ella. Sirva como ejemplo la ya mítica (y parodiada hasta la nausea) escena del interrogatorio que se revela para el ojo mínimamente avezado no como una secuencia gratuita para que Verhoeven muestre los genitales de su actriz principal, sino como una demostración de poder ante unos agentes de la ley que se ven completamente superados por su sospechosa, una mujer tan segura de sí misma como para incluso engañar al polígrafo.




Sharon Stone representa claramente esa imagen idealizada de la mujer perfecta reflejada en los ojos de un hombre. La actriz de Casino transmite sexualidad por todos los poros de su piel, ya sea caminando, sonriendo maliciosamente, con su voz, fumando un cigarrillo, cambiándose de ropa o como no, follando. La cámara de Paul Verhoeven es ese ojo masculinizado que se deja embaucar por su epatante belleza, por su lascivia, por su rol de "reina blanca" que controla al resto de piezas que pueblan el tablero. La actriz, que venía de explotar su físico en otros films como nuestra vergonzosa Sangre y Arena o la poco conocida Confesión Criminal (Where Sleeping Dogs Lie), dio rienda suelta a todos sus encantos para convertirse en el sueño húmedo de hombres y mujeres de todo el mundo y el resultado no se hizo esperar lo más mínimo. De la noche a la mañana la estadounidense se convirtió en todo un icono sexual de los 90 y en una de las mujeres más deseadas del momento, estigma que jamás pudo quitarse de encima y que, por otro lado, ella supo amortizar en otros thrillers (eróticos o no) como Acosada (Sliver), El Especialista, Entre Dos Mujeres (Intersection) o de manera más o menos reciente con la secuela del film que nos ocupa y de la que hablaremos en el blog a no mucho tardar.




La víctima de todas las artimañas sexuales e intelectuales de la Catherinne Trammel de Sharon Stone es el magnífico Nick Curran de Michael Douglas. La elección del protagonista de Un Día de Furia (Falling Down) no fue menos acertada que la de su compañera de reparto. Después de protagonizar Atracción Fatal y con la sombra de su adicción al sexo sobrevolando tanto su vida privada como la profesional acometió este, nada agradable de cara al público, detective obsesivo, con pasado homicida, oscuras parafilias sexuales y tras conocer a la principal sospechosa del caso que investiga de nuevo fumador, alcohólico y con tendencias violentas. Aunque en todo momento Nick cree tener el control de la situación y que los encantos de Catherinne sólo son un juego peligroso que no le afecta más allá del plano sexual el policía no se da cuenta de que está siendo un títere en manos de la novelista y posible asesina para enfado de sus compañeros, superiores y actual pareja, la psiquiatra Beth Garner interpretada por Jeanne Tripplehorn.




Aunque gran parte de la fama de Instinto Básico viene de sus escenas sexuales ni estas son tantas ni se incluyen de manera gratuita en la trama, todas ellas tienen un fin narrativo y de desarrollo en cuanto al devenir de los acontecimientos y personajes. Como sucede en todos los largometrajes de Paul Verhoeven antes del rodaje el holandés diseña unos storyboards que servirán como base para la puesta en escena y su tercer film en Hollywood no fue una excepción. Evidentemente las secuencias de sexo también fueron minuciosamente diseñadas por medio de ilustraciones, dando sentido en fondo y forma a toda la explicitud carnal que veríamos en pantalla. En la película sólo hay cuatro escenas de consumación sexual y, como comentamos, todas aportan algo a la historia. La primera es la que desemboca en el asesinato de Johnny Boz que da inicio al caso criminal que será investigado, la segunda, entre Nick y Beth, da muestras de la relación que ambos mantienen y de los brotes violentos del detective (magistral la referencia a La Ventana Indiscreta en este pasaje con las alumnas de aerobic haciendo ejercicio en la ventana de enfrente) la tercera y más importante es una coreografía de placer y poder en el que los dos protagonistas luchan por prevalecer el uno sobre el otro y la última sirve para jugar con el estatus como pareja que Trammel y Curran y tras ello cerrar el film con el famoso y ambiguo plano final.




Es tan justificable la presencia de escenas de sexo en el devenir de la trama o las relaciones interpersonales de los personajes principales de Instinto Básico que una vez Catherinne Trammel y Nick Curran consuman su primer coito Verhoeven decide que ya no es necesario regodearse más en el morbo sexual, de modo que el resto de momentos íntimos entre los protagonistas son eludidos con elipsis narrativas hasta llegar a la última, ya citada, en la que el relato se sirve de ella para dar forma a su clímax final. Las secuencias están perfectamente abordadas por unos actores entregadísimos (ojo, no sólo por los protagonistas, una bellísima y debutante Jeanne Tripplehorn no le va a la zaga a la actriz de Diabólicas) que no eluden mostrar (casi) todas las partes de su cuerpo transmitiendo una sensualidiad que atraviesa la pantalla para conectar directamente con la excitación de todo tipo de espectadores. Estos pasajes levantaron una considerable polvareda entre la América más puritana, pero si se comparan con los aún más explícitos de los films de la etapa holandesa de Verhoeven se antojan incluso conservadores o cohibidos.




No vamos a intentar con esta entrada afirmar que Instino Básico es una obra maestra, ni tan siquiera es una de las mejores películas de Paul Verhoeven, pero como thriller efectista, malicioso, de sexualidad poderosa, trama tan absorbente como embaucadora y personajes lúbricos marcó un hito en los años 90. Paul Verhoeven la abordó con una profesionalidad intachable, con su mirada nihilista y escatológica que en ocasiones bordea la autoparodia genérica y el resultado fue de nota, una cinta de culto de los videoclubs y las sesiones golfas. Años después intentó repetir la fórmula aunando de nuevo fuerzas con Joe Eszterhas en la reivindicable Showgirls, pero el fracaso en pantalla grande fue de órdago (no así en su carrera en el mercado doméstico, donde las ventas fueron descomunales) seguidamente la ácida e incomprendida Starship Troopers y más tarde la impersonal El Hombre Sin Sombra (Hollow Man) terminarían de dilapidar la carrera en Hollywood del holandés. Por suerte de vuelta en Europa, y con el reconocimiento como autor personal y arriesgado que siempre se le había negado, rodó el que posiblemente sea su mejor film y una clara vuelta a sus raíces, El Libro Negro (Zwartboek) la experimental y aparatosamente colectiva Steekspel (Tricked) y la que hasta hora es su última cinta y su primera incursión en el celuloide francés, Elle, con Isabel Huppert como protagonista y no pocas alabanzas tras su paso por el último festival de Cannes con la prensa especializada afirmando que, el que sigue siendo uno de mis directores favoritos, continúa en plena forma y dando guerra como en sus mejores tiempos.


sábado, 9 de julio de 2016

I Spit On Your Grave 3: Vengeance is Mine, Jennifer's body



Título Original I Spit On Your Grave 3: Vengeance is Mine (2015)
Director R.D. Braunstein
Guión Daniel Gilboy 
Actores Sarah Butler, Gabriel Hogan, Doug McKeon, Karen Strassman, Jennifer Landon, Corey Craig, Bobby Reed, Lony'e Perrine, Alissa Juvan, Joshua Kovalscik, Christopher Hoffman, Heath McGough







En el año 2010 el cineasta norteamericano Meir Zarchi decidió producir un remake de su largometraje más famoso, I Spit On Your Grave (como recordamos, estúpidamente rebautizado en España como La Violencia del Sexo) en el que la actriz Camille Keaton interpretaba a una escritora que alquilaba una casa a las afueras de un pueblo sureño para buscar la tranquilidad e inspiración que le permitieran abordar la creación de su próximo libro. Lo que allí se encontraba era a un grupo de rednecks descerebrados que la violaban y vejaban durante horas, dándola más tarde por muerta. La chica sobrevivía y construía minuciosamente un plan con el que vengarse de sus agresores que irían cayendo uno a uno ante sus artimañas primero y armas después. Junto a La Última Casa a la Izquierda de Wes Craven la producción de Zarchi se convirtió en uno de los estandartes más reconocibles del subgénero rape and revenge gracias a una factura naturalista y seca, una visceralidad cortante y el enorme trabajo de su protagonista.




Como comentamos hace seis años Zarchi impulsó un remake que dirigió el autor de telefilms de medio pelo Steven R. Monroe, escribió Stuart Morse inspirándose en el film primigenio y protagonizó una magnífica Sarah Butler. Esta revisión fue todo un acierto, evidentemente no llegaba a las cotas de realismo cuasi documental de su predecesora pero era lo suficientemente retorcida, psicológicamente violenta y compacta como producto cinematográfico como para considerarla un trabajo meritorio. Aunque fuera de Estados Unidos no tuvo mucha repercusión su recaudación no debío ser mala si tenemos en cuenta que sólo tres años después llegó la secuela. I Spit On Your Grave 2, rodada de nuevo por Steven R. Monroe y escrita por Neil Elman y Thomas Fenton  cambiaba de protagonista (Sarah Butler cedía su puesto a una soberbia Jemma Dallender) y localización, pero seguía la misma construcción y llegaba a ser incluso más extrema que la primera entrega, una secuela que en ocasiones superaba los aciertos de 2010 regalando algunos pasajes de violencia explícita que harían retorcerse en su asiento al varón más aguerrido.




Menos ha tardado en esta ocasión en llegar la tercera entrega que vio la luz en Estados Unidos el pasado año 2015 sin hacer mucho ruido y como sus predecesoras, de tapadillo y sólo en el mercado doméstico en la mayoría de países. Nos referimos a esta I spit On Your Grave 3: Vengeance is Mine que nos ocupa y que hasta ahora es la última entrega de la saga. La segunda secuela ya no tiene a Steven R. Monroe detrás de las cámaras, sino a otro cineasta curtido en las tv movies y el terror como R.D. Braunstein, al igual que un nuevo guionista, David Gilboy, pero sí recupera a la Sarah Butler de la primera entrega de este reinicio que vuelve a encarnar soberbiamente el papel de Jennifer Hill. Una vez más nos encontramos una secuela con varios puntos de interés y el primero de ellos, también el más importante, es que se aleja considerablemente de la estructura clásica del rape and revenge, no demasiado, pero sí lo suficiente para mostrarse como una considerable vuelta de tuerca para no ofrecer más de lo mismo e incluyendo algunas reflexiones sociológicas y psicológicas bastante interesantes.





I Spit On Yur Grave 3:Vengeance is Mine sigue los pasos de una Jennifer Hills (ahora con el nombre de Ángela para no ser vínculada con los hechos en los que se vio involucrada en el primer film) reinsertada en la sociedad, trabajando en una oficina, participando en un grupo de ayuda a víctimas de violaciones y asistiendo a la consulta de una psiquiatra a la que cuenta sus problemas personales. Pero aunque por fuera la joven parece una ciudadana más en su interior fantasea con eliminar a todo tipo de hombre que tenga la intención de abusar de ella u otras mujeres, tomando una perspectiva sobre el sexo masculino sustentada en el rechazo y el odio, algo comprensible tras la traumática experiencia que vivió unos años atrás. Todo cambiará para Jennifer cuando en esas sesiones grupales conozca a la dicharachera, carismática y peligrosa Marla (una magnífica Jennifer Landon, hija de Michael) junto a la que iniciará una cruzada contra acosadores, pervertidos y violadores a los que decidirán ajusticiar personalmente.




Este giro en cuanto a la estructura de lo que llevábamos viendo en la franquicia, y que es la construcción narrativa quintaesencial del subgénero rape and revenge, no sólo inyecta nueva vida a la saga sino que también acerca considerablemente el film a las cintas sobre justicieros callejeros de los años 80 o a una especie de remake o derivación contemporánea de aquella Ángel de Venganza, de Abel Ferrara, protagonizada por una perturbadora Zoë Lund, que aunaba esas dos vertientes cinematográficas. Pero no sólo eso, también por primera vez esta secuela quiere ir un poco más allá de la típica historia de violación y venganza, no sólo tratando de incidir en la psicología de su personaje protagonista, sino también jugando al despiste con un espectador al que el giro final pillará desprevenido si no se mantiene ojo avizor durante todo el metraje y que hace ganar enteros al producto en su clímax cuando creíamos que este iba a perder el control en el momento más importante de la historia que vertebra el film.




Llama la atención que, aunque sea desde un punto de vista algo reaccionario, I Spit On Your Grave 3: Vegeance is Mine plantee ideas interesantes sobre los traumas que causan los casos de violación sobre sus víctimas, cómo la burocracia y la ineficacia de las fuerzas de la ley a veces dan pie a una permisividad a la que los agresores se aferran para ser absueltos y como no pocos de esos grupos de apoyo para superar la terrible experiencia por la que las mujeres (o sus familiares) han pasado no sirven de ayuda para superar miedos o traumas sino para reafirmarlos. El film afirma que ante los agresores sexuales sólo hay una verdadera salida, el ojo por ojo, tomar la justicia por la propia mano y arrancar el mal de raíz. Esa idea, que permanece en la mente de Jennifer durante los primeros pasos del film, eclosiona cuando el personaje de Marla hace de catalizador para que los mismos salgan a la luz de manera gradual pero sin detenimiento.




Pero más interesante todavía es cuando el guión del largometraje incide en la teoría demostrada de que "la violencia egendra más violencia" cuando a lo largo del desarrollo de la trama vemos que Jennifer ya no sólo quiere agredir o eliminar a posibles depredadores sexuales sino que su psicología torturada le hace ver a todo miembro del sexo masculino como un potencial violador (¿tratando los responsables de la saga de quitarse la fama de androfóbica que tiene la misma?) que trata de dañarla en un plano físico o psicolígico. Esta visión va tomando forma a lo largo del metraje y explota en la escena final de la cinta poco después de la revelación que cambia la estructura de toda la obra convirtiendo lo que creíamos una trama desarrollándose de manera paralela a otro en un flashback que nos hace replantearnos todo lo que hemos visto previamente, todo ello sin trampas, con una brutal coherencia y dejando sorprendido al espectador por la astucia y el ingenio del guionista Daniel Gilboy y el cuidado en la puesta en escena por parte de R.D. Braunstein, ambos realizando un trabajo meritorio como escritor el primero y realizador el segundo.




Aunque como es lógico no podemos eludir lo evidente, por mucho que el film trate de exponer, de manera más o menos gruesa, algunos temas interesantes en el plano social o psicolígico. I Spit On Your Grave 3: Vengeance is Mine es cine exploit, la segunda secuela del remake de un film consumido en sesiones grindhouse y videoclubs, de modo que la violencia explícita y el gore deben estar presente. Esta tercera entrega está cargada de hemoglobína y sadismo pero sólo dos secuencias destacan sobre el resto y ambas se unen sin mucha controversia a las más brutales de las dos entregas anteriores. Si en la primera parte teníamos a una escopeta y en la segunda un tornillo de banco en esta entrega una felación con final inesperado y una tubería serán los núcleos protagonistas de esas secuencias, ya famosas, dentro de la franquicia en las que la mutilación genital masculina totalmente gráfica regala los pasajes más memorables de la producción.




A Meir Zarchi y su equipo les ha salido bien la jugada, el cambio de aires a la saga le ha sentado magníficamente bien a esta I Spit On Your Grave 3; Vegeance is Mine. Por un lado mantiene la tradición de crudeza, visceralidad y reivindicación de la mujer como ángel vengador contra una sociedad brutalmente deshumanizada, aunque llevando el mensaje hacia terrenos extremistas y peligrosos y por otro trata de enriquecerla con cierta pátina de reflexión que sin entregarse a lo farragoso o discursivo si incita al replanteamianto de algunas ideas preconcebidas en nuestra inmediata actualidad. Por ahora no sé sabe nada de una nueva entrega de esta saga, pero sí hay ya bastante información sobre una secuela del film original titulada I Spit On Your Grave: Deja Vu que reuniría al mismo Meir Zarchi con la actriz Camille Keaton, producción que no sabemos qué resultado ofrecerá, han pasado muchos años desde la película de 1978, pero seguro que nos hará seguir reflexionando sobre que ser mujer no debe ser nada fácil.