martes, 21 de abril de 2015

Stoker, hiedra venenosa



Título Original Stoker (2013)
Director Park Chan-Wook
Guión Wentworth Miller
Actores Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki Weaver, Dermot Mulroney, Lucas Till, Ralph Brown, Alden Ehrenreich, Phyllis Somerville, Wendy Keeling, Lauren E. Roman, Tyler von Tagen, Judith Godrèche





Stoker es una rareza se la mira por donde se la mire. Está financiada en gran parte por los hermanos Scott, Ridley y el fallecido Tony, co producida y escrita por el actor Wenthworth Miller el célebre Michael Scofield de la exitosa serie Prison Break, protagonizada por las australianas Nicole Kidman y Mia Wasikowska, el británico Matthew Goode y dirigida por el cineasta surcoreano Park Chan-Wook al que debemos joyas como Old Boy o Joint Security Area (J.S.A). Esta mezcolanza de talentos internacionales dio forma al debut del director de Soy Un Cyborg en Estados Unidos sin tener este ni idea de inglés (un intérprete estuvo presente en todo momento en el rodaje) y lo que pudo ser un desastre caótico del que todos sus implicados salieran escaldados se convirtió en una magnífica pieza cinematográfica, de las mejores del año 2013.




El argumento de Stoker es de un película vespertina de fin de semana. Una mujer y su hija que acaban de enterrar al marido de la primera y el padre de la segunda reciben la visita del desaparecido hermano del cabeza de familia fallecido. Cuando el cuñado y tío decide pasar unos días con las dos desamparadas mujeres en ellas comenzarán a aflorar sentimientos de atracción por este y él poco a poco irá mostrando un lado oscuro de su personalidad hasta ese momento desconocido. El guión de Wenworth Miller está muy bien estructurado y `pocas quejas se pueden poner a su construcción, pero la historia que nos narra está tan vista que, como previamente hemos mencionado, no se aleja en demasía de la de cualquier telefilme de medio pelo protagonizado por la celebridad en decadencia de turno.




Por suerte el surcoreano Park Chan-Wook tiene el suficiente talento y el trío de actores principales las necesarias tablas para convertir este relato mil veces visto en una versión mórbida e incestuosa de la Lolita de Vladimir Nabokov (que adaptaran al cine tanto Stanley Kubrick en los 60 como Adrian Lyne en los 90) con apuntes de Sospecha de Alfred Hitchock. Del autor de 39 Escalones o Marnie la Ladrona toma ese tono de intriga localizado en la (casi) única localización de la mansión familiar en la que tiene lugar prácticamente todo el desarrollo de acontecimientos de la trama. De la novela del escritor de La Defensa Luzhin emula su estructura argumental para llevarla e extremos enfermizos que llegan a transmitir cierto malestar en un espectador que no sabe en ningún momento cómo va a acabar la historia o qué derroteros va a tomar la misma.




El director de Thrist pone su poderosa impronta visual y milimétrica puesta en escena al servicio de una historia que en manos de un cineasta con menos talento quedaría en una nadería que sólo podría salvar de la quema el magnífico casting de intérpretes. Park Chan-Wook inyecta toda su imaginería y microcosmos cinematográfico en esa mansión aislada y sus inmediaciones en busca del lado más perverso de su tres protagonistas, hurgando en la depravación y un insano despertar sexual. Por suerte el surcoreano apela a a elegancia y un acabado estilizado a la hora de exponer esto en pantalla siempre sugiriendo más que mostrando y sólo entregándose a lo visceral en contadas ocasiones que rompen los momentos de tensa calma con estallidos de violencia explícita que, aún antojándose intensos, poco tienen que ver con los pasajes más brutales de otros films del mismo autor como Three Extremes o el díptico Sympathy for Mr/Lady Vengeance.




La utilización de los travellings, cámaras lentas, grúas o el uso sobresaliente de los efectos de sonido dan empaque a una historia que sin el acabado plástico y estilítico de su director quedaría reducido a la mitad de sus posibilidades como obra cinematográfica. Momentos como el plano en el que el pelo de Nicole Kidman se convierte en el bosque en el que India iba de cacería con su padre, el del motel y la cabina de teléfono, el del enfrentamiento de la protagonista con algunos compañeros de clase o todo el clímax final confirman que con Stoker Park Chan-Wook no sólo sigue siendo un narrador visual intachable sino que también ha conseguido filtrar su visión a través de un proyecto ajeno que hace suyo con la ayuda de apartados como la exquisita fotografía de Chung-Hoon Chung, un soberbio montaje de Nicolas De Toth, la evocadora banda sonora de Clint Mansell o un reparto a la altura de las circunstancias.




El trío protagonista realiza un tour de force sobresaliente y no sólo por la profesionalidad intrínseca en cada uno de los actores sino también gracias a la notoria mano del director a la hora de guiarlos para abordar a sus criaturas. Mia Wasikowska realiza el mejor papel de su carrera ofreciendo a una Lolita que experimenta una gradual evolución de toxicidad personal (el momento en la ducha es sencillamente brillante) cuando el catalizador de sus más bajos instintos, su tío Charlie, aparece en escena, personaje este abordado por un intachable Matthew Goode de mirada misteriosa y formas tan elegantes como lascivas, sirva como muestra de esto el onírico dueto a piano con el personaje de India, para el que suscribe el mejor momento de la cinta. No les va a la zaga una Nicole Kidman recuperando el talento de antaño con un papel que la australiana hace suyo y llena de debilidades, miedo y rencor. En breves papeles tenemos a Dermont Mulroney y Jacki Weaver, cuyos ínfimos roles cobran harta importancia en la historia narrada.




Stoker es un apetecible caramelo envenenado, un cuento de hadas retorcido, el choque entre la mirada abrasiva de Park Chan-Wook con un melodrama de sobremesa que el surcoreano hace explotar por los aires gracias a su ímpetu por rodar historias abiertas en canal, que lleguen a incomodar a la platea, pero sin estridencias gratuitas o grafismo ofensivo. El debut en Estados Unidos del director nacido en Seul supone una obra elegante y lacerante sobre el malditismo de la consaguineidad, el lado masoquista del despertar sexual adolescente y la herencia generacional del instinto depredador intrínseco en la naturaleza humana. Un producto que no tuvo la repercusión merecida y que confirma a su realizador como un narrador todoterreno al que ni las barreras idiomáticas le impiden destilar ese talento y profesionalidad que desde hace años confirma al cine de Corea del Sur como uno de los mejores del panorama contemporáneo.


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