jueves, 30 de octubre de 2014

Torrente 5: Operación Eurovegas



Título Original Torrente 5: Operación Eurovegas (2014)
Director Santiago Segura
Guión Santiago Segura
Actores Santiago Segura, Julián López, Jesús Janeiro, Alec Baldwin, Fernando Esteso, Carlos Areces, Angy Fernández, Anna Simon, Neus Asensi, Chus Lampreave, Florentino Fernández, Cañita Brava, Josema Yuste, José Mota, Santiago Urrialde, Falete, El Gran Wyoming





Sí amigos, el ex agente de la ley facha, racista, fan del atleti e incodicional del fallecido Fary, José Luis Torrente, está de vuelta para regocijo de unos y repugnancia de otros. El humor zafio, burdamente costumbrista, chusco y por qué no decirlo, efectivo, vuelve con una quinta entrega que nuevamente ha supuesto para su director, actor, guionista y productor un nuevo éxito de taquilla y, esta vez sí, un reconocimiento bastante más aceptable por parte de la crítica especializada. Para un servidor nos encontramos con la entrega más sólida argumentalmente (que no es decir mucho, si tenemos en cuenta el tipo de historias que narra el intérprete de El Día de la Bestia en esta saga) pero la más escasa en gags de humor efectivos, que haberlos haylos, pero no aparecen hasta bien pasado el primer tercio de metraje y en cantidad son bastante menos que en las anteriores cuatro entregas.




Año 2018, José Luis Torrente sale de prisión y se encuentra una España en la que Cataluña ha conseguido la independencia y unos vándalos ultrajan la tumba de el Fary entre otras fechorías. Con la ayuda de su fiel amigo Cuco y Jesusín, el primo de este último, buscará la colaboración de John Marshall, el supervisor de seguridad del principal casino de Eurovegas instalado en Madrid para robar el botín que atesora en su interior. Torrente conseguirá reunir a un grupo de "profesionales" para realizar el robo más grande de la historia de España y así huir con el dinero de un país que el ex policía no reconoce como suyo. Este es el punto de partida de la película y si bien no es nada del otro mundo parece un libreto escrito por David Mamet, los hermanos Coen o Charlie Kauffman si lo comparamos con el de las dos anteriores entregas de la franquicia.




Torrente 5: Operación Eurovegas es una parodia del cine sobre atracos de casinos, concretamente tanto de La Cuadrilla de los Once protagonizada por el mítico Rat Pack (Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr, entre otros) como de sus remakes en forma de trilogía contemporánea a manos de Steven Soderbergh y con actores de primera nivel como George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon o Julia Roberts en sus filas. Pero como es lógico con toda la trama pasada por el grueso filtro de la saga Torrente llenando dicha historia de incorrección política, escatología, referencias a la actualidad Española (o a su futuro inmediato, acertando en más de un detalle con sus predicciones desde el punto de vista del que suscribe) acción y bastante desenfreno, aunque en esta ocasión Santiago Segura ha querido volver sobre sus pasos casi hasta el origen de todo.




Porque esta quinta entrega es la que más cerca esta conceptualmente de aquella modesta y primigenia Torrente: El Brazo Tonto de la Ley con la que el madrileño pusiera la primera piedra de lo que más tarde sería la saga cinematográfica más exitosa y extensa del celuloide patrio. Posiblemente por ello Segura recupere a personajes como Amparito (Neus Asensi) o Remedios (Chus Lampreave) y ofrezca un sincero (y muy bien realizado) homenaje a ese Tony Leblanc que no faltó a ninguna de las cintas de la franquicia hasta que el pasado 2013 nos dejó. Tampoco se olvida de actores recurrentes en todo el recorrido de las correrías fílmicas de Torrente como Cañita Brava, Barragán, mis paisanos Bigotes y Dientes o los indispensables Andreu Buenafuente, Florentino Fernández o José Mota.




Por ello hay a lo largo del metraje más ambiente cutre y modesto (gran parte del film tiene lugar dentro del decrépito apartamento de la actriz de Volver o Mujeres al Borde de Un Ataque de Nervios en el que la banda de desarrapados trazan su rocambolesco plan para llevar a cabo el atraco) y menos aparatosidad formal en cuanto a tiroteos, persecuciones y explosiones, las mismas que se habían sobreutilizado desde Torrente 2: Misión en Marbella hasta Torrente 4: Lethal Crisis y que a pesar de estar cada vez mejor realizadas (recordemos que en la primera secuela era el cineasta Juanma Bajo Ulloa el responsable de rodar las secuencias más dinámicas en lugar del mismo Santiago Segura, que todavía no se veía con el suficiente oficio para ello) eran un complemento más para eludir una verdad irrefutable, la ausencia de un guión, no ya sólido, sino simplemente funcional.




Porque no se puede negar que Torrente 3: El Protector y su ya mencionada sucesora carecían totalmente de un hilo argumental mínimamente consistente para que todo el conjunto argumental del largometraje saliera a flote. Pero un perro viejo como Santiago Segura sabía que una factura cada vez más elaborada y un interminable desfile de cameos de actores, celebridades del famoseo más cutre y amigos de toda índole (los de la cuarta parte se sucedían cada dos minutos más o menos) camuflarían con bastante acierto la poca consistencia y el, en apariencia, no demasiado tiempo que habría dedicado a la escritura de los libretos que deberían de sustentar sus productos y que realmente se mostraban como una sucesión de gagas en sesión continua que aunque despertaban casi siempre la carcajada del espectador, también podrían considerarse como un engaño de cara a la platea. que parecía estar viendo más un programa televisivo de humor por sketches que una verdadera película.




Curiosamente esta quinta entrega es la que tiene el guión más elaborado desde Torrente 2: Misión en Marbella dentro de a naturaleza de un producto como este, que lógicamente es puro entretenimiento. Por primera vez en años el protagonista de Muertos de Risa tiene una historia consistente que contar y aunque la misma no tenga nada nuevo que exponer (ya hemos comentado anterioremente sus referentes cinematográficos previos) lo hace con la suficiente cohesión y profesionalidad como para jugar con acierto con un primario pero aceptable alarde narrativo con sorpresa final. El precio a pagar es el del humor, ya que esta quinta entrega se revela para un servidor como la menos graciosa de toda la saga, ya que durante la primera mitad del metraje da la impresión de que los chistes están mal rematados y pobremente planteados. Por suerte este fallo se va solucionando a lo largo del desarrollo de la trama y en la segunda parte de la cinta tenemos un buen puñado de gags y coñas que funcionan magníficamente.





También ayudan a que el humor vaya cogiendo consistencia un reparto en líneas generales muy acertado, del que sólo podríamos decir que lo hace, no ya mal, sino para no haberle pagado por sus servicios, el torero Jesús Janeiro "Jesulín" que consigue que la terrible labor de su ex mujer, Belén Esteban, en la anterior entrega parezca digna de Bette Davis. Pero son un Julián López que consigue que no echemos de menos al gran Gabino Diego, un Carlos Areces pletórico un Cañita Brava en su salsa, una macarra Angy, una brutal Mari Carmen (sin sus muñecos), un Fernando Esteso en su salsa (su momento con Andrés Pajares es para enmarcar) y un desprejuiciado y entregado Alec Baldwin que se suma a Espartaco Santoni, José Luis Moreno, Fanio Testi y Franciso para copar un puesto de honor en la galería de estrambóticos y atípicos villanos de la franquicia los que le dan el largometraje hecho a su creador. En papeles más cortos cumplen su cometido Bigotes y Dientes, Anna Simón y los cameos de Falete, Imanol Arias, el Gran Wyoming o Tomás Roncero como entrenador de la selección de fútbol de Cataluña regalan momentos de sorna más que considerable.




Esto es lo que hay con Torrente 5: Operación Eurovegas, señoras y señores, más de lo mismo pero con menos humor y más cine. Santiago Segura sigue dando de lleno con su creación y con ella pone (casi) punto y final a un 2014 en el que el cine español ha tenido sus mejores números en mucho tiempo gracias a obras como Ocho Apellidos Vascos, La Isla Mínima, El Niño o esta quinta parte de las andanzas del inefable José Luis Torrente que vuelve a mostrarnos la cara más sucia y retrógrada de nuestro país. Por el camino nos regala pasajes muy bien rematados (comparar la recreación del golpe y el resultado final del mismo es descacharrante) una labor técnica decente y un humor que aunque ha estado en mejor forma en cualquiera de las anteriores películas sirve para evadirnos durante algo más de 90 minutos de los problemas que el mismo director y protagonista se ocupa de retratar con brocha gorda, pero sin desatino, en la película que nos ocupa en esta entrada.



miércoles, 29 de octubre de 2014

Ninja Turtles



Título Original Ninja Turtles (2014)
Director Jonathan Liebesman
Guión Josh Applebaum, Andre Nemec, Evan Daugherty basado en los cómics de Kevin Eastman y Peter Laird
Actores Megan Fox, Alan Ritchson, Jeremy Howard, Pete Ploszek, Noel Fisher, Will Arnett, Danny Woodburn, William Fichtner, Whoopi Goldberg, Jeremy Howard, Pete Ploszek, Minae Noji, K. Todd Freeman, Malina Weissman





Cuando hace casi un año hice una crítica de la primera película en imagen real de las Tortugas Ninja hablé de que aquel fenómeno de principios de los 90 llamado "tortugamanía". Basadas en el cómic underground de los autores Kevin Eastman y Peter Laird las aventuras de Donatello, Michelangelo, Leonardo y Raphael dieron la vuelta al planeta y se convirtieron en un fenómeno a nivel mundial con muñecos, series de animación, nuevas colecciones de cómics y películas en pantalla grande, tres concretamente. Hace unos años saltó la noticia de que Michael Bay y su productora Platinum Dunes iban a impulsar un reboot de nuestros quelonios favoritos. El hecho de que los protagonistas fueran a estar realizados con efectos digitales con un diseño más bien tosco, la inclusión de Megan Fox para dar vida a April O'Neill y la dirección del medicore Jonathan Liebesman no auguraban nada bueno con respecto al proyecto.




Supongo que ahora es cuando debería decir que es la nostalgia la que ha hecho que salga de los multicines con una sonrisa de oreja a oreja, por haberme reencontrado con algunos de los personajes de ficción que más horas de diversión me proporcionaron en todos los formatos posibles y sería de necios negarlo, pero no todo se reduce a eso. Porque las buenas vibraciones comenzaron desde esa intro animada en claro homenaje a los cómics de Eastman y Laird, sin olvidar que la construcción como blockubuster para todos los públicos lleno de acción, humor y carisma se hace notar bien pronto con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Porque contra todo pronóstico tanto Michael Bay como sus guionistas, a los que habría que sumar el director mercenario de turno, han dado forma a una más que digna adaptación que amalgama casi todas las versiones que se han dado de los pupilos de Splinter en los distintos medios en los que han hecho acto de presencia.




Porque sí, Ninja Turtles es un producto 100% Michael Bay, y aunque su nombre no conste como director en los títulos de crédito su sello se deja notar a lo largo de todo el metraje. La cinta es una estruendosa macarrada llena de testosterona, hipertrófica desde su presupuesto hasta la realización pasando por el diseño de los personajes, llena de acción sobreproducida y humor tan simple como efectivo. Pero a diferencia de la mayoría de trabajos salidos de la mano del director de la saga Transformers en la obra que nos ocupa no sólo hay unos personajes con un carisma incuestionable que devoran la pantalla, también hay una fidelidad intachable (no tanto en la génesis de los roles o su estética, en ambos apartados se toman cuestionables licencias) hacia la esencia de estas cuatro tortugas que aprendieron el arte del ninjitsu gracias a su sensei y figura paterna, Splinter.




Y es que aquí están el rebelde Raphael, el inteligente Donatello, el gracioso Michelangelo, el líder Leonardo y por descontado el sabio y recto Splinter (conocido gracias a la primera serie de animación como el Maestro Astilla en España, país con afán por traducir innecesariamente todo idioma a la lengua castellana). Todos ellos representados como si fueran una amalgama de la mayoría de las versiones en papel o imagen en movimiento que se han dado de ellos a lo largo de sus 30 años de vida. Se nota el tono de camaraderia y hermandad camuflada en chulería adolescente entre los cuatro quelonios y el respeto, admiración y deuda pendiente de estos hacia ese padre roedor que los crío y adiestró, tal y como podemos ver en ese flashback en el que asistimos a cómo los protagonistas crecen y se convierten en expertos en artes marciales, uno de los mejores pasajes del largometraje.




Michael Bay y su protegido Jonathan Liebesman (que ya trabajó para el director de La Roca en la estimable La Matanza de Texas: El Origen, aunque siempre se ha revelado como un realizador más bien paupérrimo en obras como Invasión a la Tierra o Ira de Titanes) se ocupan de que en la pantalla no sólo se vean aparatosas escenas de acción llenas de persecuciones, combates, tiroteos y artes marciales caóticas, también consiguen que unos personajes realizados con CGI aplicados a actores reales transmitan calidez, veracidad o humanidad y miran con lupa satisfacer a los fans clásicos de los protagonistas con referencias directas a las series de dibujos animados (el tono de animación del diseño de las tortugas) la primera película en imagen real (el momento en que la porción de pizza cae en la cabeza de Splinter y toda la estructura del guión que es idéntica al que narraba el film de 1990) o alguna de sus secuelas (la estética hip hopera heredera de la secuela, Las Tortugas Ninja 2: El Secreto de los Mocos Verdes en la que el inefable rapero Vanilla Ice hacía de "estrella invitada") y hasta la oscuridad urbana de los primeros cómics de Eastman y Laird que homenajeban al Frank Miller de los años 80.




También es cierto que tenemos algunos fallos como la ya mencionada saturación en el apartado técnico, una Megan Fox terrible como April O'Neill que no da la talla en ningún momento, siempre pendiente de aparecer divina en la pantalla aunque tenga en su contra las cantidades ingentes de botox que la van poco a poco quitando naturalidad y expresión facial. Por otro lado el Shredder de la película también peca de aparatosidad, aunque dé la talla en las brutales escenas de acción, pero más grave es su pobre caracterización como villano principal sin que el guión de Josh Applebaum, Andre Nemec y Evan Daugherty aporte algo de información con respecto a sus motivaciones criminales, que brillan por su ausencia. Es más, está mejor perfilado como némesis de las tortugas el Eric Sachs de William Fitchner que el Triturador al que da vida (al menos en las escenas en las que no lleva la armadura puesta) el desconocido actor nipón Tohoru Masamune.




En su estreno en Estados Unidos le llovieron golpes, por algunos que tienen poco aprecio (y no les culpo) por el sello Michael Bay, por otros que afirmaban que habían violado a sus personajes de infancia y por el resto que, en un arranque de verdadera sinceridad, afirmaron que la película no les gustó sin tener que recurrir a los dos primeros puntos mencionados previamente. Un servidor sólo puede recomendar encarecidamente la película a los que, como yo, se han criado con los personajes que un día crearan, sin muchas aspiraciones artísticas o económicas, Kevin Eastman y peter Laird. Porque aunque la estética es puro cine de evasión del siglo XXI, en su interior Ninja Turtles atesora un un aroma a celuloide comercial de los primeros 90 y verdadero amor por los personajes a los que adapta. A escenas como la confesión final de Raphael o a ese desesperado "Sensei, sensei... ¿papá, qué estás haciendo" que Leonardo espera a Splinter en el verdadero clímax de la película me remito. Como fan irredento de las Tortugas Ninja no puedo estar más satisfecho y agradecido con la labor ejercida en esta deliciosa y entretenida cinta de la que espero con ganas su secuela en la que no deben faltar Casey Jones, Bebop, Rocksteady y hasta Baxter Stockman, si me apuran.



viernes, 10 de octubre de 2014

La Isla Mínima



Título Original La Isla Mínima (2014)
Director Alberto Rodríguez
Guión Rafael Cobos y Alberto Rodríguez
Actores Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Manolo Solo, Jesús Carroza, Cecilia Villanueva, Salvador Reina, Juan Carlos Villanueva





¿Podríamos a estás alturas hablar ya de una nueva hornada de cineastas andaluces?. ¿Estamos ante un Nuevo Cine Andaluz como durante los 90 tuvimos uno vasco a manos de gente como Juanma Bajo Ulloa, Daniel Calparsoro, Álex de la Iglesia, Julio Medem o Enrique Urbizu?. ¿Son cineastas como Miguel Ángel Vivas, Paco Cabezas, Santi Amodeo o el Alberto Rodríguez que nos ocupa la nueva esperanza del celuloide ideado por directores nacidos en el sur de España?. Posiblemente la respuesta a todas esas cuestiones sea un rotundo sí. Films como la brutal Secuestrados, la entrañable y espídica Carne de Neón o la tierna y marciana Cabeza de Perro comenzaron a dar muestras de una savia nueva de origen sureño con ganas de contar historias con genuino aroma español sin tirar de clichés autóctonos e incluso abordando de manera crítica estos últimos cuando en alguna ocasión han decidido parar en ellos. 




El nombre de Alberto Rodríguez comenzó a darse a conocer en algunos círculos de cine independiente español con una obra como El Factor Pilgrim en la que compartía labores de realización con su amigo, el ya mencionado Santi Amodeo. Dos años después rodó su primera película en solitario, la poco conocida El Traje, pero no sería hasta 2005 que diera un considerable puñetazo en la mesa con aquel inesperado éxito llamado 7 Vírgenes, protagonizado por unos inspiradísimos Juan José Ballesta y Jesús Carroza, que hacía un retrato tan duro como naturalista de los barrios más bajos de Andalucía. Tras ella llegó la no muy publicitada After Party que narraba una noche de exceso veraniego repleta de alcohol, sexo y drogas con protagonistas como Guillermo Toledo, Tristán Ulloa y Blanca Romero.




Pero fue en 2012 cuando Alberto Rodríguez nos regaló la que hasta ese momento era su mejor obra, Grupo 7. Aquella nihilista revisión del cine policíaco a lo Sidney Lumet pasado por un tamiz puramente ibérico en el que se nos relataban los hechos reales de las andanzas de un grupo de policías sevillanos que campaban a sus anchas en la capital andaluza “limpiando” las calles de “indeseables” para que unos políticos “preocupados” porque la Exposición Universal de 1992 estuviera exenta de cualquier tipo de problema o disturbio pudieran dormir tranquilos mientras un equipo de supuestos defensores de la ley ponían en práctica métodos propios de gangsters. Mario Casas, un enorme Antonio de la Torre o secundarios como Joaquín Núñez, José Manuel Poga, Inma Cuesta, Julián Villagrán o Alfonso Sánchez conformaban el reparto de una de las mejores películas patrias de aquel 2012.




La Isla Mínima es la evolución natural de Grupo 7, otro policíaco noir con un reparto de actores entregándose hasta lo indecible y un trasfondo social y político que hace un retrato tan desolador como necesario de una época turbulenta de un país como España y una comunidad autónoma como Andalucía, tierra (la del cineasta y también la de un servidor) que guarda muchos esqueletos en su armario y a la que el director sevillano ha querido volver para narrar de nuevo un trhiller magistral con algunos de los momentos más potentes del cine español reciente y un puñado de las interpretaciones más conseguidas vistas en años dentro de la producción patria. El resultado no sólo es la mejor película (con mucha diferencia) de Alberto Rodríguez sino también una de las obras cinematográficas más interesantes y completas de este 2014 al que le quedan pocos meses para abandonarnos.




Una atmósfera y dos protagonistas que remiten a True Detective, un punto de partida y algunos apuntes que nos llevan de Twin Peaks (esos pájaros que se le aparecen al personaje de Javier Gutiérrez son puro David Lynch) a Forbrydelsen/The Killing pasando hasta por la meritoria miniserie española Punta Escarlata (producto para la pequeña pantalla que comparte muchos puntos en común con la obra que nos ocupa). La trama la hemos visto cientos de veces: Dos policías de la capital viajan a un pueblo andaluz a investigar la desaparición de dos chicas de la zona que finalmente son encontradas brutalmente violadas y asesinadas. Allí se mezclaran con la fauna local para intentar desentrañar el crimen, pero entre pistas y falsos culpables encontrarán secretos a voces y actos inenarrables llevados a cabo por personas sin rostro o identidad.




La Isla Mínima es una de esas películas que desde su primera imagen ya sabemos que está rematada por un profesional que es consciente completamente lo que está haciendo y cómo debe hacerlo. Esos planos cenitales a vista de pájaro, acariciados por la excelente e intimista partitura de Julio de la Rosa, que retratan marismas que parecen lóbulos cerebrales y que el realizador irá utilizando a lo largo del metraje para acentuar la pequeñez de esta historia tan mínima como la isla que da título al film, afirmándonos que asesinatos como los de Ángela y Carmen se sucedían, suceden y sucederán en España por centenares, son un toque de aviso para avisarnos que vamos a asistir a toda una lección de cinematografía de altos vuelos, ya que el salto de calidad en el trabajo de Alberto Rodríguez con respecto a su obra inmediatamente anterior es sencillamente enorme y con Grupo 7 hablábamos de una obra soberbiamente rodada, con una puesta en escena llena de nervio y una dirección de actores brillante.




Pero la última película del cineasta sevillano juega en otra liga, aquí el centro no son los enormes personajes a los que dan vida nos Raúl Arévalo y Javier Gutiérerrez a los que no se puede hacer justicia con palabras (sobre todo al segundo, lo suyo no tienen nombre) ni siquiera la investigación del caso del doble asesinato, ya que uno de los logros más grandes de los creadores del largometraje es que en ocasiones nos implicamos tanto con la narración que saber quién está detrás del crimen es lo que menos nos interesa. Aquí lo que realmente mueve la historia gracias al intachable y complejo guión del mismo Alberto Rodríguez y su habitual colaborador, Rafael Cobos, es el contexto histórico, aquel 1980 en el que una joven y todavía débil democracia trataba de abrirse paso entre esperanzas y sueños, muchas veces, sepultados por la furia y la amenaza heredadas por 40 años de aislamiento político y social.




Porque si en Grupo 7 la crítica lectura política del largometraje se encontraba adherida tangencialmente a la historia que Alberto Rodríguez y Rafael Cobos nos narraban, en La Isla Mínima la misma es la que bascula todo el entramado central de la historia. Aquella época del posfranquismo se puede palpar en la atmósfera fantasmal del pueblo, en las moscas que revolotean alrededor de las casas, en las caras de tristeza asumida años ha de los ciudadanos, todo localizado en unos días inciertos en los que el mínimo gesto, el más pequeño movimiento, podía hacer volar por los aires los intentos porque aquellas dos Españas no volvieran a enfrentarse. Las sombras de la dictadura sobrevuelan toda la localidad donde Estrella y Carmen han perdido la vida de manera descarnada, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde los señoritos y terratenientes siguen haciendo lo que les viene en gana con los más desfavorecidos, como si aquello que nos contaran, Miguel Delíbes primero y Mario Camus más tarde, en Los Santos Inocentes fuera extrapolado a una trama detectivesca de aire asfixiante, calor húmedo y naturaleza siniestra.




Los espéctros de aquella dictadura habitan en el cuerpo menudo de un Javier Gutiérrez al que por fin le han dado el papel protagonista que llevaba años mereciendo. La oportunidad no se puede decir que la haya desperdiciado y por ello se ha llevado la concha de plata al mejor actor en el pasado festival de San Sebastián. Policía violento, de métodos expeditivos, alcohólico, al que con sutiles pinceladas el guión nos perfila como un hombre de talento desperdiciado (esa libreta llena de dibujos) que supuestamente sirvió a las órdenes del régimen y que el actor asturiano llena de gestos, matices, miradas y una verdad doliente que atraviesa la pantalla en favor de una empatía compartida con el espectador que nos causa tanto rechazo como atracción. La réplica se la da un no menos apabullante Raúl Arévalo que muestra la otra cara ideológica de las fuerzas de la ley, la que contesta a sus superiores y no acepta ordenes así como así, pero la personalidad vírica de su compañero calará tan hondo en su psique que en ocasiones le veremos como su más que posible heredero, pareciendo ambos los hijos de un mismo desarraigo.




La Isla Mínima es una muestra del mejor cine que se puede hacer en España y la más digna heredera de la soberbia adaptación Ladislao Vajda hizo de la novela El Cebo del novelista Friedrich Dürrenmatt. Adentrándonos en el thriller de género, pero sin olvidar el compromiso que siempre ha caracterizado a nuestra producción fílmica, Alberto Rodríguez consigue una pequeña obra maestra que poco tiene que envidiar a largometrajes policíacos de Estados Unidos, Francia o Italia, que aúna un equipo técnico totalmente cohesionado (la dirección de fotografía de Álex Catalán casi podríamos decir que tiene vida propia) y un dúo de actores con las espaldas bien cubiertas por unos secundarios (como un magnífico Antonio de la Torre, un competente Jesús Castro, un carismático Manolo Solo o la revelación dramática en la piel del actor cómico y monologuista Salvador Reina entre otros) que inyectan calidad a todos y cada uno de los fotogramas que pueblan el largo.




Alberto Rodríguez apela a la narración fluida, al entretenimiento de calidad, a hacer que el espectador piense y reflexione mientras se retuerce en la butaca con las pocas glorias y muchas miserias de sus dos antihéroes protagonistas. El cineasta sevillano nos vuelve a retratar la Andalucía profunda, la enraizada en la tierra moribunda, la que tenía la violencia a flor de piel, la que formaba parte de una España que no está tan alejada en el tiempo como quisiéramos pensar y que por desgracia cada vez se parece más a la de hoy. Sin adoctrinar, si brocha gorda, pero con rabia y sin temblarle el pulso el director de Grupo 7 afirma que no nos olvidemos de aquellos que, al morir el dictador, y después de haber matado y torturado en nombre de un país “grande y libre”, abrazaron la democracia como si la hubieran defendido desde siempre yéndoles la vida en ello, ni de aquellos que les necesitaban para hacer el trabajo sucio independientemente del lado del espectro político en el que se encontraran.



domingo, 5 de octubre de 2014

Sin City: Una Dama Por la Que Matar, la jungla del asfalto



Título Original Sin City: A Dame to Kill For (2014)
Director Robert Rodriguez y Frank Miller
Guión Frank Miller basado en sus cómics
Actores Mickey Rourke, Jessica Alba, Josh Brolin, Joseph Gordon-Levitt, Rosario Dawson, Bruce Willis, Eva Green, Powers Boothe, Dennis Haysbert, Ray Liotta, Christopher Meloni, Jeremy Piven, Christopher Lloyd, Jaime King, Juno Temple, Stacy Keach, Marton Csokas, Jude Ciccolella, Jamie Chung, Julia Garner, Lady Gaga, Alexa Vega, Patricia Vonne, Bart Fletcher, Billy Blair, Johnny Reno, Frank Miller





En el ya algo lejano año 2005 el cineasta nacido en Texas, Robert Rodríguez, consiguió algo más que realizar una adaptación de la saga de cómics Sin City escrita y dibujada por uno de los nombres más importantes del mundo del noveno arte, el norteamericano Frank Miller. También consiguió que el autor de Batman: El Regreso del Caballero Oscuro, Hard Boiled o Martha Wasington: Give Me Liberty debutara en la realización cinematográfica con esta fidedigna (hasta lo enfermizo) adaptación de la serie editada por el sello independiente Dark Horse. Del resultado de aquel sobresaliente experimento, que supuso una de las mejores películas del autor de la trilogía de El Mariachi o Abierto Hasta el Amanecer, ya hablamos en su momento dentro de las cuatro paredes de este santo blog. De modo que ahora toca hacerlo de la tardía secuela de reciente factura.




El fracaso en taquilla de Sin City: Una Dama Por la Que Matar y el escaso entusiasmo de la crítica que la pudo ver en el estreno han herido de muerte su, en principio, prometedora carrera comercial. Tal ha sido el batacazo que al igual que el anterior film de Robert Rodriguez (Machete Kills, secuela de aquella simpática Machete de 2010 que nació como fake trailer en la saga Grindhouse que el texano ideó junto a su inseparable amigo Quentin Tarantino) en algunos países, España entre ellos, será editada directamente en el mercado doméstico, ya sea en dvd o blu-ray. Un servidor ha podido ver ya esta secuela de Sin City y sería de necios afirmar que está a la altura de su predecesora, pero tampoco podemos hablar de una mala película o una secuela fallida, pero sí de un producto irregular con muchos aciertos que en ocasiones se alternan con decisiones equivocadas que le restan puntos si la analizamos globalmente como obra en su conjunto.




Sin City: A Dame To Kill For adapta el cómic del mismo título que supone el segundo arco editado en la colección allá por los años 90, también se incluye una historia corta corto titulada Otra Noche de Sábado sacada del recopilatorio Alcohol, Chicas y Balas, y el mismo Frank Miller ha escrito exclusivamente para la película dos nuevas historias a las que cuesta situar en el universo de Sin City, aunque formen parte del mismo, por más de un motivo que más tarde pasaremos a comentar. El desequilibrio se hace más que notorio cuando nos damos cuenta de que son los relatos adaptados del cómic los que realmente funcionan y los dos ideados para el largometraje los que no están bien rematados o inadecuadamente desarrollados aunque en ellos se note la mano de Frank Miller, por desgracia uno en horas bajas artísticamente hablando y por lo que hemos podido ver en imágenes de la Comic Con de San Diego también en lo que a salud se refiere.




La adaptación del cómic que tiene a Dwight McCarthy y Ava Lord como protagonistas es ejemplar en lo narrativo y casi perfecta en lo estético. Robert Rodriguez y Frank Miller vuelven a utilizar todos los recursos visuales y estilísticos que dieron tan buen resultado en la primera Sin City de 2005. La literalidad a la hora de extrapolar las viñetas en imágenes es de una solidez y ejecución para quitarse el sombrero. La adaptación de Otra Noche de Sábado es enfermizamente fiel hasta el punto de que las dos viñetas en las que los coches rodeaban el rostro de Marv se convierten en pantalla en un travelling circular que recorre el cuerpo del personaje al que vuelve a dar vida Mickey Rourke. La paleta de colores, el uso cromático del blanco y negro con breves pinceladas de azul, verde o rojo, la utilización de unos soberbios efectos digitales para crear de la nada una ciudad que huele a miseria, violencia, sexo y alcohol, todo funciona a las mil maravillas, puede que no con tanta rotundidad como en la primera película, pero sí con la suficiente eficiencia para no desmerecer al acabado artístico de aquella.




Al prólogo y la historia central que adapta el cómic de Frank Miller poco se le puede achacar. Los actores están muy bien elegidos, Josh Brolin hace un trabajo muy competente, dando el perfecto perfil de antihéroe noir, su actuación sólo se resiente cuando los directores toman la idea de ponerle la peor peluca de la historia cuando el personaje de Dwight se cambia el rostro por medio de la cirugía (tomando las facciones de un Clive Owen que debería haber retomado aquí su papel de la primera película una vez ha pasado por el quirófano, pero parece ser que dio una negativa a la hora de participar en el proyecto de la secuela) en la recta final del metraje de su historia. El cambio del tono de voz del protagonista de No Es País Para Viejos y la terrible rata muerta que le colocan en la cabeza no sólo hacen que echemos de menos al actor de Hijos de los Hombres, sino que también restan enteros al meritorio trabajo que el actor de Wall Street: El Dinero Nunca Duerme estaba llevando a cabo hasta ese momento.




Aunque nunca me la hubiera imaginado como Ava Lord (habiendo preferido un servidor entre las posibles candidatas tanteadas a la inglesa Rachel Weisz o la estadounidense Angelina Jolie, que se parecían físicamente más al personaje de las viñetas) le morbosísima actriz francesa Eva Green tiene grabadas las palabras femme fatale en la frente. La protagonista de Soñadores o 300: El Origen de Un Imperio está a la altura, dando vida a una mujer tan atractiva como manipuladora, tan apasionada como mentirosa, tan fría como peligrosa, condensando en su interesante anatomía todo el ideario algo machista y con cierto tono misógino de Frank Miller. Ella es uno de los mejores aciertos del largometraje y su rotundidad y sexualidad permiten que nos creamos que los hombres pierdan la cordura por ella y sus artimañas eróticocriminales.




Dentro de los secundarios tenemos a habituales de la casa como un Mickey Rourke que una vez más se lleva al gato al agua dando vida a esa descontrolada mole esquizofrénica pero leal llamada Marv. Aunque esta vez el maquillaje no está tan elaborado, el protagonista Manhattan Sur (Year of the Dragon) o El Luchador está tan metido en su personaje que nos los creemos en todo momento lo suficiente como para disfrutar de sus violentas correrías, Rosario Dawson como la dura Gail o Jaime King como las gemelas Goldie y Wendy. En las nuevas incorporaciones tenemos a Christopher Meloni en la piel del teniente de policía Mort y las breves apariciones de Ray Liotta como Joey, Juno Temple como Sally y un irreconocible Stacy Keach dando vida a Wallenquist, cuya exagerada caracterización está de más en la estética del film por muy fiel que sea a la de los cómics.





Pero incluso en esta primera historia encontramos uno de los fallos más destacados de Sin City: Una Dama Por la Que Matar y del que ya hemos dado algún detalle unos párrafos más arriba. El cambio de actores a la hora de dar vida a personajes que ya aparecieron en las varias historias que daban forma a la primera película. Evidentemente poco podremos quejarnos de que Dennis Haysbert  o Julia Garner ocuparan los lugares de los fallecidos Michael Clarke Duncan y Brittany Murphy a la hora de ofrecer cuerpo y voz a Manute y Marcie (aunque esta pertenece a la historia protagonizada pro Joseph Gordon.Levitt) respectivamente. Pero transformar a Michal Madsen en Jeremy Piven en el caso de Bob, o el de Jamie Chung por Devon Aoki  en el de Miho ha sido un error en ambos casos que da pie a una confusión que en ocasiones comparte tanto el espectador que ha leído los cómics como el néofito.




Esa desorientación se acrecienta cuando nos disponemos a analizar las dos nuevas historias que Frank Miller ha escrito para el guión de la película: La Larga Mala Noche y El Último Baile de Nancy Callahan. Ambas no desentonan con el estilo de Sin City, ya sea en páginas de papel o imágenes cinematográficas en movimiento, sus personajes parecen nacidos en el universo creado por Frank Miller alrededor de esa corrupta ciudad y el tono a literatura negra hiperbolizada se deja notar en todo momento. El problema es el pobre devenir de ambos relatos, el insuficiente desarrollo del de un magnífico Jospeh Gordon-Levitt al que da la réplica un crecido, con respecto a su breve aparición en la primera parte, Powers Boothe y la gratuidad del que tiene a una esforzada pero insuficiente (como siempre) Jessica Alba acompañada de un Bruce Willis metido con calzador para llevárselo calentito en un cheque, así como también el abrupto final con el que Rodriguez y Miller dan carpetazo a ambas tramas.





Estos dos relatos dejan claro algo que llevamos viendo desde hace años y que ya es una verdad inamovible. Frank Miller no es ni la sombra de lo que fue, ya sea escribiendo pobres (cuando no terribles) cómics como El Contraataque del Caballero Oscuro, All Star Batman & Robin o Holy Terror, rematando argumentos rudimentarios para secuelas de las adaptaciones de su obra al celuloide (300: El Origen de Un Imperio) o rodando largometrajes con los que mancilla, más que homenajea, la obra de ídolos suyos como el Will Eisner de The Spirit. Pero poco importa que Miller ya no sea un gran autor del mundo del cómic y que se haya transformado en un carca fascistoide en lo personal, es saber que posiblemente esté luchando con una enfermedad que puede arrebatárnoslo y desear un servidor que salga adelante y siga regalándonos (o no, ya poco tiene que demostrar) piezas como Daredevil: Born Again, Batman: Año Uno o Ronin.




Ha llegado tarde (casi diez años después que se hermana mayor) y no está todo lo bien rematada que debiera, a sus autores se les nota en pantalla las prisas por tener el proyecto a punto lo antes posible y eso se deja ver en las imágenes (ese deficiente montaje que confunde al espectador con distintas tramas temporales que hasta a los conocedores de los cómics nos puede llegar a dar dolor de cabeza para descifrar) con algunos fallos que alejan un poco a esta secuela de los destacados hallazgos visuales y conceptuales de su predecesora. Pero realmente Sin City: Una Dama Por la Que Matar no me ha decepcionado, atesora en su interior una puesta en escena que en ocasiones llega a las cotas de grandeza de la primera entrega, un reparto muy bien equilibrado con algunos cameos que son oro puro (Cristopher Lloyd, ese ídolo) y momentos de una fuerza que nos vuelven a agarrar por las solpas para llevarnos a rastras a esa ciudad corrupta hasta la médula en la que la vida no vale nada y sólo los fuertes sobreviven.