jueves, 11 de abril de 2013

Crash, de James G. Ballard



James Graham Ballard (1930-2009) fue uno de los autores clave dentro de la Nueva Ola literaria británica durante la segunda mitad del pasado siglo XX. Obras como La Exhibición de Atrocidades, La Isla de Cemento o más tarde Fuga del Paraiso confirmaron su relevancia dentro del panorama de la ciencia ficción literaria, aunque también saborearía las mieles del éxito en 1984 con la obra autobiográfica El Imperio del Sol que el célebre director norteamericano Steven Spielberg llevaría a imágenes en la recuperable cinta homónima estrenada tres años después protagonizada por un Christian Bale de 13 años de edad. En 1973 Ballard editó la que es posiblemente su novela más conocida y casi con toda seguridad la más polémica de todas las que escribió durante su carrera como escritor.

Crash narra como James Ballard (el protagonista tiene el mismo nombre que el autor) tras sufrir un aparatoso accidente de tráfico, y momentos después del impacto, crea un extraño vínculo de atracción física con Helen Remington, la mujer del auto con el que ha colisionado en cuyo incidente fortuito  ha fallecido su marido. Esta desconocida persona introducirá a Ballard en un extraño mundo en el que un grupo de personas, comandadas por el misterioso Robert Vaughan, realizan una peligrosa fusión entre sexo y muerte debido a una enfermiza fijación que dichos miembros sienten por la colisiones autmovilísticas. Ballard y su esposa Catherine, serán arrastrados por Vaughan a esta espiral de autodestrucción en la que carne y metal forman un mismo ente que les conducirá a descubrir parafilias sexuales cuya naturaleza obscena e inhumana pondrá en peligro sus propias vidas. A continuación spoilers varios del libro y su versión cinematográfica.

El mayor logro de la séptima novela de James G. Ballard para el que suscribe es utilizar una narrativa elegante y una prosa adecuada para describir actos de una naturaleza tan enfermiza que retratados de una manera más burda hubieran dado forma a una obra pornográfica de medio pelo que devoraría completamente el mensaje que contiene el escrito y que es altamente interesante. Ya que detrás de esa visión mórbida de una sexualidad aterradora con la que retrata personajes que parecen enfermos mentales se esconde una atemporal (la novela cumple este año 40 años y no los aparenta en absoluto) visión nihilista y gélida sobre la incomunicación y la vacuidad existencial a la que se ve abocado el hombre moderno, mensaje que otros escritores como Breat Easton Ellis (American Psycho) o Chuck Palahniuk (El Club de la Lucha) tomaron como referente literario para crear algunas de sus obras más emblemáticas que posteriormente tendrían, al igual que Crash, sus adaptaciones cinematográficas correspondientes.

El sexo en Crash es explícito, crudo y en numerosas ocasiones enfermizo a unos niveles considerables. Interesante sería analizar la obsesión del Ballard escritor con los orificios del cuerpo humano (sobre todo el anal) y cómo en los encuentros (o más bien choques, alegóricamente hablando) físicos de sus criaturas parece obsesionado con crear nuevos para que el acto coital evolucione físicamente en una coreografía aterradora y caótica que tiene poco de sensual (al menos a mí el libro en ningún momento me excitó con su lectura) y sí mucho de inhumano. Pasajes como en el que Ballard mantiene relaciones con Gabrielle o los momentos en los que el personaje principal o el de Vaughan imaginan dantescos accidentes de circulación en los que los implicados sufren incontables y brutales mutilaciones (con especial hincapié en las genitales) para sentir excitación sexual dan una imagen desoladora sobre las psicopatologías del ser humano.

En cierta manera es algo extraño que Crash esté adscrita al género de la ciencia ficción pero hay pasajes que  confirman que sí, pertenece a ese tipo de narrativa. Por un lado tenemos los que son los momentos más logrados del  libro, cuando Ballard narra con una delectación minimalista cómo los cuerpos humanos que mantienen relaciones sexuales dentro de los automóviles se fusionan con las partes que dan forma a los mismos, llegando, con una elegancia desarmante dentro de la escatología, a hablar de una fusión entre carne y metal, esperma y líquido refrigerante en el que toma forma una nueva criatura engendrada por la unión multiforme del coche y los conductores que en ocasiones remite a las obras pictoricas de H.R. Giger. También el pasaje en el que Ballard y Vaughan experimentan con ácido culminando con su primer (y último) encuentro sexual tiene deudas estilísticas y conceptuales con el subgénero cyberpunk debido a las visiones casi mesíánicas de los dos personajes cuando circulan por la autopista.

Viendo que en sus páginas Ballard narra momentos de comunión física y existencial entre máquinas y seres humanos a pocos pilló desprevenidos que el canadiense David Cronenberg, el padre de la "Nueva Carne", decidiera llevar a imágenes Crash. Lo hizo en 1996 y de una manera tan sobresaliente que consiguió dar forma a uno de esos (pocos y privilegiados) largometrajes que superan a su base literaria. La cinta protagonizada por James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas, Rosanna Arquette y Deborah Kara Unger conserva intacto el mensaje de la novela, extrapola con pericia analítica el sexo enfermizo, crudo, quirúrgico, pero sin necesidad de recrearse en la pornografía (que no en el sexo explícito que lo hay, pero bastante moderado) o el gore (los accidentes que hay en el metraje están medidos, justificados y tienen poco de sensacionalistas). Los personajes están muy bien perfilados y en todo momento recuerdan a los del libro, sobre todo el demente Vaughan al que da vida un inspiradísimo Elias Koteas, y el director de La Mosca añade apuntes interesantes y elimina ideas que en las páginas quedan bien pero en la pantalla hubieran chirriado.

Para empezar obvia narrar el largometraje a modo de flashback (el libro comienza con la muerte de Vaughan y a partir de ahí Ballard relata su relación con él durante los últimos meses), la acción tiene lugar en Toronto, no en Londres, también elimina de una tacada la obsesión de Vaughan (aquella que le cuesta la vida) de tener un accidente de tráfico con la actriz Elizabeth Taylor pero no elude la obsesión de este y sus acólitos con los siniestros mortales de las estrellas del Hollywood clásico, es más, la inclusión de la recreación del  de James Dean protagonizado por los personajes de Vaughan y Colin Seagrave (socio del primero y especialista en escenas de riesgo para el cine relacionadas con coches) es, no sólo uno de los mejores momentos del film, también un pasaje que muestra de manera cristalina los niveles de obsesión con la comunión entre sexo y muerte que dicha hermandad profesa de manera tanto compulsiva como peligrosa.

También sería destacable mencionar que cuando la tensión sexual entre Ballard y Vaughan eclosiona el coito resultante no es impulsado por la ingesta de sustancias psicotrópicas como catalizador, de esta manera la atracción homoerótica (latente durante toda la historia) entre los dos hombres tiene una solidez más considerable que en las páginas de la novela. Por úlltimo, y una vez más, un cambio en la resolución de la narración da un matiz un tanto diferente a film y novela que deja en mejor lugar a la primera. Si bien en la novela al morir Vaughan Ballard continúa su legado como si aquel fuera una figura mesiánica a la que seguir e idolatrar soñando con un mundo lleno de eyaculaciones confundidas con choques frontales de carácter mortal entre autos en el film el personaje interpretado por James Spader ocupa el lugar del que da vida Elias Koteas a modo de pérfida selección natural darwiniana, llegando incluso un servidor a percibir (como ya comenté en la crítica de la obra, que algún día revisaré porque la veo a día de hoy muy incompleta) cierta visión depravada y lasciva del matrimonio como institución impía que todo lo devora.

Volviendo a la novela, que es la que nos ocupa, nos encontramos con un relato extremo en su superficie pero profundamente lúcido en su interior. Un retrato inmisericorde del hombre del siglo XX (y el XXI, indudablemente) por medio de la aplicación de metáforas relacionados con sexo y muerte, Eros y Thanatos, extasis y agonía. No sé si es el clásico de la literatura moderna del que tantos hablan, pero sí es una lectura interesantísima, profundamente original, con ecos de el Marqués de Sade o Pier Paolo Passolini e incluso Luis Buñuel. Lo único cierto es que el fresco que realiza sobre la parte más oculta y oscura de nuestra psicología es tan preocupante como desesperanzadora. 40 años después James G. Ballard no sólo tenía razón con lo que nos narraba en Crash, posiblemente, y por desgracia, se quedó corto con su análisis de esta visión autodestructiva y lasciva de nuestra insensibilizada sociedad.



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