sábado, 12 de mayo de 2012

Los Señores del Acero, inglorious bastards



Título Original Flesh + Blood (1985)
Director Paul Verhoeven
Guión Gerard Soeteman y Paul Verhoeven
Actores Rutger Hauer, Jennifer Jason Leigh, Tom Burlinson, Jack Thompson, Fernando Hillbeck, Susan Tyrrell, Ronald Lacey, Bruno Kirby, Brion James, Simón Andreu, John Dennis Johnston




Tras la polémica que suscitaron muchos de sus films como Delicias Turcas, Spetters o El Cuarto Hombre Paul Verhoeven decidió abandonar su Holanda natal e intentar hacerse un hueco en el mundo de las producciones hollywoodienses. Su primera toma de contacto con el cine norteamericano fue una pieza clave en su filmografía, más por lo que trajo tras de sí y la revalorización que ganó con el paso de los años como obra cinematográfica que por el escaso éxito y tortuosa producción que padeció en su momento. Hablamos como no puede ser menos de Los Señores del Acero (Flesh + Blood)




Durante el año 1501 al oseste de Europa un grupo de mercenarios comandados por Martin (Rutger Hauer) trabajan al servicio de un señor feudal llamado Arnolfini. Tras el último asedio que realizan en su nombre el grupo de asesinos a sueldo es traicionado por su jefe, Martin y sus hombres son obligados a huir pero no sin antes jurar venganza. Poco tiempo después los mercenarios capturan a Agnes (Jennifer Jason Leigh) noble doncella prometida de Steven, hijo de Arnolfini y la utilizan como cebo para atraerle y así cumplir sus intenciones de revancha o eso creen al menos.




La gestación de Los Señores del Acero fue un martirio tanto para Paul Verhoeven como para todo el equipo artísitico y técnico. A pesar de que la mayor parte del capital era americano al tratarse de una co producción entre varios paises (Estados Unidos, Holanda, España...) todos los productores querían meter mano en el rodaje que tuvo lugar en distintas zonas de nuestro país (Cáceres, Belmonte y Ávila) y que fue un verdadero caos. El diseño de producción, la poca implicación de muchos de los participantes en la película y las rencillas entre Verhoeven y Hauer, que tras varias colaboraciones juntos empezaron a discrepar demasiado en el plano profesional, convirtieron la experiencia de Flesh + Blood, en palabras del propio director, en una pesadilla.




La séptima cinta de Paul Verhoeven es una magnífica recreación de esa época medieval que el cine comercial nunca a ha tenido valor de retratar. La que lo ilustra como una etapa sucia, descarnada, pútrida en la que la amoralidad, el pillaje, la muerte y la violencia estaban a la orden del día. Donde el oscurantismo, el folclore y el miedo se daban la mano para tener sometido a un pueblo crédulo, endeble y supersticioso. Donde la deshumanización tocaba con su huesuda mano tanto al señor como al siervo, al joven y al anciano, al clérigo y al mercenario. Por eso en su momento fue una obra mal recibida y tildada de grotesca, explícita y demencial.




Brutal, crepuscular, nihilista y nada autocomplaciente Los Señores del Acero a pesar de su rocambolesca concepción es un producto 100% Verhoeven/Soeteman. Nacida en su momento como un argumento para la serie holandesa Floris, en la que director y guionista (sumando también a Rutger Hauer como protagonista) trabajaron durante su juventud Flesh + Blood contiene muchas de las constantes de estos dos autores como creadores cinematográficos que son reconocibles tanto en la superficie como el interior del producto.




Todos los personajes de Los Señores del Acero son despreciables. Soeteman y Verhoeven no hacen distinción de género o clase. Desde los mercenarios que disfrutan saqueando, matando y violando hasta los señores feudales que permiten todos estos actos para sacar beneficio de ellos. Pero hay dos roles que destacan por encima de los demás y son como es lógico los de los protagonistas, el Martin al que da vida un muy físico Rutger Hauer y la Agnes que borda la por aquel entonces muy joven y de aspecto virginial (maravillosos pechos los suyos) Jennifer Jason Leigh.




Por aquel entonces el actor holandés venía de interpretar dos importantes papeles en Hollywood, el inolvidable replicante Roy Batty de Blade Runner  de Ridley Scott y el capitán Etienne Navarre de aquel delicioso film de espada y brujería dirigido por Richard Donner llamado Lady Halcón. Por eso exigió a Verhoeven que Martin fuera el héroe de Los Señores del Acero y que el rol transmitiera valores de honor y gallardía que los americanos aceptaran de buena gana permitiéndole esto recibir más papeles de este tipo. El director de Robocop se negó (no hay más que ver el personaje en pantalla) y de ahí vino el enfrentamiento entre actor y realizador.




Martin es un mercenario que, como es lógico, se mueve sólo por motivaciones económicas. El personaje al que da vida el protagonista de Drácula 3D de Darío Argento (¿habéis visto ya el trailer? ¿no?, suerte que tenéis) tiene un código propio, pero en ningún momento se puede decir que sea ético o moral, ni siquiera podemos asegurar que tenga un sistema de valores. Pero también existe cierta ambigüedad (marca de la casa Verhoeven/Soeteman) que le incita a llevar a cabo actos de bondad aunque estén rodeados de perversidad (su "benévola" intervención en la violación de Agnes es clave para la evolución de la escena y el desarrollo posterior del personaje al que da vida Jennifer Jason Leigh).




Una vez más y al igual que en muchas otras de las cintas de Verhoeven (Spetters, Instinto Básico, Showgirls...) una escena de violación pierde la gratuidad que suele acompañar a este tipo de pasajes y se convierte en la secuencia clave para entender al mejor personaje del film. El momento en el que los mercenarios violan a Agnes sirve como eclosión de su verdadera personalidad. Para muchos a partir de este momento la joven doncella se convierte en una muchacha manipuladora que utiliza sus armas de mujer para controlar a los hombres. Pero si vamos más allá y analizamos concienzudamente este instante en concreto del film a lo que apelan Soeteman y Verhoeven es a reivindicar la fortaleza, adaptabilidad y resitencia que reside en la esencia de la mujer y en su feminidad.




Brutalmente esclarecedora es la parte en la que Martin viola a Agnes y ella le espeta que no va a gritar, que está incluso disfrutando y que le gusta lo que le hace. En ese momento agresor y víctima intercambian roles (para mofa del resto de mercenarios) la joven, que era inexperta en el mundo del sexo, domina la situación y somete a Martin dejándolo confundido y sometido a su merced. Por medio de su voluntad e instinto de supervivencia Agnes se gana la confianza de los mercenarios y la complicidad sentimental de Martin. Ella es la dueña de la velada y no es difícil que vengan (por mediación de ella) a nuestra mente otros personajes femeninos previos y posteriores de la filmografía de Verhoeven que llevaban la voz cantante en un mundo inerentemente masculino en el que debían de luchar para subsistir, como los de Desafío Total, El Libro Negro o Spetters.




Una vez analizados los personajes principales que son de todo menos unidimensionales (los secundarios sería otro cantar, pero los actores que les dan vida lo hacen de manera decente y en ocasiones hasta remarcable) debemos hablar del contexto histórico. Ese siglo XVI en el que la religión chocaba frontalmente con ese progreso representado por Steven, un joven que reivindica la ciencia y la física como futuro de una sociedad aturdida por la teología desproporcionada. Verheoven habla de cómo el conservadurismo eclesiástico era uno de los principales problemas de la sociedad desde tiempos inmemoriales. No hay más que ver como los mercenarios son controlados como si fueran marionetas por el cardenal (instigador de la ya mencionada violación de Agnes) que proclama que la estatuta de San Martín que llevan durante su trayecto les manda señales del cielo.




Todo este contexto le sirve a Verhoeven para crear un incómodo fresco (hay pasajes que recuerdan a la obra pictórica de Brughel el Viejo) en el que los corsés, cotas de malla y espadas se ven sepultados por las pústulas de la peste, las lenguas cercenadas, las mandragoras nacidas por el esperma de un ejecutado por ahorcamiento y la mugre. Una obra cuya influencia se puede ver en otras piezas cinematográficas como la adaptación que Tom Tykwer hizo de la novela El Perfume de Patrick Süskind o en otros medios como el mundo del manga, ya que la magnífica Berserk de Kentaro Miura le debe practicamente la vida a la película que nos ocupa.




El tiempo ha puesto a Los Señores del Acero en el lugar que merece, en el de una cinta de culto que no tuvo miedo a la hora de mostrar la inmundicia de una época terrible de la historia de la humanidad que el cine clásico o el contemporáneo nos han vendido llena de glamour, intrigas palaciegas, guerra de sexos y clases, cuando realmente olía a mierda, a cadáver en descomposición, a muerte y donde sobrevivía sólo el más fuerte. Sin hacer concesiones a la galería, sin mirar por la comercialidad y sí por una (in)sana intención de mostrar (como en otras ocasiones a los largo de los trabajos en los que colaboraron juntos) toda la ruindad y crueldad que el ser humano tiene en su interior, Verhoeven y Soeteman parieron esta pieza de afilada y cortante orfebrería que contiene en su corazón de acero, óxido, excremento, vómito... carne y sangre.



2 comentarios:

  1. Decían en los profesionales: "una mujer capaz de transformar a los hombres en niños y a los niños en hombres"

    Y esto es precisamente lo que hace la protagonista de la historia.

    Y el final es espectacular, debe ser una de las peleas más salvajes y carentes de lógica jamas rodadas, pero resulta espectacular.

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  2. El final es cojonudo sobre todo cuando entra en escena todo lo de la peste que da una sensación de contagio vírico que acentúa la suciedad del producto. Desde que utilizan la máquina para entrar en el castillo todo son aciertos, cuando intentan ejecutar a Steven mientras está encadenado (escena que me recuerda al brutal asesinato de Alex Murphy en Robocop), lo del pozo o el rayo. Es un caos perfectamente controlado y la música de Basil Poledouris le da un toque épico a tanta crepuscularidad que queda sencillamente genial.

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