lunes, 12 de marzo de 2012

Spetters, lust for life




Título Original Spetters (1980)
Director Paul Verhoeven
Guión Gerard Soeteman y Jan Wolkers
Actores Hans Van Tongern, Renée Soutendjik, Toon Agterberg, Maarten Sparjer, Rutger Hauer, Marianne Boyer, Peter Tuinman, Saskia Ten Batenburg, Yvonne Valkenburg, Jeroen Krabbé



No cabe duda de que Paul Verhoeven fue un director incómodo desde sus inicios como cineasta. Holanda siempre ha sido un país bastante liberal en lo que a su cinematografía se refiere y por ello es difícil que un largometraje reciba críticas destructivas por rebasar esos amplios límites éticos y morales que los Países Bajos dan a sus directores. A pesar de ello desde sus comienzos el autor de Instinto Básico o Robocop ya había dado bastante que hablar por su crudeza conceptual, visión deshinibida del sexo o hiperrealista de la violencia. Pero no sería hasta su quinta película que la armara realmente gorda en su país de origen.




Spetters (horriblemente traducida como Vivir a Tope en España) no sólo dio pie a una considerable polémica en su tierra de origen tras su estreno, también supuso el principio del fin de la etapa holandesa del cineasta (a este proyecto sólo siguió la exitosa y no menos polémica El Cuarto Hombre antes de dar el autor el salto a Hollywood) y la recepción que recibió por parte del público fue uno de los motivos clave para que Verhoeven probara suerte fuera de su nación empezando por aquella brutal co producción de corte medieval llamada Los Señores del Acero (Flesh & Blood) de la que hablaré próximamente.




Spetters narra las vivencias de tres jóvenes holandeses de clase baja que para evadirse de una cruda y poco prometedora realidad llena de trabajos precarios, padres ultrarreligiosos, relaciones sentimentales de poca consistencia o confusión sexual se dedican en cuerpo y alma a las carreras de motocross. Debido a regentar dichos círculos Rien, Eef y Hans verán como sus vidas cambiarán de manera radical cuando entre en escena Fientje, la dueña de un puesto de venta de patatas fritas que vende su mercancía a los jóvenes de la localidad durante las concentraciones de motos.




Tras hablar de las clases altas universitarias de Holanda durante la segunda guerra mundial en su anterior film, Eric, Oficial de la Reina (Soldaat Van Oranje) Verhoeven decidió introducirse de lleno en los ambientes de la clase obrera de Rotterdam. Con la ayuda de su amigo y colaborador Gerard Soeteman y, aunque los créditos no den constancia de ello, la del escritor Jan Wolkers (el que fuera autor de la novela Turkis Fruit que adaptara Verhoeven con éxito en la remarcable Delicias Turcas) el director de Showgirls realiza un lacerante y nada esperanzador retrato de la juventud de su país a finales de los 70.




En cierta manera es hasta comprensible la reacción airada del público holandés ante el estreno de Spetters. Erotismo explícito hetero y homosexual (para estas escenas se contrató a gays profesionales del sexo), un retrato brutalmente desencantado sobre unos jóvenes que viven al límite y a los que poco les importa si ello influye negativamente en sus familias o allegados, chicos competitivos, chicas manipuladoras o sumisas y una sociedad decadente en la que tienen cabida fanatismo religioso, malos tratos, violencia, desencanto y sadismo.






Pero Verhoeven y Soeteman son sinceros y se abren en canal el pecho para mostrarnos con un realismo crudo esta versión hardcore de la típica cinta americana sobre adolescentes y deporte incidiendo con ella en un punto de vista mucho más nihilista, misántropo y sin concesiones, que retrata una generación perdida y sin esperanza que vive con lo puesto y sin mirar atrás a la hora de introducirse en un mundo de excesos que finalmente les pasan factura de una u otra manera, aunque siempre alejándose los autores de moralismos o adoctrinamientos.






A pesar de que no son personajes perfilados con pericia o complejidad los tres roles masculinos principales sirven bastante bien para echar un vistazo a las distintas personalidades de los muchachos holandeses de la década de los 70. Rien es un chico exitoso con un futuro bastante prometedor dentro del motocross, es un tipo obsesionado con el sexo con una novia que se gana la vida como cajera de supermercado. Eef es un mecánico, de físico corpulento que se saca un "sobresueldo" asaltando y apaleando a chaperos, homosexuales que mantienen relaciones sexuales furtivas en las inmediaciones de la ciudad. Finalmente tenemos a Hans, posiblemente el único personaje noble de todo el largometraje, un chico torpe, siempre detrás de sus amigos pero con buen corazón aunque a veces se deja llevar por ellos.




A pesar de ser antagónicos los tres tienen puntos en común. Su posición social, su pasión por las motos y su admiración por el campeón del mundo en esta modalidad Gerrit Winkamp (interpretado por Rutger Hauer). También comparten una experimentación ciertamente lamentable con el sexo opuesto (Verhoeven no se corta un pelo a la hora de poner en escena de manera gráfica actos que van desde la eyaculación precoz hasta el onanismo, dejando en pasajes dignos de la Disney las supuestas escenas subidas de tono de Instinto Básico o Showgirls) y una estúpida competitividad puramente masculina (una de las constantes del realizador a lo largo de toda su carrera) para ver quién de ellos se acuesta antes con el personaje de Fientje y por ello es más hombre.




Fientje es (junto a su hermano, personaje clave en la película aunque al principio no lo parezca) la dueña de un puesto de patatas fritas y croquetas. El personaje interpretado por una carnal Reneé Soutendjik es un estereotipo de femme fatale que hace que los hombres bailen a su son utilizando sus armas de mujer. No es difícil ver en este rol el germen de otros salidos de la mano de Verhoeven como la Agnes de Los Señores del Acero, la Lori de Desafío Total, la Catherine Tramell de Instinto Básico (estas últimas interpretadas por la más carnal Sharon Stone jamás vista) o la Cristal Connors de Showgirls. Todas mujeres que utilizan su belleza, talento o supremacia con respecto al hombre para conseguir sus fines económicos o sentimentales.





A pesar de ser una cinta poco sutil y en ocasiones bastante dada a lo grueso (marca de la casa Verhoeven, no nos engañemos) hay verdaderos momentos remarcables en un film como Spetters. Entre ellas destaca una de las más atípicas y descarnadas escenas de violación que se han visto en la historia del cine (brutalmente lógico es que ese personaje en concreto descubra su orientación sexual por medio de la violencia y el sometimiento y más sobresaliente aún es que para decirle a su ultrarreligioso padre que es gay utilice una cita bíblica), el pasaje de los tres amigos comparando el tamaño de sus virilidades, la escena del accidente (entre estúpido y trágico el hecho que lo provoca) que lo cambia todo o ese final que no tiene nada de autocomplaciente y sí mucho de derrotista y triste.





Spetters fue acusada de inmoral por su retrato sobre la adolescencia, los homosexuales o los discapacitados físicos, incluso se creó una plataforma llamada "Antispetters" para boicotear su paso por la taquilla. A mí me parece una cinta honesta, valiente y un proyecto arriesgado con el que Verhoeven y Soeteman dinamitaron cierto tipo de cine ochentero coyuntural retratando un grupo de personajes que se movían entre sueños rotos, miedo a un futuro lleno de precariedad y alienación pura y dura. Cintas como esta nos muestran claramente que a pesar de ser otra obra generacional muy valorada (y con motivo) Trainspotting de Danny Boyle no inventó nada en 1996 que Paul Verhoeven no hubiera contado con más fiereza y verismo en 1980 con la recuperable cinta que nos ocupa.



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