sábado, 3 de septiembre de 2011

Small Town Murder Songs, sin noticias de dios




Título Original Small Town Murder Songs (2010)
Director Ed Gass-Donnelly
Guión Ed Gass Donnelly
Actores Peter Stormare, Martha Plimpton, Jill Hennessy, Aaron Poole, Ari Cohen, Jackie Burroughs




Adoro Canadá. Es un país que admiro desde hace muchos años y en el que me gustaría incluso poder vivir una temporada o como mínimo visitar un periodo largo de tiempo. De Canadá me atrae el que posea muchas de las virtudes de Estados Unidos, como su sentido de la comunidad, parajes fríos, granjas agrícolas y pueblos pequeños en los que todo el mundo se conoce. Pero por suerte, aún teniendo sus más y sus menos como toda nación, carece de muchos de los defectos de sus vecinos, como el patriotismo recalcitrante, la violencia arraigada en las localidades más profundas o la famosa política del miedo con la que mantienen asustados a los ciudadanos, siempre aferrados a un insano terror a lo diferente o desconocido.




Canadá tiene una personalidad como nación que recuerda más al viejo continente y su diferencia con USA queda patente, por poner un ejemplo, si tenemos en cuenta que en ambos países hay extendida una considerable cultura armamentistica (casi todas las familias tienen armas de fuego en casa) que en uno se salda con asesinatos casi a la orden del día y en el otro con que si se produce un homicidio el hecho es algo tan inusual que puede remover una localidad entera y a los que en ella conviven. Precisamente eso es lo que nos muestra esta Small Town Murder Songs que nos ocupa.




La segunda cinta en labores de dirección de Ed Grass-Donnelly narra como Walter, el agente de policía (con turbio suceso en su pasado) de una pequeña localidad menonita de Ontario llamada Greyfork ve como su vida y la de los que le rodean cambia de manera brutal cuando uno de los vecinos encuentra el cadáver de una chica violada y asesinada en un lago en las aproximaciones de una carretera cercana al pueblo. Todo apunta a que el criminal es el actual novio de la ex amante del protagonista con la que terminó su relación extramarital 6 meses atrás. Con la ayuda de agentes de la OPP que vienen de fuera, Walter, tratará de dar con el homicida que ha sacudido los cimientos de la ciudad.




Ed Grass-Donnelly retrata al ficticio condado de Greyfork como una localidad profundamente religiosa con unas ferreas convicciones anabaptistas que son utilizadas por el cineasta no sólo para retratar la personalidad y costumbres de aquellas tierras y sus gentes o su seco hermetismo como comunidad (perfectamente representada en la dulce, habladora y hasta cierto punto puritana mujer de Walter) sino para construir estilísticamente su producto y darle forma exterior para definirla interioremente, todo con una pericia remarcable.




Para ello hace sabia utilización de una austera puesta en escena en la que inserta textos de la biblia para diferenciar los capítulos que dividen el film y en la que hace un magistral uso de la banda sonora, compuesta por la banda de rock independiente candiense Bruce Peninsula que mezcla en los distintos cortes del score música folk con cantos gospel y sonidos country, llegando a momentos verdaderamente conmovedores y emocionantes cuando se unen en cristalina armonía con las imágenes.




De la misma manera que en estimulantes proyectos cinematográficos previos como la excelente Winter's Bone de Debra Granik, las geniales Dogville y Manderlay de Lars Von Trier o en esa obra maestra llamada No Es País Para Viejos de los hermanos Joel y Ethan Coen se puede percibir claramente que sus autores muestran una violencia latente y a flor de piel, arraigada en la cultura de los Estados Unidos más profundos y que finalmente llega a salir a la superficie casi escupiendo fuego contra todo el mundo, en un largometraje como Small Town Murder Songs no se vislumbra tal cosa y en parte tiene su lógica.




Posiblemente porque el país canadiense en comparación con el vecino no ha construido por medio de la fuerza y la sangre muchos aspectos de su sociedad y civilización contemporánea. Es posible que por eso la aparición de un cadáver que implica un brutal asesinato es recibido como un hecho inusual en la comunidad, no tenemos más que ver el ejemplo de la anciana que pregunta al protagonista si han sido los coyotes los que han matado a la joven. Pero tampoco los parroquianos de los bares o los clientes de las barberías dan muestra del horror que les produce tan atroz hecho, como si quisieran por medio de una ley de silencio o indiferencia negar que tal acto ha sido llevado a cabo en su idílica ciudad.




Pero si hay algo destacable en Small Town Murder Songs es sin lugar a dudas la inmensa interpretación del actor sueco Peter Stormare como Walter. A mí este señor me cayó en gracia desde que lo vi por primera vez y a pesar de haber sobreactuado bestialmente de manera bastante insoportable en films como Armageddon, El Rostro de la Venganza (Bruiser), El Secreto de los Hermanos Grimm, Dos Policías Rebeldes 2 (Bad Boys 2) o Spun, siempre he mantenido que cuando el director que lo controla lo ata en corto puede llegar a hacer de él un gran actor a reivindicar como se ha podido ver en Bailar en la Oscuridad, Reencarnación o Fargo.




Con una contención y unos matices impresionantes que esta vez sí nos recuerdan que este señor, antes de dar el salto a unos Estados Unidos en los que ha trabajado tanto en grandes superproducicones como en cintas independientes, se curtió en su juventud intepretando obras de Igmar Bergman en los teatros de su Suecia natal, un irreconocible y portentoso Peter Stormare nos confirma la ley de que menos siempre es más y que el realizador Ed-Grass Donnelly la ha llevado al extremo a la hora de portarse como un excelente director de actores.




El Walter de Stormare tiene porte de agente de la ley bonachón y paciencia infinita, buenos modales y gestos tiernos para su esposa. Su mirada noble y amable sólo se ve rota cuando recuerda el trágico hecho del que fue autor (y que inteligentemente nunca vemos de manera explícita, es más, sólo sabemos qué acontenció en el mismo por el comentario de uno de los personajes secundarios) y tiene su cima dramática en el magnífico travelling lateral que le rodea durante la cena con su esposa en la que los sentimientos del personaje y el actor mismo mutan junto al plano, que pasa de mostrar su espalda a enfocar su rostro impotente.




Small Town Murder Songs es lo que hubiera sucedido si a Twin Peaks le hubieran quitado el humor y el corte sobrenatural y la historia hubiese sido narrada desde el punto de vista del Sheriff Truman en vez de el del Agente Cooper. Como si los Coen en vez de ser dos hermanos estaodunidenses y judíos hubieran sido canadienses y menomitas mientras rodaban Fargo. Como si Atom Egoyan hubiera intentado hacer un thriller policiaco de corte rural en su país, Canadá. A pesar de su tono seco y austero que lo emparenta con el western y un corto metraje (apenas 75 minutos) que nos deja sin un verdadero clímax y con ganas de más (quedan asuntos sin resolver, aunque intencionadamente) la segunda obra detrás de las cámaras de Ed-Grass Donnelly merece ser descubierta y valorada en su justa medida. La de una de las mejores cintas del pasado 2010.


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