miércoles, 28 de septiembre de 2011

La Deuda




Título Original The Debt (2010)
Director John Madden
Guión Jane Goldman, Matthew Vaughn y Peter Straugham
Actores Jessica Chastain, Sam Worthington, Marton Csokas, Helen Mirren, Tom Wilkinson, Ciarán Hinds, Jesper Christensen




Remake americano de la cinta israelí Ha-Hov (The Debt) dirigida por el realizador Assaf Bersntein en el año 2007. Detrás de las cámaras nos encontramos con el británico John Madden, cineasta que llegó a lo más alto, en lo que a fama se refiere, cuando se puso al frente de aquella simpática pero sobrevalorada Shakespeare Enamorado de la que a día de hoy no se acuerda mucha gente. Del guión se ocupan Peter Straugham y los ingleses Matthew Vaughn y Jane Goldman, autores de las adaptaciones cinematográficas de cómics como Stardust, Kick-Ass o X-Men: Primera Generación.




Tres veteranos agentes del Mossad rememoran publicamante una de sus misiones más elaboradas durante el año 1965 en la que dieron caza y muerte a un buscadísimo criminal nazi de la segunda guerra mundial. Operación que se saldó con un sonoro éxito y que llevó a sus implicados a lo más alto dentro de los servicios de inteligencia del país israelí. Pero tras la edición de un libro sobre la vida de una de las agentes a manos de su propia hija un oscuro secreto relacionado con aquellos días amenaza con salir a la luz y dar un vuelco a sus vidas.




La Deuda es un thriller de espionaje tan correctamente resuelto en sus apartados técnico y artístico como lleno de tópicos o maniqueismo argumental y formal. No sé cuan parecido será el largometraje que comentamos al film original en el que se basa, pero lo que se puede ver en este remake es cierto simplismo a la hora de abordar temas muy interesantes retratados de manera no del todo convincente. Esos son los momentos en los que yo al menos como espectador no paro de pensar en esa obra maestra llamada Munich que llegó mucho más lejos que la cinta de John Madden que nos ocupa incitando a un debate más rico y analizando cuestiones muy parecidas desde una perspectiva más crítica y compleja.




Mi principal problema con The Debt es que no me creo a ese Mossad que se retrata en su trama. Conociendo algunos de los operativos que han realizado a lo largo de su historia y habiendo visto documentales o leído información sobre los servicios de inteligencia isrealies no me puedo creer que tres de sus miembros más competentes tengan recluido en un apartamento a un asesino nazi, que le den de comer, tengan compasión con él y peor, que se dejen machacar psicológicamente por tal individuo mostrando los protagonistas una inteligencia muy escasa y una voluntad endeble y voluble.




Es como si guionistas y director creyeran que por dar una imagen amable del Mossad y mostrar a su componentes como personas compasivas y hasta altruistas (cuando la realidad no es del todo así, sin importar el origen de los servicios secretos que se estén retratando) lo que finalmente aboca al film y sus personajes al maniqueismo más impostado. Spielberg con Munich nos mostró que para humanizar realmente a estas personas hay que mostrarlas tal y como son. Como agentes especiales entrenados para eliminar metódicamente a personas que son consideradas por el gobierno israelí enemigas de su país. Cayendo por ello en errores, crueldades, miedos y dudas, acciones tan innatas en el ser humano que el espectador hace suyas.




Por lo demás el film cumple su cometido de ser un producto bien engrasado y que intenta emular (sólo consiguiéndolo en parte) a los thrillers europeos de los años 70. Madden sabe calibrar la tensión, logra cierto tono oscuro y lacónico y lleva pror el buen camino a sus actores jóvenes, entre los que sólo renquea un poco un Sam Worthington al que lo de sonreir le cuesta trabajo todavía y más si tenemos en cuenta que siempre a interpretado a tipos duros de mandíbula apretada (Avatar, Terminator Salvation, Furia de Titanes) haciendo mejor labor una Jessica Chastain tan de moda ahora y Marton Csokas.




Por parte de los intérpretes veteranos no mucho que comentar. Poco le puede decir John Madden sobre cómo hacer su trabajo a veteranos como Helen Mirren, Tom Wilkinson o Ciarán Hinds, este último con breve pero acertadísimo papel o Jesper Christensen con esa cara de nazi que no se la quita ni cristo y sacando adelante un rol que es un burdo cliché andante, el típico ex miembro anciano de la SS hitlerianas que ni a punto de ser asesinado deja de ser impertinente con sus posibles verdugos aún sabiendo que cambiando de actitud podría salvar su vida.




Hay ideas interesantes en un largometraje como La Deuda sobre qué significa o es la heroicidad y sobre cómo se forjan las leyendas, y aciertos reflejados en ese pasaje en el que se usa el flashback cuando Helen Mirren está leyendo el libro a los invitados de la cena durante la presentación del ensayo, la escena en la que los personajes de Worthington y Chastain se conocen o cuando el primero agrede al nazi, suponiendo una escena que transmite de la misma manera brutalidad e impotencia, por no mencionar, indudablemente, a un reparto más que competente.




Pero también es cierto que los fallos que he comentado como el poco acertado acercamiento a los personajes principales, la organización a la que representan y su trabajo como miembros de la misma o un final forzadísimo, poco probable y digno de una de Steven Seagal hacen que The Debt esté lejos de ser un gran film como obras coetaneas suyas que tocan temas muy parecidos como la ya mencionada Munich, RAF: Facción del Ejército Rojo o Mesrine. Con todo, una cinta de acción y espionaje para pasar un buen rato si el espectador no es demasiado exigente con el producto.


martes, 27 de septiembre de 2011

El Árbol de la Vida, Terrence Malick todopoderoso




Título Original The Tree of Life (2011)
Director Terrence Malick
Guión Terrence Malick
Actores Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastian, Fiona Shaw, Hunter McCracken, Crystal Mantecon, Pell James, Joanna Going, Kari Matchett, Michael Showers




Creo que es desacertado e incluso contraproducente hacer una crítica sobre la última película de Terrence Malick al poco de haber terminado su visionado, porque es ese tipo de film que necesita del paso del tiempo para ser asimilado en toda su magnitud, que no es poca. Pero quiero dejar aquí mis primeras impresiones sobre la cinta, para pasados los días, leerlas y ver si mi opinión sobre El Árbol de la Vida cambia en un futuro próximo o lejano, como me sucedió con otra de sus obras, que con el tiempo pasó a ser una de mis películas favoritas de todos los tiempos.




El veterano y poco prolífico (una media de casi una cinta por década, desde los 70) director Terrence Malick entró en mi vida de primerizo cinéfilo, para ponerla patas arriba, en 1999 cuando fui al cine a ver en pantalla grande La Delgada Línea Roja. Me pareció una gran película, pero cometí varios fallos de juventud e inexperiencia a la hora de valorarla. El primero fue introducirla en el cine bélico más ortodoxo, cuando incluso tildar la cinta de antibelicista es practicar un reduccionismo injusto con ella a la hora de evaluarla globalmente.




También la minusvaloré al compararla con esa Salvar al Soldado Ryan de Steven Spielberg que tanto había fascinado e impactado a mi impresionable mente, cuando ambas cintas viven en mundos muy diferentes. Para hablar de qué las asemeja y las diferencia y a pesar de mi admiración por la cinta protagonizada por Tom Hanks me quedo con las acertadas palabras del poeta alemán Durs Grünbein cuando decía que La Delgada Línea Roja es a Salvar al Soldado Ryan como la poesía a la propaganda. En otro momento hablaré de lo que supone para mí la tercera película de Malick, ahora me centraré como es lógico en su última producción.




El Árbol de la Vida ha sido un proyecto largamente acariciado por el cineasta Terrence Malick. Se pre estrenó hace unos meses entre loor de multitudes en el pasado festival internacional de Cannes con división de opiniones, pero a pesar de ello se llevó, sin muchas quejas por parte del público o la prensa especializada, el premio máximo, la Palma de Oro del certamen francés. La crítica de una manera más o menos generalizada ha estado considerablemente de acuerdo a la hora de ensalzar las incontables virtudes del largometraje como obra cinematográfica.




En cambio gran parte del público que ha acudido en masa a ver el El Árbol de la Vida por curiosidad, por inercia o por estar protagonizada por una superestrella como Brad Pitt ha salido escaldado acusando al producto de documental de Discovery Channel de baratillo, soflama intelecualoide, obra sin pies ni cabeza llena de pretensiones o cinta aburrida. En resumidas cuentas, al discurso autoral de Terrence Malick llegar al gran público no le sienta bien, porque la suya es una manera de entender el sépitmo arte tan peculiar como intransferible. Incluso algún cine de España ha llegado a tomar curiosas medidas tan cómicas como alarmantes con respecto a la película de la que nos ocupamos.




El Árbol de la Vida narra, por un lado, los recuerdos de niñez de un empresario en el día del aniversario de la muerte de su hermano, fallecido en la guerra de Vietnam. Entre distintos flashbacks veremos su vida compartida con sus padres y sus dos hermanos menores, sobre todo durante la niñez, y cómo aquel traumático suceso cambió su existencia y la de su familia. Por otra parte seremos testigos del nacimiento de la vida y el universo como tal, desde su propia génesis a modo de supuesto complemento o añadido de la historia central sobre los O'Brien. A continuación comentaré la obra cinematográfica con spoilers




Contrariamente a lo que se piensa o se ha afirmado El Árbol de la Vida es una obra cinematográfica de una sencillez formal y conceptual desarmante, que la profundidad de su discurso sea inmensa o el tema que aborda se antoje de una universalidad (nunca mejor dicho) inabarcable ya es otro asunto. La mayor complicación que puede haber para seguir debidamente el desarrollo del film es ser consciente de que los pasajes centrados en la familia O'Brien están desordenados, idea inteligente y bestialmente lógica si tenemos en cuenta que son recuerdos del personaje de un excelente pero poco aprovechado Sean Penn, ya que nosotros como individuos no rememoramos tiempos pasados de manera cronológica.




The Tree of Life es un inmenso viaje introspectivo al origen de la vida y la existencia. Malick narra desde la sencillez más humilde una historia ambiciosa bigger than life a la que da inicio hablándonos de tomar dos caminos a la hora de abordar nuestro destino, el de la naturaleza (representada por el padre) y el de la gracia (con la imagen la madre). Aunque en otros sitios han hablado de que los progenitores vienen a ser el Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento respectivamente, idea nada descabellada. Por primera vez de manera directa, aunque ya apuntara a ello en La Delgada Línea Roja, Malick muestra una dicotomía entre esa madre naturaleza (a la que había retratado en todo su esplendor en la ya mencionada cinta bélica y en su penúltima cinta, El Nuevo Mundo) y una teología para nada adoctrinadora o discursiva que agradará a creyentes con amplitud de miras y que no disgustará a ateos liberales. Aunque si lo miramos desde un punto de vista panteista ambas entidades (terrenal y divina) formarían parte de un mismo todo.




A pesar de que Malick se muestra como un creyente convencido no duda en mostrar al inicio de su film un big bang que podría fácilmente alejarse de la divinidad e incluso es capaz de enseñarnos dinosarios caminando por la tierra apuntando teorías evolutivas. Pero también apela por la existencia de una entidad superior tan misericordiosa como cruel en ocasiones. Aunque todo está expuesto de manera que no haya necesidad de decantarse por una sola visión. Ya que esos pasajes sobre la formación de la vida y el planeta Tierra pueden abordarse como si fueran el testimonio de Dios dando forma a la creación o desde el punto de vista de la naturaleza misma tomando una perspectiva demiúrgica.




También se permite el director de Días del Cielo dar una entidad poderosa a la vida de una sencilla y común familia y el enfrentamiento de sus miembros a la pérdida de unos de sus componentes, equiparándola a esa formación espacial del universo, confesándonos en cierta manera que ambos relatos le pueden parecer fascinantes en la misma medida, ofreciendo un retrato del ser humano algo alejado de aquella cierta misantropía que destilaban sus anteriores obras y que aquí parece haber desaparecido casi por completo, ya que el personaje más reprobable del film, el del padre que interpreta magnificamente un maduro Brad Pitt al que las arrugas le dan entereza, sigue siendo un progenitor que a pesar de su rudeza u hosquedad ama profundamente a sus hijos.




La cámara de Terrence Malick, desde siempre (aunque seguramente todo empezó en Días del Cielo con la impagable ayuda de un exultante Nestor Almendros en la fotografía) pero en El Árbol de la Vida más que nunca, es una fuerza sobrehumana de la naturaleza. No existe un director en el cine actual que sepa llegar a unas cotas de lirismo o poética visual tan altas como las que alcanza el director de Malas Tierras. La pureza en su máximo exponente, la vida en toda su plenitud, la belleza con una arrebatadora presencia omniscente, imágenes que de tan poderosas a veces incluso pueden llegar a sobrecargar al espectador. Tanto a la hora de abordar la vida de una familia del sur de Estados Unidos como para poner en escena la creación del universo.




Pero la cámara nunca proyecta (en apariencia) meticulosidad o academicismo. Malick encuadra con instinto, mueve el objetivo con vivacidad, no notamos la presencia de ensayos previos o un storyboard, es como si la steadycam cobrara vida y supiera estar en el lugar exacto y el momento preciso y eso con sólo ver el trailer puede percibirse. Es tanta la impoluta pureza que transmite la obra que en ocasiones bordea lo innecesario como en un par de pasajes relacionados con la madre (a la que da vida una entregadísima y muy acertada Jessica Chastain) en los que levita o aparece confinada en un ataúd de cristal al más puro estilo de relato mágico.




Parece como si autores de la talla de Tarkovski, Dreyer o Kubrick se amalgamaran en uno sólo director en muchos momentos de The Tree of Life. Terrence Malick crea la obra más ambiciosa de toda su carrera sin ínfulas de adoctrinamiento y sin caer en el subrayado discursivo. Todo se muestra tan natural y epidérmico que es imposible que el espectador pueda negar la plasticidad pictórica de los encuadres o angulaciones, pero en parte yo sí puedo comprender que a cierto tipo de espectador le pueda a llegar aburrir o saturar la estructura o el acabado del film, porque esta es una de esas obras con las que o uno entra de lleno en ella o se queda fuera del todo mirándola desde la lejanía y sin interés alguno.




Cuando llegamos a ese final que remite a 2001: Una Odisea del Espacio (ese marco de puerta de entrada en medio de la nada enfocada en contrapicado recuerda al célebre monolito de la obra maestra de Kubrick) una vez más la ambigüedad puede hacernos pensar que Jack tiene una visión de su llegada al paraíso compartiendo felicidad con sus familia difunta o que todo es una metáfora de como ha conseguido por fin y tras muchos años superar la pérdida de su hermano y llegar a la redención consigo mismo (ya que también llega a ver su yo adolescente), de ahí su sonrisa final mirando a cámara.




El Árbol de la Vida es una obra que a día de hoy no se pude evaluar adecuadamente, ya que el paso del tiempo es el que la encumbrará en lo más alto o la abocará al olvido. Para mí ha supuesto un experiencia intensa, única y como largometraje me veo en la obligación de ponerlo en una posición alta dentro de lo mejor de este 2011. En sus dos primeras producciones Malick era un director que se mostraba mucho más grande y talentoso que sus propios films, tras La Delgada Línea Roja esa barrera se rompió y por fin nos pudo entregar un proyecto a la altura de su discurso como autor. El Nuevo Mundo supuso (a pesar de ser un film menor) la confirmación de tal hecho.




En cambio su último film es la confirmación total y fehaciente de que el discurso malickiano ha llegado a sus más altas cotas de pureza y conceptualidad, ofreciéndonos esta vez la película más personal y suya de cuantas ha realizado. Poco importa si es una obra religiosa, agnóstica o que abogue por la evolución o el creacionismo. El séptimo arte se creó para transmitir sensaciones por medio de la imagen llevándonos a otros mundos o universos y este largometraje es la muestra más cristalina de tal idea. Con El Árbol de la Vida ese director enemigo de la fama, de las conferencias de prensa, alérgico a ser fotografiado, que destila amor por el arte y que ignora taquillas o críticas ha conseguido llegar a una autorealización profesional (que seguramente repercuta también en su vida personal) con la que el resto de directores del cine actual sólo pueden soñar. Larga vida a Terrence Malick.


lunes, 26 de septiembre de 2011

No Habrá Paz Para los Malvados




Título Original No Habrá Paz Para los Malvados (2011)
Director Enrique Urbizu
Guión Michel Gaztambire y Enrique Urbizu
Actores Jose Coronado, Rodolfo Sancho, Helena Miguel, Juanjo Artero, Pedro María Sánchez, Nadia Casado, Younes Bachir, Karim El Kerem, Abdel Ali El Aziz, Nasser Aleh, Juan Pablo Schuck, Eduard Farelo




Octava película el director bilbaino Enrique Urbizu (si no contamos su interesante Adivina Quién Soy, una de las Películas Para No Dormir, dentro de la serie de cintas homónimas). No Habrá Paz Para los Malvados supone su tercera incursión el cine negro o de corte policiaco tras la simpática pero sobrevalorada Todo Por la Pasta y la sólida La Caja 507. Cachito y La Vida Mancha no las he visto y a pesar de que hay gente que las mete también de alguna manera en el cine noir yo no puedo dar fe de ello hasta que no me enfrente con las mismas.




Ya antes de su estreno oficial en cines gran parte de la prensa especializada nacional se deshizo en elogios hacia la última cinta como realizador de Enriquie Urbizu. Apuntando con convicción que era, no sólo la mejor cinta patria de lo que llevábamos mos de 2011, sino también de lo más logrado que iba pasar por el festival internacional de San Sebastián y que sería raro que se fuera de allí sin algún premio. De esto último no puedo hablar ya que no he visto el grueso de las cintas del festival Donostiarra, aunque el palmarés ya salió el Domingo pasado y no se llevó nigún galardón, pero sí es cierto que fue recibida con entusiasmo.




Lo que sí sé, siempre desde mi punto de vista, es que no es la mejor película española de lo que llevamos de año (con esto y esto o hasta esto compitiendo con ella lo tenía difícil) pero sí un thriller meritorio, con altibajos pero que finalmente merece la pena como producto cinematográfico. Hay muchos aciertos en esta No Habrá Paz para los Malvados, pero también algunas fallos, carencias o equivocaciones de guión que hacen mella en su estructura y desarrollo. Todo esto como comento sin dar al traste con el conjunto del film pero sí debilitándolo considerablemente.




No Habrá Paz Para los Malvados está protagonizada por un agente de policia de la división de gente desaparecida llamado Santos Trinidad. Un tipo alcoholizado, de gatillo fácil que sigue el caso de una chica cuyo paradero es desconocido y que se ve involucrado en un triple asesinato en un prostíbulo, con un sicario y un importante narcotraficante como víctimas. A su vez una juez sigue la pista a Santos gracias a un testigo que lo vio huir del lugar del crimen. Finalmente las dos tramas se entrelazarán y llegarán mucho más lejos de los que sus protagonistas pensaron en un primer momento.




Hay dos películas diferenciadas en No Habrá Paz Para los Malvados. Una es una interesante y sólida muestra de cine policiaco muy influenciada por el western (no es gratuito que el plano que abre el film sea el de una maqúina tragaperras con temática del oeste o el nombre del protagonista) protagonizada por un agente de la vieja escuela con ramalazos de Harry el Sucio pero también con algún apunte del Germán Areta de la magnífica El Crack de José Luis Garci (las escenas que abren ambos productos tienen bastantes puntos en común) propenso a los métodos expeditivos que lleva sobre sus espaldas una trama interesante, narrada con un pulso que nos remite tanto a Don Siegel como a Sam Peckinpah, a este último sobre todo en la recta final.




La otra es también una de investigación policial, pero localizada en las oficinas y protagonizada por jueces, comisarios, confidentes y esta es la que, a pesar de ser interesante, renquea, ralentiza el desarrollo y sobre todo perjudica a la otra trama centrada en José Coronado que sufre de titubeos en el guión y la estructura del mismo. La parte del film en la que seguimos los pasos de la juez Chacón no funciona como debiera y a pesar de que trata un tema delicado (los atentados del 11 M) sin sensacionalismo y afán documentalista o acusativo no llega a tomar una forma consistente, a lo que tampoco ayuda el trabajo poco convincente de una Helena Miguel a la que el papel no le va mucho a pesar de que el guión le llena de ideas inteligentes para resaltar su inexperiencia como cuando pregunta por el olor o las ganancias económicas del puticlub.




Sólo cuando las dos tramas se cruzan a media hora del final, el guión se encarrila y destila la solidez que debería haber tenido desde el primer minuto de metraje cuando los relatos se alternavan el uno con el otro. Con respecto a lo de tocar el tema de los infames atentados de Madrid por parte de los extremistas radicales jihadistas se les agradece a Enrique Urbizu y a su habitual co guionista Michel Gaztambire que lo traten con un tono de ficción (aquí no son mochilas localizadas en trenes, sino extintores colocados en un centro comercial) para que aquellos terribles hechos sobrevuelen todo el film pero no sean el centro de atención que pudiera convertir el largometraje en una innecesaria cinta política.




No soy un admirador de José Coronado, siempre me ha parecido un actor que se esfuerza pero que normalmente no convence delante de la cámara por destilar cierto artificio en la dicción y el lenguaje corporal. Pero sería injusto no mencionar que lo he visto hacer buenos papeles en Goya en Burdeos de Carlos Saura, Todos Estamos Invitados de Manuel Gutiérrez Aragón, en la ya mencionada La Caja 507 también de Enrique Urbizu o en varios capítulos de la serie Periodistas, aquel producto catódico patrio de finales los 90 que situaba a los miembros de esa profesión al nivel de poco menos que superhéroes.




En No Habrá Paz Para los Malvados Coronado posiblemente hace el mejor papel de toda su carrera, siendo de alguna manera su rol una extensión o radicalización (que ya es decir) del que hiciera en La Caja 507. El madrileño desprende naturalidad y fuerza, transmite miedo y compasión y tiene carisma. Llena de verdad un personaje con pequeños detalles fumando de una manera muy determinada, riendo de manera peculiar o sirviéndose esos cubatas de ron cargados hasta el culo de alcohol. El destino del personaje lo conocemos desde el primer minuto, pero no por ello deja de ser su final una magnífica mezcla de heroismo y crepuscularidad.




No Habrá Paz Para los Malvados merece la pena ser vista como resuelto thriller, una muestra de que en España se puede hacer buen cine de género y que Enrique Urbizu sabe como crearlo a pesar de algunos lastres y fallos. Pero a pesar de ser interesante, estar sustentada en un protagonista que llena la pantalla por sí solo, tener como telón de fondo un tema que está a la orden del día y tener en nómina a un grupo de secundarios de lo más profesionales (Juanjo Artero, Rodolfo Sancho, Pedro María Sánchez o un poco aprovechado Eduard Farelo) no es ninguna maravilla, ni un film que debiera, en manera alguna, dejar una huelle indeleble en el cine español contemporáneo, como se han aventurado a afirmar algunos.


domingo, 25 de septiembre de 2011

El Club de la Lucha




Título Original Fight Club (1999)
Director David Fincher
Guión Jim Uhls basado en la novela de Chuck Palahniuk
Actores Edward Norton, Brad Pitt, Helena Bonham Carter, Meat Loaf, Jared Leto, Van Quattro, Markus Redmond, Michael Girardin, Rachel Singer, Eion Bailey




El 7 de Noviembre de 1999 acudí (teniendo 16 tiernos años) con los que por aquel entonces eran mis amigos a los recién estrenados segundos multicines de mi localidad, actualmente los únicos. Por aquel entonces todos los Domingos íbamos a la sesión matinal de las 12:00 y ese día elegimos una película que nuestras adolescentes y primarias mentes asociaron por su escueto título con la típica cinta de acción en la que un Brad Pitt de moda por su papel en Seven y un semidesconocido Edward Norton que había destacado en sus magníficos trabajos en Las Dos Caras de la Verdad (Primal Fear), El Escándalo de Larry Flint (Larry Flynt vs. The People) o American History X se daban de hostias entre sí hasta que los cuerpos aguantasen.




Cuando salimos del cine nuestras caras eran un memorable poema. Las reacciones eran distintas, ya que unos salían decepcionados (hay personas a las que no le gusta que el cine les haga pensar, por suerte ya no forman parte de mi vida), otros se quedaban sólo con la estética cool del producto, un par de ellos emulaban a los protagonistas y empezaban a darse golpes amistosos y yo que comenzaba con esto de investigar sobre cine no hacía más que pensar para mis adentros en el largometraje y qué quería transmitir. Lo que sí compartimos todos fue una pregunta que nos hacíamos tanto a nosotros mismos como los unos a los otros. "¿Qué cojones acabamos de ver?". Tal testimonio fue generalizado en (casi) todo el globo terraqueo. El mundo no estaba preparado para El Club de la Lucha.




Cuando El Club de la Lucha se estrenó en 1999 armó una considerable polvareda y trajo consigo una polémica que comenzó en Estados Unidos y que al llegar a Europa en general y a España en particular no se hizo esperar ni un segundo dando pie a un debate encarnizado. La última cinta de David Fincher fue recibida, por un lado con entusiasmo, ganas de dialogar y fruición y con escepticismo o desgana por otro. Aunque en la mayoría de los casos su llegada a las carteleras se encontró con rabia, recelo y hasta hostilidad. La crítica especializada se dividió en dos grupos, a cual de ellos más equivocado, desde mi punto de vista.




Uno formado por los que consideraban la película una deplorable apología fascista de la violencia, una oda al terrorismo y el vandalismo callejero cubierta de misoginia, efectismo y amoralidad. El otro la veía como un producto moderno, visualmente atractivo que sólo desagradaría a la rama más ultraconservadora de nuestra sociedad, pero claro, sin entender una mierda de lo que la cinta quería transmitir o denunciar, la intención era quedar como un señor por defender una película controvetida y lacerante.




El Club de la Lucha está basado en la novela homónima escrita por el nortemericano Chuck Palahniuk y un servidor no es precisamente una lumbrera o una persona con las suficientes luces para desentrañar totalmente el fondo que este film atesora y que como ya he comentado pocos (incluso a día de hoy) entienden o han sabido dilucidar, pero sí voy a dar mi humilde opinión de lo que la cuarta película de David Fincher quiso transmitir y lo que supuso para el mundo del séptimo arte, aquel que se encotraba en época de cambio en las postrimerías del, por aquel entonces, ya casi extinto siglo XX.




El trabajador de una empresa automovilística (Edward Norton) que vive entre un trabajo anodino, interminables horas gobernadas por el insomnio y una incontrolable adicción a la compra por catálogo, un día encuentra la cura a sus noches en vela cuando decide asistir a reuniones de apoyo para todo tipo de enfermos entre los que se infiltra, hasta que otra farsante como él, Marla Singer (Helena Bonham Carter), aparece y estropea sus planes. Cuando todo parecía volver a irse al carajo para nuestro protagonista conoce a Tyler Durden (Brad Pitt), un fabricante de jabón con una peculiar filosofía de vida que cambiará la suya ayudándole a co fundar un grupo secreto en el que hombres llevarán a cabo combates clandestinos. Club que finalmente tendrá un fin mucho más ambicioso y una naturaleza del todo perturbada. A continuación hablaré del film añadiendo spoilers de su famoso final.




El Club de la Lucha es el evangelio de un gurú de finales de siglo llamado Tyler Durden. Una reivindicación del ser humano reducido al mínimo exponente, devolviéndole en cierta manera a un estado cuasi cavernario y deshaciéndose de todo el artificio complementario añadido por la sociedad. Tyler defiende que en la imperfección y la autodestrucción del yo existe la verdadera liberación y eso sólo se consigue tocando fondo y volviendo a renacer tras ello. La suya es una lucha voraz contra el consumismo y un sistema que adormece a los ciudadanos convirtiéndolos en poco más que zombies asentados en la rutina e incapaces de sentir o mantener un existencia real. En resumidas cuentas, un film con una ideología de extrema izquierda auspiciado por la Twentieth Century Fox, la productora más ultraderechista de Hollywood.




Tyler es una proyección mental del personaje de Edward Norton (nunca sabemos su verdadero nombre ¿intención de universalizar la naturaleza del rol por parte de los autores o es que realmente su nombre es Tyler Durden?). La figura a la que da vida Brad Pitt es todo lo que el protagonista quiere ser y no puede, por su carácter domesticado. Una segunda personalidad disociativa que de manera independiente a la principal toma las riendas del personaje para dar un cambio radical a su vida, volar por los aires el que es su hogar (metáfora de liberación hacia todo el consumismo que ocupaba el inmueble y que dirigía su propia existencia) y creando un club de lucha que posteriormente crecerá y se extenderá como un virus dando forma un proyecto terrorista, que no busca la pérdida de vidas, sino la destrucción de un sistema capitalista que rige el día a día de todos los ciudadanos de a pie.




Que el plan de "cambio" de Tyler comience con un club en el que todo tipo de hombres (sin importar, raza, condición o posición social) pelean a manos desnudas tiene un aterrador sentido común que no todos supieron ver. Para los personajes el verdadero atractivo no está en dar puñetazos, sino en recibirlos, ya que formar parte de una sociedad tan aséptica y adormecida hace que el simple acto de percibir dolor les permita sentirse vivos. Esos moratones, huesos rotos y dientes partidos son como pequeños trofeos que les ofrecen una compleja autoconsciencia de que están por encima de un prójimo que vive una existencia gris detrás de sus escritorios de trabajo y delante de los televisiores en sus hogares.




El paso de el Club de la Lucha al Proyecto Mayhem es lógico y gradual. Tyler toma en su seno a un grupo de jóvenes para que se alejen de un sistema consumista ofreciéndoles el enfrentamiento físico mutuo. Cuando tiene los suficientes acólitos para montar un pequeño ejército entra en acción y pasa al vandalismo callejero y de ahí al acto terrorista a gran escala con el único fin de crear ese Caos al que hace mención el nombre del ya mencionado proyecto. Finalmente el protagonista consigue controlar la personalidad de Tyler (pero no evitar los atentados) y volver a ser el mismo, pero como un nuevo ser, purificado, liberado de lastre y preparado para una nueva vida de futuro incierto junto a la mujer de la que supuestamente está enamorado.




Las personas que me hayan leído aquí sabrán de mi recelo y hasta indignación hacia los finales rebuscados o tramposos, esos que cuando la película está acabando y la misma va a llegar a su climax nos revelan que todo "ha sucedido en la mente del protagonista", normalmente sin justificación narrativa alguna y dejando esta explicación, carente de viabilidad, la estructura del guión con más agujeros que un colador. El Club de la Lucha fue (en cierto modo) pionera en este tipo de conclusiones cinematográficas que tan poco me gustan y no lo voy a negar. Pero también es cierto que Fincher desde el principio del film nos está dando pistas sobre la naturaleza (no) real de Tyler, ideas continuas y muy inteligentes que sólo captaremos cuando veamos el largometraje por segunda o tercera vez.




Seguramente las escena que de manera más esclarecedora nos muestra que Tyler es producto de la imaginación del protagonista es la magistral de los títulos de crédito. Un travelling rodado por medio de CGI que comienza en el cerebro del personaje de Edward Norton acabando en la pistola que Tyler le tiene introducida en la boca indicandonos con claridad que todo está en su cabeza. De todas formas a lo largo del metraje y en sus primeros minutos de recorrido Fincher introduce imágenes subliminales de Tyler, que nos quieren mostrar que el personaje interpretado por Brad Pitt poco a poco toma forma y acaba saliendo a la luz en la mente del protagonista.




Eclosión que tiene lugar justo después del accidente de avión imaginado. Curioso que la presentación de Durden sea inmediatamente posterior a un hecho traumático a modo de ruptura, que puede suponer el momento exacto en el que la mente del rol principal se desdobla haciendo patetente su esquizofrenia. Pero aún hay más, podríamos enumerar las veces que el personaje de Marla se extraña cuando pasa con el protagonista noches enteras manteniendo sexo (aunque nosotros vemos como espectadores que lo hace con Tyler) y a la mañana siguiente (de nuevo con la imagen de Norton) la echa de casa para confusión de la mujer.




Son miles de detalles pequeños y casi imperceptibles que sólo se captan con las revisiones y que tienen su culmen en la mítica escena en la que el personaje principal se da la paliza a sí mismo delante de su jefe al decir estas palabras: "No sé por qué motivo me acordé de mi primera pelea con Tyler". Fincher y su guionista, Jim Uhls, lo confiesan claramente, pero aún no lo sabemos. En la primera pelea entre el protagonista y Tyler, este último no estaba (ya que no existe más que en su mente) de modo que la paliza se la inflingió él mismo, de ahí la conexión entre los dos momentos.




El Club de la Lucha supuso un enorme paso adelante en el discurso autoral (muy potente por aquel entonces, pero aún no asentado del todo) de David Fincher, que ya había demostrado su valía con Seven, el posiblemente mejor thriller de la historia del cine y con The Game, otro film de ese mismo ramo que fue bastante infravalorado por sus giros de guión, pero que contenía una puesta en escena y unos interesantes logros a reivindicar. Con Fight Club el director de Zodiac desplegó una variedad ilimitada de recursos visuales, trucajes de cámara y aplicación medida y totalmente justificada de unos efectos digitales de primera calidad que alimentaban la historia sin devorarla. Alardes técnicos que debido al contexto del relato que se narraba no desentonaban con él en ningún momento, No como en la posterior cinta de Fincher, la fallida La Habitación del Pánico.




Hay momentos que han creado escuela durante el metraje de este film y que muchos otros directores han homenajeado o plagiado descaradamente. Me vienen a la cabeza el apartamento llenándose poco a poco de compras por catálogo, el incendio del mismo, la cámara saliendo de la papelera de las oficinas del protagonista, el accidente de coche (prodigio de encuadres y planificación) el travelling entrando al club con Going Out West de Tom Waits sonando de fondo (imposible no pensar en Goodfellas de Scorsese) la bestial paliza de Lou a Tyler o la de Norton al personaje de un oxigenado Jared Leto, el momento de la quemadura química, el celuloide temblando ante la cara de Tyler, las inserciones de fotogramas porno en los films infantiles o el disparo en la boca del final. Seguro que se me quedan algunas fuera, ya que si hay algo abundante en El Club de la Lucha son pasajes para el recuerdo de un acabado técnico remarcable.




Por mucho que la interminable y nihilista verborrea de Tyler sea interesante (aunque también discursiva, es innegable) el actor que la esputa entre saliva y sangre es el que la convierte en grande. Brad Pitt hizo muchas cosas con su papel en El Club de la Lucha y todas buenas. Desprender carisma, sexualidad y aires de canalla por todos y cada uno de los poros de su piel, callar la boca de aquellos que decían que sólo era un guaperas sin idea de interpretar (aunque a esto ya apuntó con su magnífico Jeffrey Goines en aquella obra maestra titulada 12 Monos de Terry Gilliam) y crear un icono de nuevo cuño. Una especie de filósofo de andar por casa de cuerpo apolineo, porte desaliñado pero estiloso, fumador, ideológicamente radical y completamente lúcido dentro de su demencia.




Le da la réplica un magnífico Edward Norton que ciertamente debe llevar todo el peso dramático y cómico del fim. Ya que el protagonista de El Velo Pintado ha de mostrar con sutiles pinceladas la complejidad de un rol que en un principio no tenemos que saber que la tiene, ya que no nos hacemos idea todavía de dobles personalidades o esquizofrenia alguna. Helena Bonham Carter tiene la dura tarea de ser el único personaje femenino de la cinta y ella es no sólo el catalizador de todo lo que le sucede al personaje principal, también es el rol que más incita al humor y el que más cambia cuando revisionamos el film por primera vez. También tenemos que nombrar a Meat Loaf y sus enormes tetas y a Jared Leto con una intervención breve pero intensa.




El Club de la Lucha hoy día me sigue pareciendo la mejor obra de un autor que ha ido evolucionando y depurando su estilo hasta convertirse en uno de los mejores directores del panoráma cinematográfico actual, pero pagando el precio de ponerse a disposición de productos tan interesantes como poco arriesgados. Fight Club en cambio supuso un proyecto lleno de riegos, provocación e inteligencia. Una cinta que después de haber hecho una taquilla mediocre y haber recibido palos por todos los frentes de una crítica que no entendió una mierda de lo que veía en pantalla vio como al poco tiempo comenzaba a revalorizarse hasta alcanzar el manido pero prestigioso título de obra de culto.




A día de hoy es considerada una de las mejores películas de los 90 y el estandarte cinematográfico del cine de aquella década. ¿La crítica más bestial que se la he hecho a la Generación X o sólo un cúmulo de delirios de grandeza de un esquizofrénico con instintos narcisitas y brotes violentos?. Poco importa, para el que suscribe es una cinta clave en mi vida como cinéfilo y un largometraje adelantado a su tiempo cuyo mensaje no envejecerá ni en 50 años. Sólo me queda terminar, ya que si tenemos en cuenta que las dos primeras reglas de El Club de la Lucha son no hablar de El Club de la Lucha yo ya he incumplido ambas y así nunca ingresaré en las huestes de Tyler Durden y sus monos del espacio. Maldad, caos y jabón para todos.