miércoles, 10 de noviembre de 2010

Reencarnación, barridos por la marea



Título Original: Birth (2004)
Director: Jonathan Glazer
Guión: Jean Claude Carriere, Milo Addica & Jonathan Glazer
Actores: Nicole Kidman, Lauren Bacall, Cameron Bright, Danny Huston, Arliss Howard, Anne Heche, Peter Stormare


Trailer


El británico Jonathan Glazer es uno de los más reputados directores de videoclips y publicidad que existe en la actualidad. A él le debemos trabajos memorables para grupos como Unkle o Radiohead así como comerciales para Sony o Levis (mi anuncio publicitario favorito de todos los tiempos). En todos estos productos podemos ver una poderosa concepción de la imagen, una utilización puramente cinematográfica del ritmo narrativo y un lírico look visual siempre potenciado por una música que enfatiza el acabado formal que lo sustenta.




En en el año 2000 nuestro director dio el salto al largometraje con su ópera prima, Sexy Beast. El debut tras las cámaras de Glazer era un inusual film sobre mafiosos protagonizado por un inspiradísimo y acojonante (¡y estamos hablando de Gandhi!) Ben Kingsley acompañado de un Ray Winston que empezaba a darse a conocer fuera de Inglaterra. El producto contenía momentos brillantes, una realización ajustada y una dirección de actores muy competente. Pero a Glazer le salía a relucir en demasiadas ocasiones el videoclipero que llevaba dentro y fallaba finalmente por no cementar debidamente un guión, potencialmente soberbio, además de por incluir disparates como lo del conejo. Aunque admito que la vi hace años y que le debo una revisión. Seguramente en la actualidad gane puntos.




La segunda película de Glazer se llamó Birth estaba protagonizada por una Nicole Kidman que tenía las espaldas bien cubiertas por un excelente reparto de secundarios entre los que se pueden ver caras como las de Lauren Bacall, Anne Heche, Peter Stormare (atípicamente contenido y por ello genial), Arliss Howard o la del joven Cameron Bright. El film fue recibido con tibieza, incluso con sorna en el festival de Venecia de 2004. Se vendió como la polémica película en la que Nicole Kidman se enamoraba de un niño y se metía desnuda en una bañera con él. Mentes cerradas que no veían nada más allá de sus propias narices o que querían sepultar una obra cinematográfica que no comprendían o valoraban, por un par de escenas, que estaba claro que ni siquiera entendían.




Reencarnación se inicia con un punto de partida anclado en la más absoluta sencillez (un niño desconocido aparece en la vida de una mujer diciéndole que es su marido fallecido 10 años antes) para trazar posteriormente un complejo tratado sobre muchos temas, pero sobre todo haciendo especial hincapié en el origen de la emoción humana. Glazer construye un drama atípico, lírico, con un tono en ocasiones hasta etéreo sobre una mujer que tras pasar una década tratando de cicatrizar una herida producida por la desaparación del hombre al que amaba, iniciando una nueva relación íntima con otra persona y con una vida que le sonríe, ve como todo su status quo se derrumba por la irrupción de un crío que hace tambalear todo su mundo aparentemente intocable.




En Sexy Beast, Glazer se acercaba a Martin Scorsese, Guy Ritchie y los hermanos Coen. En cambio, y acertando de pleno, en Birth se cobija bajo Ingmar Bergman y sobre todo Stanley Kubrick. Nada queda en esta obra de ese estilo visual forzado y efectista deudor del videoclip. La cámara es suntuosamente poderosa y los encuadres cristalinos, pero las tomas son cadenciosas, armónicas, haciendo un uso magistral de los paisajes nevados en los exteriores y de colores apagados, pero paradójicamente cálidos, en los interiores.




El británico está más seguro de sus dotes como creador, no necesita fuegos de artificio para relatar una historia con inicio, nudo y desenlace y ofrece una clase magistral de composición narrativa, con momentos brillantes tales como el plano secuencia del inicio, acariciado por la maravillosa partitura de Alexandre Desplat, la escena de la ópera (de la que hablaré más tarde al referirme al trabajo de Nicole Kidman), la de la primera aparición de Sean durante el cumpleaños o la final que cierra el film.




Aunque la obra nos narra como una mujer añora con tanta fuerza al hombre de su vida como para creer firmemente en la convicción de que ha, de alguna manera, renacido en el interior de un niño de 10 años, Birth nos habla también de otros temas. Para mí el más interesante es ver como un núcleo familiar, situado en un nivel social burgués, con unas convicciones estrictas y una educación férrea es totalmente desestabilizado por las palabras y la presencia física de un pequeño y misterioso infante.




El retrato sobre las clases acomodadas que hace la segunda cinta de Jonathan Glazer es inmisericorde, pero ese análisis está llevado con tanta elegancia y sutilidad que puede que el espectador poco avispado ni lo perciba. Por ello no es casualidad encontrar acreditado como guionista al reivindicable Jean Claude Carriere, habitual colaborador del gran Luis Buñuel en su etapa francesa, serie de films en los que el de Calanda era más ácido y crítico con las clases aposentadas.




Con respecto a esto que último que comento, es cristalinamente esclarecedora la escena del trío de cuerda interpretando una pieza para todos los invitados que desemboca en el tan comprensible como pueril arrebato de ira del personaje de Joseph (magistral Danny Huston) hacia el del pequeño e irritante Sean. Escena en la que Glazer y sus co guionistas nos dejan ver que esos mismos miembros de una sociedad que brinda con champán, va a deleitarse con obras de Wagner en anfiteatros o que se codea con la jet set no puede huir de sus bajos instintos y del ridículo, porque son tan o más humanos que cualquiera de nosotros. Personas al fin y al cabo.




En la época en la que Nicole Kidman intervino en Reencarnación llevaba una racha de excelentes labores interpretativas, poco antes de que el botox le quitara gran parte de la expresividad la australiana nos deleitó con trabajos de composición como el que nos ocupa. Ella lleva todo el peso de la trama, sobre sus hombros recaen todo el dramatismo contenido de la obra, su entrega es la que hace que si una sola persona piensa en la palabra pedofilia viendo las escenas que comparte con Cameron Bright la misma tiene que hacérselo ver urgentemente.




Porque la protagonista de Eyes Wide Shut transmite claramente que no se enamora de un cuerpo, sino que sus emociones van mucho más allá del plano físico. Que la sombra del que fue su marido no la abandonó del todo a lo largo de esos 10 años en los que intentó crear una vida nueva alejada de aquel recuerdo. Para no olvidar, la ya comentada escena en la ópera resuelta con un primer plano de 4 minutos en el que la actriz aguanta estoicamente el encuadre transmitiendo una veracidad descarnada o la de la bañera en la que se revela todo. Con afirmar que la señora están tan genial como para hacer que yo me olvide que lleva en la cabeza una horripilante peluca, lo digo todo.




Ya en su momento me pareció un buen film cuyo tibio recibimiento no alcanzaba a comprender. La revisión me ha confirmado que es un excelente drama, una propuesta nada complaciente, extraña y sobre todo certera. Pero es posible que no esté hecha para todo tipo de público, por ser una obra arriesgada formalmente que huye de todo intento por satisfacer a un espectador conformista. Yo la considero una pieza a revalorizar, llena de aciertos y momentos portentosos. Como esa conclusión, con aquel regreso al lugar donde todo comenzó, con ese matrimonio que nace roto, ese hombre desconsolado e impotente, esa mujer deshecha y esas olas barriéndolo todo a su paso, menos los recuerdos de una vida pasada que parece no querer perderse en la inmensidad del mar.



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